Ilustración: Mariana Escobar
El pasado mes de junio, y en el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Uruguay, se llevaron a cabo distintas actividades, algunas de ellas tuvieron que ver con reivindicar las memorias sexo-genéricas disidentes en relación al pasado reciente.
Es usual en algunas de estas instancias escuchar a compañeras trans, activistas mayormente, repetir una y otra vez una frase: “Para las personas trans la democracia nunca llegó”. Estas palabras las volví a escuchar este año y se quedaron en mi cabeza; es innegable en varios sentidos, sobre todo porque refleja una vivencia y una realidad para las personas trans en Uruguay y es la vulneración constante de sus derechos. Esta propuesta que invita a reflexionar sobre población trans y dictadura me vió en una encrucijada, podría citar investigaciones propias y ajenas sobre la situación de la población trans en Uruguay, podría tomar insumos de colegas que se dedican a estudiar estos temas específicamente, podría elaborar un ensayo académico y generar conversaciones con personas trans pero que seguirá construyendo un anecdotario victimizante que finalmente no les tendría como protagonistas o podría hacer otra cosa. Resolví entonces que este espacio es una buena oportunidad de decir otras cuestiones que hacen al tema, reflexiones que me atraviesan como investigadora en torno a las disidencias sexo-genéricas en Uruguay pero sobre todo como persona cis (1) y como parte de las disidencias. Una excusa para decir algunas cosas que vengo pensando hace algún tiempo.
Inclinándome entonces por esto último, quiero mencionar brevemente algunos hechos ocurridos recientemente en Uruguay. En el mes de febrero en Rivera una mujer trans de 22 años fue asesinada, en abril otra persona trans fue abusada sexualmente en San Carlos, en el mes de agosto en Piriápolis otra persona trans fue brutalmente agredida en la vía pública, en Fray Bentos hay denuncias en el último mes de septiembre de varias personas trans violentadas. La lista podría continuar y continúa.
La violencia hacia las personas trans es un continuo, algo que podemos rastrear antes, durante y después de la dictadura cívico militar (cambiando sus estrategias y modalidades), un hecho que es parte de sus vidas y de sus trayectorias cotidianas. La violencia y la persecución de las personas trans en la dictadura tuvo modalidades específicas y se constituyó como una de las poblaciones que ponían en peligro el ideal de sociedad y familia que la dictadura quiso instaurar. La persecución, tortura y muerte de las disidencias en general, llevada acabo por el Estado, forma parte de los olvidos de la memoria oficial. Aún seguimos perpetuando el olvido de algunas desapariciones y muertes, aún el Estado debe reconocer que hubo una persecución específica y sistemática hacia las disidencias sexuales y de género, una que no es reconocida y que al olvidar violenta una y otra vez sus derechos no sólo a tener justicia sino memoria.
Sobre la memoria hay mucho escrito, sin embargo cuando la memoria es de las disidencias hay un silencio. La memoria parece que tiene identidad de género y orientación sexual. Hay varias memorias, Jack Halberstam reflexiona que las memorias queer son doblemente olvidadas, primero al no ser reconocidas como tales, negadas en su humanidad previamente, y posteriormente cuando quedan invisibilizadas. Las vidas disidentes no parecen ser aptas para reclamar memoria.
Algo alarmante es que hoy en día y en plena democracia, y a pesar de contar con legislaciones específicas para la población trans e instituciones que deberían velar para garantizar sus derechos, los hechos de violencia hacia las personas trans se siguen sucediendo, actualizando y agudizando de diferentes formas. La violencia no es solamente la no obtención de justicia ante crímenes para esta población que en muchos de los casos sigue sin resolverse a pesar de los llamados que han hecho organismos internacionales, sino la invisibilización, el no reconocimiento de sus identidades por parte de organismos del Estado, el no cumplimiento de las leyes existentes, la no implementación de los cupos laborales que aparecen como compromisos políticos individuales, el uso de la diversidad por parte de instituciones del Estado como mero merchandising, enmarcando los derechos en visiones neoliberales rosas que no garantizan la vida digna sino su exposición en una vitrina.
Está la responsabilidad del Estado y está nuestra responsabilidad. Algo que intento cotidianamente, dando clases o talleres, es que las personas puedan comprender que cuando nos referimos a las “disidencias” ya sea sexuales o de género, estamos refiriéndonos no sólo a las personas que pueden conformar esa categoría sino a dimensiones, esferas de la vida que nos tocan directamente. Las “disidencias” no se tratan solamente de personas trans, gays, bisexuales y lesbianas (y otres), o si conozco a personas que se identifiquen de estas maneras, sino que me implica en cómo me relaciono activamente en las dimensiones que hacen al género y la sexualidad en mi vida cotidiana.
