Ilustración: Rocío Piferrer
"Pues el destino de una mujer es ser paciente y siempre callar, esperar como un fantasma sin habla, hasta que una voz cuestionadora deshaga el hechizo del silencio..."
- Priscilla de Henry Wadsworth Longfellow
-”¡Ellas también!”, fue lo primero que pensó Yessica, sorprendida, mientras que a Emily se le dibujaba una sonrisa en el rostro. La mueca no era como la que le regala a su hijo al verlo jugar o la de satisfacción cuando termina de confeccionar una prenda. Esa vez sintió una felicidad extraña, porque lo que la llevaba a allí no era algo alegre. Y, sin embargo, sonreía.
-“Rarísimo”, así lo sintió Victoria. Ninguna tenía idea de quiénes eran las otras mujeres sentadas alrededor de una mesa antigua de madera en la sala principal de un edificio con olor a masitas recién horneadas mezclado con naftalina ubicado sobre la calle San José, en donde se encuentra la organización Cotidiano Mujer.
-“¿Qué mierda hago acá?, ¿por qué querría hablar de mí con estas mujeres?”, se preguntó a sí misma Gabriela. El silencio del ambiente estaba invadido por pensamientos individuales. Laura, que es psicóloga, “se llevó obligada” porque sabía que era una instancia difícil, pero necesaria.
Anaclara llegó cinco minutos tarde a la cita y vio la ronda ya conformada. En ese instante el cuerpo se le paralizó, se sentó en la silla que quedaba libre y, mientras el resto se presentaba, ella trataba de recuperar el aliento.
De antemano solo sabíamos que había algo en común entre nosotras: haber transitado por experiencias de abuso sexual. “Invitamos a todas aquellas mujeres mayores de 18 años que han sufrido abuso sexual a integrarse a un grupo de trabajo con acompañamiento psicológico desde una perspectiva feminista”, todas -de una forma u otra- recibimos ese mensaje y respondimos a la invitación de la ONG.
La consigna para ese primer encuentro era una simple presentación. Mas en las dos horas que duró la reunión casi todas pronunciamos parte de la historia que nos llevó a ese lugar.
No fue el caso de Nelly, que escuchaba con atención pero no emitió palabra, era la primera vez que reconocía ante otras personas haber vivido abuso sexual. Bueno, la segunda, después de que de niña su madre no le creyera cuando describió lo que le hacía su hermano mayor.
“Un mismo idioma”
Miradas atentas. Cabezas que asentían. Algunas lágrimas, risas y sonrisas. Así era el panorama desde la óptica de las integrantes de Cotidiano Mujer que realizaron la convocatoria, las únicas presentes en el espacio además de las convocadas. Por dentro todas éramos un saco de nervios.
A pesar de lo atípica que le resultaba la situación, Victoria también sintió que hablaba el mismo idioma que las desconocidas que la rodeaban y se animó a mencionar la edad a la que sufrió abuso sexual: 8 años.
Cada historia nos hacía notar la empatía que sentíamos entre todas. “Yo las admiré desde el primer momento, después me di cuenta de que ellas se sorprendieron de mi valentía tanto como yo de la de ellas”, dice Paola, quien ese día contó que su padre abusó de ella y de sus amigas durante toda su infancia.
Así se conformó por primera vez en Uruguay un grupo de mujeres víctimas de abuso sexual a través de una convocatoria pública.
Con recorridos distintos, estados anímicos variados, historias diversas, tipos diferentes de abusos, nos une la intención de transformar lo individual en colectivo.
No podemos, sin embargo, eludir que un antecedente similar a nuestra experiencia se remonta a las 28 mujeres que en 2011 se reunieron para denunciar la violencia sexual vivida durante la dictadura.
Con el tiempo descubrimos que teníamos más en común. Nelly hoy puede hablar de sus ataques de pánico y la agorafobia que padece en algunas circunstancias. Yessica se anima a contar cómo en muchos sueños se le aparece el rostro de su violador. Paola narra la falta de autoestima que experimenta hasta el día de hoy y que la llevó a padecer desórdenes alimenticios durante su adolescencia. ¿Depresión? Casi todas. ¿Trastornos de ansiedad? Varias. ¿Intentos de suicidio? Otras tantas.
Politizar el abuso
“Lo personal es político”, ese era el título que llevaba el llamado de Cotidiano Mujer. Dimensionar al abuso sexual como una problemática social implica reconocer que éste sucede porque existen lógicas que producen y legitiman esta forma de violencia.
La madre de Nelly le pidió que nunca más hable del tema. La familia de Julieta no menciona siquiera la palabra violación, prefieren hacer como que nunca existió. El hermano de Paola todavía se vincula con su padre y nunca pudo siquiera manifestarle su repudio ante los abusos que perpetró. La madre de Laura le pidió no contárselo al padre para “no hacerlo sufrir”.
Resignificar nuestra experiencia desde la perspectiva del feminismo implica entender que lo que sucedió en nuestros cuerpos es una expresión de la desigualdad de los géneros. El feminismo nos hace ver que lo que nos pasó no fue porque tuvimos “mala suerte”, o que hicimos algo para provocarlo, sino que hay una lógica patriarcal que nos atraviesa.
