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Franco Morosoli Sevi

“Mil intelectuales piensan en el Tercer Mundo”

“Mil intelectuales piensan en el Tercer Mundo”: apuntes sobre la participación uruguaya en el Congreso Cultural de la Habana de 1968




Intervención de Fidel Castro durante el cierre del Congreso. Revista CUBA, febrero 1968, p. 76


En este breve artículo propongo esbozar algunas líneas sobre la participación uruguaya en el Congreso Cultural de la Habana realizado en 1968.[ii] No es mi intención aquí arrojar resultados contundentes, sino mencionar algunos puntos básicos que permitan resaltar la importancia del Congreso para los estudios sobre la Guerra Fría cultural en América Latina, y sus repercusiones en el Uruguay.


En los años sesenta, Cuba formaba parte de la marea revolucionaria del Tercer Mundo que fue repercutiendo diacrónicamente en muchos puntos del planeta. Alcanzó sus puntos más álgidos en los procesos de descolonización africanos que venían gestándose desde hacía unos años, en la guerra de Vietnam y también en la propia Revolución Cubana. En un plano cultural atravesado totalmente por la política, el país caribeño se había constituido en uno de los principales centros de producción cultural del momento, siendo el epicentro de la “familia” intelectual latinoamericana sesentista y residencia de una gran cantidad de intelectuales que se habían instalado allí siguiendo el ejemplo del Che.[iii] Dentro de este contexto, 1968 se presentó internacionalmente como un año especialmente convulso, signado por la rebelión y la presentación de estudiantes e intelectuales como nuevos agentes sociales partícipes de los procesos de transformación. En este marco, el Congreso nació con el objetivo de poder establecer qué lugar le correspondía a la cultura dentro de los procesos revolucionarios del Tercer Mundo.


El Congreso Cultural de La Habana


El Congreso Cultural de La Habana nació como un complemento de las articulaciones políticas establecidas a partir de la Conferencia Tricontinental de 1966, y de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) de 1967, ambas establecidas en la capital cubana con el objetivo de promover la acción revolucionaria en el continente. Pero en esta ocasión, además de aglutinar a heterogéneos y dispersos sectores que componían la “nueva izquierda” mundial, se buscó convocar a las principales voces de la intelectualidad que adherían a los procesos de liberación nacional surgidos en Asia, África y América Latina.


Los preparativos estuvieron estrechamente vinculados al entorno de la Casa de las Américas, institución que se había creado en 1959 con el propósito de reforzar los lazos culturales de Cuba con América Latina. Desde la institución se advertía una nueva situación en el mundo signada por la ofensiva estadounidense en el plano cultural, mediante la financiación de proyectos científicos y culturales por parte de organismos o fundaciones de Estados Unidos, como los Planes Simpático, Camelot o las actividades del Congreso por la Libertad de la Cultura.


Pero además de buscar contrarrestar ese imperialismo cultural, el Congreso también pretendió constituir un bloque revolucionario intelectual alternativo a los designios del socialismo real soviético. Es decir, profundizando la intención de conformar una nueva intelectualidad revolucionaria sumida en los problemas políticos, sociales y culturales del Tercer Mundo. Así, los intelectuales debían aportar su reflexión teórica acerca de la relación subdesarrollo-antiimperialismo, la práctica social y la conciencia individual, y también sobre cómo incorporar a la cultura en un proceso revolucionario. Simultáneamente, su participación y demostración pública de apoyo a las metas del Congreso contribuirían a la causa internacionalista cubana en el mundo.[iv]


Por ello, se centró en la peculiaridad del Tercer Mundo con el objetivo de poder trascender teóricamente la lógica de la Guerra Fría y de la coexistencia pacífica entre las dos principales potencias mundiales, al ubicarse en el marco de los procesos de descolonización iniciados en la segunda posguerra y en las emergentes luchas de liberación nacional. El tema general del Congreso fue “El colonialismo y el neocolonialismo en el desarrollo cultural de los pueblos del Tercer Mundo”, dividido en cinco ejes concretos: I) “Cultura e independencia nacional”, II) “La formación integral del hombre”, III) “Responsabilidad del intelectual ante los problemas del mundo subdesarrollado”, IV) “Cultura y medios masivos de comunicación” y V) “Problemas de la creación artística y del trabajo científico y técnico”.


