Foto: Mural de la sucursal del Cerro de la Caja de Pensiones del Frigorífico, José Gurvich, 1963. Tomado de Flickr: Hanne Therkildsen
El Cerro evoca muchas sensaciones e impresiones, tanto para cerrenses como para quienes no lo somos. ¿Por qué elegirlo? Es un espacio geográfico y social que permite múltiples entradas para la investigación, y la comparación con otros, por ejemplo, Aires Puros (Duffau, 2012) o Maroñas en Montevideo, Juan Lacaze o Paysandú; Berisso en Buenos Aires (Lobato, 2004) o Sao Miguel Paulista en San Pablo (Fontes, 2008), tareas por realizar o profundizar. O puede ser un caleidoscopio para observar episodios, mentalidades y prácticas, y procesos sociales y políticos en Uruguay u otros espacios del mundo.
“Montevideo qué lindo te veo, con tu Cerro y tu Fortaleza”, no parece ser la imagen actual; menos la de aquellos inmigrantes y sus familias -italianos, españoles, rusos, lituanos, armenios, griegos y muchos más- del siglo XIX y parte del XX, forzados a migrar, como los migrantes internos -algunos de ellos, de origen afro-, que constituyeron la fuerza de trabajo en saladeros y luego frigoríficos, en el trabajo naval en diques y entrenados en otros oficios según las fases del desarrollo capitalista industrial. Ni tampoco es la del “paralelo 38” -aludiendo a las Coreas en guerra de 1950 a 1953- cuando los obreros y estudiantes en los 50 y 60s, en especial los friyeros, luchando por sus reclamos, su dignidad y por solidaridad, muchas veces controlaron el ingreso a la Villa desde el puente sobre el arroyo Pantanoso.
Estos muy diferentes Cerros imaginados y recordados desde el hoy desde distintos confines de la memoria, por personas con edades, géneros y vivencias también dispares, nos permite intentar pensarlo y situarlo históricamente. La formación y transformación de la localidad Villa del Cerro en un barrio de Montevideo se produjo a inicios del siglo XX, en 1913 (Gautreau, 2006), en tiempos del reformismo político y social liderado por José Batlle y Ordóñez. Ese primer batllismo impulsó estatizaciones y nacionalizaciones, legislación laboral protectora de sectores asalariados urbanos –no incluyó a los rurales ni al servicio doméstico-, leyes de divorcio, separación de la Iglesia del Estado, en ese Uruguay de un millón de habitantes. También en reclamo para conseguir y mantener esos derechos laborales y una mejor vida hubo fuertes luchas de trabajadores y sus organizaciones y confrontaciones con empresarios y Estado, en los años diez (Muñoz, 2012 a, 2012 b), en “la República Conservadora” de los “largos años 20” (1916-1928) y durante el régimen dictatorial de Terra (1933-1938).
De la era del saladero se pasó a la del frigorífico, primero la Frigorífica Uruguaya (1904), el Frigorífico Montevideo (1912) se transformó en Swift de Montevideo de capitales estadounidenses en setiembre de 1916; en octubre de 1917 se instaló el Frigorífico Artigas, luego comprado por la empresa Armour y Compañía de Chicago. Finalmente, el Nacional desde 1928 dando una fisonomía obrero-fabril al barrio desde los años diez y más acentuadamente desde los 20s. Desde las décadas de los 40 y 50 el Cerro concentraba tres de los grandes frigoríficos del país: los tres mencionados, el cuarto era el Anglo (1923) en Fray Bentos. Fueron tiempos de auge del sector a impulso de la segunda guerra mundial y la política de industrialización impulsada por el Estado, de políticas socio-laborales integradoras, reguladoras de la acción gremial en el medio urbano –como con los Consejos de Salarios-, y en lo económico-social, de creación de una nueva clase trabajadora (Porrini, 2005). Existían otras actividades remuneradas, como el Dique Nacional (reparación de barcos), la empresa textil de Pedro Sáenz, pequeños comercios y oficinas públicas. Además del trabajo no pago en las múltiples tareas de reproducción social y familiar que, invisiblemente, hacían las mujeres en los más de doce mil hogares que tenía el Cerro hacia fines de los 50 e inicios de los 60. Podría pensarse como una “inmensa fábrica disgregada”, con más trabajadoras/es que en las fábricas-, en un total de casi 47000 habitantes, casi un 4% de la población montevideana de entonces (Instituto Nacional de Estadística, Censo de 1963).
