Asistimos a un momento particular en el marco de la reflexión económica. Los estudios sobre pobreza y desigualdad, en su relación con la trama de la distribución del ingreso y de la riqueza (y de otras fuentes de desigualdad), han aflorado con renovado vigor. La evidencia de que una desigualdad en ascenso se ha vuelto un componente constitutivo del escenario de la globalización capitalista ha contribuido a renovar la agenda[1].
Es por eso que resulta interesante constatar una nueva emergencia de los voceros del liberalismo a ultranza. Fenómeno de repercusión global, así es presentado en su versión argentina desde las páginas de la prensa conservadora de ese país:
“Son estudiantes secundarios y universitarios que tienen entre 15 y 23 años. La mayoría, de clases medias y altas. Tienen fuerte presencia en las redes sociales, con miles de seguidores y el meme como herramienta política. También salen a las calles. En las marchas opositoras se los ve con sus remeras con la Bandera de Gadsden, que tiene una serpiente con el lema Don't Tread on Me (No me pises), o el logo de prohibido el Che Guevara. Repiten que la minoría que produce mantiene al resto con sus impuestos. Se oponen a la cuarta ola del feminismo y al uso del lenguaje inclusivo. Intercambian libros entre ellos y participan de conferencias. Son los jóvenes libertarios.”[2]
De este lado de la orilla también resuena esta presencia. Cualquiera que se mueva en espacios de estudiantes de ciencias económicas y sociales (sobre todo de los primeros) debe haber percibido ese run run. En línea con el mediático economista argentino Javier Milei, en su impostura de rock star, se presentan con un acento de rebeldía que les permite endosarse la camiseta de “libertarios” o incluso “anarquistas”. Por cierto que estos fonemas han sido utilizados con sentidos bien contrapuestas, por lo que esa auto-investidura no deja de producir cierto estupor y desolación; parecen más diáfanos quienes optan por marcar la cancha proclamándose como “anarco-capitalistas”. Pues bien, volviendo a las primeras líneas de este texto, para estos entusiastas émulos de von Hayek la cuestión de la desigualdad socioeconómica no es relevante, en realidad ni siquiera entraría en la categoría de “cuestión”; en todo caso es el trampolín dinámico para, meritocracia mediante, alcanzar el pleno desenvolvimiento de cada individuo. Sí, ¡un mundo más desigual es posible!
Vayamos para atrás
Este renovado flujo del pensamiento liberal parece ser una nueva ola de lo que desde los años 70 se llamó “neoliberalismo”, un nombre en sí bastante inocuo: el retorno de algo viejo con pretensiones de novedoso. Aunque por polífono y banalizado, muchas veces utilizado como adjetivo descalificador hacia los difusores de su programa, el término neoliberalismo no siempre ha tenido un valor explicativo consistente. Definirlo obliga a una narrativa exigente. Aquí lo tomaremos con sus “perfiles borrosos… [como] un programa intelectual, un conjunto de ideas acerca de la sociedad, la economía, el derecho, y es un programa político, derivado de esas ideas.” (Escalante 2015: 10). Este autor da cuenta de las raíces del movimiento desde la primera mitad del siglo XX, con tres obras fundacionales de “aliento casi apocalíptico”[3], pasando por la fundación de la Sociedad Mont Pélérin (1947)[4], su inmediata inserción en la Universidad de Chicago, hasta imponerse como mainstream en torno a 1980.