Se llevó adelante entre el 4 y el 12 de enero de 1968 y contó con la participación de alrededor de 500 intelectuales provenientes de 70 países. Se trataron de unas jornadas que gozaron de una enorme repercusión en toda la isla y que estuvieron acompañadas por una serie de actividades en las que participaron más de cien mil personas, entre ellas la 9° entrega del premio Casa de las Américas y un ciclo sobre literatura latinoamericana. Participaron intelectuales de renombre, en su enorme mayoría hombres, de variadas profesiones. Por sólo nombrar alguno/as de los asistentes: Rodolfo Walsh, Roberto Fernández Retamar, Jorge Semprún, André Gunder Frank, René Depestre, Julio Cortázar, León Rozitchner, Aimé Césaire, Eric Hobsbawm, Perry Anderson, Ralph Miliband, Alejo Carpentier, Haydeé Santamaría, entre mucho/as otro/as. Además, otros invitados que no pudieron asistir: Jean Paul Sartre, Ernst Fischer, Bertrand Russell y Thiago de Mello enviaron saludos al evento mostrando su solidaridad; y aludiendo motivos de trabajo o salud no se hicieron presentes Mario Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Glauber Rocha y Louis Althusser.


La participación uruguaya


Según los datos que ha recabado la historiadora española Valeria González Lage, dentro de los países subdesarrollados, Uruguay fue junto a la República Árabe Unida (en ese momento compuesta únicamente por Egipto tras su separación con Siria) el país que tras Cuba (64), México (24) y Argentina (10), más delegados aportó con 8.[v] Resaltando que no todos los delegados en el Congreso tuvieron derecho a ponencia, por lo que muchos asistieron en calidad de observadores, con distintos grados de participación se hicieron presentes los escritores Mario Benedetti e Hiber Conteris, el cineasta Mario Handler, los ingenieros Nelson Salles y José Luis Massera, el sacerdote Juan Carlos Zaffaroni, el poeta Alberto Mediza, el arquitecto Victorio Casartelli y el psicólogo Jorge Galeano.


Carlos Quijano también fue invitado, pero aludiendo compromisos laborales rechazó la invitación. Por ello, viajaron los periodistas Hugo Alfaro y Carlos María Gutiérrez para cubrir el Congreso por el semanario Marcha. De sus crónicas se desprende la participación, al menos en los eventos informales, de la actriz Dahd Sfeir y de la periodista María Esther Gilio.[vi]


Es interesante resaltar la heterogeneidad ideológica de los invitados uruguayos, quiénes por aproximación/simpatía o de manera orgánica, representaban diferentes expresiones y sensibilidades de las izquierdas uruguayas: Zaffaroni, Benedetti, Handler y Conteris eran cercanos al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), Salles era miembro del Partido Socialista, Massera, Casartelli y Mediza integraban el Partido Comunista, Quijano, Alfaro y Gutiérrez pertenecían a lo que podríamos llamar “izquierda independiente”.[vii]


Sin duda alguna, la participación uruguaya más destacable fue la de Mario Benedetti, quién era ya para ese entonces un intelectual con cierto prestigio político y literario (cuestión hasta cierto punto indisoluble en el momento). Su intervención obtuvo una amplia repercusión en medios cubanos y extranjeros, disparando numerosas polémicas a lo largo del continente. El escritor participó en la comisión III (“Responsabilidad del intelectual ante los problemas del mundo subdesarrollado”), teniendo como encargados de la misma a los cubanos Roberto Fernández Retamar, Wilfredo Torres, Ambrosio Fornet, al guineano Seydou Badian Kouyale y al argentino Julio Cortázar. Benedetti presentó su ponencia “Sobre las relaciones del hombre de acción y el intelectual”, en dónde trató una de las cuestiones más debatidas dentro del campo intelectual latinoamericano: ¿cuál debía ser el rol del intelectual en los procesos revolucionarios tercermundistas? y ¿cómo debía ser la relación de los intelectuales con los militantes combatientes –hombres de acción-? Allí presentó de manera moderada, algunos de los planteos antiintelectualistas que comenzaban a ser hegemónicos dentro del campo y que reclamaban la subordinación total de los intelectuales a las vanguardias políticas revolucionarias. Moderadamente porque, a diferencia de otros miembros de la intelectualidad revolucionaria, sostuvo una postura afirmativa, pero matizada, sobre la subordinación de lo cultural a lo político inmediato.[viii]


Pero más allá de la intervención del escritor, otros uruguayos también tuvieron una participación destacable. Hiber Conteris participó en la comisión III con la ponencia “El intelectual como intérprete, crítico y transformador de la realidad social”, con planteamientos a grandes rasgos coincidentes a los de Benedetti.[ix]


José Luis Massera copresidió la comisión V (“Los problemas de la creación artística y del trabajo científico y técnico”) junto a los cubanos Alfredo Guevara, Zoilo Marinello, Jesús Díaz, y el argelino Maoloud Moumani.