Forjando comunidad
Posiblemente desde los 40, al calor del auge de la industria y de la fundación de la Federación Obrera de la Industria de la Carne y Afines, Autónoma (FOICA-A) como sindicato principal, y las filiales de entonces, se fue formando una comunidad obrera centrada en la actividad laboral, que impregnaba el territorio.
Símbolos de la Federación Autónoma de la Carne y del Sindicato Obrero del Frigorífico Artigas. Fuente: fotos tomadas por Rodolfo Porrini en el local de la Asociación de Jubilados de la Industria Frigorífica y Afines (AJUPEN-FOICA), Cerro, c.2014.
El historiador Eric Hobsbawm (1991: 80) al ver la coincidencia del ámbito de residencia y la concentración laboral reconoce “comunidades en el sentido literal de la palabra”, “lugares donde el trabajo, el hogar, las diversiones, las relaciones industriales, el gobierno local y la conciencia de ciudad-natal estaban íntimamente relacionados”, y que fueron lugares “donde los movimientos obreros establecieron sus baluartes”. E.P.Thompson, en su fabulosa obra sobre la formación de la clase obrera inglesa analizó la “comunidad”: “Las presiones tendentes a la disciplina y el orden se extendían desde la fábrica, por una parte, y la escuela dominical, por otra, a todos los aspectos de la vida: el ocio, las relaciones personales, la forma de hablar, los modales” (Thompson, 1989: 448). En este sentido, la comunidad se construye en un espacio donde se comparte el tiempo de trabajo y de no trabajo, generándose relaciones sociales y formas de sociabilidad específicas, desde la intención de la “disciplina y el orden”. Para la historiadora argentina Lobato “no hay una sola forma de construir comunidades y muchas veces coexisten unas con otras”. Y señala que “una comunidad se construye activamente con la creación de significados compartidos. Esos sentidos son diseminados por el lenguaje a través de los relatos orales, de la prensa, la literatura y de las prácticas que los instituyen” (Lobato 2020: 11, 16-17). O sea, la comunidad era territorio, relaciones sociales particulares, asociaciones diversas, luchas, encuentros y desencuentros, límites restringidos o ensanchados según el vecino o el momento, construcción de interpretaciones y conciencias de diversas pertenencias.
En el Cerro de los años 40 a los 60s, el sentimiento comunitario se estructuró (principalmente) en torno al trabajo friyero, sus familias, tal vez opacando otras actividades asalariadas y también las realizadas por parte de sectores sociales medios, como profesionales, periodistas, funcionarios. También el de las mujeres. Como mencioné antes, actividades invisibles como trabajo eran las realizadas por mujeres en los cerca de 12 mil hogares, muchas de las cuales además trabajaban en actividades fabriles -frigoríficos y textil-, como maestras y empleadas, en el servicio doméstico o en diversos trabajos a domicilio. Quizá esto podría ayudar a entender por qué les era muy difícil hacerse lugar en la dirección sindical, a pesar de su importante presencia en ciertos ámbitos asalariados, llegando por lo general a niveles de delegada y en las bases, o solamente a tener vida gremial. También tenían dificultada su participación política y “tiempo libre”, por las tareas cotidianas en sus hogares, como por las ideas y prácticas patriarcales predominantes en torno a los roles de género. Débora Céspedes me contó de su pasaje como trabajadora en frigoríficos, militante y Secretaria de Actas de la Federación Autónoma de la Carne en sus primeros años, y reflexionó sobre los efectos de la huelga de 1943 en el Cerro y su gente (Porrini, 2005). La obrera textil y cerrense María Julia Alcoba (2014: 43-44) recuerda la huelga del sector en 1950, su trabajo en Lana Uruguaya y las acciones solidarias del barrio, la FOICA-A y la lucha contra los y las carneras: “pusimos piquetes en las esquinas de la fábrica para que no entraran a trabajar los rompehuelgas”, y destacó “las mujeres tuvimos gran participación en esta lucha. Las obreras textiles ganamos la calle. Instrumentamos cosas que sabíamos que les dolían a las carneras”.
