Fotografía: @alpezmar
La última década en Chile ha sido la de la irrupción de los movimientos sociales. En un país cuya realidad permite escaso margen a las medias tintas, las demandas tienden invariablemente a instalar contenidos estratégicos, porque aquí las luchas son pocas veces defensivas y casi siempre ofensivas. Y es que la cultivada imagen de progreso y prosperidad con que diversos gobiernos del globo presentan a Chile, contrasta con las precarias condiciones de vida que el neoliberalismo ha impuesto a la inmensa mayoría de la población.
La ola feminista que se ha desatado en las universidades a lo largo del territorio nacional se inserta en este escenario de dinamización social en el que el movimiento de mujeres y sus demandas ya se encontraban insertos desde el 2016.
El estudiantado ha sido un actor central en la vida política del periodo y no resulta extraño que aparezca ocupando un papel protagónico en la contingente ola feminista. Resulta también coherente que las estudiantes se propongan transformar el espacio en que se hallan inmediatamente colocadas: la universidad.
El principal reclamo que desde allí se formula es una educación no sexista, demanda que ha impregnado mediante sus múltiples derivaciones análogas a todos los espacios de la vida social en que las mujeres nos desenvolvemos. Las calles, la justicia, los centros de trabajo, la TV, la familia, las relaciones personales, las palabras y los gestos se encuentran sometidos hoy al emplazamiento feminista. Se ha instalado en el país una discusión transversal acerca del “sentido común” de la sociedad.
El gobierno derechista de Sebastián Piñera se ha apurado en responder a las mujeres develando la curiosa lectura que el gobierno hace de la realidad nacional, del movimiento, de sus demandas y de sus fuerzas motoras.
La “Agenda Mujer” anunciada desde el Ejecutivo parece visualizar un movimiento impulsado por cierta élite y, consecuentemente, propone medidas que apuntan a solucionar aspectos que están lejos de corresponderse con la realidad y las urgencias de mayoría de las mujeres en Chile. Pareciera que el gobierno se ha comprado sus propias mentiras y mira al país a través de las gafas de las apariencias que se ha inventado.
Lo cierto es que este movimiento feminista no es un movimiento de élite. Tampoco es un movimiento exclusivamente estudiantil. La ola en curso aparece en momento en que la articulación y puntos de encuentro de diversos sectores de mujeres ya se estaba gestando, y esa gestación se ha convertido hoy en la posibilidad de responder a las políticas gubernamentales en una clave programática de totalidad.
La clase dominante tiende a abordar las problemáticas sociales desde una representación fragmentada de la realidad. Bajo dicha óptica, la situación de las mujeres en la sociedad aparece como un ítem pertinente a una agenda específica, restringida. Los énfasis del movimiento feminista no han sido del todo impermeables a este abordaje y, en ocasiones, ha bailado a su ritmo: aborto, violencias de género, brecha salarial, derechos de las personas LGTB+, etc., serían el marco programático propio que nos correspondería a las mujeres.
La articulación de cierto sector del movimiento feminista en Chile se ha propuesto superar esa lectura, bajo la premisa de que no somos una mujer cuando habitamos las paredes de la casa y otra mujer distinta cuando habitamos el lugar de trabajo; no somos una mujer cuando caminamos por la calle y otra mujer distinta cuando nos endeudamos para acceder la universidad. No. Somos la mitad de la humanidad, de una humanidad cuya aplastante mayoría no tiene asegurado el acceso a los medios de vida. Más que una constatación, se trata de una reflexión que apuesta por una política de cambiarlo todo.
La división sexual del trabajo es un momento de la división social del trabajo y las mujeres ocupamos en ella una posición específica que nos determina a llevarnos las más de las veces la peor parte. Esto exige un movimiento feminista que juegue un papel de lucha en todos los planos en que se desenvuelve la existencia; esto supone ir abandonando la idea de un movimiento de mujeres víctimas relegadas a una agenda temática limitada.
