lustración: Natalia Comesaña
Sobre la Tesis 0: El pensamiento como momento de la militancia Nunca se está completamente sola mientras se piensa, pensar es de por sí un ejercicio colectivo, dialógico. La discusión se elabora en nuestra mente y la excede, responde a las voces de otros y otras (que nos constituyen). Como en un coro, resuenan ideas “ajenas”, se confrontan, se acuerda con ellas, se prevén respuestas futuras, reacciones posibles, y se discursivizan, adquiriendo el formato que asigna al lenguaje la cultura, se hacen acción en el mundo, se insertan en el gran hilo de la historia. Por eso reafirmamos que “no existe divorcio entre pensamiento y acción”. El feminismo ha insistido en borrar las dicotomías del pensamiento occidental masculino. A través de la Jineologi, las guerrilleras kurdas han cuestionado esta matriz epistemológica, jerarquizada en términos de género, en que las mujeres siempre somos el par despreciado: la razón por encima del sentimiento, el pensamiento por sobre el cuerpo, el arriba sobre el abajo, la sociedad sobre la naturaleza. Las feministas hacemos carne la reflexión, y nuestro pensamiento es cuerpo. Ninguna idea acontece en el vacío, y toda ella está cargada de valoración. Pensamos con las cicatrices abiertas, con los abusos a cuestas, el acoso cotidiano, la carga de cuidados, la depresión. Somos una y todas, hablamos desde un lugar particular, que es múltiple y heterogéneo, pero común. No se puede hacerlo de otra forma. Fue así que nos descubrimos colectivo, la experiencia repetida una y otra vez nos mostró la opresión, la politización de esa experiencia nos ha mantenido constantemente en alerta, combinando pensamiento y acción a cada paso, de forma simultánea. Pensarnos en las acciones cotidianas, en la pareja, en las organizaciones, en el trabajo, en el deseo, en las políticas del Estado, en la economía, en la familia, en el espacio público, en el propio feminismo, con el objetivo de transformarnos, corrernos del lugar asignado e interpelar el orden, exigir y provocar transformaciones. Desarmar un entramado de odio milenario que nos mantiene sujetas requiere conocer sus nudos, sus pliegues, sus trampas, y conspirar estrategias conjuntas para poder desandarlos. La constatación de que la realidad precisa ser reelaborada punto por punto nos ha llevado a un ejercicio intelectual profundo que prolifera en los encuentros de mujeres, debates, charlas, textos, chats, videos, muros de facebook y mensajes de whatsapp. La sección de Aquelarre se ha sumado a esta apuesta senti-pensante, poniendo en diálogo a diferentes feminismos con las izquierdas, a las académicas y a las militantes, a las académicas-militantes y a quienes rehuyen de cualquier categorización. Porque la realidad nos golpea día tras día, creímos necesario hacer una pausa para que el pensamiento problematice esos golpes y nos encuentre. Solemos mantener el límite entre la realidad y la ficción bien delimitado. ¿Pero si acaso no es tan así y ciertos aspectos de esa ficción se cuelan en nuestros días? ¿Cómo hacer para que no nos gane la catarsis aristotélica? ¿Cómo hacer para que sea el extrañamiento el que nos acompañe? Deteniéndonos y buscando piensos; piensos que den cuenta de esas analogías y revelen la realidad en la ficción y la ficción en la realidad. El Cuento de la Criada como ejemplo paradigmático de ello. El texto publicado en la web, que es de por sí un concierto de voces, transmuta en reflexión personal, en acción grupal, en proclama colectiva. Y la calle tomada por nosotras transmuta en texto publicado en la web, y así sucesivamente.
Sobre la Tesis 1: Estamos ante la crisis de las estrategias de conciliación
Creemos que hoy, a pocos meses de lanzado nuestro manifiesto, no sólo en Europa crece el fascismo. Crece aquí, en América Latina y el ascenso de Bolsonaro afirma nuestra creencia. Y con el fascismo, una fuerte regresión que ya no nos permite pensar nuestra coyuntura de la misma forma, el punto de vista ha sido forzosamente desplazado.