La experiencia a la que llamamos “neoliberalismo” ha sido etiquetada bajo formas de contenido antagónico, como “revolucionario” y “conservador”. Sin duda, colocado en el devenir histórico, y quitando a esos calificativos todo acento valorativo, el neoliberalismo ha dado mérito a ambas interpretaciones, mostrando que aquel antagonismo es solo aparente. “El neoliberalismo ha sido revolucionario. Se propuso cambiar el orden establecido, y lo hizo” señala Escalante (en Villena 2015). Ese acento “revolucionario” se vio favorecido por la circunstancia de que el programa neoliberal alcanzó su impulso fermental durante la coyuntura en que el planeta se vio sacudido por los movimientos de insubordinación juvenil que se dispararon desde 1968, en torno a consignas entre las que destacaba la demanda de mayor libertad individual. Más allá de lo paradojal que pueda resultar ese paralelismo (los jóvenes del 68 tenían una agenda mucho más amplia, que incluía la cuestión de la desigualdad en tonos opuestos al del programa neoliberal), el discurso neoliberal capturó componentes de ese aire contestatario que lo caracterizaría en adelante (Harvey 2005).
Wallerstein, por su parte, lo resume como un programa neoconservador que se propuso levantar las barreras del mercado, haciendo retroceder al Estado benefactor, “en la primera regresión significativa en un siglo”. Desde un enfoque histórico de muy larga duración, propone que a fines de los años 1960 se producía una renovación de la “ideología conservadora por primera vez desde 1848” y que esta se volvió políticamente agresiva más que defensiva (Wallerstein 1994: 145). Por otro lado, desde la ciencia política, en su análisis sobre las relaciones entre liberalismo y democracia, Bobbio entiende al neoliberalismo como una renovada versión del liberalismo con escaso apego a los compromisos democráticos, dotándolos de un carácter “únicamente instrumental” (Bobbio 2008: 98). En palabras de Harvey, “El gobierno de la mayoría se ve como una amenaza potencial a los derechos individuales y a las libertades constitucionales. La democracia se considera un lujo, que únicamente es posible bajo condiciones de relativa prosperidad… Los neoliberales tienden, por lo tanto, a favorecer formas de gobierno dirigidas por elites y por expertos.” (Harvey 2005: 74). No pudo ser más elocuente el mismo von Hayek en su visita al Chile gobernado por Pinochet: “… evidentemente, las dictaduras entrañan riesgos. Pero una dictadura se puede autolimitar, y si se autolimita puede ser más liberal en sus políticas que una asamblea democrática que no tenga límites. La dictadura puede ser la única esperanza, puede ser la mejor solución a pesar de todo.”[5]
El neoliberalismo puede ser tomado como un tercer momento intelectual del siglo XX, desarrollado como revisión crítica de dos anteriores. Primero, como crítica a la tradición neoclásica, bajo la premisa de que, paradojalmente, el laissez-faire se construye desde el Estado (Escalante 2015, Harvey 2005). Luego, y con mayor densidad, la crítica al paradigma keynesiano y las teorías de la demanda, sustentada en la idea de que el mercado es el mecanismo fundamental en términos técnicos y morales para procesar la información económica. De eso decanta la superioridad de lo privado sobre lo público, en el entendido de que la realidad última la constituyen los individuos.
Pero lo que distinguió muy especialmente en su trayectoria al neoliberalismo fue su práctica: la radicalidad del programa privatizador, liberalizador, orientado por las teorías de la oferta; herramienta clave, reducir los impuestos a los ingresos elevados. Estas estrategias se ambientaron bajo la considerable influencia desplegada desde las instituciones internacionales que regulan el mercado y las finanzas a escala global (FMI, BM y OMC). Este énfasis en interpretar las condiciones del crecimiento económico desde la perspectiva preminente de la oferta permite ubicar esta nueva ofensiva liberal como una suerte de revancha de los sectores capitalistas, en un contexto de crisis de acumulación. Según Fontana (2013), desregular no era liberar las fuerzas de la economía; era pasarlas al control de los empresarios. En palabras de Kaletsky (2017), se “legitimó un enorme desplazamiento en la distribución de la riqueza, que pasó de manos de los trabajadores industriales hacia las manos de los propietarios y administradores del capital financiero”. Harvey plantea que la neoliberalización puede ser interpretada de dos maneras: como un proyecto utópico apoyado en un diseño teórico para la reorganización del capitalismo mundial, o bien como un proyecto político para restablecer las condiciones para la acumulación del capital y restaurar el poder de las elites económicas. Para él, esta última fue la forma dominante. (Harvey 2005: 25).
