Ilustración: Julio Castillo
En las últimas semanas ha crecido el desasosiego por la comprensión abrumadora de que la ultraderecha fascista está a punto de ganar las elecciones en Brasil. Si así sucede, la potencia continental se estaría sumando al triunfo de formaciones ultraderechistas en diferentes partes del mundo, incluyendo a la máxima potencia del planeta. Winter is coming. Ya está aquí. Y nos vemos tentados a pensar que la historia se repite, aunque la imagen más acertada sea la de un remolino. El miedo nos paraliza a la vez que es el combustible que inflama las llamas fascistas. Mientras respondemos como podemos, es importante pensar qué es lo que está sucediendo, qué es lo que puede suceder, qué es lo que debemos hacer. Como convocaba Michel Foucault: que el pensamiento sea un multiplicador de la acción y que la acción sea un intensificador del pensamiento. Con este número buscamos aportar en ese sentido.
Como el fascismo de ayer, el fascismo de hoy está estrechamente ligado a la lógica, funcionamiento y necesidades perfectamente normales del capitalismo y su producción incesante de poblaciones enteras como desecho, materia inservible y amenaza que es necesario aislar en villas o encerrar en cárceles. En este sentido, el fascismo es la expresión política, la sensibilidad social y la formación subjetiva que mejor sirven al propósito de aniquilación de la población sobrante del sistema, es decir, de aquella que no cuenta con un proyecto político y social que la contenga en los mínimos existenciales más elementales. Pero no sólo: el fascismo es también la formación ideológica y política dominante que, en coyunturas de incertidumbre, promete al pueblo un ideal de orden a través de la exacerbación de un sentido identitario nacionalista y conservador cuya diferencia o impugnación es demonizada y aniquilada. Un principio (imposible) de homogeneidad social basado en la eliminación de lo que la altera.
Es importante pensar en la economía política del fascismo, y en particular en las bases estructurales de un posible fascismo brasilero y sudamericano. El fascismo no puede ser pensado como algo exterior que se mete en un cuerpo sano. Al decir de Theodor Adorno, el fascismo encarna perfectamente, y exacerba, “la tendencia global de la civilización”. A modo de hipótesis, podemos pensar que la irrupción política de Bolsonaro y su fuerza de arrastre social representa un acontecimiento de sombra larga que puede ser el inicio de una nueva etapa política en la región. Una nueva fase que tiene como mar de fondo una nueva definición estratégica por parte de la burguesía para estabilizar el capitalismo sudamericano sobre el abaratamiento de su fuerza de trabajo y la aniquilación de la protesta social. En esta hipótesis, el programa del capital para América del Sur en una coyuntura en que se quedó sin los motores de la fase progresista, solo es viable de la mano de un recrudecimiento de sus estrategias políticas de disciplinamiento. Si las democracias liberales son el soft-power de esta formación social, el bolsonarismo es el hard power de ese mismo modo de acumulación de riqueza.
Hoy Brasil es un laboratorio de nuevas formas de disputa política: el colapso del espacio público, al decir del filósofo Vladimir Safatle, deja el lugar a las fake news y a una guerra de guerrillas que se desarrolla en el terreno desquiciado de las redes sociales donde miles de youtubers y robots con mensajes segmentados ponen en circulación los componentes básicos del discurso ultraderechista disfrazado de indignación. El viraje fascista de la acción política de las clases ociosas (la elite latinoamericana) hace saltar el marco de la política hacia otra dimensión. Allí empieza a jugarse quién es capaz de proyectar más poder y dar seguridad, o ser capaz de encarnar esa promesa, en un mundo de insoportables incertidumbres provocadas. El miedo se vuelve un campo de disputa particular de este nuevo juego.
Así las cosas, la pregunta más importante del momento es: ¿cómo se lucha contra el fascismo (y se lo derrota)?
Por una parte, en coyunturas como la de Brasil, vuelven a resonar las palabras de Buenaventura Durruti en la línea de defensa de Madrid durante la invasión golpista de Franco con el apoyo de Hitler y Mussolini: “a lo único que no podemos renunciar es a la victoria”. En efecto: con todas las diferencias que podamos tener, la tarea política del momento es reunirnos en una militancia que nos conduzca a derrotar al fascista Bolsonaro.
Pero aún derrotando a Bolsonaro en las elecciones de Brasil, persistirá un dato ineludible: casi 50 millones de personas votaron para presidente a un fascista indisimulado que defiende la dictadura y la tortura, odia a las mujeres, los homosexuales y los negros, clama por un neoliberalismo rabioso, anuncia la destrucción de los sindicatos y la persecución de los militantes populares, promete un futuro (que ya es un presente) de agresiones y muerte a quien piense diferente y hace apología de todas las formas de la violencia. La pregunta tiene entonces otra formulación, spinoziana: ¿cómo luchamos y derrotamos a las condiciones y lógicas que hacen posible que el pueblo desee el fascismo? Eso implica, también, luchar y derrotar lógicas, sentimientos, ideas, miedos, ansiedades y deseos que no sólo tenemos, sino que somos.
Cuando el fascismo amenaza con entrar en escena y consolidarse altera el campo de la política, cambia el marco de “reglas de juego” y pone a la propia vida en entredicho. Eso obliga a repensar la militancia, nuestros modos de hacer política, nuestros sectarismos recurrentes, la comunicación, los marcos de alianzas. Todo el arco de la acción militante debe ser repensado. Tenemos que estar a la altura de la hora. Parafraseando el poema “Buenos Aires” de Borges, se podría decir que, lamentablemente, los tiempos en que no nos une el amor sino el espanto siempre vuelven. Y ya han vuelto. Pero es igualmente importante entender que para que otra cosa alternativa comience, hay que construir otra unidad, menos espantada y más amorosa.
Militemos contra la campaña de firmas de Larrañaga. Militemos a favor de una acogida generosa y solidaria con las personas migrantes que llegan a nuestro país. Militemos contra la mercantilización de la vida y la precarización del trabajo. Defendamos la educación pública como espacio de cultura compartida y relaciones anti-mercantiles. Militemos contra los manicomios, contra la violencia machista y contra todas las lógicas que nos violentan entre nosotros/as y nos vuelven violentos. Militemos de modos que sin negar las diferencias que tenemos, no las esencialicen al punto de sentir que somos esa diferencia, sino que las tomen como fuente de un diálogo creativo, honesto y fraterno. Construyamos una unidad que nos contenga a todos/as. Un orden que no sacrifique a nadie. No cedamos a las tentaciones del cinismo ni a la parálisis del pesimismo. Militemos sin miedo y sin tristeza. Militemos con vocación de hacer una pedagogía política con tanta convicción como humildad. Como decía Rafael Barret, “No se vence a los fuertes sin ser fuertes, y sin serlo de otro modo”. Seamos fuertes de otro modo y derrotemos al fascismo.