En este nuevo contexto, el límite de la estrategia progresista y de la propia democracia representativa para su reproducción política, puede vislumbrarse en la tendencia creciente a la desaparición de los centros políticos y la necesidad, cada vez más agresiva, de avanzar sobre nuestra fuerza de trabajo y sobre nuestros cuerpos, pero con operaciones político-ideológicas que capitalizan malestar a través de la configuración de un otro/una otra a eliminar. Cobran protagonismo los procesos discursivos (con serios efectos en la realidad) que demarcan la otredad que es preciso o bien disciplinar, o simplemente dejar morir, como ha sido históricamente el tratamiento de la pobreza en nuestros estados.
Si el progresismo habilitó el escenario para que nuevos sujetos se incorporaran al espacio político, económico y social (como el caso de los feminismos, las disidencias sexuales y el propio movimiento sindical), desestimó al mismo tiempo la importancia en la construcción de subjetividades necesarias para sostener a estos procesos, y puesto que los límites materiales que posibilitaron la estrategia de conciliación comienzan a revelarse, la fragilidad de esta incorporación ya se manifiesta.
Por otros canales, el malestar social se ha edificado sobre un discurso de miedo e inseguridad, de reacción a la corrupción y los “privilegios” de una minoría (el proceso de votación de la ley Trans es un ejemplo de este proceso). La faceta punitiva del Estado es quizás la mejor forma de ejemplificar cómo las estrategias de contención y represión a la pobreza (de la cual las mujeres somos mayoría) fueron conformando esta otredad. La depresión y el miedo a un otro distinto y amenazante no sólo fueron procesos forjados por actores provenientes de los sectores ultraconservadores, sino que el Estado y sus dispositivos tienen un papel fundamental en esta delimitación que prepara el campo para la banalización de la propia vida, un otro demonizado que será preciso eliminar a través de la represión directa (megaoperativos, gatillo fácil, cercamiento de zonas, criminalización de la protesta), o por medio de la negación de los recursos necesarios para la reproducción de la vida.
La subjetividad neoliberal se apropia progresivamente de los distintos órdenes de la vida, abarcando sobre todo los lazos sociales, y en este escenario de inestabilidad, aparecen nuevos (pero viejos actores) a ocupar los espacios que ante los límites de gestión del Estado, la izquierda partidaria y los movimientos sociales, quedaron vacíos. La capitalización política del malestar social a través de personajes como Bolsonaro, reencarnación de “los viejos valores” que protegen a la familia (mujer madre, mujer ama de casa, mujer inferior al hombre, homosexual enfermo) y señalan a los feminismos lanzando fuertes ataques como hackear la página de “Mulheres contra Bolsonaro”, por nombrar apenas un ejemplo. Y aún más, los feminismos criminalizados y asesinados (no olvidemos nunca a Marielle Franco).
Esta tesis pudo haber funcionado, allá por mayo, como una anticipación a lo que en octubre ocurriría en Brasil y que ya estaba presentándose como tendencia a nivel mundial. Lo cierto es que Brasil sobrepasó todas las expectativas y abrió un espacio importante de autocrítica y reflexión sobre cómo fue gestándose un monstruo sin que pudiéramos verlo.
¿Supimos dimensionar dicha anticipación? ¿Cuál será el lugar del feminismo en este nuevo escenario?
Sobre la Tesis 2: Asistimos a un nuevo declive del progresismo uruguayo como modelo de regulación del Estado y la sociedad
Podemos pensar que la rearticulación de las derechas y el desenlace fascista en la región también representa una reconfiguración de los ciclos del capital para América Latina. La precarización de la vida en general y el lugar particular de las mujeres cuando el orden de género y el de clase hacen que la violencia se ejerza sobre nosotras de la forma más terrible, también explica porqué somos las mujeres el sujeto político más dinámico.
Las derechas se articulan globalmente, con estrategias comunes que vemos replicarse de maneras más y más agresivas, y como en otros tiempos, con un preocupante apoyo social. En Uruguay, ya hubo quienes vieron en Bolsonaro la posibilidad de rearticular discursivamente todo aquello que lo llevó a la victoria. Aún así, el discurso de la excepcionalidad uruguaya parece darle a este proceso cierta impronta, y la regulación progresista del Estado comienza un viraje, es claro que Uruguay no saldrá ileso de los escenarios de los países vecinos.