Es evidente que la imposición de un nuevo mainstream económico con la contundencia que ocurrió desde la década de 70 y 80 respondía a un contexto favorable para su marco interpretativo. El año 1973 suele ser presentado como el punto de arranque de una crisis económica a escala global que dio marco y legitimidad al advenimiento de nuevos enfoques mercado-céntricos. La secuela de acontecimientos desencadenados desde comienzos de los años 70, como los shocks petroleros, el fin de los acuerdos monetarios de Bretton Woods, el agotamiento del modelo fordista-keynesiano en las economías capitalistas centrales, y con ello las dificultades de sustentabilidad del Estado de Bienestar, puso fin a los llamados “años dorados” (1950-1973). Se sumaba a esto tanto el estrangulamiento de las economías más o menos cerradas en las regiones periféricas del mundo, como la tendencia al estancamiento terminal de las economías planificadas del “socialismo real”. El paradigma mercado-céntrico se nutrió de esas crisis.
Harvey ha señalado el fracaso de las izquierdas y los zigzagueos y experimentos caóticos de los liberales ante las diversas dimensiones de la crisis, lo que cristalizaría en el Consenso de Washington de los años 90, cuando el demócrata Bill Clinton bien pudo haber dicho, como señala Harvey, “ahora todos somos neoliberales” (Harvey 2005: 20)[6].
Mirowski (2013) ha ensayado una explicación de corte orgánico para describir analíticamente el desarrollo de la influencia neoliberal. Según su enfoque, ésta adoptó una configuración de “muñecas rusas”. Se trataría de una estructura cimentada, desde el centro, por la Sociedad de Mont Pélérin, llamada a desarrollar los contenidos teóricos sustantivos. Una segunda capa estaría constituida por algunas universidades (Chicago, Friburgo, Saint Andrews, etc.), espacios apropiados para la formación de nuevos adherentes. En el siguiente nivel, los componentes doctrinarios son traducidos a las circunstancias políticas locales; son los think tanks especializados dentro de contextos nacionales específicos[7]. Estos a su vez horizontalizan sus experiencias en redes internacionales, como la Red Atlas, fundada en 1981. Surgieron de inmediato numerosos divulgadores del credo. En el caso del Río de la Plata tuvo su cuarto de hora en los años 80 el francés Guy Sorman, editado en español en Buenos Aires[8].
De aquellos polvos estos lodos
Los enfoques económicos liberales estaban fuertemente enraizados desde larga data en Uruguay. Pero a partir de la crisis estructural que se manifestó en el país dese fines de los años 50 sus protagonistas encontraron un espacio fecundo para actuar. La llamada “crisis nacional” denotaba una percepción de agotamiento de su estructura productiva, de su inserción internacional, así como de la capacidad de regular el consenso en el plano político y social. Dicha parálisis no impidió que se desarrollara desde los años 60 un abanico de respuestas a la crisis desde diversos espacios partidarios, académicos y sociales, anclados en un amplio espectro de marcos ideológicos e influidos por una potente circulación transnacional de ideas.
La década del 60 arrancó con el fermental diagnóstico de la CIDE, seguido de su proyecto de desarrollo de corte estructuralista/cepalino de 1965. Ese proceso contó con un novedoso protagonismo de técnicos y académicos universitarios, muy particularmente economistas vinculados al Instituto de Economía de la FCEA. Pero la propia evolución de la crisis política y social dio impulso a un giro desde aquellas interpretaciones estructuralistas y keynesianas a lecturas dependentistas y marxistas, suerte de vuelco a la izquierda en los parámetros ideológicos convencionales (Messina 2021).
