Denunciar y señalar la violencia de los oprimidos y colonizados no solo es inmoral, sino también racista. La población colonizada tiene derecho a resistir por cualquier medio necesario, especialmente cuando todas las vías políticas y pacíficas se han estancado u obstruido.
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Tras los ataques que Hamás perpetró contra Israel el 7 de octubre de 2023, en los que 1.400 personas murieron, hubo una lluvia de advertencias de los medios masivos; políticos y analistas de Occidente insistían en que quien quisiera expresar una opinión sobre lo sucedido y los subsiguientes crímenes de guerra en Gaza, debía antes que nada denunciar a Hamás. No hacerlo explícitamente o intentar colocar a los eventos en su contexto histórico o destacar las causas profundas del conflicto era interpretado como
una condonación de las acciones de Hamás (es decir, que quien expresara esa opinión era simpatizante de Hamás) y calificado de antisemitismo.
Fue como si la historia del denominado conflicto palestino-israelí hubiera comenzado el 7 de octubre, y no con la Declaración de Balfour en 1917, mediante la cual el Gobierno colonial británico anunció su apoyo al establecimiento “en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. El anuncio culminó con lo que palestinos y árabes denominan la Nakba (o catástrofe) en 1948, cuando se fundó el Estado de Israel mediante una limpieza étnica, masacres generalizadas y el desplazamiento de cientos de miles de palestinos. A ello le sucedieron más guerras, más violencia, más asesinatos y más ocupación de nuevos territorios. Ello dio lugar a más desplazamientos, más asentamientos ilegales y más bombardeos, que se cobraron las vidas de cientos de miles de palestinos y obligaron a millones a vivir como refugiados.
No ahondaré en esta historia, dado que existen numerosos recursos excelentes que lo han hecho de manera brillante, sino que mi objetivo es establecer algunos paralelismos con la historia de la lucha anticolonial en Argelia a fin de demostrar que denunciar la violencia del oprimido/colonizado y del opresor/colonizador en términos iguales es insustancial, corto de miras e injusto. Los dilemas morales, debates sobre la violencia y discrepancias en torno al modo en que el pueblo oprimido o colonizado
debería resistir y qué puede hacer no son nuevos.
Cuando pienso en Palestina, no puedo evitar trazar paralelismos con el caso de mi tierra natal, Argelia,durante la era colonial (de 1830 a 1962). No es casualidad que el apoyo popular más ferviente a la causa palestina proviene de las clases trabajadoras populares de Argelia, dado que ambos países experimentaron o experimentan un colonialismo de asentamiento violento y racista. Para entender el por qué, resulta útil consultar los escritos y análisis de Frantz Fanon sobre lo que denominó “violencia
revolucionaria” en su obra maestra Los condenados de la tierra, basada en sus experiencias en Argelia y África Occidental en la década de 1950 y comienzos de la década de 1960. Los Condenados de la Tierra es un ensayo canónico sobre la lucha anticolonial y ha servido como una especie de biblia para las luchas por la liberación en países desde Argelia hasta Guinea‐Bissau, Sudáfrica, Palestina y el movimiento de liberación negra en los Estados Unidos.
Fanon describió en profundidad los mecanismos de violencia creados por el colonialismo para someter al pueblo oprimido. Fanon escribió: “El colonialismo no es una máquina de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza y no puede inclinarse sino ante una violencia mayor”.
Según Fanon, el mundo colonial es un mundo maniqueo, que, llevado a los extremos de su lógica,“deshumaniza al colonizado. Propiamente hablando, lo animaliza”. Para el autor, “Liberación nacional, renacimiento nacional, restitución de la nación al pueblo, Commonwealth, cualesquiera que sean las rúbricas utilizadas o las nuevas fórmulas introducidas, la descolonización es siempre un fenómeno violento”.
La lucha por la independencia de Argelia contra los colonialistas franceses fue una de las revoluciones antiimperialistas más inspiradoras del siglo XX. En el marco de la ola de descolonización que había comenzado tras la Segunda Guerra Mundial (en la India, China, Vietnam y varios países africanos), la Conferencia de Bandung declaró que estos movimientos eran parte de un “despertar del Sur”, un Sur que había estado sometido durante decenios (en algunos casos durante más de un siglo) a la dominación imperialista.