En Brasil, Bolsonaro lanza un llamado a la guerra contra los “parásitos de estado” de las políticas redistributivas del PT, las mujeres y aquellas minorías con algún reconocimiento, y esto parece ser también su fortaleza discursiva, porque la violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados, pobres y negros, militantes de izquierda en general se prefigura como la reacción a un momento particular del ocaso de los progresismos donde la redistribución y el reconocimiento de sujetos sociales y minorías ya no tiene andamiaje posible.
En nuestro país, Edgardo Novick y Verónica Alonso son las figuras políticas más prominentes de una derecha que se envalentona con la avanzada fascista y encuentra la oportunidad para posicionarse como una opción viable y deseable que promete defender los intereses del pueblo, apelando al nacionalismo barato para combatir la corrupción y restablecer el orden moral. Desde este frente se va configurando la idea de amenaza social sobre diversos colectivos y sujetos. Los medios masivos de comunicación, el manejo de noticias falsas y una bancada evangelista que ha incidido en la agenda política, contribuyen silenciosamente a estos procesos que se encuentran en el corazón del fascismo de nuevo tipo .
Semanas atrás en Salto, una mujer trans fue brutalmente golpeada por sus vecinos al grito de "ahora vas a cobrar la pensión". Más allá de la violencia normalizadora que este hecho significa, es posible pensar que las intervenciones públicas de Verónica Alonso sobre lo “injusto” de una ley que otorga “privilegios” a una minoría, alimentaron la construcción social del menosprecio y el odio hacia este colectivo. Un diario de Salto tituló “Uruguay de luto: FA aprobó la ley trans y éstos recibirán dinero mensual”, mientras su intendente prohibió a las organizaciones sociales manifestarse en las plazas pero permitió su uso para los cultos de diferentes iglesias. Estos son algunos de los ejemplos de cómo se va consolidando, desde la política y los medios de comunicación, un sentido común fuertemente reaccionario que hace que en nuestro país ya existan lugares donde la vida la misma se pone en peligro.
Lo que está en disputa es el sentido por quiénes son los verdaderos privilegiados, y en esto la izquierda parece estar perdiendo la batalla. Para el feminismo, esto también supone una disputa en su interior respecto a sus proyecciones anticapitalistas, Nancy Fraser anticipaba ya las tensiones entre estrategias afirmativas y estrategias transformadoras, donde los modos en que se estructuran las identidades y los marcos mismos de la igualdad en el capitalismo se ponen en cuestión.
Comunicadores como Nacho Álvarez, de gran alcance entre los uruguayos, constituyen la ola conservadora; tras los resultados electorales en Brasil lo escuchábamos relativizando la monstruosidad de Bolsonaro y las implicaciones de la auspiciada militarización del espacio público y del Estado. La bancada evangélica en el Partido Nacional tiene como principal enemigo a “la ideología de género”, es decir, a nosotras, las feministas; y por ende, los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales. En este último aspecto nos gustaría detenernos. La marcha ocurrida este 31 de octubre en Montevideo -y replicada en varios departamentos-, organizada por congregaciones evangélicas y apoyada por la Iglesia Católica, convocó a una gran cantidad de uruguayos que recorrieron la Avenida General Flores, hasta llegar al Palacio Legislativo, levantando consignas en defensa de los valores de la familia y de Dios. En sus proclamas se podían leer mensajes que clamaban por una educación sexual libre de ideologías, una juventud sin drogas, la no intervención del Estado en la crianza de los hijos, la libertad de conciencia, el rechazo a las relaciones sexuales irresponsables. En el Palacio, se escuchaban los rezos de