Sin embargo, al despuntar la década del 70, al giro señalado vino a sumarse otro vuelco, el de los partidarios del programa económico liberal, en medio del vigor que éste adoptaba a nivel global bajo la influencia de lo que sería la “revolución neoliberal”. ¿Cómo se vehiculizó ese programa en Uruguay? No es sencillo rastrear sus orígenes precisos. Más allá de la reorientación de las políticas públicas iniciada bajo el gobierno herrero-ruralista desde 1959 hacia posturas aperturistas y desreguladoras, trabajos recientes muestran el viraje hacia posiciones liberal/conservadoras en el conjunto del sistema político, muy en particular dentro del batllismo quincista, bajo la conducción de su líder Jorge Batlle desde 1965 (Ferreira 2013, Rodríguez Metral 2017). Viejas tradiciones liberales y nuevos impulsos de raigambre transnacional parecían converger en esa dirección.
Un grupo de técnicos inspirados por esta nueva ola pasó a ocupar un lugar central en la conducción económica del país desde 1972. Garcé (2002) los denomina “revisionistas”[9], en función de su formación dentro del humus desarrollista de la CIDE y su posterior viraje a posturas más próximas al imaginario liberal, en un “giro hacia la derecha”. En entrevista recogida por Garcé, Gil Díaz[10] sugiere que para algunos de sus protagonistas fue parte de un proceso de “conversión ideológica”[11]. En ese proceso, siguiendo testimonios de Gil Díaz y Bensión, habría sido fermental la influencia del intelectual brasileño Roberto Campos. Garcé presenta el periplo de este último como “un mix”: “ni desarrollista a secas, ni ortodoxo liberal”. Sin embargo, los propios “revisionistas” uruguayos percibieron a Campos como un ícono y más allá de ese movimiento aparentemente pendular, lo vieron como un “abanderado del liberalismo”.
Se presenta aquí un asunto de extremo interés. ¿Cómo se procesó en el caso uruguayo la convergencia del proceso político autoritario (que despunta hacia 1968 y se proyecta durante la dictadura civil/militar de los años 70 y 80) con la adopción de estrategias económicas liberales desde esferas estatales? Interesa observar que ante la resistencia social a las medidas de ajuste llevadas adelante por los gobiernos de Pacheco y Bordaberry (movilizaciones sindicales y estudiantiles, radicalización de la estrategia armada de la guerrilla), la reacción de derechas más notoria públicamente no tuvo un cariz de corte neoliberal. Era expresión de una derecha radical más próxima a otras derivas, de corte nacionalista, proclive a desbordes de impregnación fascista, de contenido moralista católico (más preocupada por los desbordes de un cine presuntamente porno, de las melenas de los muchachos, o de la masculinización de las señoritas). Se trataba en todos los términos de una potente reacción conservadora. En entrevista concedida a Clara Aldrighi, Héctor Gros Espiell, intelectual herrerista de convicciones liberales, manifestó que en los años que precedieron al golpe de Estado se produjo “la deriva haca la extrema derecha sufrida por algunos universitarios de ideas liberales… que terminaron confluyendo con los militares de ultraderecha en el campo del antiliberalismo, el antiparlamentarismo y la reacción.” (Aldrighi 2007: 353). El discurso económico de esa extrema derecha golpista, que se puede encontrar en semanarios como Nuevo Amanecer (de la JUP) o Azul y Blanco, no tenía un pelo de neoliberal; es más, coqueteaba con el programa estatal/corporativo de las viejas derechas fascistas. Puede que convergieran en esa línea con la conducción más gorilista de las FFAA. Pero lo cierto es que, sin un programa propio (dejando de lado el “canto de sirenas” de los Comunicados 4 y 7 de febrero de 1973), los militares terminarían por “comprar” el paquete liberalizador de los centros financieros internacionales, instrumentados por los ministros Végh Villegas y Valentín Arismendi.
