En el II Manifiesto de Hemisferio Izquierdo manejamos la tesis de que estamos ante el agotamiento de las estrategias de conciliación de clases, en particular en América Latina, de los progresismos, lo que provoca un estado de malestar social que requiere ser interpretado y disputado. ¿Te parece adecuada esa idea? ¿Compartís su centralidad? ¿Qué implicancias se derivan de ello?
Creo que la estrategia de conciliación de clases no sólo está agotada hoy sino que nunca fue una salida. Hoy y luego de que el progresismo apostó fuerte a ella, comparto que esa estrategia es por un lado un fracaso, y a veces pienso que hasta ha sido una fachada para amortiguar conflicto social y hacer pequeños cambios que frenaran al cambio de veras. Pero si estuvo planteada seriamente en algún momento, y si entraron en el juego clases que quizás debieron haber ido por todo, creo que ahora si estamos ante la evidencia de que esa estrategia fue atacada desde la clase que conciliaba "desde arriba" (la que mueve a la derecha), y que mientras eso sucedìa nadie de este lado logró plantear una superación de la situación desde abajo o desde la izquierda.
Mientras nos fuimos dando cuenta de esto, lo que llamamos “izquierda” y lo que llamamos “derecha” cambiaron casi tanto como el escenario político donde esta conciliación estuvo planteada, sobre todo el que se planteó hace unos 15 años con la llegada al gobierno por primera vez de un partido de izquierda en Uruguay.
Y lo que percibo es que hay que pensar qué pasó en ese proceso. Más allá de las frustraciones (aunque con ellas), más allá de salir a cazar traiciones, traicioneros, causas finales de los malentendidos y las malas leches, creo que hay pila de aprendizajes que tenemos que empezar a hacer ya de lo que pasó en este proceso de agotamiento (que no nos era nada evidente hasta hace poco incluso a quienes nos empezamos a distanciar del FA hace ya casi una década o más).
Uno de esos aprendizajes tiene que ver con una discusión que hemos omitido y que tiene que ver con un viejo – y actual - problema de los movimientos sociales que es la relación entre vanguardias y los sectores sociales no orgánicos (a la vez los más desfavorecidos). En otras palabras: la tensión que tantas veces se presenta entre ser un movimiento compacto, coherente y cohesionado, o ser muches, ser grandes y expansivos. Mientras esa siga siendo una disyuntiva, seguiremos estancades en el problema de las vanguardias militantes que se quedan solas, en el problema de los pequeños cascos bien organizados con dificultades para llegar a la gente.
Otro problemón es el de la burocratización de la política - o su conversión en una administración neutralizadora del cambio social - que era algo que ya proponía el neoliberalismo y que el progresismo con su ejército de tecnócratas bien intencionades ayudó a acelerar. Creo que ni el "oenegismo" de los derechos humanos, ni los planes asistenciales, ni la apuesta al desarrollo van a resolver los problemas de burocratización/elitización de la política; que tampoco pueden resolver la neoliberalización del estado y del mercado, ni tampoco la concentración del poder. Y no pueden resolverlos porque viven de ellos.
Lo que se dio fue una política estatal de intervenciones despolitizadas, no acompañadas de organización política. Y el acompañamiento perfecto para ese plato fue un cuidadoso descuido de la educación y de la batalla cultural por un lado – hueco que fue llenado por promesas de cambio de ADN e infinitas elaboraciones de “Planes de” que uno a uno han quedado en la nada-; y los permanentes frenos al crecimiento político y la autoorganización de las clases populares por otro. Y cuando hablo de crecimiento y auto-organización no me refiero solo a subir los salarios medios y los niveles de consumo, que no está nada mal como logro*. Pero si el consumo viene a llenar el hueco de unas formas de vida cada vez más alienadas y vacías, si el consumo es consumo basura, si el consumo viene acompañado de una tristeza, una depresión y un resentimiento cuyas causas son la soledad y la impotencia social, entonces ahí el consumo se vuelve tremendo problema. Como esas drogas que pueden ser hermosas o pueden dejar de ser divertiras.