Las acciones de la comunidad produjeron “creaciones desde abajo”, por la propia comunidad cerrense. Jorge Bentancur, con documentación de la Comisión de Fomento Edilicio y Social del Cerro fundada en 1950, mencionó objetivos y logros, buscando desde su creación instalar “un hospital, una escuela industrial, un liceo de Enseñanza Secundaria, un mercado vecinal, oficinas públicas, parques de recreo y deportivos, alumbrados, viviendas económicas” (J.Bentancur, 1993). Hay que agregar la formación de las cooperativas de consumo (trabajadores del Frigorífico Nacional, la impulsada por el libertario Ateneo Libre Cerro-La Teja) y la casa “maternal” (D.Bentancur, 2014). Los trabajadores y las trabajadoras pensaban, construían y disputaban la gestión de su barrio.
Geografías y acontecimientos
Hubo episodios presentes en la tradición oral barrial, casi míticos, que marcaron la fuerte presencia del friyero en el barrio y la zona, de límites más imprecisos, que abarcaba más allá del casco formado por la Avenida Carlos María Ramírez, la Bahía, la calle Suiza y la ladera del Cerro: lo era la zona semirural al norte de la Avenida, el Casabó, las instalaciones del Swift y del Nacional en Punta de Sayago, la de la textil Ferrés en Punta Yeguas, el balneario Pajas Blancas.
Menciono tres acontecimientos. Algunas generaciones las vivieron y repitieron, no todos hoy las conocen, en tanto existen rupturas significativas de lazos intergeneracionales, además de disputas de memorias en torno a hechos complejos o traumáticos que “rompen” la idea de comunidad armónica y de las tensiones que la componen o exceden.
El primero, ubicado por la tradición oral imprecisamente en el tiempo reveló la victoria del obrero-boxeador Angelito Rodríguez –campeón sudamericano en 1917- sobre el prepotente gerente inglés que en “mal castellano” tomaba trabajadores a la entrada del frigorífico Swift al grito de “¿guano o trompi?”. La Sección Guano era considerada una de las más duras e insalubres, y elegir “trompi” implicaba someterse al castigo del gringo boxeador. Una mañana de los años 20, Ángel desafió al inglés, lo derrotó boxeando, y se dice que desde ahí se terminó esa forma infame de tomar gente a la entrada del frigorífico: “desde entonces se eliminó el molinete y se eliminó el brete” (testimonio de Enrique Toja, en Medina, 1994: 97).
El segundo episodio fue la breve huelga de fines de enero de 1943, originada en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, al ser sancionados y luego despedidos diez obreros de la sección “carga y descarga” del Frigorífico Nacional (Frigonal), todos varones (estibadores de la carne), acusados de sabotear, colocando una bomba en un barco inglés. La solidaridad con ellos fue inmensa, la huelga se extendió por el barrio e incluso en el Anglo de Fray Bentos. Frente a la Federación Autónoma de la Carne, la Federación de la Carne afiliada a la comunista Unión General de Trabajadores (UGT), creyó en la versión de un gerente del Frigonal que era sabotaje y no apoyó la huelga, yendo a trabajar los pocos trabajadores en que influyó. Se puede ver una virulenta campaña contraria a la huelga en la prensa del periodo, el diario comunista Diario Popular o el oficialista diario El Tiempo, y a favor, el socialista El Sol o el anarquista Voluntad. Esta huelga generó una gran división en la familia y la comunidad cerrense que se estaba constituyendo, una separación política de los militantes comunistas del resto del barrio (Céspedes, en Porrini, 2005:320). De allí se tejieron muy distintos relatos –acusatorios de los “traidores”, explicatorios de la acción de no respetar la mayoría que decidió la huelga por ser contra los Aliados en la guerra (Cáceres, en Porrini, 2005: 324-325), a lo largo de décadas, hasta hoy (Porrini, 2005: 251-326).
