Gracias a Hemisferio Izquierdo que sin saberlo, nos está obligando a comenzar a sistematizar nuestros pensares y sentires
El 8 de marzo de 2016 la avenida principal montevideana se llenó de cientos de miles de mujeres. Imposible olvidarlo, pasó por nuestras mentes y cuerpos anunciando de alguna manera que la suerte estaba echada. Es curioso pensar en que fuimos protagonistas de esos puntos de inflexión en la Historia, a partir de los cuales ya nunca más fuimos las mismas. Decirse feminista es, en muchos ámbitos, motivo de los cuestionamientos más variados. Un gran abanico argumental se despliega con discursos de las tipologías más inimaginables. Si a eso le sumamos vivir el feminismo en un ámbito donde el capitalismo y el patriarcado materializaron una alianza que nos marca a fuego, podríamos afirmar que las posibilidades de alzar la voz se complejizan. Es que todo está muy bien pensado, la escuela a través de la maestra como transmisora de cultura, reproduce pautas y valores que sistemáticamente quedan en la memoria de nuestros cuerpos por generaciones, y por tanto difíciles de desterrar.
Decirse maestra feminista
En 2018 un pequeño grupo de maestras recogiendo el empuje del año anterior, se animó a juntarse de otra manera, desde un nuevo lugar.
Juntarse. Ese gesto tan originario y tan menospreciado por el individualismo campeante. Faltaba un mes para el 8 de marzo y nos sentimos interpeladas, y con una ansiedad de decirnos vivencias propias de las mujeres, y propias de las mujeres maestras. Nos conformamos con un primer objetivo que fue militar para que nuestro sindicato apoyara el paro del 8 de marzo, tanto a nivel departamental como nacional. Paro que se propone en el marco de la convocatoria internacional a una huelga feminista, promoviendo que la detención de las tareas remuneradas y no remuneradas de las mujeres eche luz sobre los lugares que ocupamos en la sociedad, visibilice las desigualdades existentes (a nivel salarial, calidad del empleo, acceso a lugares de decisión, oportunidades académicas, etc.) denuncie la altísima tasa de femicidios y las incalculables situaciones de violencia que vivimos las mujeres a diario.
Promovimos la reflexión a través de las redes, en las conversaciones con colegas y durante los poquitos días que estuvimos presentes en las escuelas. Pero el 8 de marzo nuestro sindicato no paró. Los análisis sobre este resultado son muchos, aunque atravesados por una frase repetida hasta el hartazgo: somos un 95% de mujeres maestras y el único sindicato de la educación que no para.
Luego de la marcha del 8 de marzo, las maestras por el “8M” pasamos a llamarnos Colectivo Maestras Feministas en el entendido de que nuestra militancia no podía agotarse sólo en esa fecha, tan potente pero tan puntual, si no que nuestra mirada debía atravesar todas las formas de opresión patriarcal dentro y fuera del sistema educativo. Porque no hay feminismos de foco, ni feminismos pura y exclusivamente temáticos. Una es feminista o no lo es. Entendimos que nuestro colectivo está en contra del patriarcado como expresión capitalista de opresión y control, porque sentimos que los cuerpos de las mujeres siguen siendo espacios de poder, de control, porque creemos que es necesaria una educación sexual integral en las escuelas, porque creemos en la igualdad de derechos, de oportunidades, de ejercicio de la libertad.
Nos dimos cuenta que estábamos hablando, pensando y sintiendo en clave feminista. Con los distintos procesos de cada una, nos dimos cuenta que éramos maestras feministas. Decidimos salir como colectivo de maestras feministas a decir lo que pensamos con palabras y acciones y entendimos lo importante de que las mujeres empezáramos a apropiarnos también del espacio público y que las maestras empezáramos de alguna forma, a apropiarnos también de la escuela.
Sobre si el nuestro es un discurso que logre adhesiones masivas, la respuesta es no. Es un discurso que logra adhesiones progresivas y conscientes, que tienen que ver con procesos de nuestras compañeras para las que siempre las puertas están abiertas. Sí podemos decir que nuestro colectivo se ha visto fortalecido por las discusiones que hemos ido procesando y por distintas actividades de las que hemos participado, como invitadas o como anfitrionas. Es un proceso interno y externo al mismo tiempo, en el que nos abrazamos y somos abrazadas por distintas organizaciones que validan nuestra voz desde un aprendizaje sororo de reconocimiento de otras.
Vamos caminando, cada vez más, junto a otras que se van sumando al recorrido desde el movimiento sindical en general y desde la interna de nuestro sindicato en particular.