No me es fácil hablar de esto cuando yo misma me abrí, no participé del diseño de las políticas, cuando mi militancia fue más desde el arte y desde espacios autónomos (y muy a menudo endogámicos), cuando me quemé con el futuro que empecé a vislumbrar y dejé de dar ciertas disputas desde “adentro”, digamos. Pero de todas formas y sin omitir la autocrítica que me toca, lo digo porque lo veo así. Y es más difícil hablar ahora con una sensación de estar al borde del abismo facho, que hace 3 o 4 años cuando había un progresismo consolidado, que tenía pinta de hegemonía y una tenía claro que había que presionar como fuera hacia la izquierda y que para eso cierto pensamiento cáustico (incluso kamikaze) podía funcionar. Hoy estamos muy incómodas y nerviosas. En el último tiempo y acompañando el proceso brasilero me empecé a preguntar como hacer para no volverme una petista arrepentida que sale a gritar viva Haddad 10 días antes de la segunda vuelta. Ciertamente tengo miedo, pero callarse la boca nunca fue una alternativa y tampoco creo que sea ahora.
Lo que sí me preocupa más que antes – que quizás estaba más cómoda en el guetto anti progre - es cómo hacemos para juntarnos en un frente común antifascista y antineoliberal con todas las diferencias que tenemos. Y ahí pienso que del lado de los movimientos ha habido poca capacidad de querernos en la diferencia; y por otro lado poca capacidad de generar alianzas estratégicas, que es un poco el mismo problema (pero mejor vuelvo a esto en la pregunta que viene).
Una última cosa sobre ésta pregunta es que creo que el malestar social al que se refieren en su pregunta no lo produce el fracaso de la izquierda: creo que aunque la autocrítica es necesaria es ingenuo pasar meramente a autoflagelarnos sin analizar la brillante organización que tiene la derecha hoy, el plan de largo plazo y de larga distancia que ha venido creando en estos últimos años, la lucidez táctica con la que identificaron los puntos nodales del cuerpo social para aplicarle luego una acupuntura del demonio. O sea no limitar el análisis a que la izquierda es corrupta y fracasó, sino que esta gente tiene una organización del carajo. Un buen ejemplo de esto son las iglesias evangélicas: muchos muchos años de paciente organización para recien ahora salir a disputar la política y las calles. Es decir, que ahora que la derecha está saliendo del agujero en el que se refugió de su (efímera) derrota, vemos que están en todos lados: las finanzas, los medios de comunicación, hasta la sensibilidad más micropolítica se tomaron.
El malestar social entonces no lo produce (solo) el fracaso de la izquierda sino las formas de vida neoliberales que pautan ritmos, sensibilidades, soledades y relaciones sociales hoy en día. No lo produce la crisis económica (solamente) sino una enorme sensación de impotencia que tiene todo que ver con la incapacidad de generar cambios no epidérmicos sino estructurales, y la incapacidad de estar con otres y sentirnos capaces de transformar las cosas que nos duelen.
El malestar lo produce la sensación de que el “gobierno” e incluso el estado, es un espacio vaciado de poder social y completamente lleno de intereses de las clases dominantes y de juegos opacos y de cámaras ocultas. Lo produce la percepción de que estamos perdiendo eso que en uruguay siempre le jodió a la derecha (sobre todo la post batllista) y que fue el núcleo de la “excepcionalidad” uruguaya, y esto es un estado comprometido con la idea de lo público, de lo común. El malestar lo produce lo abrumadas que nos sentimos ante lo bien que está organizada la reacción de la derecha a los tímidos avances de la izquierda social. Durante los últimos años estuve convencida de que nuestro problema principal era la tibieza de esos cambios, y con eso que ustedes llaman “pacto de clases”. Y me la pasé peleando con y al progresismo por esto y lo hubiera seguido haciendo. Pero en retrospectiva percibo que también tendríamos que haber estado mucho más preocupadas por cómo la derecha estaba organizándose para dar el contragolpe y cómo derrotarlos posta para que eso no sucediera, pero no en las urnas sino en los lugares donde está el poder real.