Este ejercicio de hacer “extraño” lo conocido, propio de la antropología, nos permite justamente “extrañarnos” también de lo que se ha construído como “otredad” (las disidencias sexo-genéricas) para acercarlo a mi vida y por consiguiente objetivarlo y analizarlo. Este movimiento considero que es necesario, imprescindible. Si dejamos de entender “lo trans”, “lo LGBTIQ+” o “lo diverso” como algo que está allá, lejos de mí, y comprender que se trata de la forma de entender ciertas dimensiones de opresión, observamos de manera evidente que todas las personas poseemos una forma de identificarnos genéricamente, de desear y de querer. Es decir que estamos en una relación activa con las formas de concebir y practicar estas dimensiones. De esta manera no podemos concebir las identidades trans sin las cis, las LGBTIQ+ sin la heterosexualidad obligatoria, en definitiva la alteridad sin la construcción de lo “normal”. Una relación histórica de lo que se ha construido como lo “unx” y lo “otrx”.
Algo que he observado en las trayectorias de personas trans es que desde corta edad las violencias que reciben no se deben tanto a su identidad de género trans sino al hecho de no ser cis. Esto implica no seguir el mandato y las formas de ser y estar según lo asignado al nacer (basado en una relación lineal entre sexo-género) en cuanto a su identidad genérica pero también en relación a cómo se expresa la feminidad o la masculinidad en sus cuerpos, actos y deseos. No seguir con las pautas hegemónicas del género lleva consigo entonces: violencia, cosificación, apropiación, degradación y burla. No ser cis supone también que les demás “tengan la verdad” del género propio -y del resto de las personas- y que además lleven adelante toda una serie de operaciones para que la norma cis-heterosexual-capacitista no se rompa y se siga reproduciendo.
Este proceso de extrañamiento que estamos realizando, implica reconocer el papel del cisexismo y de lo cis como estructura que reproduce la violencia hacia las identidades trans y hacia las disidencias en general, es dar vuelta el binomio, es no seguir mirando lo catalogado como alteridad y como diferencia sino observar la norma que determina esas jerarquías y en definitiva genera la violencia de forma sistemática.
Los hechos de violencia y agresión que mencionaba al inicio no significan golpes solamente a los colectivos LGBTIQ+, a las personas en concreto, sino que son ataques directos a la democracia actual. Una democracia que no garantiza los mismos derechos para todas las personas (privadas de libertad, en situación de calle, hospitalizadas, migrantes, entre otrxs) y que en el caso de las disidencias sexo-genéricas tiene un cariz diferente, un tema que parece tener que ver solamente con elecciones personales individuales y que por la misma razón sus consecuencias son entonces menos graves e importantes. Esto solo empeora si desde el gobierno se promueven discursos transodiantes que niegan la existencia de las identidades trans y por consiguiente también de sus derechos y se les tiene como punto focal de una cruzada política-religiosa que trasciende las fronteras nacionales.
Que nuestra sociedad se caracterice por el cisexismo -como muchxs teóricos trans han
desarrollado- y que continuamente violente a las personas trans tiene como correlato una desvalorización constante de sus identidades, aptitudes y conocimientos. Una sociedad que piensa la identidad cis como la identidad ideal y natural desecha automaticamente todo lo que no entra en ella. Esto solo empeora cuando pensamos en personas racializadas y pobres.
Que las identidades trans sean cuerpos “no esperados”, ni por la política pública, ni en los espacios de militancia, ni en las aulas, hace que su aparición confronte una y otra vez un cisexismo incuestionado que no logra mirarse al espejo en la forma en cómo construye una y otra vez las personas que son concebidas como humanas y con derechos, algo similar sucede con las personas con discapacidad. Como ya lo dijo Butler, el estatus de irrealidad que conlleva pertenecer a ciertos colectivos sociales es el paso previo de la violencia posterior que reciben.
Desde la academia, los colectivos de la diversidad sexual, los feminismos y las formas de construir políticas tenemos un debe en reconocer la identidad de género como una dimensión de opresión que tiene características específicas e históricas -así como la heterosexualidad incuestionada que sigue siendo moneda corriente-. El dar vuelta la mirada sobre cómo se construye la otredad es un movimiento que los colectivos sociales contemporáneos están proponiendo, la perspectiva de las disidencias sexo génerica y corporales, viene a decirnos que la violencia comienza con la forma en que entendemos el estatus de realidad, jerarquía y producción capitalista de lxs sujetxs, en la forma que imaginamos la vida, la organización social y la capacidad de los cuerpos.
Laura Recalde Burgueño. Contacto: laurarecalde4@gmail.com
Notas:
1. Persona que se identifica con el género asignado al nacer. Personas que no es trans.