Ilustración: Mariana Escobar
A mediados de los años sesenta Alice Rossi denuncia en una prestigiosa revista científica la baja presencia de mujeres en la ciencia a nivel mundial: ¿Por qué tan pocas?, se pregunta[1]. Más de treinta años después Virginia Valian cuestiona los avances en la integración de mujeres a la ciencia académica: ¿Por qué tan lento?, se pregunta[2]. Hoy en día, y a pesar de importantes cambios, estas preguntas siguen estando vigentes. Primero porque las mujeres continúan siendo pocas y avanzando lento en el acceso a algunos niveles de estratificación de la ciencia académica a nivel mundial. Segundo, porque entender cuáles son los factores que obstaculizan el avance de las mujeres es clave para remediar situaciones de inequidad. Estos obstáculos nos privan del potencial aporte que mujeres científicas podrían hacer a nuestras sociedades.
Veamos qué dicen algunos números ¿Son realmente pocas las mujeres? La matriculación de mujeres en la educación terciaria a nivel mundial comienza a incrementarse a partir de la década de los setenta y en los ochenta supera la matrícula de varones en América del Norte y Europa occidental. El mismo fenómeno se consolida en América Latina a partir de los noventa. En Uruguay ocurre un poco antes, la matrícula de mujeres en la Universidad de la República (UdelaR) supera el 50% a partir de los ochenta y hace más de treinta años que las mujeres son más del 60% del estudiantado. Sin embargo, existe un importante sesgo de género en la elección de carreras. Las mujeres se matriculan sobre todo en medicina y ciencias de la salud, ciencias sociales, artes, ciencias naturales y humanidades. Los varones optan en mayor medida por las áreas de ciencias exactas, agrarias, ingenierías y tecnologías. Claro que hay diferencias a la interna de cada área, pero en general las llamadas áreas STEM[3] son las más rezagadas en término de matrícula de mujeres a nivel global.
Este desbalance es un problema por varias razones. Por un lado, es un problema para la ciencia porque se generan áreas del conocimiento masculinizadas y feminizadas. No se trata aquí de reforzar los estereotipos sobre la mayor importancia de ciertas disciplinas científicas sobre otras. No es que la matemática sea más importante que la biología y por ello las mujeres deberían estudiar más matemática y menos biología. Las mujeres deberían hacer más matemática porque sus aportes son importantes para la matemática y porque tendrían que poder elegirlo en libertad y hacerlo sin restricciones. La homogeneidad en la conformación de nuestras comunidades científicas no es buena para la ciencia, cualquier sea su forma, podría tentar a la producción de conocimiento redundante y simplificar la complejidad de los problemas. Por otro lado, y esto es un dato de la realidad, las carreras se cotizan diferente en el mercado. Ingeniería en Computación (IC) constituye un caso interesante, es una carrera donde la brecha de género se ha ampliado a nivel mundial coincidiendo con el enorme desarrollo económico del sector. El aumento de la matrícula de varones acompaña la explosión de la demanda de IC en el mercado, mientras que la matrícula de las mujeres se estancan o no aumentan a la par. Esto ocurre en Uruguay precisamente en un área con tendencia al desempleo cero.
Los procesos de motivación y selección son complejos y deberíamos evitar los razonamientos simples. Los jóvenes no llegan a anotarse a una carrera como tabulas rasas. La niñez y la adolescencia son etapas claves para desarrollar hipótesis y expectativas sobre lo que una misma puede y no puede hacer. Algunos años de socialización forjará la curiosidad, la autoestima y la ambición de niños y niñas a la luz de lo que observan. Y parte importante de lo que observan son actividades enmarcadas en una desigual división del trabajo entre varones y mujeres. Una división esperada en función del sexo biológico, la división sexual del trabajo, donde se supone que las mujeres hacen mejor ciertas cosas y los hombres hacen mejor otras. Por ejemplo, los trabajos típicamente de mujeres se relacionan a lo afectivo, el cuidado, lo estético, etc. Pero no es simplemente una división, hay una carga de valor material y simbólico que sustenta esta división e impone una jerarquía. Nuestras sociedades valorizan los trabajos de producción y devalúan los de reproducción, y con ello determinan comportamientos para varones y mujeres.