Fue demasiado tiempo con la certeza de que la política de las mayúsculas y los parlamentos estaba jodida y que teníamos que apostar a la micro: hoy pienso que esta división nos jodió. Nos distrajo y nos confundió. Algo a aprender es que no podemos confiar en las dicotomías. No va a salir nada bueno de ahí.
Otro ejemplo de esto es la dicotomía nacional-internacional. La izquierda social ha pasado mucho rato sacándose los ojos en torno a esta dicotomía. Y hoy veo que construimos una relación totalmente esquizofrénica con la política internacional: por un lado la izquierda partidaria adoptó el patético modelo de las socialdemocracias europeas. Por otro los movimientos más autonomistas tienen relaciones fluidas con movimientos como el feminismo internacional, el zapatismo, 11M, Occupy, etc. En ambos casos creo que hay problemas para elaborar fuerzas locales que se alimenten de esas relaciones con el afuera potenciando comunidades regionales, en diálogo con y entre el" acá". Esas posiciones nos ayudaron a crear nichos y divisiones al interior de la izquierda, ¿y para qué más?. Es algo que me provoca preguntarme. Ha habido demasiado “o” en lugar de “y”: internacional “o” local; de masas “o” vanguardistas; tácticos “o” fenomenológicos; legislación “o” acción directa, reformista “o” revolucionaria.. Imagino lo que hubiera pasado de haber apostado al “y” y me late que algo podríamos buscar en ese camino. Y el “y” nos demanda una mayor madurez política pero sobre todo una madurez sensible para lidiar con las diferencias.
Y ojo, que este problema de la sensibilidad no nos distrae del problema táctico, sino que es hoy nuestro principal problema táctico porque mientras no seamos capaces de activar la empatía, la capacidad de sentir lo que otres sienten, la disposición a poner tiempo y energías a lo que otres necesitan y desean y a lo que creen que son las mejores formas de hacerlo, no hay diagnóstico ni insistencia ni convicción ni plan estratégico que nos valga. La derecha ha hecho todo eso muy bien. Y sé que suena raro esto de entrenar la empatía pero como toda habilidad que de no usarla se va entumeciendo, estamos necesitando volver a activarla, sentirla en y entre los cuerpos y los espacios que nos unen y a la vez separan. La empatía es puro tejido conjuntivo social y hoy está todo roto y desgarrado. Como todo tejido no es un lazo rígido ni tampoco totalmente intangible. Como todo tejido no depende de nuestro control pero podemos hacer cosas para que la sangre empiece a llegar, para que con la paciencia urgente que se necesita en este presente, pasemos del desgarro al movimiento. Porque ni la parálisis ni el reposo curaron nunca jamás a ningún cuerpo que deseara seguir en el movimiento, en la lucha.
A pesar del desinfle del progresismo, parecen aparecer sujetos colectivos potentes en el ámbito de la izquierda social. En el II Manifiesto planteamos como otra tesis central que es necesario la construcción de nuevas referencias políticas de masas, y que estas deben apoyarse en estos sujetos emergentes. ¿Es preciso caminar hacia allí? ¿las herramientas ya existen? ¿hay que construirlas? ¿cuáles son las formas y procesos necesarios a transitar?
