Foto: Extranja 2018**
Quienes más padecen el peso de la ausencia de una política migratoria en Uruguay son las mujeres y hombres racializados –latinoamericanos y caribeños- que, aún teniendo capital cultural y profesional, el reconocimiento de sus “saberes” está mediado por múltiples obstáculos y demoras burocráticas incompatibles con cualquier proyecto migratorio. Son la mano de obra extranjera que deambula por las calles, en supermercados, hospitales, centros comerciales; recogen limones, manzanas, cebollas, limpian gallineros, son los pescadores invisibles de nuestro puerto; son trabajadoras domésticas, cuidan adultos mayores en “residenciales” y casas; pedalean -bajo la menguante, bajo la llena y la creciente- para llevar sushi o veguiburgers a algún domicilio en la franja costera de la ciudad; son mozos, guardias de seguridad, “cuidacoches”. Para muchos (cínicos) son el componente exótico de la ciudad, que ha traído alegría y color al paisito; son más baratos, no se quejan y trabajan con más fuerza que el uruguayo promedio, afirman algunos empleadores en el diario dominical. “Desde el año 2009 Uruguay presenta saldos migratorios positivos” se repite una y otra vez; pero lo que no se repite con la misma vehemencia es que las nuevas realidades y dinámicas migratorias nos enfrentan a identidades étnicas y nacionales no hegemónicas, nos confrontan, desde la raíz, a una matriz cultural eurocéntrica y racista que sustenta una comunidad patriótica y nacionalista, que pone contra las cuerdas (una vez más) el relato aquel del “Uruguay de puertas abiertas”. Más allá de lo que dicen bienintencionadamente las dos leyes específicas que existen en materia migratoria (18.250, 19.254) no hemos logrado implementar una política en materia de movilidad humana que logre disputar los procesos geopolíticos de segregación y guetización que impone el capitalismo global. Las condiciones de vida de un trabajador migrante que pedalea y carga en el lomo la “cajita de trabajo” de Glovo, Uber Eats, Rappi en Montevideo, Buenos Aires, Nueva York, Sao Paulo, Ciudad de México - más allá de la moneda de cambio- no distan mucho de una ciudad a otra: son segregados laboral, social y espacialmente; pagan doblemente el precio de no contar con redes de proximidad ni un espacio donde habitar. Son las piezas dispersas de nuevas formas de ensamblaje trasnacional(1) que adornan nuestros campos visuales pero que rápidamente se disuelven en el asfalto. *** Dicen los especialistas que las migraciones laborales son el canon de migración más aceptado en el mundo, y nuestro país no es la diferencia. No interesa recibir personas, interesa recibir trabajadores dispuestos a adaptarse a las reglas del mercado global. El problema, como lo ha dicho Max Frisch, es que queríamos mano de obra, pero nos llegaron personas. La movilidad humana es un fenómeno global de implicaciones locales, complejo e integral. Por lo que el proyecto migratorio de una persona más allá de las razones de su desplazamiento, no podemos acotarlo solo a la dimensión de lo laboral. A pesar de ello en el fondo esa es la visión sobre la migración que predomina en el imaginario: el trabajador dócil, asimilable, invisible. Convidado de piedra en nuestra comunidad política. Un tuitero que se define como socialdemócrata y frenteamplista escribió meses atrás: “queridxs hermanxs venezolnxs, Uruguay es un país de paz que los recibe con los brazos abiertos. Ahora criticar la política exterior del gobierno democrático del país que los recibe sin ninguna exigencia es INTOLERABLE”. Señor, señora, trabaje, trabaje, pero no opine. En esta línea de pensamiento, que es más común de lo que imaginamos, la buena inmigración, sería la que se ajusta al modelo de Gastarbeiter(2), pero en ese modelo el inmigrante no puede integrarse, porque no se concibe esa posibilidad a quien se admite sólo como extranjero y sólo para cumplir una función. En este esquema no tienen sentido ni una política de integración, ni de acceso a la ciudadanía (Lucas, 2004). La anhelada transitoriedad del paso del trabajador migrante queda a la vista también cuando las autoridades justifican el ánimo de apertura frente la migración y la protección de derechos advirtiendo que es posible inscribir en BPS a un trabajador con tan sólo la cédula. Sin embargo, esto tiene únicamente fines recaudatorios y no de reconocimiento y goce de derechos, tal como se advertía en el Informe SERPAJ 2018: “un ejemplo de ello es que tanto trabajadores como empleadores realizan los aportes a FONASA sin que él o la trabajadora puedan usufructuar tales derechos en la medida que no cuenten con cédula de identidad(3)”. En caso de ser despedidos o enfermarse tampoco pueden invocar la protección de las garantías consagradas en el seguro de paro o en el subsidio por enfermedad. La postura rentista visibiliza algo claro: si la inmigración es solo un factor, un instrumento al servicio del mercado global (desregulado), la política de inmigración se orienta a gestionar ese fenómeno en términos que aseguren su contribución, al crecimiento y beneficio, exclusivo, de los países de destino. (Lucas, 2004, p. 11) *** El nacionalismo tiene el inmenso atractivo de la agitación permanente, de la exaltación constante. En vez de la política interminable