Un tercer elemento identitario barrial fue dado por la situación casi insular –al menos en los 50 y parte de los 60- en que el puente sobre el Pantanoso podía impedir o demorar la llegada de fuerzas policiales, del transporte no autorizado o de “carneros” a los establecimientos del Cerro, hasta el retiro y luego reparto de alimentos de comercios mayoristas (Cores, 1989: 200; Mechoso, 2006: 105). Desde las huelgas “solidarias” de 1951 y 1952 y hasta fines de los años sesenta, ese lugar se constituyó en el “paralelo 38”, aunque habitantes de La Teja llevaron el límite de ese paralelo a la Plaza Lafone, un poco más allá del Pantanoso, ya en territorio tejano. Lo cierto es que las barricadas, los enfrentamientos entre obreros, estudiantes y vecinos, con sus adversarios, ya fueron policías o “krumiros” o rompehuelgas, dieron muestra de la fuerza social, cultural y material de una comunidad en lucha, en determinados momentos de su historia. Algunos lugares tenían el letrero “aquí no entran milicos ni carneros”, siendo estos, varones o mujeres, castigados en momentos de huelga por no cumplir lo que entendían era su deber de clase oprimida.
Crisis, resistencia y (cerca de) la revolución
La crisis de la industria frigorífica y sus cambios, en el marco más amplio de la crisis económica uruguaya, generaron nuevas formas que afectaron al Cerro. La huelga de hambre de 1955 como medida de lucha inédita en el país. Luego de una victoriosa huelga friyera a mediados de 1956, apoyada por distintas centrales y sindicatos de la época –muy fragmentados-, de la FOICA-A partió la iniciativa de formar una central sindical. Si bien ello no ocurrió, se formó la Comisión Coordinadora Pro Central Única (1956-58) apoyando solidariamente varios conflictos sindicales, continuó en el proceso que culminó con la fundación en 1961 de la Central de Trabajadores del Uruguay (CTU) y luego, con mayor amplitud y pluralidad ideológica, desde 1964 a 1966, en la Convención Nacional de Trabajadores, la CNT. La Federación nunca se integró a ellas, no obstante participó en forma fraterna durante el Congreso del Pueblo en 1965 –citado por la CNT- y luego del congreso de unificación sindical de la CNT setiembre-octubre de 1966 en movilizaciones y medidas de lucha que promovió.
Foto durante la huelga de hambre de agosto de 1955 en local de la Federación Autónoma de la Carne, en Grecia 3681, Cerro, Montevideo. Fuente: tomada de foto original en la AJUPEN-FOICA, Cerro, c.2002.
Imagen de la llegada a Montevideo de la marcha a pie de los friyeros del Anglo desde Fray Bentos, a 230 kilómetros de la capital, junio 1956.
Los capitales extranjeros se retiraron del Swift y del Armour a fines de 1957, comenzando una larga lucha por mantener las fuentes de trabajo. Implicó discusiones sobre las alternativas ofrecidas, que fueron varias. Mientras socialistas y comunistas habían propuesto la "nacionalización" o “estatización”, el Ateneo Libre Cerro-Teja, afín a los libertarios, la "colectivización" como en la Revolución Española de 1936. Estos debates abarcaron la Federación Autónoma de la Carne y sus filiales –Swift, Artigas, Nacional, Sociedad de Carga y Descarga, los empleados de ASEIF y los del Abasto-, pero también de los vecinos, la comunidad obrera. No obstante, esos debates en el campo popular, primó la solución política al aprobarse la ley Nº12.542 (16/10/1958), reabriendo uno de ellos como Establecimientos Frigoríficos del Cerro Sociedad Anónima (EFCSA).
Presencia femenina en Sección Conserva del EFCSA, que atribuye a las trabajadoras ciertas características (orden, aseo, limpieza, entre otras) que debieran tener para trabajar en la sección. Fuente: Revista EFCSA, febrero 1961, p.7, localizada en la AJUPEN-FOICA, Cerro. Foto tomada c.2017.
