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Lucía Souza*

Soy una mujer negra


Ilustración: Rocío Piferrer

Poder hoy empuñar esa afirmación frente a quien sea que esté delante y haciendo frente a las consecuencias que ese pronunciamiento tiene socialmente, es una conquista.

No supe de la existencia de la doble significación en términos de opresión que tienen las identidades afro hasta poco más de un año, nada a mi alrededor parecía advertir explícitamente que el racismo opera de manera incisiva a lo largo de todas nuestras vidas.

El hecho de ser mujer a lo largo de la historia ha sido nada más que ocupar el lugar de oprimida por el sistema patriarcal: sexualización, cosificación, misoginia, machismo, abuso, acoso, violaciones, feminicidios, trata con fines de explotación sexual, ser objeto de consumo, mutilación genital, persecución. Nos quemaron en hogueras y nos apedrearon hasta la muerte por no ser acorde a las reglas. Un sistema que opera de un sin fin de maneras desde siempre, hasta el presente. No es cierto que se nos permite acceder a esta realidad, es irreal pensar que a la hora de socializarnos nos concientizan de esto. Es por eso que el golpe que recibimos al descubrir el feminismo es bastante impactante ya que logramos visibilizar una problemática con la que convivimos a diario y hasta el momento no habíamos visto.

Despertarse un día y reconocerse oprimida por todo el entorno que nos rodea, todo el tiempo, solo por ser mujer da paso a un empoderamiento irreversible.

Ahora, imagínate haber vivido esto y tiempo después descubrir que tampoco te contaron jamás que ser mujer negra implica experimentar y haber experimentado a lo largo de toda tu vida una opresión sistémica “adicional”: además de la opresión de género nos enfrentamos a una problemática étnico/racial. Esto hace que en todos los espacios en donde estén presentes identidades caucásicas el racismo opere de un sin fin de maneras, desde siempre: racialización, xenofobia, criminalización, patologización, deshumanización, estigmatización, segregación, etnofobia. Nos vendieron como cosas y nos obligaron a sostener el sistema esclavista mediante la reproducción forzada. Uno de los errores teóricos que se han reproducido de un tiempo a esta parte a nivel social, incluso dentro de movimiento feminista, es la negación del racismo basado en el no separatismo racial. En otras palabras: se afirma que ya no existe el racismo basándose en que ahora convivimos en todos los espacios dentro de la sociedad. Como si eso fuera suficiente para alcanzar la equidad racial, como si poder habitar con libertad cualquier espacio fuera un privilegio que se nos otorga por ser afros y cargar con un legado de discriminación histórica de la que la sociedad actual pretende no hacerse cargo. Partiendo de la negación del racismo desde el lugar de privilegio se omite la problematización al respecto y lo que no se problematiza se perpetúa, se naturaliza. El racismo está tan naturalizado que sigue siendo negado aún en tiempos en donde los crímenes raciales se siguen dando a lo largo y ancho del mundo, a los ojos del mundo.

Siempre estuvo presente en mi como una obviedad que el racismo no existía, es por esto que hasta que no logré visibilizarlo no pude ponerle nombre a la sensación que sentía en la niñez cuando veía que ninguna mujer se parecía a mi en la tele y las revistas, ni las muñecas tenían un parecido conmigo físicamente. No pude notar que era un ataque racista aquella vez que escuché a mi hermana mayor, que en ese momento tenía 15 años, contarle a mi madre que un docente la reprobó argumentando que no tenía un correcto desarrollo intelectual por ser negra. No entendí la doble significación que adopta el acoso callejero por ser mujer y negra siendo que la adjudicación de adjetivos tales como “negrita”, “morena” o “morocha” están presente en todas las ocasiones. Negar la existencia del racismo es hacer uso de privilegios supremacistas que invisibilizan la resistencia de las identidades afro frente a esta opresión.

