Dibujo: "Un mundo feliz", de Julio Castillo
Hay quienes afirman que la educación sintetiza dos mandatos contradictorios. Por un lado, el de transmitir el acervo cultural y cognitivo de la humanidad de generación en generación. Por el otro, la necesidad de dotar a los/as ciudadanos/as de herramientas para la sociedad presente, así como para la que proyectamos o deseamos para el futuro. De esta forma, se entiende que la educación está -y debe estar- siempre en crisis, buscando las formas de resolver de forma creativa estos mandatos contradictorios que le son inherentes.
Sin embargo, no es esta la idea de crisis educativa que circula cotidianamente entre nosotros. En cambio, lo que desde algunos medios de comunicación y sectores políticos de todos los partidos se nos presenta como “crisis de la educación” suele estar asociado a los resultados de pruebas estandarizadas internacionales como PISA, y suele ligarse a la educación pública y sus educadores. Así, este relato de la crisis, a la vez que produce una explicación parcial y reduccionista de los problemas de la educación, en tanto relato, es funcional a (en rigor, es producido por) un determinado programa de reforma.
En efecto, en términos concretos existen muchos antecedentes que muestran que la idea de “crisis educativa” ha sido en diferentes momentos explotada políticamente con fines reformistas por los sectores neoliberales y neoconservadores. Así fue en la reforma neoliberalizante de Tatcher para el caso inglés en los ‘80 - cuando todavía hablar de privatización educativa parecía una novedad- y así viene siendo en la actualidad en el continente, desde México a Argentina, pasando por Brasil. Y lo mismo sucede, entendemos, en nuestro país, en un proceso que cuenta con diferentes actores dentro y fuera del sistema educativo, y que en la actualidad cataliza decididamente la organización Eduy21. Así las cosas, es necesario desmontar el relato propagandístico-tecnocrático que se presenta como objetivo y desprovisto de ideología, y situar el debate en el despliegue de toda su politicidad. En ello se centra el artículo de Walter Fernández Val, en esta separata.
Por cierto que el discurso de la crisis de la educación tiene elementos empíricos sobre los que erigirse. No se trata aquí de relativizar los problemas existentes. Lo que queremos señalar es que, en tanto relato, la crisis es utilizada por algunos sectores para consolidar una alternativa de reforma tecnocrática y mercantilizadora. Con la excusa de “centrarse” en el estudiante, reduce contenidos de enseñanza y promueve la pedagogía de las competencias, bregando por un aggiornamiento con las tendencias globales que subsumen la educación a los requerimientos del mercado. El artículo de Manuela Alfonzo, en esta separata, nos ayuda a comprender en profundidad las implicaciones de esta concepción.
El relato dominante de la crisis, y los programas reformistas de los grupos como Eduy21, produce a su vez otro efecto: el de un profundo cambio en la concepción del docente, como corolario de la destitución de la función de enseñanza en tanto tal. En efecto, esta concepción destituye la autonomía técnica del docente, que pasa a ser concebido como un aplicador de paquetes tecno-didácticos que preparen eficientemente a los estudiantes para el rendimiento en las pruebas estandarizadas. El discurso tecnocrático subalterniza a los educadores, al mismo tiempo que los culpabiliza de los problemas de la educación. Sin embargo, son los educadores en la reflexión colectiva y la investigación sobre sus propias experiencias de enseñanza, la principal fuente a la que debería acudir cualquier perspectiva de cambio profunda. La entrevista a la Profesora Ana Zavala, en esta separata, nos ayuda a comprender este tema.
Finalmente, como fue dicho, una mirada a la región muestra un patrón común en muchos de los procesos reformistas en curso. La formulación de un discurso de la crisis educativa como crisis docente, la entronización de la evaluación como eje para reestructurar la institucionalidad educativa en un sentido privatizador y un régimen de competencia, la destitución de la autonomía técnica del docente, y la reforma pedagógica que suprime contenidos disciplinarios por competencias cognitivas, prácticas y “socio-emocionales”, son algunos de los elementos que se repiten. También se repite el mecanismo: la construcción de un “frente reformista civil empresarial”** con gran poder económico, capacidad de presión política, perfil tecnocrático y legitimación mediática. Por estos motivos, para esta separata entrevistamos a Sebastián Plá sobre la reforma educativa del gobierno de Peña Nieto en México, y a María Raquel Caetano sobre la reforma de la enseñanza media de Temer en Brasil. Ambas entrevistas nos ayudan a enmarcar la emergencia de Eduy21 como expresión, en Uruguay, de una tendencia reformista global, con características peculiares, por cierto, pero también comunes a otros casos de la región.
Por lo dicho, la separata que aquí les presentamos se enmarca en la necesidad de disputarle al discurso tecnocrático neoconservador el relato sobre los problemas existentes y los cambios necesarios en nuestra educación. Es fundamental comprender las implicaciones ideológicas y pedagógicas de lo que se nos presenta como “libro abierto”, pero tiene ya el índice y el capítulo de conclusiones prescrito por los manuales de la OCDE. Al “frente reformista civil empresarial” es necesario oponerle otro frente, democrático y popular, que convoque a docentes, estudiantes, padres y madres, intelectuales, movimientos sociales y diferentes colectivos comprometidos con la cultura y la defensa y transformación de la educación pública.
* La presente separata, incluyendo el contenido de esta editorial, contaron con la participación como co-autores de la compañera Carolina Buela y el compañero Alexis Capobianco.
** La expresión es de Mauro Joaquín Ramírez: https://www.jornada.com.mx/2018/07/28/opinion/015a2pol