Tras la declaración de guerra en Argelia el 1 de noviembre de 1954, se cometieron atrocidades en ambos bandos (1,5 millones de personas murieron y varios millones más fueron desplazadas del lado argelino, y decenas de miles de personas murieron del lado francés). Los dirigentes del Frente de Liberación Nacional (FLN) tenían una valoración realista del equilibro de poder militar, que se inclinaba considerablemente a favor de Francia, que en aquel entonces contaba con el cuarto mayor ejército del mundo. La estrategia del FLN se inspiraba en el dictado del dirigente nacionalista vietnamita Ho Chi Minh: “Por cada nueve de los nuestros que maten, mataremos a uno de ellos –al final, se irán”. El FLN quería crear un clima de violencia e inseguridad que finalmente fuera intolerable para los franceses, internacionalizar el conflicto y señalar la lucha de Argelia a la atención del mundo. Sobre la base de esta lógica, Abane Ramdane y Larbi Ben M’hidi decidieron llevar la guerra de guerrillas a zonas urbanas y lanzar la Batalla de Argel en septiembre de 1956. No hay mejor forma de apreciar este
momento clave y dramático de sacrificio que a través del clásico film realista de 1966 de Gillo
Pontecorvo: La batalla de Argel. En la película, hay un momento dramático cuando el Coronel Mathieu, una versión ficticia del General Massu en la vida real, lleva al dirigente del FLN Larbi Ben M’Hidi a una conferencia de prensa en la cual un periodista cuestiona la moralidad de ocultar bombas en las cestas de compras de las mujeres. “¿No cree que es un tanto cobarde utilizar las cestas y bolsos de mujeres para
transportar los explosivos que matan a tantas personas?”, pregunta el periodista. A lo que Ben M’hidi responde: “¿Y no le parece aún más cobarde lanzar bombas de napalm en localidades indefensas, por lo que hay mil veces más víctimas inocentes?”. Denos sus bombarderos y nosotros les daremos nuestras cestas”.
Gracias a la amplia cobertura favorable de la revolución argelina en la prensa afroestadounidense, varias proyecciones locales de La Batalla de Argel y la obra de Fanon, Argelia pasó a ocupar un lugar fundacional en la iconografía, retórica e ideología de capítulos clave del movimiento afroestadounidense por los derechos civiles, que vieron la conexión de su lucha con las luchas independentistas de las
naciones africanas.
Tras su visita a Argelia en 1964 y el sitio de la Casba de la Batalla de Argel contra los franceses en 1956-1957, Malcolm X declaró: “Las mismas condiciones que existían en Argelia y obligaron al pueblo, al noble pueblo de Argelia a recurrir finalmente a tácticas de tipo terrorista que eran necesarias para liberarse por fin de sus opresores, esas mismas condiciones existen hoy en día en todas las comunidades negras de los Estados Unidos”. Unos meses más tarde, en 1965, declaró: “No estoy a favor de la violencia. Si podemos lograr el reconocimiento y respeto de nuestro pueblo por medios pacíficos está muy bien. Todos quisiéramos alcanzar nuestros objetivos por medios pacíficos, pero también soy realista. Las únicas personas en este país a las que se les pide que no sean violentas es a las personas negras”.
Al enterarse del asesinato de Martin Luther King Jr. en 1968, el dirigente de las Panteras Negras Eldridge Cleaver proclamó: “La guerra ha comenzado. La fase violenta de la lucha por la liberación negra ha llegado y se expandirá a partir de ese disparo, de esa sangre. Los Estados Unidos se pintarán de rojo.
Habrá cadáveres desparramados por las calles y escenas similares a las noticias repugnantes, atemorizantes y escalofriantes provenientes de Argelia durante el auge de la violencia generalizada justo antes de la caída del régimen colonial francés”.
Nosotros también debemos cuestionar la narrativa de culpabilizar a las víctimas que se centra en los palestinos como víctimas imperfectas. En palabras de la catedrática estadounidense-palestina Noura Erakat, ello equivale a la “absolución de y la complicidad con la dominación colonial de Israel”. Al elegir destacar la violencia palestina, nuestro mensaje a ellos “no es que deben resistir más pacíficamente, sino que no pueden resistir la ocupación y agresión israelí en absoluto”.
Denunciar y señalar la violencia de los oprimidos y colonizados no solo es inmoral, sino también racista.
La población colonizada tiene derecho a resistir por cualquier medio necesario, especialmente cuando todas las vías políticas y pacíficas se han estancado u obstruido. En los últimos 75 años todo intento palestino de negociar un acuerdo de paz ha sido rechazado o socavado. Todo medio no violento ha sido bloqueado. En medio de una ocupación colonial salvaje y condiciones de apartheid, sería adecuado que toda conversación sobre justicia y responsabilidad de la violencia contra civiles comenzara con el opresor. Según la racionalidad del levantamiento y la rebelión de Fanon, los oprimidos se alzan porque simplemente no pueden respirar.
Elegir centrarse en denunciar la violencia palestina es similar a pedirles que acepten su destino pasivamente –que mueran en silencio sin resistir. Centrémonos, en cambio, en un cese del fuego inmediato, en detener la segunda Nakba que se está desatando, en poner fin al sitio y la ocupación, mientras expresamos solidaridad con el pueblo palestino en su lucha por libertad, justicia y autodeterminación. ¡Las vidas palestinas importan!
Hamza Hamouchene
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