Si bien este análisis está basado en un proceso de carácter personal en torno a la construcción de mi identidad política como mujer Afro Feminista, vayamos ahora a observar datos estadísticos elaborados por el INE en el censo poblacional del año 2011, que revela datos alarmantes con respecto a las condiciones y la calidad de vida de las mujeres afro dentro del Uruguay (vale aclarar que este censo con toda la información que extraje es de público acceso mediante la búsqueda web).

Bien, este censo reveló en ese año una población total estimada dentro del territorio Uruguayo de 3.390.077 habitantes y dentro de ese número se estimó un número de 255 mil identidades afrodescendientes (este número no hace distinción de género específicamente). Las identidades afro reunimos entre en 8% y 9% del total de la población, dejando a la vista que somos una de las más grandes minorías étnicas del país. Del total de las mujeres afrodescendientes el 27,4% vive en condiciones de pobreza. Este estudio reveló que las mujeres afrodescendientes presentamos la tasa más alta de desempleo, superando la tasa de desempleo tanto de mujeres no afro, como de varones afro y no afro. Haciendo de esto un factor que influye negativamente en la autonomía económica de las mujeres afro, que determina sus condiciones de vida así como el acceso a la toma de decisiones por la dependencia que esta brecha genera socialmente.

En términos de acceso a educación las cifras expulsadas por este censo revelan más de lo mismo.

Un 2% de las mujeres negras no acceden a ningún tipo de educación, mientras que sólo un 40% alcanzó el nivel primario. En niveles terciarios solo el 8% de las mujeres negras habrían culminado sus estudios, cifra duplicada dentro de la población de mujeres no afro. Este número supera la cifra de hombres afro que alcanzan estos niveles educativos, dejando evidencias de que las mujeres negras deben prepararse más que los varones negros para acceder a un empleo. El 50,4% de las mujeres afro se desempeñan dentro de la categoría de servicios sociales, mientras que en los varones afro la cifra dentro de este rubro es de un 18,5%. 1 de cada 4 mujeres afro en Uruguay se encuentra empleada en el servicio doméstico. 27 de cada 100 mujeres negras viven en condiciones de pobreza. De cada 100 mujeres negras 40 terminan la primaria. Solo 8 de cada 100 mujeres negras con acceso a la educación tienen formación universitaria. ¡Ocho!

Si bien estas cifras fueron reunidas en el año 2011, hoy 8 años más tarde se siguen manteniendo. Cambiarán los números, los porcentajes pero lo que no cambia es la inequidad racial que la sistematización del racismo presupone y aunque no soy estadista ni periodista ni socióloga me alcanza con mirar para los costados en cada espacio que habito para legitimar esta información. ¿Esto pasa sólo en Uruguay? Me niego a responder esa pregunta ya que me resulta retórica y ante la duda invito a todes a informarse acerca de las mismas cifras a nivel latinoamericano y mundial.

Me he encontrado en este último tiempo teniendo que responder a las interrogantes que feministas no afro buscan evacuar sobre esta problemática: ¿cómo puedo no ser racista? ¿como reproduzco el racismo sistémico? Se preguntan si tal o cual acción es racista haciendo girar el eje de la discusión hacia su malestar personal por encontrarse gozando de privilegios. De nuevo tomando las riendas de un debate propio de una lucha que no les atraviesa. Para entender esto hagamos un ejercicio basado en una analogía a la que les feministas, todes, podemos acceder en mayor o menor medida: ¿qué sentimos cuando un varón cis nos expresa el malestar que le genera la incidencia que el patriarcado tiene a lo largo de nuestras vidas? ¿qué sentimos cuando un varón cis cree que puede explicarnos cómo tirar el patriarcado? ¿qué nos genera el hecho de encontrarnos frente a un varón cis negando ciegamente ser reproductor del sistema patriarcal? ¿qué nos genera escuchar a un varón cis proclamarse feminista? ¿qué te genera saber que en todos los espacios donde hayan varones cis vas a ser violentada o violentade?

