Ilustración: Federico Murro
Qué duda cabe que nuestro tiempo es, como nunca antes, el tiempo de la ciencia y la tecnología. Capitalismo, ciencia y revolución tecnológica parecen sinónimos a tal punto que se naturalizan títulos como "sociedad del conocimiento" o “sociedad de la información” para caracterizar nuestra era. Estos nombres, al menos, son los preferidos por instituciones como la UNESCO o los organismos rectores de la globalización capitalista (como la OCDE y el Banco Mundial), que instalan así una narrativa que actualiza, en el fondo, la ideología del subdesarrollo, que al mismo tiempo que promete progreso y felicidad, oculta la profundidad desigualdad que el desarrollo tecnológico capitalista impone a lo largo y a lo ancho del planeta.
Los efectos de la ciencia y la tecnología no se reducen a los procesos productivos y económicos, sino que alcanzan - y en muchos casos diagraman - casi todos los contornos de la experiencia humana contemporánea. Del nacimiento a la muerte, y con el motor de la sociedad de consumo, asistimos a una suerte de subjetivación tecnológica con efectos que aún no llegamos a comprender del todo. Esto incluye, desde luego, los lados más ominosos del tema. El riesgo cada vez más dramáticamente cierto de la destrucción del planeta por alguna guerra imperialista con tecnología nuclear. O el avance desatado de la sociedad de control hipervigilada, que tan perturbadoramente ha interpretado la serie británica Black Mirror.
Claro que no todo es dominación. La ciencia ha sido parte integrante de los proyectos emancipatorios y de resistencia. No por acaso los socialistas del siglo XIX, desde Marx hasta los geógrafos anarquistas Kropotkin y Reclus, buscaron en la ciencia soporte para sus proyectos de transformación. Más cerca en el tiempo, podemos nombrar en el caso del científico argentino Andrés Carrasco a incontables investigadores, tanto en las ciencias naturales como en las sociales, que han hecho de su práctica científica un proyecto político para la emancipación de las y los trabajadores y la defensa del bien público por sobre los intereses de las multinacionales. Así como son incontables la experimentación y desarrollo de alternativas tecnológicas en proyectos de autogestión obrera.
“Sociedad del conocimiento”, “revolución informacional”, “capitalismo cognitivo”, como sea, parece claro que la aceleración extraordinaria de los hallazgos científicos y las innovaciones tecnológicas no hacen más que intensificar los dilemas de la sociedad capitalista globalizada. En efecto, más allá de los cambios al interior del proceso productivo y en la organización del trabajo, los avances científicos y tecnológicos se articulan y profundizan la dinámica centro-periferia, el control social a puntos insospechados, la alienación de la sociedad de consumo, la amenaza nuclear, las guerras capitalistas, el riesgo de la destrucción del planeta. Y junto con esto, también, se producen los avances en la medicina y el bienestar colectivo, así como las resistencias que en cada punto de opresión, florecen, en los científicos que dirigen su ciencia a la lucha por el bien común, los movimientos contra la privatización de las universidades, el acceso abierto a las publicaciones científicas o la liberación de los códigos de programación de software, hasta los hackers que atacan a los poderes económicos y a los sistemas de espionaje policial.
Si el mito de Prometeo robando el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad encarnaba el papel de la ciencia desde el ideal de autonomía de las Luces, la funcionalización de la ciencia y la tecnología para la mercantilización integral de la vida representa hoy su contrario: la más completa heteronomía y la más comedida alienación. Prometeo emprendedor es un titán feliz sin fuego y sin castigo, innovando y compitiendo en un mundo sin tragedia. En un mundo “de puro funcionamiento anterior a los modos políticos de ser de la vida”, al decir de Sandino Núñez.
Contra eso, es necesario volver a situar a la ciencia en un discurso filosófico y político fuerte sobre la transformación anticapitalista de la sociedad. Politizar la ciencia y la tecnología implica no sólo un debate bioético sobre sus efectos, sino también sobre sus modos y relaciones de producción, sobre su carácter performativo de nuestra vida cotidiana, su imbricación en las relaciones de poder y sus supuestos epistemológicos. Por fuera de las ilusiones tecnocráticas que actualizan ciegamente una fe en el credo del progreso y sueñan con una solución tecnológica a los problemas del capitalismo, cuando no reducen el problema a una cuestión de soberanía que se resolvería simplemente estatizando la misma investigación que hacen las corporaciones capitalistas. Y más acá de los primitivismos que sostienen por su parte una ilusión equivalente e inversa: la de la posibilidad de un retorno a un tiempo idealizado de naturaleza sin tecnología. En la era de la revolución científica y tecnológica, precisamos, más que nunca, de las humanidades y de la política, para relanzar un proyecto de autonomía.
¿Cuál es el lugar de la ciencia y la tecnología en las dinámicas de explotación y dominación capitalista de la actualidad? ¿Qué efectos tiene esto sobre las universidades públicas latinoamericanas? ¿Cómo se reproducen las desigualdades de género en el trabajo académico? Y al mismo tiempo, ¿cómo se ubican, qué rol cumplen y cual deberían cumplir la investigación científica y la tecnología en un proyecto emancipatorio de izquierda? En este número de Hemisferio Izquierdo convocamos a ensayar respuestas a un conjunto de problemas que estas preguntas despliegan.
Un 21 de junio de 1918 los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba decían en su célebre Manifiesto Liminar: “los dolores que quedan son las libertades que faltan”, y lucharon por una universidad más científica, más democrática y más popular. Un siglo después, recoger aquel legado implica volver a plantear el problema de la ciencia y de la universidad como un problema de justicia, de soberanía, de cultura y de libertad. Y como un problema político. Así, con este número quisiéramos también apoyar con reflexiones y propuestas la movilización que los sindicatos y gremios de la educación vienen realizando en reclamo del 6% del PBI para la ANEP y la UDELAR, más el 1% para inversión en ciencia y tecnología.