Otro fenómeno importante al observar la participación de las mujeres en la ciencia académica es su distribución a lo largo de las escalas jerárquicas de los cuerpos docentes y de investigación. A nivel mundial las mujeres superan en número a los varones en los grados más bajos que conforman las bases de las estructuras académicas y tienden a disminuir su participación a medida que avanzamos hacia los grados más altos. En nuestro país, hacia finales de los noventa, mujeres y varones se equiparan en los niveles más bajos de la escala docente en la Udelar (grados 1 y 2). Diez años después lo hacen en el siguiente nivel (grados 3). Sin embargo, aún hoy las mujeres continúan siendo minoría en los niveles más altos (grados 4 y 5). De hecho, hace más de 20 años son aproximadamente 3 de cada 10 docentes grado 5. Esta situación se agrava en el Sistema Nacional de Investigadores donde la categoría de iniciación a la investigación esta conformada mayormente por mujeres, pero a medida que avanzamos en la escala su participación baja hasta llegar a representar apenas 2 de cada 10 en el nivel más alto (Nivel III).
Este tipo de datos suelen generar argumentos de toda clase. Quiero detenerme en dos: el tiempo y los méritos. Pero si existen avances ¿no será cuestión de tiempo para que las mujeres accedan a los puestos de mayor jerarquía?
El pasaje del tiempo como instrumento reparador es un argumento bastante común para minimizar el problema. Si la respuesta fuera sí, entonces: ¿cuánto tiempo es tolerable esperar? ¿50 años está bien? ¿tal vez 100 años? Hay varios peligros con este tipo de razonamientos, el primero es su normatividad. ¿Por qué deberíamos estar dispuestas a esperar? Pero tal vez lo más peligroso es que presupone que la situación actual es apenas el resabio de desigualdades de otras generaciones liberándose con ello de actuar sobre el presente.
Otro tipo de argumento tiene que ver con los méritos de ciertas mujeres y no de otras. ¿Por qué esto es un problema si algunas mujeres llegan? ¡Marie Curie llegó!
Voy a insistir: una mujer que ingresa a la ciencia académica está ingresando a un mundo donde las posiciones más altas –de mayor poder y prestigio- están ocupadas de manera desproporcionada por varones y las posiciones más bajas están ocupadas de manera desproporcionada por mujeres. Las mujeres que acceden a los puestos de mayor jerarquía son la excepción y no la regla. Más allá de sobrestimar los casos aislados este tipo de afirmaciones no explicita el sobrecosto de "llegar” para las mujeres que lo logran. Romper el techo de cristal implica quedar llena de cortes ¡Pobre Marie Curie!
Más que techos de cristal
La metáfora de techos de cristal surge por primera vez en 1986 en un artículo de prensa de Wall Street Journal publicado por Carol Hymowitz y Timothy Schellhardt. El término, rápida y ampliamente difundido, explicita la existencia de normas informales y valores implícitos -invisibles como un cristal- que impiden el pasaje de las mujeres a los puestos de jerarquía. Pero la metáfora de techos de cristal se queda corta, asume la presencia de una barrera absoluta en el nivel último de la jerarquía de las organizaciones, ignorando las varias barreras que las mujeres enfrentan en fases intermedias al construir sus carreras académicas.
Como argumentaba Virginia Valian al explicar por qué son tan lentos los avances de las mujeres en la ciencia: las consecuencias a largo plazo de las pequeñas diferencias en la evaluación y el tratamiento de varones y mujeres también sostienen el techo de cristal. Las ventajas y las desventajas, por más pequeñas que sean, se acumulan y en el largo plazo puede terminar generando importantes diferencias en salarios, ascenso o prestigio. Es el principio de ventajas acumulativas «que opera en muchos sistemas de estratificación social para producir siempre el mismo resultado: el rico se hace más rico, a un ritmo que hace al pobre volverse relativamente más pobre»[4].
Las carreras académicas como laberintos
Varones y mujeres se abren camino dentro de la ciencia académica enfrentando diversos obstáculos. En la construcción de este camino los roles desempeñados en el trabajo y la familia compiten entre sí por asignación de tiempos y esfuerzos. Pero no compiten igual para varones y mujeres. La teoría de género ha dado un paso fundamental al reconocer que la separación de esferas productivas y reproductivas tiene costos especialmente altos para las mujeres. Cuando se trata de conciliar vida académica y responsabilidades de cuidados son las mujeres las que asumen la mayor carga. Las barreras derivadas de los roles de género implican recorrer caminos más complejos y largos para las mujeres. Entender metafóricamente sus trayectorias académicas como laberintos da cuenta de esta complejidad: «el pasaje por el laberinto no es simple ni directo, viajar a través de un laberinto es más demandante que pasar por un camino recto»[5]. La metáfora del laberinto permite pensar las carreras académicas como caminos que pueden adoptar rumbos inciertos y donde las distancias, para llegar a los mismos logros, implican obstáculos distintos según el género de quien los transita.