Es más fácil responsabilizar a una persona que a la sociedad toda. Que la sociedad se haga cargo implica resquebrajar el orden establecido, porque hace que instituciones como la familia, el Estado o la Iglesia pierdan su fuerza ante un caso de abuso. Y la respuesta más facilista es alegar que es un caso aislado, que es un enfermo suelto y que nadie vio nada.
Mirar el abuso con el lente del feminismo te hace cuestionar cosas que dabas por seguras, como que el malo está afuera -pensemos en los mitos del “lobo feroz” o del “hombre de la bolsa”. Cuando según datos de Naciones Unidas el 35% de las mujeres en el mundo sufrieron violencia física y/o sexual por parte de su compañero sentimental o violencia sexual por parte de otra persona distinta, sin contar el acoso sexual. Además, uno de cada diez adultos -en mujeres el dato es una de cada siete- vivimos abuso sexual cuando éramos menores de edad. Es decir que todos -incluso sin saberlo- conocemos a más de un abusador y muchos son personas cercanas a la víctima, en menores en un 90% de los casos.
“Luego de entender esta lógica nos alejamos de amigos, familia y personas que legitiman situaciones de abuso”, cuenta Yessica. Paola asiente y añade: “Para muchos por un largo tiempo fui la loca que se fue de la casa sin explicaciones”. “Se desvelaron muchos secretos”, agrega Laura.
El afán por visibilizar
Reflexiones, relatos, debates, intercambios, estuvieron presentes alrededor de la mesa. Allí se compartió mucho dolor, pero también un montón de amor. “El feminismo nos unió y permitió una resignificación de la experiencia”, dice Gabriela, quien tuvo una hija a los 12 años producto de una violación.
“Visibilizar” fue una palabra que surgió constantemente en las charlas. Queríamos y queremos salir de este grupo privilegiado.
Sí, nos consideramos privilegiadas. Tuvimos el privilegio de identificar que transitamos por situaciones de abuso sexual, problematizarlo, entender nuestras historias individuales como una lucha colectiva, conocernos entre nosotras y brindarnos apoyo de forma constante.
“Es la primera vez que siento que pertenezco a un colectivo feminista”, manifiesta Emily. Nelly observa que muchas mujeres pobres, del barrio periférico en donde se crió y vive no se identifican con el feminismo que ven en la tele, porque no se acerca siquiera a su realidad y las luchas que dan en el día a día. "Muchas feministas desde la academia y con toda la buena voluntad manejan palabras y conceptos que no se entienden, que resultan ajenos para muchas", agrega Laura.
Hay varones que sufren abusos sexuales, a quienes les cuesta aún más hablar del tema porque los mostraría débiles y “amanerados”, lo contrario al estereotipo de “macho” que se les impone. En ese punto también cargan con el peso del patriarcado.
Pobres, ricos, personas en situación de calle, población migrante, personas privadas de libertad, personas con discapacidad, de cualquier género, queremos llegar a todos. Porque el abuso sexual no discrimina y hay abusadores sexuales en todas partes. El objetivo es que quienes vivieron o viven abuso sexual sepan que algo se puede hacer y que no están solas y solos en esto.
La culpa a los culpables
Culpa, culpa, culpa y más culpa. Que algo habré hecho para provocarlo. Que no tendría que haber ido a ese lugar a esa hora. Que debería haberme cuidado más. Que me acerqué demasiado. Que sentí placer sexual con lo que me hacía. Que por qué no hablé antes. Nos invade la culpa y no sabemos cómo desterrarla de nuestro ser.
Porque la mirada del otro nos juzga, pero el automartirio es prácticamente inevitable. ¡No! No hicimos nada. ¡No! No nos tenemos que privar de habitar los espacios. ¡No! No nos descuidamos. “Desde la razón lo entiendo, pero en la práctica es más complicado”, enfatiza Natalia que más de un jueves faltó a las reuniones porque los recuerdos la movilizaban demasiado y se le hacía cuesta arriba afrontarlo.
El relato con el que comienza esta nota aúna dos jornadas con las mismas características pero distintas protagonistas. Es que en total Cotidiano Mujer convocó a tres grupos entre fines de 2018 y mediados de 2019. Las integrantes de dos de ellos conformamos colectivos -llamados Laurencias Cotidianas y Colectiva Elefante- y trabajamos en conjunto en varios proyectos.
"¿Por qué te interesa participar en el grupo?", "¿qué considerás que es el abuso sexual?", "¿qué sentís y/o pensas en torno a esta temática?". Responder esas tres preguntas es la condición sine qua non para ingresar a un grupo cerrado de Facebook llamado “La Culpa a los Culpables”, generado por uno de nuestros colectivos. Su fecha de creación data de menos de un año atrás y cuenta con casi 300 miembros.
Su objetivo, como reza su descripción, es difundir redes de atención y contención para personas que han transitado esta experiencia, compartir recursos destinados a estas personas y compartir bibliografía, material audiovisual, entre otros.