Yaffé (2009) ha sintetizado los enfoques de varios analistas acerca de la caracterización de las políticas económicas aplicadas en Uruguay entre 1972 y 1982 y, más allá de matices entre ellos, los autores anotados apuntan al neto predominio de estrategias (neo)liberales. Desde esa perspectiva Yaffé aborda la siguiente pregunta: “¿Fue la dictadura el régimen político necesario para la implementación de un modelo económico” liberalizador? (169) El caso chileno, expuesto como ejemplo de “experimento de laboratorio” de esa relación (Harvey 2005, Fischer 2009, Escalante 2015) contribuyó a generar un cierto sentido común en torno a una respuesta afirmativa a esa pregunta.
Sin embargo, para el caso uruguayo, Yaffé propone entender las políticas aperturistas y liberalizadoras de los años ´70 como la profundización de una tendencia más larga, que se inició con la Reforma Monetaria y Cambiaria de 1959 y que encontraría un nuevo impulso en los años ´90. En todo caso, la dictadura habría sido una fase de profundización en clave autoritaria en esa trayectoria. Así, un “elenco civil integrado por emprendedores ideológicos liberales y/o técnicos especializados en economía que sintonizaban con las ideas liberales, aprovecharon la oportunidad única que se les presentó” (Yaffé 2009: 174). En una mirada sobre lo ocurrido en el Cono Sur, O´Donnell (1997) plantea que las fuerzas armadas, en su propósito de restablecer el “orden” y la “normalización” económica, con el apoyo de los centros del capitalismo mundial, convergieron con grupos de la vieja derecha y con la corriente “liberal-tecnocrática” orientada por el aparato teórico que le ofrecían Milton Friedman y sus discípulos. Bajo la apariencia de una política económica, señala el autor, ofrecían “nada menos que una ideología política, matriz organizadora de la percepción de la realidad y de los proyectos…” (104). No podemos soslayar un argumento de sentido común: el marco represivo proponía un escenario en el que las resistencias sociales a las políticas mercadocéntricas y antiestatistas, ya vigorosas desde los años ´60, podían ser aplacadas. He ahí una de las principales explicaciones del terrorismo de Estado desplegado entre 1968 y 1984.
Dentro de un contexto de fuerte censura, el régimen dictatorial silenció y excluyó selectivamente enfoques y debates de la agenda económico-social, muy en particular los enfoques marxistas y dependentistas. Pero hubo intersticios para que el perfil académico liberal tuviera visibilidad. Marchesi (2009) ha señalado cómo la dictadura llegó a habilitar una “esfera pública restringida”, “donde algunos actores sociales y políticos que apoyaron la dictadura tuvieron la posibilidad de influir en los destinos del régimen” (344), como fue el caso de la revista Búsqueda.
Búsqueda fue lanzada en enero de 1972 por el Centro Uruguayo de Estudios Económicos y Sociales (CUEES)[12], presidido por Carlos Végh Garzón[13], con el Dr. Ramón Díaz[14] como director responsable. En una historia del periódico, de tono apologético, se señala cómo, luego de vivir como “una pérdida de tiempo, una frustración” su pasaje por órbitas de gobierno, Díaz se dio cuenta de que “mi papel no era “infiltrar” al gobierno, sino tratar de cambiar las opiniones de los ciudadanos”[15]. Búsqueda se transformó en la principal usina de las ideas liberales, con referentes como el propio Díaz, el economista doctorado en Chicago Jorge Caumont o el periodista argentino Mariano Grondona[16]. Numerosas columnas de Búsqueda dan cuenta de la línea argumental de O´Donnell (1997) que presentábamos líneas arriba, en cuanto a que el proyecto “liberal-tecnocrático” corría en paralelo a una “ideología política”. En línea con la doctrina de la seguridad nacional, en la páginas de Búsqueda se argumentaba que “los regímenes autoritarios respondían a la necesidad de detener el comunismo” (Marchesi 2009: 353). Las relaciones del periódico con la dictadura no dejaron de ser ambiguas. Si el hecho de contratar a Danilo Arbilla[17] y a Manfredo Cikato (ambos trabajaban por ese entonces en las oficinas de prensa de Presidencia de la República) puede suponer una proximidad con el gobierno, devenido en dictadura desde 1973, cierto es también que el periódico sufrió censuras por parte del régimen[18]. Sus posturas en materia económica eran demasiado liberales a los ojos de los militares.