Según un informe de la ANII, hay importantes sesgos en la edad promedio de varones y mujeres al avanzar en los niveles del Sistema de Investigadores: “en promedio las mujeres requieren desde 1 a 4 años más que los hombres para alcanzar los mismos niveles, diferencia que aumenta a medida que aumentamos de nivel”[6]. El camino que varones y mujeres recorren para alcanzar los resultados que le permiten acceder a estos niveles son diferentes. Los caminos que las mujeres recorren son en general más largos. Si esa diferencia no es contemplada, los resultados generan desigualdad.
¿Por qué molesta hablar de desigualdades de género en la ciencia?
Las desigualdades de género permean todas las instituciones sociales y se expresan con consecuencias diferentes en el mercado laboral, en el ámbito doméstico, en el político, etc. Pero por qué molesta menos hablar de desigualdades de género en estos ámbitos que dentro de nuestras universidades o centros de investigación. Probablemente por la instalada idea del universalismo en la actividad científica. El universalismo se relaciona con el carácter impersonal de la ciencia, es decir, lo que importa es el conocimiento, no las personas que lo crean. Cuestiones como la raza, el género, la afinidad religiosa o política idealmente son irrelevantes para el ethos científico. Sin embargo, «el universalismo es tortuosamente afirmado en teoría y suprimido en la práctica»[7]. Las diferencias entre normas universalistas y particularistas en la ciencia académica son una dimensión clave para entender las desventajas que enfrentan las mujeres.
Como se argumentó antes, muchas de estas desventajas derivan de las dificultades para articular trayectorias reproductivas y académicas, muchas otras derivan de formas sutiles -y no tan sutiles- de discriminación. Las diversas formas de violencia y acoso que afectan en la ciencia académica tanto a mujeres como a varones, estudiantes, docentes, funcionarios, etc. son un tema urgente a tratar. Las instituciones académicas al igual que otras instituciones sociales tienen que encontrar los mecanismos que permitan prevenir y denunciar las formas de acoso y violencia. Las recientes declaraciones de repudio de la Red de Género de la UdelaR sobre todas las situaciones de acoso moral y de acoso sexual en las relaciones laborales dan una pauta de por dónde es necesario avanzar[8].
¿Será que si dejamos pasar el tiempo estos problemas se resuelven? ¿Será que encontramos otra Marie Curie que sirva de ejemplo para refutar la desigualdad estructural? ¿Y si por el contrario reconocemos el problema y avanzamos en sus posibles soluciones?
El primer paso es reconocer que este es un problema colectivo. En la medida en que no sea percibido que las dificultades de las mujeres para dedicarse a la ciencia académica son un problema de la comunidad científica toda, su resolución se margina al plano individual. ¡Que cada una se arregle como pueda, como lo hizo Marie Curie!
*Es socióloga, doctora en Políticas Públicas y Desarrollo por el Instituto de Economía de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ). Docente de la Unidad Académica de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República (UdelaR) desde el año 2008. Sus líneas de investigación se orientan a estudiar las relaciones entre Ciencia, Tecnología, Innovación (CTI) Sociedad y Desarrollo, con foco en los sistemas de innovación en salud y las desigualdades de género en la ciencia académica.
Notas:
[1] Alice S. Rossi (1965) “Women in Science: Why So Few?” Science. New Series, Vol. 148, No. 3674, pp. 1196-1202
[2] Virginia Valian (1999) “Why So Slow? The Advance of Women in the Academy” MIT Press paperback edition.
[3] Acrónimo en inglés para Science, Technology, Engineering y Mathematics.
[4] Merton, R. ([1942] 1973a). «Los imperativos institucionales de la ciencia». En Merton, R. Sociología de la Ciencia 2. Investigaciones teóricas y empíricas. P. 576. Madrid: Alianza Editorial.
[5] Eagly, A. y Carli, L. (2007). Through the Labyrinth. The truth about how women become leaders. p. : ix-x. Boston: Harvard Business School.
[6] ANII (2015) Informe de Género. Unidad de Evaluación y Monitoreo.
[7] Merton, R. ([1942] 1973a). «Los imperativos institucionales de la ciencia». En Merton, R. Sociología de la Ciencia 2. Investigaciones teóricas y empíricas. Madrid: Alianza Editorial.
[8] http://www.universidad.edu.uy/prensa/renderItem/itemId/43441