Hemos abordado el pensamiento sobre las masas desde la preocupación por la basura que resulta la cultura de masas (sobre todo vista desde la perspectiva un tanto elitista de un sector de la izquierda intelectual - universitaria). Pero no podemos reducir el término a eso que la derecha ha sabido construir con tanta eficacia. Porque masa es también otras cosas: es primero que nada gente junta, y necesitamos pila de gente junta. Es también una forma de estar en colectivo que no pone por encima el individualismo (aunque sí, claro, hay que pensar formas de singularización en la masa para no repetir los tropiezos históricos de tantos movimientos de izquierda). Masa es también eso en lo que entramos sin miedo a ser tocadas, sin miedo a ser "parte de". Y nos falta pila de eso para poder realizar los cambios que queremos. Por último, masas es a lo que más le teme la derecha, porque una masa te da vuelta el tablero, y es capaz de mandar a la mierda al poder si lo quisiera. Por eso la derecha se obsesionó con dominar las masas, con mantenerlas sumisas, hacerlas dóciles. Y desde la izquierda aprendimos a ¨asociar la masa dominada por la derecha" con la masa. Y es hora de desandar ese sinónimo. Es hora de acercarse a las experiencias que está tendiendo feminismo popular y su capacidad de movilizar enormes y diversos cuerpos colectivos, por ejemplo. De leer a tipos como Elías Canetti o Raquel Gutiérrez o escuchar a las asambleas y a la calle.
La posmodernidad nos enseñó demasiado bien - y le creímos demasiado-, a desear marcar nuestra diferencia y nuestra singularidad permanentemente. Nos volvimos posmodernas con un montón de teoría arriba pero incapaces de formar parte de una masa, o de algo grande. Aprendimos muy bien lo que no queríamos y a decir lo que no somos, pero muy poco a plantear desde el deseo alternativas a los movimientos políticos tradicionales; muy poco a encontrar formas en que sin avasallar nuestras libertades y nuestro derecho a ser diferentes aún podamos movernos juntas. Entonces quedamos todes diferenciades y también dispersas. Y agarramos el hábito de que conectar con el deseo es casi siempre conectar con el deseo individual. El hábito de asociar la palabra libertad con un imaginario también individualista. Estos son triunfos del neoliberalismo que la izquierda libertaria y también la que sostuvo la agenda de derechos reprodujo y hasta encarnó. Y por ende una lucha a dar es reencontrar un deseo colectivo.
Encontrar formas de comunidad que no sean ni el fast-food de la política (es decir: encuentro mi causa, la consumo y la descarto siguiendo con mi vida o con la próxima problemática trending topic en mi red social); ni tampoco ese tipo de organización cuasi militar donde es solo a fuerza de disciplina y censura del disenso que se logra el encuentro y la cohesión.
Movernos juntes sigue siendo el principal desafío para los movimientos sociales. Y es un problema coreográfico y es un problema sensible: quizás por eso me obsesiona tanto la danza, qué sé yo. De todos modos siento que desde el arte o la danza no le hemos encontrado aún la vuelta: nos pasamos hablando de empatía pero nos falta muchísimo entrenamiento en estar en ambientes que no controlamos, con parámetros que no son los nuestros. Nos pasamos hablando de la situación y entrenando la improvisación, pero luego nos pasa que solo podemos ser activas en escenarios artificiales, pero seguimos siendo espectadoras pasivas en los escenarios reales, como dice Sabela una colega en una performance. Nos pasamos hablando de la política de lo sensible pero nos falta sensibilidad para la política. No estoy feliz con mi campo, como verás.
Volviendo a la pregunta sobre los movimientos de masas, no lo sé: quizás tienen que ser movimientos de masas o quizás no. Las masas que seducen hoy parecen ser las que prometen que nadie va a tocar tu espacio, que es precisamente todo lo contrario a lo que una imagina cuando piensa en una masa. Hoy tenemos cada vez más movilización de masas de derecha (o intentos de), la masa se ha vuelto anti-popular. La masa es también la que odia a los pichis, a los pobres, y a los sujetos de las acciones afirmativas. Algo pasó que antes la izquierda decía que era “el pueblo” y hoy la derecha se apropió de esta táctica y nos habla de lo que “quiere la gente”. Algo nos pasó en tanto capacidad de interlocución y de representación. Algo bastante jodido. Algo que tiene que ver con la dispersión de una masa que se mueve por amor y la concentración de una que se mueve por odio.