Hoy el movimiento feminista ha conseguido que casi todo el mundo juegue a vestirse con las ropas de su causa, cada cual de acuerdo a las medidas de sus cuerpos e intereses. Los sectores conservadores intentan una rápida asimilación de las demandas, pero el eje de este intento parece hallarse dislocado. ¿Cuál es la solución neoliberal a los problemas planteados? Es complejo dar con ello. La “Agenda Mujer” propone ley de cuotas, igual administración en los bienes matrimoniales, protocolos ante el acoso sexual, flexibilizar el mercado del trabajo con la excusa de estimular el acceso de las mujeres, igualdad en los costos de los planes del sistema privado de salud elevando los precios de los hombres.
El movimiento feminista se encuentra unánime al respecto: nada de eso sirve. El movimiento feminista lo lee en seguida: se intenta utilizar sus demandas para impulsar reformas todavía más devastadoras para el conjunto de la clase trabajadora, intentan igualarnos “para abajo”, es decir, empeorando a todas y todos en el camino.
El gobierno parece haber traicionado su propia mezquindad temática en materia de género. Ni una palabra sobre educación no sexista, ni sobre el aborto, ni sobre identidad de género, ni sobre los derechos de las parejas del mismo sexo, ni sobre la brecha salarial. Piñera no logra, de momento, dar con la llave de la integración armónica de las demandas y por ende de la ola en curso.
El centro de la disputa se sitúa hoy principalmente dentro del movimiento feminista. O leemos el futuro en la clave del reclamo por una agenda fragmentada o leemos el futuro en la clave estratégica de la totalidad.
El escenario es favorable para esta última lectura. No enfrentamos la coyuntura con las manos vacías. Las mujeres hacemos parte de los movimientos sociales por las pensiones, por la vivienda, por el medioambiente, hacemos parte de los sindicatos y de las profusas organizaciones de izquierda. Nos enfrentamos con las armas orgánicas y de contenido que nos ha heredado el dinámico periodo en curso. Estas armas son todavía precarias, pero son armas nuestras armas.
En la situación social dada, no ha sido difícil llegar a la clave de la confluencia: “A la calle contra la precarización de la vida” ha sido la consigna articuladora desde el último 8 de marzo. Esta consigna, que es hoy una orientación programática para un sector del feminismo, se propone hacer sentido a esas mayorías que exceden los espacios feministas; se propone dar cuenta de la generalidad de las condiciones de existencia, aunque sin disolverse en una generalidad abstracta que peca de omisión: esta orientación sitúa en la dimensión estratégica correspondiente la realidad y las demandas de las mujeres. Avanzas tú y avanzo yo o no avanza nadie.
Esta articulación programática se corresponde hoy con un espacio organizativo -la Coordinadora 8 de Marzo-, que intenta actuar como correa transmisora en un sentido doble: instalando la política de totalidad contra la precarización de la vida en el mundo de las mujeres e instalar las demandas de las mujeres en el mundo de los movimientos sociales de que hacen parte los más variado elementos de la clase trabajadora y la juventud. Desde nuestra posición social en tanto género interpelamos a la sociedad completa e instalamos nuestras vidas como un problema político difícil de resolver en la digestión neoliberal.
Tenemos pocas certezas. Chile es un laboratorio. Nuestro pasado reciente se presenta como el ensayo que prefigura hoy las formas del avance capitalista en muchos otros países. Abrazamos la esperanza de que nuestras luchas prefiguren también las claves de las resistencias en otras latitudes. Aún son pocas las cosas han sido dichas. ¿Quién sabe si esas claves nos anuncian una feminización de las vanguardias contra el capital?
*Participante de la Coordinadora 8 de Marzo. Participante de la Coordinadora Nacional de Trabajador@s NO+AFP. Participante del Frente Feminista La Trenza. Militante de la Tendencia Socialista Revolucionaria.