Como decíamos, el entorno de Búsqueda se transformó en un vigoroso impulsor de ideas liberales de resonancia transnacional ¿Podemos hablar, para esta época en Uruguay, de una configuración en forma de “muñecas rusas”, como propone Mirowski? No tenemos elementos contundentes para sustentarlo. Requiere una indagación a fondo de las interrelaciones entre las diversas instituciones de perfil liberal que cohabitaron en el Uruguay de los 70 y 80, atendiendo a la influencia y conexiones de personalidades concretas, a las convergencias doctrinarias y a sus eventuales adscripciones internacionales. Un estudio más acabado deberá considerar la participación en ese espacio de al menos las siguientes instituciones: el mencionado CUEES (creado en 1971 y cuna de Búsqueda), tal vez la primera expresión de lo que se ha dado en llamar un think tank, aunque de corta vida, al que habría que sumar otro conjunto de asociaciones más antiguas y de prestigio en el mundo académico y/o empresarial local: la Asociación de Dirigentes de Marketing del Uruguay (ADM, 1944), la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE, 1952), la Academia Nacional de Economía (1957) y la Fundación transnacional Konrad Adenauer (en Uruguay desde 1967). Más avanzado el tiempo surgiría un think tank referencial hasta el día de hoy: el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES, 1985).
Por otra parte, desde la órbita pública, se produjeron novedades en la formación de los economistas en el contexto de la Universidad intervenida por la dictadura. Por iniciativa del Banco Central del Uruguay, bajo la presidencia de Gil Díaz, este organismo y la FCEA organizaron un Doctorado en Economía en convenio con la Universidad de Columbia (1980-1982), dictado por connotados académicos del nuevo mainstream económico. A su vez, la FCEA impulsó dos cambios de planes de estudio (1977 y 1980) que respondían a esos nuevos vientos. Asimismo, en 1980 se reorganizó el Instituto de Economía (cerrado en 1973), ahora bajo la dirección del ya citado Alberto Bensión. En síntesis, un conjunto de dispositivos que iban en la dirección de institucionalizar los nuevos enfoques económicos liberalizadores. Dada esta influencia de académicos extranjeros en el entorno de la disciplina económica en Uruguay (tanto en los planes de estudio de 77 y 80, como en el Doctorado), cabe preguntarse: ¿nos encontramos ante el escenario de la "norteamericanización” de la disciplina económica de la que hablan Montecinos et al. (2012)? Cuestión que abre una indispensable línea de investigación para capturar de qué manera se instalaron los sentidos comunes que se han naturalizado en nuestros modos de vida bajo el manto de la “neoliberalización”.
Gabriel Bucheli. Docente Udelar.
Notas:
[1] Bajo la influencia de los trabajos del economista francés Thomas Piketty se han propagado los estudios sobre desigualdad a lo ancho del planeta. Destacan en Uruguay investigaciones desarrolladas en el Instituto de Economía de la FCEA-UDELAR. Es sugerente la reciente publicación de un trabajo de perfil multidisciplinario: Geymonat, Juan (coord.), Los de arriba. Estudios sobre la riqueza en Uruguay, Montevideo, FUCVM, 2021.
[2] https://www.clarin.com/politica/militantes-libertarios-jovenes-orgullo-derecha-anarcocapitalismo_0_WmE3C5fd6.html .Consultado el 27/3/2021.