del interés y la negociación, hay enemigos internos y externos a los que derrotar, está la causa eterna, los mártires del pasado y del presente a los que ser fieles. Y ni a los criminales ni a los cínicos se les escapa que es estado de exaltación organizada y constante, ningún cinismo, ningún crimen, ninguna atrocidad grande o pequeña dejara de ser perdonado si las palabras “nación”, “pueblo, se espolvorean delicadamente por encima” (Ignatieff, 2015) En estas tierras, las voces xenófobas no han tardado en aparecer. Primero fue Larrañaga; ensayando un tono marcial al estilo Bolsonaro, expresó: “Hay que ver qué pasa con la inmigración, hay que defender a los nacionales, y no que los de afuera tengan privilegios”. No le salió mucho la jugada y más que eco recibió críticas. Después Manini tomó el guante del comandante patriótico: “Le estamos dando beneficios a los inmigrantes que, muchas veces, no tienen los uruguayos”, “Creemos que el inmigrante bienvenido sea que se incorpore al mercado laboral, pero siempre en las mismas condiciones que el uruguayo. Si hoy consigue trabajo más fácil un inmigrante, es porque muchas veces no son las mismas condiciones” (…) Yo diría que hay que darle prioridad al trabajador uruguayo. Cuando el trabajador uruguayo está totalmente ocupado, o sea que no hay más disponibilidad de mano de obra uruguaya, ahí sí tiene que ser considerado el inmigrante”, “Hemos visto cómo hay empresas que, a veces, dicen: ‘uruguayo no quiero, quiero un inmigrante’”, “No se puede permitir que haya desocupados uruguayos para darle mano de obra al que viene de afuera”. Es claro que los migrantes no sólo no cuentan con privilegios, sino que existe un aprovechamiento por parte de empresarios, grandes y pequeños, de la porosidad de las normas, de la omisión estatal y de la dificultad de las personas migrantes de sostener los vericuetos administrativos y judiciales para reclamar la exigibilidad de los derechos laborales negados. Claramente, no es fortuito que las empresas busquen nuevas fuentes de mano de obra explotable en períodos de expansión y consolidación de derechos. Los mitos sobre la forma en que los migrantes arrebatan los trabajos no es una novedad, es el argumento constante que ha ensalzado el discurso xenófobo en todos los tiempos y latitudes. Además del cuco de “la ideología de género”, este es otro de los elementos estructuradores de la política del miedo impulsada a escala global por los populistas ultraconservadores. Desde la izquierda política uruguaya, el contrapunto de los discursos antiinmigrantes ha estado ausente o ha sido incipiente. Pareciera complejo desplegar un relato superador en la medida en que las aproximaciones sobre el abordaje de la migración son para la propia fuerza de gobierno inciertas. A nivel gubernamental prevalece una práctica asistencialista y utilitaria sobre la migración con un componente fuerte de seguridad y de gestión de los flujos migratorios no deseados. Esto Javier de Lucas lo ha llamado la política de inmigración como caridad, esta se enmarca en políticas asistenciales, pero la tendencia es potenciar el sofisma de que la sociedad civil se involucre, se haga responsable: así es más barato y el fracaso de la integración o sus dificultades no son achacables a los responsables políticos(4). Desde la izquierda social, más concretamente desde ámbitos sindicales se ha impulsado un proceso para visibilizar que “trabajadores somos todes sin importar el origen nacional”. Sin embargo, algunos sectores están matrizados desde una impronta nacionalista y sectaria como es el caso del SUNTMA (Sindicato Único de Trabajadores del Mar y Afines). Las disposiciones establecidas en la ley 18.498 expresamente señalan que la tripulación de las embarcaciones pesqueras de bandera nacional deberá estar constituida por al menos 90% de ciudadanos naturales o legales. Mientras prevalecen estas disposiciones, en el puerto de Montevideo embarcaciones pesqueras de bandera extranjera reclutan migrantes y niegan sistemáticamente los derechos laborales, mantienen a su tripulación en condiciones de semi esclavitud y de explotación sin que existan mecanismos legales que impidan prácticas que en muchos casos significan, no sólo el padecimiento de tratos crueles, sino que también situaciones de riesgo de vida y muerte sin que las empresas se hagan responsables de ello, ni exista una movilización social y política al respecto. En julio del año pasado, por ejemplo, se hundió el Dorneda, buque de la empresa española Freiremar que mantenía a sus trabajadores sin ningún tipo de protección en materia de seguridad social y en condiciones laborales precarias. Si bien el accidente ocurrió en Argentina reclutó desde Montevideo a tripulantes peruanos y filipinos a través de la Agencia Pedro de Santana(5). Dos tripulantes de origen peruano fallecieron y sus familiares radicados en Uruguay no han sido resarcidos. Las dinámicas en el puerto de Montevideo desnudan la gran aporía global que prevalece en nuestro tiempo: nuestros estados nacionales se arrodillan ante las empresas trasnacionales y pisan -aplastan si pueden- a los expulsados del mundo. La ley no existe en altamar para proteger a los más débiles pero las fronteras y controles contra los polizones globales, no desaparecen