José Carlos Zaffaroni viajó como delegado en representación de los sacerdotes católicos, quienes le rindieron homenaje al sacerdote Camilo Torres, miembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia y muerto en 1966. En su ponencia resaltó que Torres “al morir por la causa revolucionaria, dio el más alto ejemplo de intelectual cristiano comprometido con el pueblo”.[x] Además, también fue entrevistado por medios cubanos debido a las tesis presentadas en su obra “Marxismo y cristianismo”, publicada originalmente en 1966.[xi]


El cineasta Mario Handler presentó dos cortometrajes: “Carlos” (1964), y “Elecciones” (1967), éste último codirigido junto a Ugo Ulive. Enmarcado dentro del grupo de jóvenes cineastas que se hicieron presentes, desde la revista CUBA se describió su obra como “una evidente muestra de los caminos, tanteos y angustias del nuevo cine latinoamericano, que se debate entre la falta de recursos, la censura, la represión y la necesidad de expresar la realidad con un lenguaje auténtico y valiente”.[xii]


Algunas reflexiones finales


El Congreso finalizó con las palabras de Fidel Castro, ubicando a la cultura en un lugar prioritario para la política revolucionaria y no como un efecto estrictamente subordinado a la estructura económica y su desarrollo, catalogándose a la producción cultural como una condición necesaria para cualquier pretensión transformadora que tuviera lugar en los países subdesarrollados. A pesar de ello, la “luna de miel”, como denominó la investigadora Claudia Gilman a la relación entre los intelectuales y la Revolución Cubana, se terminó apenas tres años después de realizado el Congreso producto del encarcelamiento por “actividades subversivas” del poeta cubano Heberto Padilla. El conocido como “caso Padilla”, marcó un punto crítico en la relación entre ambos. Algunos intelectuales se solidarizaron con el poeta y se distanciaron de la dirigencia cubana, lo que valió que aquellos que continuaron alineados a ésta última los criticaran duramente por haberse desmarcado de las posturas de la vanguardia política. Así, la “familia” izquierdista intelectual latinoamericana quedó partida en dos: quienes continuaron apoyando el proceso y admitieron como definición la figura del intelectual revolucionario, y quienes retomando la tradición intelectual sustentada por el ideal crítico se opusieron a la subordinación de lo cultural a lo político inmediato.[xiii]


Sin embargo, lo ocurrido años después no debe llevar a menospreciar o infravalorar la experiencia del Congreso, en tanto que probablemente haya supuesto el momento más importante a la hora de (re)pensar la labor del intelectual en contextos tercermundistas o subdesarrollados. En ese espacio confluyó una intelectualidad heterogénea y amplia que coincidió en problematizar el dilema entre la construcción profesional de un saber, la expresión artística y la militancia política, cuestionando los posicionamientos tradicionales respecto de su rol en la sociedad y, más aún, discutiendo su propia conformación, sus prácticas específicas, sus producciones culturales y sus vínculos con otros sectores sociales y políticos.


En este sentido, considero necesario remarcar la escasa atención que ha suscitado la participación uruguaya en una experiencia histórica importante del continente durante el siglo XX. Más allá de la figura de Benedetti, que como he mencionado ha sido fundamentalmente analizada debido a los debates y polémicas que suscitó, sería útil analizar la participación del resto de los uruguayos –o también la participación en su conjunto- para poder identificar posibles líneas de investigación que contribuyan a los estudios ya existentes sobre la Guerra Fría cultural en el Uruguay y el continente.


Como posibles caminos a seguir, se podrían identificar ciertos itinerarios, trayectorias, redes y espacios de sociabilidad compartidos por la delegación dentro del marco transnacional de la experiencia (uno de ellos los conformados en base a la extracción profesional); también la circulación y recepción de ideas y productos culturales (claros ejemplos son los mencionados films de Mario Handler, o el libro de Juan Carlos Zaffaroni) y por último el impacto y las repercusiones del Congreso en los participantes (como una de ellas: la crítica de José Luis Massera a la intervención de Mario Benedetti)[xiv]. En síntesis, todavía un largo camino por recorrer.