Una vez respondida estas preguntas planteo las siguientes dirigidas a todes las identidades no afro que no son varones cis: ¿te preguntaste qué sentimos las identidades afro cuando une caucásique nos expresa el malestar que le genera la incidencia que el racismo tiene a lo largo de nuestras vidas? ¿qué sentimos las identidades afro cuando une caucásique cree que puede explicarnos cómo acabar con el racismo? ¿qué genera en las identidades afro el hecho de encontrarnos frente a una/une caucásique negando ciegamente ser reproductores del racismo sistémico? ¿qué nos genera a las identidades afro escuchar a una identidad no afro declararse feminista antirracista? ¿te preguntaste qué nos genera a las mujeres y disidencias afro saber que en cada espacio donde estén presentes identidades caucásicas vamos a ser violentades?

No nos corresponde asumir la responsabilidad de ser quienes les acerquemos lo necesario para dejar de reproducir esos comportamientos, ya que hacerlo nos requiere de mucha energía. Energía que estamos invirtiendo en construirnos y sanar nosotras. Energía que nos costó mucho ganar, porque ser negra es ser diferente a lo que está bien, entonces vivimos nuestras vidas esforzándonos por ser lo que está bien. Dejar de apuntar a eso que está bien a su vez es muy difícil, porque todo a tu alrededor parece brindarte la fórmula para estar cada vez más cerca de estar bien, todo el tiempo, durante toda tu vida. Así que más allá de estar dispuestes (les afro) a evacuar sus “dudas” dejen de pensar que tenemos la respuesta a todas sus preguntas porque eso nos presupone un trabajo adicional al que individualmente nos toca hacer. En otras palabras dejen de creer que les tenemos que ayudar a dejar de ser racistas, hagan su parte y dejen de lado esos privilegios supremacistas que más hemos perdido nosotras las afros por tratar de combatir sus discursos a lo largo de la historia.

Crónica de una eterna negación identitaria

¡Qué difícil es apropiarnos de nuestras características propias dentro de un mundo que lucha por acercarnos a los ideales de belleza eurocentristas! Negué mi pelo durante muchísimos años, quería ser aceptada por la sociedad sin notar que el precio que estaba pagando era el despojo de mi identidad. No, mi cabello no es informal, no está descuidado, no es sinónimo de falta de higiene. Es una marca ancestral, que nuestras antepasados lucharon por sostener mediante el trenzado del que la cultura occidental intenta apropiarse cada vuelta de tuerca. El hecho de que socialmente nos estimulen a ocultar aquello que nos caracteriza parte de la negación de nuestra identidad, parte del convencimiento de que la sociedad nos va a leer inferiores por no aceptar la norma estética. Compañera, compañere afro, nuestros rasgos nos diferencian del resto de las estéticas hegemónicas que históricamente nos convencieron que debíamos adoptar. Mi pelo es una marca identitaria que hoy asumo lucir como decisión política. Soy negra y quiero y elijo verme como tal. Elijo resistir haciendo notar que allí estoy y que negra soy, porque si de algo se han encargado por siglos enteros es de hacernos sentir vergüenza de ser quienes somos. Me enojo cuando me tratan como un bicho raro por mi color de piel, me enojo cuando sin preguntar me tocan el pelo ¡y respondo! Respondo porque mi cuerpo tiene memoria, la memoria de los maltratos y los padecimientos que hemos y han sufrido mis/nuestras ancestras que fueron comercializadas como objetos por ser negras y una vez vendidas fueron violadas por sus amos, torturadas, obligadas a parir, obligadas a amamantar las crías blancas de sus amas blancas mientras sus propias crías morían por la falta de alimentos, obligadas a alejarse de sus tierras de origen para servir a colonizadores, obligadas a ver sus pueblos ser despojados de toda riqueza material y humana.