los fieles y los discursos de los pastores evangelistas que bregaban por la inmediata derogación de la agenda de derechos, y la necesidad de tener más senadores y diputados evangelistas representándolos en el Parlamento. Semanas antes de la marcha, habían empezado a circular videos de un grupo de jóvenes que se presentaban como estudiantes organizados contra la adoctrinación ideológica (aunque sea fácil darse cuenta que se trata de una puesta en escena), y cuestionaban fuertemente los contenidos de la sexualidad trabajados en los manuales de ANEP. A través de una serie de mentiras sobre distintos pensadores a quienes adjudicaban el rol de fundadores de la “ideología de género”, reafirmaban la idea de que estamos bajo una dictadura ideológica que tiene como fin destruir a la familia. Estos mismos se sumaron a las campañas contra la ley trans y apoyaron la restitución de María, la niña que había sido abusada por su padre, a España. Pero lo que sorprende, más allá de lo falaz y manipuladores de estos discursos, son los apoyos con los que cuentan por parte de determinados intelectuales de “izquierda”, como es el caso de Hoenir Sarthou, que desde hace un par de años viene compartiendo actividades con grupos ultraconservadores, representantes de las iglesias, las fuerzas represivas y organizaciones de extrema derecha. Es de destacar su participación en el acto fundacional de la filial oriental del Proyecto Segunda República (PSR), con su ponencia titulada “Ideología de género, fenómeno omnipresente y estimulación sexual prematura”, además de la conferencia de prensa que brindó en el anexo del Palacio Legislativo contra la Ley Integral de Violencia de Género -convocada por grupos antifeministas como Varones Unidos, Stop Abuso, A mis hijos no los tocan-, que estaba siendo votada ese mismo día en diputados. Basta leer su columna en el semanario Voces para encontrar las coincidencias.
Pero las preguntas a las que arribamos inmediatamente son las siguiente: ¿qué tan peligroso resulta el feminismo para el orden imperante?, ¿qué pilares del capitalismo amenaza desestabilizar?, ¿cómo es posible que sea hoy el enemigo común de las iglesias, la derecha conservadora y la izquierda confundida? Una de las posibles respuestas está en la noción de género. Sarthou y Dastugue acuerdan especialmente en algo: el sexo biológico es determinante de la identidad de las personas, cualquier subversión de esa relación esencialista trae aparejadas consecuencias para la continuidad de la familia. ¿Y por qué importa tanto la familia, al punto de salir a marchar en su defensa? ¿De qué familia se está hablando? ¿Si responde a un orden natural, por qué sería tan necesario defenderla? Lo que se nos está exigiendo, en realidad, es que las mujeres volvamos a los lugares que nos fueron asignados históricamente (madres-esposas-amas de casa); que renunciemos al espacio público y regresemos al encierro doméstico (el mismo mensaje disciplinador que dan los violadores a sus víctimas). La familia que se busca proteger es la misma que fue alentada por las dictaduras para reforzar la “seguridad interna” frente al fantasma del “comunismo”, aquella que descansa sobre una obligada heterosexualidad, y se organiza en torno al poder del varón proveedor, padre de familia, en una división sexual del trabajo que produce inequidad y subordinación de la mujer y los hijos (y emula las jerarquías estatales y religiosas). El modelo de familia que sirve al sistema para la producción de trabajadores y la reproducción del orden erigido sobre el trabajo femenino gratuito, la unidad básica del capitalismo por excelencia. En tiempos de crisis, donde las tecnologías empiezan a suplantar grandes áreas del trabajo humano, con enormes contingentes de población femenina sobrante, es necesario devolver a las mujeres a la esclavitud doméstica para que sean más rentables.