Feminismo: ese mosaico de luchas
Este año tampoco nuestro sindicato acompaña el paro. No contamos al momento de escribir esta nota con los datos a nivel nacional ya que la votación aún no cerró. Sabemos que la filial de Salto nuevamente lleva la propuesta de paro, que en Rocha salió negativa y en Montevideo, una filial que se caracteriza por una fuerte adhesión a los paros y por ser una de las filiales que más paros realiza, también fue negativa.
La propuesta de parar el 8 creció respecto a la del año pasado en cantidad de votantes aunque de todos modos no logró las mayorías necesarias. Hablemos de la necesidad de cambios culturales, hablemos de parar cuando le pegan a una maestra y no cuando la consigna es más amplia y nos interpela en el ser mujer de la cotidiana. Y es que interpelarse cuesta por izquierda y por derecha, y cuesta asumir que lo personal es político.
¿Las maestras feministas estamos todas sindicalizadas/afiliadas a nuestro sindicato? Por supuesto que sí.
¿Las maestras feministas somos todas activas militantes de espacios “orgánicos” de nuestro sindicato? No.
¿Por qué ? Porque si bien la clase trabajadora ha logrado organizarse por sus derechos en una maravillosa herramienta como es la herramienta sindical, esta esconde lógicas que aún cuesta develar. Horarios, lugares, mecanismos de toma de decisión, absolutamente masculinizados más allá de quién esté allí. Y en este colectivo buscamos que aflore lo nuevo. Eso no significa que el machismo inoculado que todas tenemos no opere, pero hay formas de organización específicamente feministas que nos ayudan a transitar la experiencia de otras maneras. Esto quiere decir que somos, como lo es el feminismo desde su origen, disruptivas en cuanto a lo establecido. Creemos que nuestras luchas son con el campo popular porque fuera del Pueblo no hay feminismos posibles, pero no nos embretamos en la discusión del adentro y el afuera de las organizaciones. En todo caso la discusión del adentro y el afuera tendría que ver con planteos políticos y no con formatos o instituciones. Precisamente el feminismo es ese mosaico de luchas que planteamos más arriba. Y eso no tiene que ver con pretender desmarcarnos de planteos históricos de la lucha de nuestros pueblos, sino más bien con oradar algunos supuestos cerrados y estáticos de la militancia más ortodoxa. Si nos ponemos a pensar en el movimiento feminista latinoamericano actual, son las organizaciones político partidarias y sindicales las que acompañan los planteos, pero no las primeras en alzar la voz. ¿Esto implica que hay pretensión de vanguardia en el feminismo?No, implica que al reconocernos en el espacio público de a miles nos asombramos de lo poderosas que somos y de lo que podemos hacer. ¡Y además, lo hacemos!
¿El magisterio es un lugar adverso para el feminismo?
Quizás sea apresurado afirmar que sí. Es un lugar que está aprendiendo a leer algunos temas con perspectiva de género y eso, hoy por hoy, es bastante. Pero no nos conforma.
Es interesante reflexionar sobre la relación de las mujeres con la educación en general, desde los reclamos de los primeros movimientos de mujeres que entre otras cosas, reclamaban el acceso a la educación, hasta hoy en día, donde en algunos campos del saber aún es escasa su participación.
Sin ser casualidad ni regalo, en ese recorrido histórico cada avance se corresponde con un movimiento de mujeres que, en distintos niveles de organización, fueron reclamando y conquistando derechos.
Allá por la década del 20, las maestras firmaban un contrato para enseñar en las escuelas: no podían fumar, no podían verse de noche en sociedad, debían saber coser y bordar y tener delicadas caligrafías. La relación mujer-maestra no sólo era implícita sino que se regulaba. Basada en la enseñanza de los buenos modales, las destrezas en el uso del hilo y la aguja, la corrección del cuerpo y el cuidado personal, las escuelas para señoritas fueron instalando un ideario en relación no sólo a cómo debe ser una buena mujer, sino que la enseñanza de esas prácticas debía ser también, por lógica, impartida por otra mujer.
La función de educación en la enseñanza primaria se fue consolidando como una actividad que es casi exclusividad de nosotras.
Hoy en día aproximadamente el 94.2% (INEED, Evolución de las profesiones docentes en Uruguay. Desafíos para la próxima década, 2013) de las personas que trabajan como docentes en la escuela son mujeres. Lejos está de nuestro pensar creer que las maestras lo son porque jugaban a eso de chicas, o porque les encantan lxs niñxs, o son amables y cariñosas por naturaleza. Nosotras creemos que ser maestra es una oportunidad diaria de acercamientos, intercambios, creceres y pensares siempre nuevos y tan fluctuantes e impredecibles como el encuentro entre personas. Nos entendemos como profesionales de la educación, y creemos firmemente en ella como propulsora de nuevas subjetividades. Pensamos y sentimos la escuela como un espacio de acercamiento a múltiples acumulados históricos, científicos,culturales, que contribuyan a la formación de seres pensantes y sobre todo actuantes en sociedad.
