Imagen: Ciudades delirantes, L. Nicolás Guigou
En esa ciudad vivían mujeres y hombres improbables, con rostros desdibujados. Se decía que portaban una tristeza infinita, un puñado de ideas – siempre las mismas- y un aburrimiento atroz.
Idel, Jorge. Notas sobre una ciudad nublada, 2009.
Las ciudades y el tejido urbano contemporáneo han logrado por fin arrebatar a la especie humana de cualquier entorno capaz de recordarles un mundo anterior al asfalto. Por primera vez en su corta historia, la humanidad vive mayoritariamente en ciudades o bien en espacios de significación (nuevas ruralidades) habitadas por tecnologías y flujos comunicacionales citadinos. Ya no hay más lugar en el planeta que para la ciudad, para su lenguaje excesivo e hiperbólico. En los márgenes de la polis exacerbada, algunos paisajes más o menos domesticados aseguran al homo sapiens sapiens un cierto encuentro con una naturaleza controlada, puesta a su servicio, mediatizada o bien fetichizada por medio de dispositivos del ver, el oír y el difundir.
Las ciudades siempre supusieron el asesinato masivo de árboles, plantas, animales. Sus variadas fundaciones fueron acompañadas por el inicio silencioso de una matanza, por el exilio y el apartamiento de otras especies. Toda una fantasía delirante: la humanidad inventando un espacio tautológico para sí misma, especular y autorreferencial. Al fin solos, o bien acompañados por animales subordinados.
Últimamente, el sueño humano de la polis vive dos situaciones perturbadoras. La primera, tiene que ver con la ampliación de animales no citadinos que comienzan a ser cada vez más numerosos y variados, y que se suman a antiguas especies resistentes, nunca derrotadas por el cemento.
A medida que la ciudad horada sus mundos, los coloniza y los vuelve suyos, toda clase de seres no humanos aprenden a vivir en la urbe.
Los animales que ingresaban en nuestro pobre sistema clasificatorio en su calidad de no domesticados o sin utilidad para nuestras necesidades, comienzan a ser nuestros vecinos sin pedir permiso y sin dejarse amedrantar. Atrás queda su antiguo lugar (pensado por nosotros como natural, esto es, no urbanizado) que supimos arrasar con fervor, indiferencia o alguna clase de justificativa en nombre, como siempre, del denominado bien común.
Otros seres no humanos vienen también a habitar – o tal vez sea mejor decir, posibilitan- la complejidad comunicacional de las post-ciudades del Siglo XXI. Procesos de comunicación, automatización y robotización atraviesan y regulan la caótica trama urbana. Esto es, la hacen posible en su expansión permanente en la cual la velocidad ya no es un dato relevante por naturalizado e incorporado. La paradoja del reino humano por excelencia – de esto se trata la ciudad- es la gradual destitución de lo humano como centralidad, colocando a la especie que la creó como parte de sistemas de comunicación más amplios y complejos.
El contemporáneo cyborg ciudadano trasciende al demorado giro ontológico del pensamiento occidental -otras culturas invisibilizadas por nuestro etnocentrismo, ya habían girado en ese sentido hace miles de años-, mostrándolos que las extrañas relaciones que se dan en la escena de la ciudad entre seres humanos y no humanos requieren de nuevas formas de pensar no únicamente la dimensión humano/máquina/animal, sino también las conexiones y desconexiones que hacen posible esta dimensión.
Este paso implicaría revisar nuestras ideas básicas y equivocadas sobre la materia, dando tal vez lugar a un nuevo materialismo para el Siglo XXI.
(*) Prof. Tit. Dr. L. Nicolás Guigou/ DCHS, IC, FIC, UDELAR