¡Resistieron!, resistieron dando la vida incluso. Resistieron abortando con hierbas para no sostener más la economía basada en mano de obra esclavizada, resistieron trenzando en sus cabellos mapas para poder trazar las rutas de salida, resistieron transmitiendo la cultura africana de generación en generación aunque corrieran peligro por hacerlo y lo lograron. Acá estamos, las que estamos vivas, conscientes, asumiendo la herencia y el legado de no permitir que se repita la historia. Manteniendo viva la memoria por cada lucha que nuestra comunidad tuvo que dar para poder siquiera acceder a la educación, a la salud, a poder reivindicar nuestros derechos como mujeres y como mujeres afrodescendientes. Nosotras, así como las mujeres indígenas, no adquirimos derechos al mismo tiempo que las mujeres blancas. El afrofeminismo exige que se reconozcan los privilegios que, sobre las mujeres afrodescendientes a lo largo de la historia, han operado sobre nuestras vidas haciéndonos víctimas de una opresión género/étnica que nos despojó de toda humanidad y nos ubicó en los lugares de vulnerabilidad que incluso hoy sostienen la inequidad racial que se propaga en discursos de odio racistas y xenófobos que nos han costado muchas vidas. Queremos que se reconozca la historia de resistencia que las mujeres negras hemos tenido, que se nos reconozca el camino recorrido hasta el presente y se nos permita apropiarnos de las conquistas que hemos luchado incansablemente hasta alcanzar. Que nuestras mártires tengan justicia, que los crímenes raciales sean condenados. Que dejen de tolerar y avalar el racismo, que no lo reproduzcan.

Marielle Franco, la activista afro por los derechos sociales muerta en manos del terrorismo de Estado de Brasil el 14 de Marzo del año 2018, dijo que “ser mujer afro es resistir todo el tiempo”. Su muerte personalmente me generó un impacto bastante grande, ya que entre otras cosas la mataron por mujer y por negra y por buscar justicia social, y me dejó muy claro que a eso nos enfrentamos las mujeres negras por dar pelea contra el racismo, el patriarcado y el capitalismo. La muerte de Marielle Franco marcó una antes y un después en términos de conciencia y pertenencia para mi en cuanto a esta lucha, y pienso que tanto por ella como todas las mujeres negras que han muerto es que aún estamos poniendo el cuerpo para que no se repita la historia. Por ellas siento que es mi deber continuar esta lucha, por ellas busco a las que están cerca y me uno, por ellas exijo que se reconozca nuestra identidad y que se respete nuestra cultura, por ellas exijo el lugar que nos corresponde dentro del feminismo. No hablen por nosotras, porque acá estamos y tenemos mucho para decir y vamos a dar las discusiones necesarias contra quien nos quiera discriminar. ¿Te preguntas porqué hablo en plural? Porque mi voz se nutre de la de muchas, de la de todas. Porque sé que somos muchas que estamos dispersas pero haciendo y diciéndole al mundo que el racismo y el patriarcado no nos vencerán. No puedo hablar por todas, pero sí puedo hablar para que se escuchen todas nuestras voces y ya no nos quieran callar. No soy una mujer feminista, soy una mujer negra feminista. Las mujeres negras no somos las nietas de las brujas que nunca pudieron quemar. Somos las nietas de todas las negras que lucharon por libertad.

“Lo que nos separa no son nuestras diferencias, si no la resistencia a reconocer esas diferencias y enfrentarnos a las distorsiones que resultan de ignorarlas y malinterpretarlas. Cuando nos definimos, cuando yo me defino a mí misma, cuando defino el espacio en el que soy como tú y el espacio en el que no lo soy, no estoy negando el contacto entre nosotras, ni te estoy excluyendo del contacto; estoy ampliando nuestro espacio de contacto.” (Audre Lorde)

* Lucía Souza, 25 años. Mujer negra y afrofeminista. Transito la carrera de formación en educación en historia y soy mujer murguista. Nací afro porque tuve suerte.

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