Tapa del libro "Domésticas o esclavas" de Mary Núñez
Cuando Mary llegó a Montevideo por primera vez en 1987, tenía 21 años y la esperanza de conseguir un empleo. Leyó por primera vez el Gallito Luis sin haber visto jamás anuncios laborales, “la gente humilde no acostumbraba a leer el diario. Fui a la sección trabajo, nunca había visto tantos trabajos ofrecidos”. Trabajó diez años con los “Burris”, primer familia que la empleó con cama y de quien tiene buenos recuerdos.
"Darse de frente contra la realidad" es el primer capítulo del libro, allí relata la forma en la que es despedida luego de 21 años de trabajo, “te plantean que te van a bajar el sueldo, te cortan las horas, te tratan como a una escoria”. El preámbulo de su despido indirecto está repleto de argumentos que no sólo delatan la mezquindad de sus patrones, sino un contexto de extrema precariedad laboral y omnipotencia patronal: “todo empezó cuando le dije a mi patrón que al cumplir los cincuenta quería que me pusieran en caja por todo el sueldo”, pero “cuando le hablé de mis derechos ya no le sirvió”. Este “duro golpe” hizo que Mary contara su historia como trabajadora doméstica y les diera voz a las historias reales de tantas protagonistas.
La vida útil del cuerpo femenino dedicado al trabajo doméstico remunerado se desgasta rápidamente, “te convertís en un problema para ellos y no saben cómo deshacerse de vos”. Las secuelas en la salud que extensas jornadas laborales, la escasa o mala alimentación, la falta de descanso y el contacto permanente con productos de limpieza sin la protección adecuada generan daños irreversibles en los cuerpos de las trabajadoras, problemas de columna y reumatismo, depresión y adicciones.
Puertas adentro
Mary detalla qué pasa en la “intimidad” del hogar de la clase alta para “decirle al mundo cómo son tratadas las trabajadoras domésticas: de una manera esclavizante”. Cuando el trabajo “es puertas adentro”, el espacio de los abusos y arbitrariedades patronales también es mayor, y la esfera privada es para las mujeres una amenaza más que un resguardo.
Abusos sexuales imposibles de demostrar, racionalización de alimentos, patrones que les dan plata a la empleada cuando queda embarazada son parte de las historias de las trabajadoras domésticas: “yo no te dí nada, resolvé el problema y cuando estés limpia volvé”, o la patrona que hizo abortar a su empleada con cincuenta y dos pastillas en varias dosis porque “ella no podía tener una muchacha embarazada” en la casa. Otros las despiden cuando están embarazadas, “prometiéndole que cuando ella tuviera el bebé podría volver al trabajo” pero antes de irse las hacen firmar un documento “para tranquilidad de ambas partes” y no vuelven a contratarlas.
Mary también relata los abusos y la discriminación que las mujeres negras y trans deben afrontar. La historia de Roxana, mujer negra que sintió la discriminación desde las primeras entrevistas de trabajo, cuenta que “la miraban y le decían que la chica anterior se quería quedar porque se había arrepentido y cosas así”. Sus patrones le aseguraban que estaba en caja, pero cuando fue a Bps a tramitar su jubilación, supo que no la habían registrado. En ese momento a Roxana le dio un infarto. Para Mary “este es un ejemplo de discriminación, como también ocurre con los travestis que desempeñan tareas domésticas en casas de familia.” Según la autora, en el interior es más común que las empleen porque las conocen, pero generalmente cuando van a las agencias para anotarse a trabajar en Punta del Este, ya no los llaman.
Ellos, los patrones
Quiénes son los hombres y mujeres que viven en las casitas del barrio alto no lo sabemos del todo bien. La clase alta en nuestro país se resguarda bajo un discreto encanto y casi nunca es objeto de sospecha. Lo cierto es que de ellos y ellas, sus “patrones”, las trabajadoras domésticas saben muy bien:
“Está el que te cuenta las manzanas, el que te mide la taza de leche, el que te prohíbe que tomes agua mineral de las botellas, el que te marca las porciones de tarta” y hasta “el que te limita el uso del papel y higiénico”. Están las patronas que “te revisan el bolso cuando te vas y las que se cansan de verte o quieren bajar su presupuesto te despiden por cosas que no haces, hasta te ponen algo en la cartera y te echan por ladrona”, te despiden cuando se enferman tus hijos o algún otro familiar.