Algunas de las integrantes de esta comunidad virtual -hasta ahora hemos sido solo mujeres- participaron en varios encuentros presenciales que están ayudando a tender redes de contención, apoyo y acción.
Derribando mitos
18 de diciembre de 2019. Noche. Barrio Cordón. Un cálido y pintoresco bar alberga a alrededor de 60 personas. Están allí para hablar sobre los mitos que rondan el abuso sexual con integrantes de nuestros colectivos.
El silencio, la cosificación, las relaciones de poder, la indignación, el perdón, fueron algunas de las ideas y conceptos que surgieron y se debatieron durante las dos horas que duró la jornada. Este año esperamos poder replicar esta experiencia en diferentes espacios del país.
Paola fue una de las integrantes que participó del emotivo encuentro, al que asistió una tía con la que pudo hablar por primera vez sobre su historia. “Fue una experiencia enriquecedora intercambiar con personas, que incluso algunas nunca habían hablado sobre abuso sexual, saber qué piensan y quitar ciertos prejuicios, por ejemplo, que la víctima de abuso lo denuncia de inmediato”.
La denuncia judicial
"No quiero engañar a nadie, el colectivizar y resignificar no borró el hecho de que un hombre decidió abusar sexualmente de mí, eso sucedió y va a acompañarme durante toda mi vida, pero sí puedo asegurar que el camino para sanar es colectivo", expresa Yessica. Tras participar en uno de los grupos, la joven sintió el respaldo de sus compañeras y de las profesionales de la ONG para encaminarse en un proceso de denuncia. Habían pasado 9 años de su violación, un año más y el delito hubiese prescrito.
Denunciar es una forma de poner al abuso en el lugar que corresponde: un delito. “Relatar y ser escuchada me permitió, por fin, colocarme en el lugar de víctima, pero ya no desde el miedo o la fragilidad, sino desde la resistencia y la lucha”. Pero la judicialización es una vía personal. Sugerir hacer una denuncia es lo más fácil, pero llevarla a cabo es un proceso agotador y que no se puede transitar en soledad. Yessica cuenta que se necesitan personas que te ayuden a sostener mientras revivís tus vivencias a través del relato minucioso que se exige.
De las 19 mujeres que integramos los colectivos, solo cinco denunciaron su caso, el resto jamás se animó o no llegó con los tiempo judiciales. Si bien en Uruguay las denuncias por abuso sexual crecieron un 200% en 2019 y solo entre enero y setiembre del año pasado fueron casi 1.000, esta cifra sería una ínfima parte del total. Una investigación en América Latina realizada por la organización internacional Sexual Violence Research Initiative estima que solo el 5% de las víctimas adultas de violencia sexual notifica el incidente a la policía y la justicia.
El escrache
Este mes la denuncia de Yessica cumple un año, pero su abusador todavía sigue libre. “Muchas veces me dieron ganas de escracharlo, porque quiero alertar a otras de que este tipo es un peligro”, cuenta la denunciante, que añade que últimamente le han vuelto las ganas de recurrir a este mecanismo, aunque no lo ha hecho.
Los escraches han sido un tema de discusión y problematización entre nuestros colectivos. Entendemos que surgen como una reacción ante la impotencia que genera los tiempos lentos de la justicia y la complicidad del silencio que poseen los abusadores en todos los espacios.
Saber quién es potencialmente peligroso es una forma de cuidarnos entre todas. Sin embargo también puede ser un arma de doble filo porque los abogados saben que pueden dar una contra denuncia por "Daños y perjuicios". Y aquí el peligro es para toda aquella mujer que comparte datos de alguien contra el que no tiene pruebas.
Por eso, desde nuestros colectivos decidimos hacer una convocatoria -que sigue vigente- para difundir relatos de abusos sin dar nombres, pero sí lugar, edades, situaciones. Entendemos que de esta manera sacamos a la luz distintos tipos de abusos para que quienes están transitando o han transitado situaciones así puedan reconocerse y buscar ayuda de una forma cuidada.
Recibimos las historias al mail laculpaalosculpables@gmail.com y contestamos a la persona con el relato de otra para que lo comparta en sus redes sociales y en adición se comparte en la página de Facebook "La culpa a los culpables".
Deshacer el hechizo
De repente esas desconocidas con las que nos mirábamos sin saber muy bien qué decir para romper el hielo hoy son parte de nuestras vidas. Nos reunimos, trabajamos juntas, comemos, salimos, tomamos, fumamos, jugamos con los niños de algunas. Estamos juntas. Y así marchamos este 8 de marzo. Sosteniendo pancartas y cantando contra el patriarcado.
Miradas cómplices. Frentes en alto. Algunas lágrimas, risas y sonrisas. Sabemos que tenemos mucho por delante pero también que contamos con las otras para reconstruirnos colectivamente desde otro lugar de conciencia y sanación, y así deshacer el “hechizo del silencio”.
* Colectivas conformadas a instancia de la convocatoria de Cotidiano Mujer "Lo personal es político".