ni en la tierra ni en el mar. *** En los últimos años hemos sido testigos del proceso de pauperización que enfrentan muchas personas migrantes que llegan a Uruguay. Por su puesto que no es una experiencia generalizada y a pesar del interés de cierta prensa amarillista por exponer los testimonios de los recién llegados, no se conocen con la suficiente profundidad los periplos ni las condiciones que atraviesa la migración reciente para llegar y permanecer en el país. ¿Cuánto hay más para contar? Se repiten las mismas historias en todas las latitudes, convertidos en mercancías, hay seres que deambulan buscando su lugar, aferrados a una identidad local que se desdibuja en los mapas del cosmopolitismo herido. Si bien el fenómeno de la movilidad humana nos expone crudamente a democracias que mantienen deliberadamente a una parte de la población en situación de exclusión a través de dispositivos legales que se aceptan como verdades únicas y que son funcionales a las fobias contemporáneas, también - a partir de las historias globales de resistencia- nos alienta a sobrevivir a los naufragios y construir estrategias para evitarlos, a pensar cómo se construyen, en escenarios globales de tantísima desolación, cambios posibles en la forma en que se trama la vida en común, lo común(6). ¿Cómo resistimos, sin cobardía teórica ni retórica, a que nuestros proyectos de vida sean subsumidos a los designios neoliberales, donde las personas son al mismo tiempo que consumidores incurables, mercancía oculta y desechable? ¿Cómo nuestra generación puede resistir conscientemente la generación de guetos? ¿Cómo nos involucramos en esos espacios de proximidad que surgen y se expanden en este territorio fértil, en los que se proyectan y tejen diversos paisajes vividos y transitados? ¿Cómo enfrentamos la desolación, el vacío que experimentamos al tener más preguntas que respuestas?
Fuente: Extranja 2018**
* Valeria España es abogada por la Universidad Nacional Autónoma de México, realizó sus estudios de Maestría en Derechos Humanos y Políticas Públicas en la Universidad Nacional de Lanús en Buenos Aires, Argentina y es Doctoranda en la misma universidad. Es Socia Fundadora del Centro de Promoción y Defensa de Derechos Humanos y docente e investigadora de FLACSO Uruguay. ** Fotografía tomada en el marco delTaller de fotografía colectiva: “Cartografía emocional de la migración” realizado por el Centro de Fotografía de Montevideo de la mano de Sub Cooperativa de Fotógrafos. Las fotografías tomadas por los y las 27 participantes buscaron construir un imaginario visual que indagara sobre las identidades mestizas, las familias transnacionales y fragmentadas, los nuevos lazos socioculturales y aquellos deseos transhumantes. Notas: (1) “La emergencia de la ciudad global va unida a una confluencia y polarización entre unos sectores (y clases) en expansión pero precarizados y otros que acumulan las funciones de control. El testimonio territorial de esta polarización lo constituye la dinámica de gentrificación urbana, contraria a la sub urbanización y a los modelos de trabajo y consumo propios de la espacialidad del fordismo” ver Saskia Sassen,(2003), “Contrageografías de la globalización”, traficantes de sueños, 147 pp. (2) Gast” significa en alemán huésped o invitado. El “Gastarbeiter” es el trabajador extranjero. La bibliografía especializada se refiere a los “Gastarbeiter” para aludir a los inmigrantes que llegaron procedentes de varios países con motivo de la reconstrucción económica alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial, a instancias del propio gobierno alemán. Para mayor información ver Gualda, E (2001), “El trabajo social en Alemania con los gastarbeiter o migrantes económicos españoles”, Portularia 1, 183-202, Universidad de Huelva. (3) “De acuerdo a la resolución de la Gerencia General del BPS (RGG-227-999, Artículo 2) es posible que los empleadores inscriban con su pasaporte a las personas migrantes que no cuentan con documento de identidad,” ver España. V (2018) “Derechos de papel El derecho a migrar en Uruguay a diez años de la ley 18.250”, Informe SERPAJ, 2018. (4) Ver Lucas, Javier (2004)“La inmigración, como res política”, disponible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1319884 (5) https://www.pedrosantana.com.uy/ (6) En Común, un ensayo sobre la revolución en el siglo XXI, Laval y Dardot señalan “la reivindicación de lo “común” ha nacido, en primer lugar, en las luchas sociales y culturales contra el orden capitalista y el estado empresarial. Término central de la alternativa al neoliberalismo, lo “común” se ha convertido en el principio efectivo de los combates y los movimientos que desde hace dos decenios han resistido a la dinámica del capital y han dado lugar a formas de acción y a discursos originales. Lejos de ser una pura invención conceptual, es la fórmula de los movimientos y las corrientes de pensamiento que quieren oponerse a la tendencia principal de nuestra época: la extensión de la apropiación privada a todas las esferas de la sociedad, de la cultura y de la vida. El término “común” designa, no el resurgimiento de una idea comunista eterna, sino la emergencia de una forma nueva de oponerse al capitalismo, incluso de considerar su superación” (2015).