Sobre la Tesis 3: Se abre un nuevo tiempo político, emergen nuevos actores y la clave está en la disputa del malestar La tibieza de las políticas del gobierno en materia de género, la contradicciones entre la agenda de derechos y las políticas económicas de neoliberalización, extranjerización y extractivismo, la promulgación de leyes a las que no se destina presupuesto, han contribuido, en cierta medida, a la permanencia de un sentido común conservador. El feminismo, como el movimiento social que más presencia ha tenido en los últimos años, trae consigo una apuesta radical que toca en lo más íntimo de las subjetividades y las prácticas cotidianas de las personas. ¿Quién es capaz de asumir el lugar que juega en la opresión? Pensar en términos de género incomoda, porque nos enfrenta a una realidad que había estado desde siempre, pero se mantenía oculta, silenciada. Ahora ya no es posible taparse los oídos para no oírla, las mujeres responden en las calles ante cada “piropo” que intenta coartar su libertad de circulación, escrachan a los violentos y violadores en internet, exigen a los padres de sus hijos que se hagan cargo de la cuota de cuidados que les corresponde, señalan a los “buenos vecinos” que intercambian recargas de celulares por “favores sexuales” con adolescentes, denuncian la violencia de obstetras y ginecólogos que inducen cesáreas para cobrar más y esterilizan de manera forzada a las más pobres, se organizan, hacen marchas, congresos, se separan de sus parejas, se enamoran de otras mujeres, o de varias personas a la vez, repudian a los músicos abusadores y cuestionan los programas universitarios que borran a las mujeres de la producción del conocimiento. Enfrentarse a esta realidad (y por ende, a la pérdida de cualquier certeza en cuanto al funcionamiento social), si no se transforma en motor de lucha (y para eso es necesario encontrarse con otras), provoca angustia, desesperación, miedo, negación y en su vertiente más extrema, odio. Las iglesias evangelistas y las derechas juegan precisamente con el discurso de devolverlo todo a su lugar, la promesa de apaciguar el torbellino que deja a su paso el feminismo, de volver a ser “hombres y mujeres”, “mamá y papá”, de allí su fuerza de convocatoria. Frente a este panorama, se vuelve muy necesario vernos a nosotras mismas y evaluar el alcance de nuestras prácticas. La crisis de las militancias también afecta al feminismo, las dificultades de darle continuidad y poner el cuerpo a los proyectos comunes que elaboramos hacen que algunas compañeras se vean recargadas de tareas, y en ocasiones, que no podamos llevarlas adelante. Sin duda, muchas veces esto está vinculado con el papel que ocupamos las mujeres en el entramado social, la maternidad continúa siendo un impedimento para militar, así como el cuidado de padres o madres adultos y enfermos. Las mujeres seguimos siendo las sostenedoras de la vida. Nos toca redefinir las militancias, creer en el “entre nosotras” y generar las posibilidades para que estemos todas.
Necesitamos multiplicarnos. Uno de los grandes desafíos del feminismo es salir de la endogamia, elaborar nuevos lenguajes políticos que nos acerquen a otras que no circulan por nuestros espacios. Los feminismos se erigen sobre la lucha por la supervivencia de las mujeres, frente al riesgo permanente de ser violadas, prostituidas, asesinadas. Es desde ese lugar que compartimos con otras mujeres, -porque todas estamos en riesgo-, que tenemos que construir el encuentro con las otras. Seguir encontrándonos en los barrios con nuestras vecinas de manera horizontal, sin la institucionalidad mediante, con todas las contradicciones que nos atraviesan, pero con la certeza de que podemos espejarnos en la otra y desplegar juntas estrategias emancipatorias. Allí está nuestra potencia. ¿Cómo disputamos el malestar? ¿Cómo, en tiempos de advenimientos de fascismos, resistimos y defendemos lo hasta ahora alcanzado?
Una posible respuesta es de cierto repliegue y no con esto queremos decir un cierto apaciguamiento. Se trata de un repliegue táctico que busca pensar cómo avanzar. Y ante eso se hace necesario retomar ciertas prácticas militantes que hoy parecen caducas pero que eran motor de luchas y resistencias en tiempo dictatoriales. Se trata de volver a los encuentros, al cuerpo a cuerpo. Pensarmos en colectivo de manera conjunta, ahí, en ese mismo lugar. Animarnos a querernos, a abrazarnos en nuestra vulnerabilidad compartida. El feminismo guarda consigo varias prácticas necesarias para tenerlas como ejemplo de esto. Necesitamos juntarnos, politizar nuestros afectos, abrazarnos, darnos la mano para allí pensarnos, pensar la realidad, pensar los pasos que vamos a dar. Debemos protegernos. Se hace imperioso también tomar conciencia de los riesgos que hoy (y siempre, para ser realistas) tienen la redes sociales. Debemos cuidarnos también de eso y ser muy cautas en el uso que hagamos de ellas. De la misma forma que mujeres extendían redes seguras, a expensas de los celulares, para acompañar a una compañera que quería abortar o que estaba siendo acosada, abusada o violentada, debemos aprender de ellas y continuar por esos senderos, compartirlos y masificarlos. Porque: “ninguém solta a mão de ninguém”.