Revista CUBA, enero 1968, p. 9

Intelectuales extranjeros llegados para el Congreso visitan y trabajan en el recién creado Cordón de La Habana.



Fotografía del archivo de El Popular ubicada en el Centro de Fotografía de Montevideo. (Salón de Actos de la Facultad de Arquitectura, 22 de marzo de 1968). Informe público de la delegación participante en el Congreso tras su regreso, convocado por el Comité Nacional Coordinador de Apoyo a la Revolución Cubana. De izquierda a derecha: el segundo es Mario Handler, cuarto Victorio Casartelli, sexto José Luis Massera, séptimo Alberto Mediza. Sin orden de aparición: José Luis Álvarez, Jorge Galeano y Nelson Salles.

[i] Estudiante avanzado de la Licenciatura de Historia en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE). Actualmente trabajando en su tesis de licenciatura centrada en la experiencia argentina del Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura (FATRAC), frente cultural del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Integrante del Grupo de Estudios sobre Trabajo, Izquierdas y Género (GETIG).


Notas

[ii] “Mil intelectuales piensan en el Tercer Mundo” fue el eslogan utilizado por la revista político-cultural “CUBA”, como parte de la propaganda sobre el Congreso. [iii] El haitiano René Depestre, el salvadoreño Roque Dalton, el peruano Javier Heraud, el chileno Enrique Lihn o el mismo Mario Benedetti entre mucho/as otro/as. [iv] Es interesante el análisis que realiza el investigador argentino Leonardo Candiano sobre las diferentes nociones de intelectuales expuestas en el Congreso, y también respecto al contexto ideológico del campo intelectual cubano del momento. Véase Candiano, Leonardo. “El congreso cultural de La Habana de 1968. La subversión de la noción de intelectual”, De Raíz Diversa, Vol 5, N° 10, julio-diciembre 2019, 13-140. [v] Sobre la organización, participantes y más datos relacionados, véase: González Lage, Valeria. “Objetivos, discursos y protagonistas del Congreso Cultural de La Habana (1968)”, Sémata, Vol 31, 2019, pp. 273-296. [vi] Las crónicas de Hugo Alfaro y Carlos María Gutiérrez fueron publicadas de manera dividida en varios números de Marcha. Véase: Marcha, N°1386-1391, enero-febrero 1968. Además, en el caso de Alfaro fueron recopiladas, con prólogo de Mario Benedetti, en: Alfaro, Hugo, Ver para querer, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1970. [vii] No he podido comprobar la filiación político-ideológica del psicólogo Jorge Galeano. [viii] La ponencia fue inicialmente publicada en la revista cubana Revolución y Cultura, en febrero de 1968. Posteriormente, según Candiano también fue publicada en Casa de las Américas (Cuba), Revolución y Cultura (Cuba), Barrilete (Argentina) y Ruedo Ibérico (España). La ponencia fue luego recopilada en Benedetti, Mario, Cuaderno cubano, Montevideo, Arca, 1969. [ix] Hiber Conteris fue también jurado del Premio Casa de las Américas ese mismo año en la categoría teatro. [x] Cristianismo y Revolución, N° 6-7, abril 1968, Buenos Aires, p. 75. [xi] CUBA, febrero 1968, La Habana, pp. 49-50. [xii] CUBA, febrero 1968, La Habana, p. 89. [xiii] Para ver las repercusiones del “caso Padilla” en la intelectualidad latinoamericana, véase: Gilman, Claudia, Entre la pluma y el fusil, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 234-251. [xiv] Una vez retornado al Uruguay, José Luis Massera publicó en la revista Estudios –órgano teórico-político del PCU-, un resumen de lo ocurrido en el Congreso. Criticó la heterogénea composición ideológica y política de los invitados: “junto a marxistas auténticos, había trotskistas y otros elementos contrarrevolucionarios, sin hablar de una gran masa, probablemente bien intencionada a la revolución y el marxismo, pero con muy poca cohesión ideológica”; y también retomó la discusión suscitada tras la intervención de Benedetti, siendo muy crítico con éste. Véase: Estudios, N° 46, mayo 1968, pp. 88-92.

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