[3] Escalante (2015) propone las siguientes: Ludwig von Mises, Socialismo: un análisis económico y sociológico, 1922; Walter Lippmann, The Good Society, 1938; Friedrich Hayek, Camino de servidumbre, 1944.
[4] La denominación de “neoliberales” fue autoadjudicada por los fundadores de la Sociedadde Mont Pélérin, pero la expresión no tardó en ser abandonada por sus propios mentores; prefirieron autorreferirse como “liberales clásicos”, excepto en muy contados espacios académicos. Ver Philip Mirowski en entrevista de Gabriel Delacoste, semanario Brecha, 17 de noviembre de 2018. Disponible en https://brecha.com.uy/el-poder-de-fuego-intelectual-de-la-izquierda-hoy-es-insuficiente/ Consultado el 14/1/2021.
[5] Entrevista a von Hayek en El Mercurio, 9/4/1981. (En Escalante 2015: 79).
[6] En alusión a la expresión anterior de Richard Nixon: “ahora todos somos keynesianos”.
[7] Acerca de la influencia de los think tanks en América Latina véase Montecinos et al 2012: 566-573.
[8] Sorman, Guy, La solución liberal y El Estado mínimo, ambos de Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1986.
[9] Garcé menciona dentro de la corriente “revisionista” a Alberto Bensión, José Gil Díaz, Juan José Anichini, Ricardo Zerbino, Jorge Peluffo y José Puppo. El contacto con Alejandro Végh Villegas y Ramón Díaz, dice Garcé, los llevó a “reconciliarse con el mercado”. Bensión y Zerbino fueron los redactores del PND liberalizador de 1972.
[10] Estudió Ciencias Económicas pero no egresó. Trabajó en el Instituto de Economía y participó en la CIDE e los años 60. Presidente del BCU entre 1974-1982, siendo quien ha tenido más permanencia en ese cargo.
[11] Diferentes testimonios tomados para este trabajo dan cuenta de un pasado izquierdista en algunos de los intelectuales liberales que adquirieron protagonismo en los años 70, como Bensión, Favaro y Caumont. Una investigadora que entrevisté para otro trabajo recuerda estas palabras de Bensión, por entonces director del Instituto de Economía (c.1982): “uno en la juventud no puede ser otra cosa que de izquierda…”
[12] El grupo, integrado por abogados, economistas y empresarios, procuraba difundir las ideas del liberalismo económico en un país que parecía mostrarse adverso a esas ideas (Marchesi 2009: 345)
[13] 1902-1984. Ministerio de Hacienda (1967), Presidente interventor del BROU (1968-1969). Presidente de la Cámara de Comercio (1962-1964). Padre del Ministro de Economía Alejandro Vegh Villegas en dos etapas de la dictadura (1974-76 y 1983-85).
[14] 1926-2017. Abogado, especializado en Economía. Subsecretario de Industria y Comercio (1968-1969). Director de OPP (1970). Presidente del BCU (1990-1993). En 1998 presidió la Sociedad de Mont Pélérin.
[15] Expresiones de Díaz en 1997, tomado de Linn 2007: 20.
[16] Argentina, 1932. Abogado y periodista de derecha, fue un activo colaborador en los golpes de 1955, 1962, 1966 y 1976 en su país.
[17] Como funcionario del Centro de Difusión e Información de Presidencia, era uno de los delegados del dictador Bordaberry ante la DINARP, según testimonio del Cnel. Regino Burgueño (Marchesi 2009: 339). Abandonó ese cargo en 1975. Fue secretario de redacción de Búsqueda desde su fundación. Fue director responsable entre 2003 y 2009.
[18] Esto ocurrió en 1975, en medio de críticas de Díaz a la ley de control de precios y a la sugerencia de cierre de PLUNA (le valió 5 días de detención) y en 1977 por críticas al Acta institucional No. 8 (clausura por 2 meses).
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