Muchas de nosotras nacimos luego de la dictadura, somos la generación del trauma y los fenómenos transferenciales, del miedo. Sabemos de la violencia en carne propia, y por eso respondemos rápidamente en tiempos de procesos políticos acelerados. Nuestro hacer en red y a través de formas bastante espontáneas sacó al feminismo a la calle luego de una larga siesta institucional, mostrando que estos acuerpamientos han sido efectivos en tiempos de desmovilización (sino pensemos en el fenómeno Ele nao en Brasil). El feminismo comienza a redefinir la izquierda y la política, así como su propio proceso de politización como sujeto colectivo. Aquello que tensa e interpela, tanto dentro del propio movimiento como respecto a la izquierda, es su principal potencia.
Sobre la Tesis 4: Son necesarias nuevas referencias políticas de masas capaces de rearticular la ofensiva
La dispersión y la atomización de las luchas necesita de definiciones estratégicas sobre las que articularse. Cómo unificamos una clase fragmentada en términos de edad, género, etnia, raza y su lugar particular en los procesos productivos es complejo. Para ello, amplificar debates desde los propios marcos en que los sujetos se encuentran, de acuerdo a sus necesidades y experiencias concretas, nos lleva también a plantearnos la política de forma situada y desde los afectos, aquello que desde el feminismo se llamó política en femenino.
Sin embargo, pensar los antagonismos sociales desde cómo estos se vinculan al capitalismo, la opresión de género y la subjetividad neoliberal, puede ser un gran desencadenante de síntesis políticas antisistémicas, porque si no pensamos en cómo superar el lugar de repliegue generalizado y la convicción de que el capitalismo es el único modo posible de gestión de la vida, los futuros distópicos son un devenir próximo más que una amenaza lejana. Y para esto necesitamos repensarnos desde una acción que no sólo tenga sentido para nosotrxs como colectivos particulares, sino que pueda comunicarse y enraizarse en un sentir colectivo profundo y liberador.
Estamos en un nuevo y complejo escenario político, y Brasil nos muestra que aquello que cambia de forma vertiginosa estuvo gestándose silenciosamente durante años. Es importante preguntarnos cómo empezamos a articular las luchas en un contexto poco favorable en términos de desmovilización y sin tener demasiadas posibilidades de pautar las reglas de juego. Qué espacios abre el agotamiento de la estrategia de conciliación liderada por el FA nos lleva a resignificar socialmente este proceso y los vacíos que deja tras de sí. Reconocer dónde comienzan a gestarse los espacios de politización como son los centros educativos, los “nuevos” sindicatos asociados al sector privado, las/os trabajadores de la educación y su doble potencia en tanto precariado social pero con la suficiente formación para pensar líneas y síntesis políticas, la academia y sus componentes más críticos, los sectores productivos y los de servicios, etc.
Las feministas desde hace un tiempo hemos optado por habitar todos los espacios, generando dentro de estos espacios de mujeres (comisiones, secretarías, asambleas), propiciando la discusión en torno a las relaciones de jerarquización, expresadas en los modos y las prácticas que se tejen en los ámbitos mixtos, y colocando nuestras demandas específicas como prioritarias, inescindibles de nuestra posición de clase. Este esfuerzo nos ha costado muchísimo, y no siempre ha sido posible sostenerlo, sin embargo consideramos que debemos estar, no hay cambio social posible sin nosotras. Sin duda, cualquier alternativa que surja deberá contemplar la pluralidad de sujetos de cambio y basarse en una profunda ética feminista. Recuperar aquellos aspectos de la tradición de las izquierdas que nos resultan significativos y vigentes para abordar nuestro presente, y combinarlos con nuevas perspectivas creativas y contextualizadas, haciendo énfasis en la construcción de tramas comunitarias, en que la apuesta cotidiana se transfigure en insurrección y potente transformación de las subjetividades.
* Integrantes de Aquelarre, sección de Hemisferio Izquierdo dedicada a los feminismos. https://www.hemisferioizquierdo.uy/aquelarre