Al igual que aquellas maestras, y si bien hoy en día no firmamos ese tipo de contratos, tenemos ciertas conductas, pensamientos, formas de ser y hasta de vestir que no son “bien vistas”. Porque sobre la maestra pesa esta especie de ser ejemplo, para la infancia nada menos.
Ese ideal de maestra fue de alguna forma acallando a la mujer como sujeto social, político, pensante y activo. Bajo el manto de la laicidad (polémica y con interpretaciones bastante funcionales) las maestras parece que no tenemos opinión, que no nos organizamos, que no tenemos una ideología política, que no discrepamos con algunos postulados sociales, o que somos todas heterosexuales o soñamos con ser madres.
Aquello que planteaba Alicia Fernández en “La sexualidad atrapada de la señorita maestra”, cómo la túnica de alguna forma nos disocia con nosotras mismas, y nos lleva a callar algunas cosas o repetir otras que quizás tampoco compartimos. El colectivo de maestras feministas es también un espacio para pensarnos profesionalmente, discutir académicamente, intercambiar estrategias y metodologías de trabajo. Busca ser también una voz que desmantele el sexismo simbólico y silencioso que hay en las escuelas, y que promueva nuevas prácticas educativas.
Por eso pensamos que el feminismo nos acompaña en este quehacer profesional. Porque hemos ido entendiendo juntas que esa historicidad de las maestras uruguayas también es nuestra, le fuimos poniendo palabras a esas opresiones que vivimos en la institución, nos las fuimos contando entre nosotras y ahora también a otras personas.
Los lentes violetas a toda hora, para construir una Escuela de posibilidades
Hace unos días una maestra promovía a través de las redes sociales la visibilización de los micromachismos que se promueven y reproducen a diario en las escuelas, convocaba a que cada una comentara situaciones vividas, observadas o practicadas.
La cantidad de cosas que aparecieron fue sorprendente:
Si se precisa limpiar una mesa, lavar un vaso, ordenar algo, se le suele pedir a una niña. Si en cambio se precisa mover la mesa, o ir a buscar los vasos o arreglar algo, se le suele pedir a un niño.
Si se precisan poner cortinas, preparar disfraces para un festival o acto, preparar una merienda se convoca a las madres, si en cambio hay que arreglar un enchufe, colgar un estante o poner un taco fischer, la convocatoria es a los padres.
Las filas de niñas y las filas de varones.
Los niños se desabrochan sus túnicas solos ya que los botones están delante, las niñas deben pedir ayuda y se arman “trencitos” para desabrocharlas ya que los botones están detrás.
Sugerencias de parte de un inspector varón a una colega: “tratá de hacerte el PAP en vacaciones”
“Qué prolija la letra de este niño, es raro para ser varón”
“Si te pelea tanto, debe ser porque le gustas”
Viene una niña llorando porque un niño le pegó: “Y qué hacías jugando con los varones*
“Maestro se me salió un botón de la túnica.”, “Bueno, decile a mamá que te lo cosa”
El pericón lo dirige un varón.
Vaya si será necesario interpelarnos desde estas pequeñas cosas y desde otras más cargadas de prejuicios aún, como la creencia de la hostilidad de un “ambiente femenino” porque “donde hay mujeres siempre hay problemas”.
Todo esto es lo que nos conduce a reconocer el universo femenino como conflictivo, sensiblero, y no pasible por ejemplo de producir saberes. Y eso solo sucede cuando leemos con ojos androcéntricos una realidad que es tan rica y no nos damos cuenta.
Ser feminista en la escuela es entender a esa madre que viene a decirte que ya no puede más porque está sola y los gurises la desbordan, es tenderle una mano a la compañera que llega con la justa a fin de mes porque su salario es el único ingreso a su hogar, es pelear por nuestra profesionalización todos los días, es pensar que nuestras alumnas y alumnos pueden ser lo que se propongan, es denunciar el maltrato y el abuso en un Estado que tiene muchos protocolos y pocas respuestas efectivas. Es también, pensar cuán priviliegiadas fuimos y somos en función de miles de mujeres que la están pasando realmente mal porque el machismo y la pobreza no las dejan ni asomar la cabeza al disfrute, y pensar también cuántos derechos nos quedan por disputarle a los dueños del poder.
Y es un camino que ya no tiene marcha atrás, por sobre todas las cosas, que es muchísimo para los tiempos que corren.
* El colectivo de Maestras Feministas está organizado desde el 2018 y nuclea a maestras y profesoras de la escuela pública de distintos departamentos del pais. Es anti capitalista y anti patriarcal, y milita por dar a conocer miradas feministas del sistema educativo desde la denuncia, la visibilizacion de las opresiones y la propuesta de otras formas de habitar y ser en la escuela.