Unidad obrero-estudiantil. Volante del Plenario de sindicatos frigoríficos, la FEUU, la Asociación del Liceo del Cerro y de otra organización, posiblemente estudiantil, 7/8/1968. Fuente: Foto de Volante localizado en el local de la AJUPEN-FOICA, Cerro, c.2017.
Bienio crucial: 1968-1969
Los “años sesenta” fueron una explosión, en muchos sitios del mundo, en América y en lugares de Uruguay. En el Cerro, en medio de la masiva movilización estudiantil montevideana, en particular del nivel secundario, también se dieron intensas luchas, tanto obreras, como de estudiantes del Liceo 11 y de la UTU. Entre abril y setiembre, múltiples jornadas en las calles, los obreros ocupando el Nacional y los estudiantes el Liceo, y junto a los vecinos cerrando la entrada por el puente sobre el Pantanoso. El 20 de setiembre de 1968 hubo intensos enfrentamientos entre cerrenses con las fuerzas del orden, con barricadas, control de ómnibus y de un supermercado por los obreros, y heridos de bala por ambos bandos. Al año siguiente, en medio de debates estratégicos y tácticos del sindicalismo –en mayo ocurrió el Primer Congreso de la Convención Nacional de Trabajadores- se produjo la gran huelga frigorífica que puso en tensión la fuerza obrera frente a las patronales y el Estado. Se extendió desde abril a mediados de agosto de 1969, culminado con una transacción: se perdió una conquista de décadas -2 kg de carne diarios a cada trabajador- a cambio de una compensación en dinero, que fue perdiendo valor con la fuerte inflación de la época; muchos despidos y cierre de secciones del Nacional. Distintas interpretaciones –victoria, derrota- alimentan hasta hoy aquella huelga. No obstante, la gran unidad barrial y apoyos sindicales y políticos, la clase obrera y población cerrense fue perdiendo en condiciones de vida y trabajos, debilitándose. Los cambios en la estructura de la producción cárnica en el mundo y el Uruguay descentraron las “grandes moles de cemento” en pequeñas fábricas fuera de Montevideo, con trabajadores con escasa o nula experiencia asociativa, más vulnerables en el contexto autoritario de los 60, aunque desde mediados de la década algunos de esos nuevos sindicatos llevaron luchas importantes, integrados por esos “nuevos” trabajadores y trabajadoras.
Denuncia de situación de desocupación en Cerro y La Teja en 1971 por el periódico de la Resistencia Obrero Estudiantil (ROE). Fuente: Compañero, Montevideo, 29/4/1971, p.3.
Algunos apuntes sobre los años posteriores
Luego del golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y la instalación del régimen civil-militar, en el Cerro, los frigoríficos que quedaron, EFCSA y el Nacional fueron cerrando hacia fines de esa década. Desde entonces, la vieja comunidad obrera cambió. De comunidad pasó a barrio de trabajadores, y por carecer de fuentes de trabajo, “barrio dormitorio”, aunque ciertos hilos permitieron que algunas características, muy arraigadas, permanecieran en la nueva forma que asumió la comunidad barrial.
Imagen. Dibujo de Eduardo Labraga representa el momento en que colocaron una bandera del Partido Comunista en la Plaza de Deportes del Cerro y enjabonaron el palo. Para quitarla las autoridades tuvieron que usar una grúa. Fuente: Foto de un dibujo de Eduardo Labraga, en Telegramas de vida, Montevideo, 2012.
Imagen derecha: Dibujos de la cárcel del militante y pintor Julio Mancebo, incluye fotos de la represión y actividades en el local de la Federación Autónoma de la Carne y otros, en distintos momentos. Fuente: Foto tomada del Museo de la Industria frigorífica, local de la AJUPEN-FOICA, Cerro, c.2017.