En un proyecto con amigues mexicanxs (La liga tensa) con quienes nos hartamos de hacer piezas de danza que no cambian nada ni a nadie y empezamos a explorar coreográficamente las manifestaciones políticas callejeras, y decimos que hay que escuchar a la manifestación como a un río. O sea, escucharla, poder entender su lenguaje, escuchar qué pasa cuando muchxs se juntan con sus objetivos comunes y sus desacuerdos para hacer algo tan simple y complejo a la vez como caminar juntas, detenerse juntes, movilizarnos juntas. Cómo conjugar la urgencia del hacer con una inteligencia táctica. Cómo tener tiempo para todo esto que es también una cuestión política urgente hoy. Y si bien me vengo cuestionando mucho sobre los sentidos de su continuidad, no sé qué sería de las subjetividades políticas hoy sin las marchas. Y digo esto porque hay una sensación de que no han logrado nada, de que están viejas, de que las metas por las que se marcha hace décadas no fueron alcanzadas y es problemático. Por un lado sí hubieron conquistas. Por otro hay algo que pasa en las movilizaciones en términos de creación de subjetividad política que va más allá de éxito/fracaso y que es es imprescindible para no irnos todas para nuestras casas a recostarnos en el cinismo o el nihilismo que están a la orden del día en las calles y en las redes. Además sí ha habido mucha imaginación política en las formas en las que se toma la calle en los últimos años (¡pienso en las Alertas feministas! Por ejemplo). Esto no quiere decir que no estemos necesitando urgente nuevas formas de movilizarnos, de crearnos subjetividades en común. Pero creer que la presencia ya fue y lo que nos queda son las redes y las resignación es demasiado deserotizante.
Últimamente hay una pregunta que me ha obsesionado bastante y es: ¿cuál es la distancia que le pedís al otro que recorra para encontrarse contigo?. Me gusta esta pregunta porque cuestiona las distancias que estamos dispuestas a recorrer nosotras; cuestiona los estereotipos que organizan (al menos en los colectivos en los que yo me he movido) la idea de encuentro; los prejuicios de clase media intelectual con muchas horas de talleres de sensopercepción arriba sobre lo que significa “poner el cuerpo”. Hay que aprender a escuchar más y a hacer más y me maldigo entonces por decir esto después de todas estas páginas, pero es a la vez la respuesta más honesta que tengo para dar en este momento.
Sobre los sujetos emergentes: ya existen. El tema es cómo "polentearlos" y como poder encontrar espacios en común. Quizás lo común hoy son más los problemas que los deseos, y eso puede ser un punto de partida. Entonces y para terminar pongo algunos problemas que siento que tenemos en común movimientos como los feminismos, los ecologismos, los movimientos de estudiantes y por la educación pública, los movimientos anti capitalistas y antineoliberales:
Un problema de organización: ¿cómo movernos juntxs?
Un problema de deserotización: ¿cómo seducir con nuestro proyecto de mundo y cómo recuperar la alegría en la lucha?
Un problema de representación: ¿cómo superar la soberbia de la vanguardia y en el otro extremo la parálisis que genera la negación de los dispositivos de liderazgo o de representación?
Un problema creativo: ¿Cómo desasociar la militancia política de la idea de empresa y de sus formas operativas?
Un problema de imaginación: ¿cómo creamos nuevas formas de (vida) política sin caer en la renovación neoliberal y la modernización desarrollista de las tácticas políticas?
Un problema de comunicación política: tomando lo que dice Bifo, ¿cómo hacemos de la comunicación política una acción terapéutica?.
Si lo común hoy aparece en forma de problema, va a ser mejor abrazarlos más que huir de ellos. Por ahí quizás nos encontramos un poco más, en vez de seguir esperando eternamente a ver cómo nos ponemos de acuerdo para empezar algún tipo de intento.
* Y acá llegamos a la pregunta: ¿El consumo libera? Esto lo vienen discutiendo dos compañeros del colectivo Lobo Suelto! de Argentina, Diego Valeriano Sztulwark en este texto que recomiendo leer: http://lobosuelto.com/?p=22267&fbclid=IwAR3OxBzhvxwnQ50ek3DaduDm5JR7u8Xqihg9irSl1MZaE-U-j7ISG1x_w_Q