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Hemisferio Izquierdo

Editorial: ¿La nueva reacción? *


Ilustración: Ramiro Alonso


Las teorías conspirativas, el nacionalismo asociado al antiglobalismo, los negacionismos de la ciencia oficial, los fundamentalismos culturales, no resultan discursos novedosos en sí mismos y se han presentado en diversas circunstancias sociales en el transcurso de la historia.


Las teorías conspirativas aparecían ya en el s. XVIII como “marcos explicativos” de procesos revolucionarios, teniendo un auge importante durante los siglos siguientes en la persecución del pueblo judío. Los nacionalismos responden a procesos propios de la modernidad cuando surgía el mismo concepto de “nación”. Cierta forma de antiglobalismo ya se hacía sentir apenas creada la ONU. Los negacionismos de la ciencia oficial pueden encontrarse en diversos contextos, siendo la vacunación una práctica que encontró fuertes oposiciones desde sus orígenes. Y en lo que a cuestiones de género respecta, las actitudes que remiten a un compromiso absoluto hacia formas culturales y sociales consideradas modelos sagrados de la realidad, pueden rastrearse en nuestra sociedad en las oposiciones al voto femenino y al divorcio y, por supuesto, aún más atrás.


Todos estos ejemplos hablan de la profundidad histórica de las sensibilidades sociales de lo que hoy categorizamos como nuevas formas de reacción o de derecha. Entendiendo que se trata de un fenómeno novedoso, no por los contenidos particulares de los discursos que lo constituyen, entendidos de forma separada, sino por las particulares articulaciones que han ido conformando, donde el carácter ecléctico de sus expresiones – a veces objeto de caricaturizaciones - es capaz de canalizar múltiples descontentos sociales, a través de representaciones totalizantes de lo social y de los enemigos a los que oponerse.


Los lenguajes agresivos e inescrupulosos de la mayoría de sus líderes (muchos de ellos jóvenes influencers), tienden a ser efectivos en tanto enuncian con elocuencia algunas grandes problemáticas de nuestro presente. A grandes rasgos, podemos caracterizarlos por el antielitismo que señala a las elites mundiales y denuncia una conspiración superior, oscura, inaprensible, a la vez que configura un nuevo anti izquierdismo que reacciona a las políticas redistributivas y las agendas de derechos de los gobiernos progresistas, asociando a la izquierda con la expansión de una “hegemonía” cultural a escala global.


La impugnación del enfoque de género y el feminismo - o “ideología de género” tal como la llaman-, denuncia la subversión de los límites que definen la familia tradicional y heteronormativa, los roles sociales de varones y mujeres y quiénes son los encargados de impartir los conocimientos al respecto (la guía de educación sexual y reproductiva para Educación Inicial y Primaria en un nuestro país fue un foco de esta reacción), y que son decodificadas como formas de imposición cultural asociadas a “la hegemonía de izquierda”.


Por más descabellados que parezcan estos rasgos, precisamos comprender las articulaciones políticas y de sentido que habilitan, en el marco de las expresiones del descontento social que canalizan y sus posibilidades de enunciación a través de formas políticas más agresivas (discursos del fin de los tiempos, conspiraciones mundiales, oscurantismo y misticismo, regresiones mágicas, etc.), que junto a un registro de confrontación parecen darle otros marcos a lo político: “ni izquierda ni derecha”, netamente conservador.


Si bien muchos de sus exponentes tienen una fuerte presencia en las redes sociales desde las que amplifican sus discursos, también ocupan territorios y lugares que tradicionalmente fueron espacios de inserción para la izquierda, tales como los barrios populares, encontrando cierto arraigo a su vez en el interior del país. Para las personas que se sienten identificadas con estos discursos, supone también una revalorización y afirmación de una identidad muchas veces degradada socialmente, y este espacio de resignificación parece asociarse a la restitución de un orden simbólico que es visto como amenazado, a la vez que se restablece el lazo social y las solidaridades a través de la construcción de comunidad como puede ser el caso de las iglesias en momentos de descomposición social y precariedad absoluta de la vida.


Lo cierto es que muchas de estas expresiones se han mostrado eficaces a la hora de capitalizar el malestar antisistémico, impugnando el establishment político y económico, y en este sentido vienen a disputar el lugar de las izquierdas a través de relatos cuyo atractivo yace, además, en su carácter “alternativo”.


La búsqueda de salvación ante la agonía de lo social -ya sea de forma individual en las variantes New Age, o colectivas de las iglesias- es una forma de construir sentido (mal que nos pese), y ufanarse del ateísmo como forma de conciencia prístina que solo ha colaborado con la incapacidad de las izquierdas para asumir la representación política transversal de los sectores populares.


Ante este escenario de decodificación del malestar en clave reaccionaria y reelaboración del lazo político entre las derechas y los sectores populares, las izquierdas progresistas y socialistas necesitamos pensar cómo abordar estas formas de lo político, porque ni la indiferencia ni su sátira desde la solapa ilustrada han dado buenos resultados. Las preguntas están abiertas.





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