Trabajar en una casa implica también conocer su intimidad, y muchas ser invisible, “he visto a más de una empleada con cama abortar en el trabajo, estar con cinco meses de embarazo y el patrón no darse cuenta”, porque las empleadas “no existimos, somos invisibles para ellos”.
Las trabajadoras le llaman “trueque” a las perversas operaciones que hacen los patrones para deshacerse de la empleada sin pagar el despido, “la pasan a un hijo o un familiar, previo acuerdo, y con la mejor onda y prometiéndole que la van a llamar para cenas o limpiezas”, no la vuelven a llamar y “muchas veces las hacen firmar que no tienen nada que reclamar”.
Cuando Lucía cumplió los 65 años, edad para jubilarse, no tenía la antigüedad suficiente porque sus patrones nunca le habían aportado al Bps. Esta es una de las jugadas más comunes que las empleadas descubren recién cuando comienzan a tramitar su jubilación, pero “cuando un empresario hace evasión de impuestos, no tiene las cosas en regla y lo califican como estafa en vez de robo, y si la mucama se llevó una manzana, sin anestesia le dicen que es una ladrona.”
La herramienta
Duele el cuerpo y los huesos de servir a otros, por eso no es difícil reconocerse en las otras trabajadoras que padecen los mismos abusos. El libro de Mary es también una exhortación permanente a una salida juntas, a la dignificación de la tarea y al sindicato como camino colectivo para reclamar por sus derechos a pesar de los riesgos, porque afuera hay otras que van pelear por nosotras.
Para las trabajadoras domésticas, el proceso de formalización laboral ha significado una relación más sólida entre su trabajo y el pago de salarios, el cumplimiento de derechos laborales y beneficios sociales contra una larga historia de abusos patronales. Mary dedica un capítulo entero al Sindicato Único de Trabajadoras Domésticas (SUTD) y a los derechos laborales de las mismas, “hay cosas que solas no podemos cambiar”.
El trabajo que realizan las trabajadoras domésticas reúne por un lado las actividades de cuidados no reconocidas socialmente como trabajo, separadas del conjunto del trabajo social -por ello no son remuneradas aunque garanticen la supervivencia de la humanidad-, y por otro lado constituye una muestra de cómo esta actividad reproductiva es asumida históricamente por las mujeres. Las trabajadoras domésticas son contratadas muchas veces para la limpieza, pero terminan cocinando, criando a los niños, cuidando de ancianos y hasta trabajan de vidrieras y jardineras. Además de que su trabajo se encuentra mal pago, el incremento de sus tareas no se traduce en un aumento de salario. El último convenio laboral del sector no logró incorporar las categorías laborales en el acuerdo y las trabajadoras no lo firmaron. Delimitar los trabajos específicos -categorías- de su contratación es para las trabajadoras un derecho laboral, y no reconocerlas está vinculado también al no reconocimiento de las tareas reproductivas como trabajo.
En un mundo donde la organización social del trabajo y los cuidados recaen sobre las mujeres, las empleadas domésticas ponen en relación su forma de trabajo con otras formas de trabajo existentes, “¿Domésticas o esclavas?” da cuenta de esta escisión y de cómo los niveles de precarización e informalidad del sector se relacionan con una tarea que se encuentra desvalorizada por la propia división social del trabajo signada por el género.
En nuestro país, los niveles más altos de falta de cobertura de la seguridad social para mujeres se registran en el servicio doméstico, y en 2015 todavía un 45,6 % de las trabajadoras domésticas no realizaban aportes jubilatorios (Ciedur, 2017). Sin embargo, no más de un 1% se encuentra sindicalizada.