La dictadura, como en todo el país, reprimió y cercenó derechos, pero a la vez de los cambios económicos y el cierre de fuentes de trabajo en el barrio, vinieron nuevos habitantes. Este conjunto de transformaciones demográficas y económico-sociales y hechos políticos, vieron nacer nuevos Cerros. Y en las memorias, también se fueron creando imágenes y recuerdos de aquel Cerro que cada uno vivió, experimentó e imaginó.
En el Cerro hoy, con múltiples espacios y nuevos límites entre otros procesos complejos y muchos cambios, aún destaca la solidaridad como “más que una palabra”, en medio de otras actitudes y comportamientos individualistas, siempre presentes en la sociedad que vivimos. Ollas populares y merenderos en varios centros sociales respondiendo a la crisis y la emergencia de pobreza en la ciudad y el barrio, alimentada por acciones colectivas, organizaciones sociales e iniciativas barriales, en definitiva, por la comunidad (de trabajadores, estudiantes, vecinos, militantes) aún activa.
En 2014 un cerrense reflexionó: "yo creo que el Cerro está en una etapa de resistencia social, esa comunidad que fue, pero se va perdiendo ... ya no es lo dominante; hay gente admirable que hace un esfuerzo enorme y mantiene una cantidad de cosas ... mantener la memoria histórica" (D.Bentancur, 2014).
Historia, memorias. Historia construida críticamente con la materialidad de las fuentes escritas, los registros sonoros de protagonistas y testigos (hombres y mujeres, jóvenes y niños) teniendo en cuenta diferencias y desigualdades, buscando sus experiencias de clase y personales, deseos y fracasos; los censos y las leyes; la sabiduría de los estudiosos locales; las fotos, periódicos y actas gremiales. Y también de la perseverancia de los y las investigadores/historiadores examinando esas fuentes, recorriendo a pie el territorio, intentando captar la cultura barrial y laboral de la comunidad, sus tiempos de trabajo y de no trabajo, sus memorias de resistencia o subordinación, y sus creaciones desde abajo. Comprender el presente, teniendo en cuenta lo pretérito, un conocimiento trabajado, provisorio y radical en esta forma de hacer Historia.
Rodolfo Porrini. Historiador, Docente Libre del Instituto de Ciencias Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), integrante del GETIG, especialista en tema de historia de las clases trabajadoras en el Uruguay del siglo XX; autor de La nueva clase trabajadora uruguaya (1940-1950) (Montevideo, Dpto de Publicaciones de la FHCE, 2005); Movimiento sociales (Nuestro Tiempo, 2014) y Montevideo, ciudad obrera. El ‘tiempo libre’ desde las izquierdas (1920-1950), Montevideo, CSIC, 2019.
Notas:
[1] Este texto se nutre de los debates teóricos-metodológicos y los productos de investigación de los proyectos de los cuales soy responsable, “El Cerro en los 60 ¿comunidad obrera o barrio de trabajadores? (1957-1973)” (2017-2020) y “Memorias, historias y re-construcción de la comunidad barrial del Cerro. Primera fase (1969-1980)” (desde 2020, en curso), ambos financiados por CSIC/Udelar; integrado el primero de ellos por Agustín Juncal y Lucía Siola, y quienes también participan del segundo, Francis Santana, Alesandra Martínez y Tania Rodríguez, y solo integradas al segundo, Jazmina Suárez y Clara Perugorría. Agradezco los aportes en temas de género a Eva Taberne y Alesandra Martínez, y en otros aspectos a Francis Santana, Lucía Siola, Tania Rodríguez y Sabrina Alvarez.
Referencias bibliográficas, fuentes, testimonios orales y Archivos
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Archivos consultados
Museo de la Industria Frigorífica y Afines (y su archivo), en AJUPEN-FOICA, Grecia 3681, Cerro/Montevideo, visitado en 2001-2002, 2014, 2017.
Archivo de la Asociación de Jubilados y Pensionistas del Cerro (AJUPEN-Cerro), visitado en 2019-2020.
Biblioteca Nacional (Montevideo), Sección Hemeroteca. Visitada 2017-2019.
Archivo de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), Montevideo, visitado 2019-2020.
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