Las tretas del débil
Frente al hambre y la miseria, está el espacio de las estrategias de las trabajadoras para sobrevivir, material y simbólicamente. Los goces y las penas son a veces pequeños ritos de inversión, donde hacer uso de los lujos del “amo”:
“Hay las que les usan las cremas, las que se ponen el perfume y las que como yo nos tomamos el vino que queda o un whisky, así como están las más audaces que se ponen la ropa, zapatos y joyas de las patronas. Eso no significa que seamos malas o estemos robando, nos damos un gustito, total...si siempre nos juzgan mal, buenas o malas siempre somos “las domésticas”.
Una ventaja mínima e insignificante se convierte en una pequeña venganza que muchas veces descomprime y aliviana la tensión de la vida cotidiana junto a los ricos (por más amables que estos sean). En un espacio donde no hay mediaciones, la escenificación de la contienda de clase es sutil, porque la frontalidad puede costar el trabajo, “un reclamo al patrón implica un despido al trabajador”. Tomar lo que por derecho les corresponde, como alimentos o papel higiénico puede costar un despido, una escena de humillación y hasta apremios físicos, así como “quedar marcada” en el rubro frente a otros patrones.
Las formas del lujo más exacerbadas y su contracara, las formas de la miseria, dejan a la vista una larga historia de abusos y explotación, pero también una trama compartida de apoyo entre trabajadoras. Las tretas del débil, o las tramas silenciosas, ocultas tras las paredes de casas lujosas, muestran que en la complicidad de los pequeños actos de desobediencia se da también la posibilidad de hacer un descargo silencioso del odio de clase contenido.
Los hijos de las trabajadoras domésticas
El último capítulo del libro reúne el testimonio de los hijos de las trabajadoras domésticas a quienes Mary recupera muy especialmente por todos los “sentimientos de soledad y abandono que generamos en sus vidas, estando tanto tiempo ausentes”.
La socialización de las mujeres en el trabajo asalariado y en la esfera reproductiva tiene para las trabajadoras domésticas efectos contradictorios, largas jornadas de trabajo o trabajos “con cama” las alejan de sus propios hogares. La crianza de sus propios hijos con la ayuda de otras mujeres, tanto familiares como vecinas, es un costo muy alto que deben pagar por encargarse de cuidar a otros, “mi madre es empleada en una casa en Pocitos. Hace todo, limpia, cocina y también cuida a unos gurises más chicos que yo”, dice el hijo de 11 años de una de las trabajadoras.
Nahuel es el hijo de Mary, dice que era su abuela quien iba a las fiestas de su jardín, lo llevaba al fútbol, “hasta le decía mamá cuando era chico”. Sin embargo, los ricos “no se hacen cargo de los hijos ni de sus padres cuando llegan a viejos, van y los tiran en las casas de salud”. Los ricos son también mujeres que contratan a otras mujeres para liberarse de la tareas de reproducción, esto deja ver el tiempo que significan estas tareas así como el ocio de las clases privilegiadas.
Una memoria compartida
Con este libro, Mary Núñez abre el telón de un espacio desconocido a mitad de camino entre la esclavitud y el reconocimiento. El escenario doméstico en donde viven los ricos, y el lazo paradójico que establecen con sus empleadas con quienes comparten la cotidianidad, les dan a sus hijos para criar pero también les temen profundamente.
Las estrategias cotidianas que se dan estas mujeres también pasan desapercibidas bajo el manto desvalorizado del espacio doméstico. Allí transcurren las penas pero también se traman pequeñas gestas para resistir, y es Mary Núñez quien toma la pluma para contar su historia y las de sus compañeras, dejándonos una memoria compartida de las trabajadoras domésticas en nuestro país.
*¿Domésticas o esclavas? Mary Núñez. Montevideo, Doble clic editoras, 2018. 155 páginas.
** Integrante del consejo editor de Hemisferio Izquierdo