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Diógenes Moura Breda*

Ensayo sobre la ceguera: la industria 4.0 en América Latina


Imagen: Popcreto para um Popcrítico (Waldemar Cordeiro)

“O cérebro eletrônico faz tudo Faz quase tudo Faz quase tudo Mas ele é mudo”

Gilberto Gil

La visón positiva sobre el rol de la ciencia y de la técnica en la modernidad está tan arraigada entre nosotros que tan pronto se anuncian nuevos descubrimientos que pueden revolucionar las formas como producimos, intercambiamos y nos comunicamos, somos torpedeados por un centenar de análisis cuyo punto de partida es la pregunta: ¿“cómo aprovechar las potencialidades y disminuir los riesgos inherentes a los avances de la técnica moderna?”. Por debajo de esta pregunta subyace la noción del desarrollo neutral y unilateral de la ciencia y de la tecnología (C&T), de donde derivan todas las interpretaciones que le dan a la ciencia y la técnica la calidad de “motores de la historia”. En esta transmutación, que ubica en segundo plano el verdadero sujeto de la técnica, el ser humano, se bloquea la posibilidad de una formulación crítica sobre el problema[1].

En la segunda década de este siglo, el debate sobre la C&T ganó nueva visibilidad mundial con la emergencia de los conceptos de cuarta revolución industrial y de industria 4.0. Más allá de la problemática clasificación temporal de las revoluciones tecnológicas, la cuarta revolución industrial se caracteriza por un conjunto de nuevas tecnologías capaces de articular, en tiempo real y de forma automática, una cantidad incalculable de informaciones producidas por personas y aparatos (computadoras, máquinas, robots, medios de transporte, cámaras, sensores etc.)[2]. Estamos frente a nuevos circuitos integrados, de dimensiones nanométricas y mucho más potentes debido a la utilización de materiales superconductores; sensores nuevos y más económicos, permitiendo la adquisición de nuevos datos del mundo material; nuevos softwares de amplia capacidad de procesamiento de la información, la Inteligencia Artificial– ya de uso corriente–, la computación de Big Data, la posibilidad de la superación de la computación binaria por la computación cuántica, y una capacidad inédita de manipulación y transformación de seres vivos para fines empresariales.

Las advertencias iniciales de este ensayo son el punto de partida para ubicar América Latina en el contexto de las transformaciones tecnológicas señaladas. Desde nuestro punto de vista, la interpretación de las nuevas tecnologías como el producto de un desarrollo científico neutral y unilateral, oculta intereses muy concretos que mueven la investigación, el desarrollo y la producción de la ciencia y de la tecnología. Es decir, estamos hablando de una ciencia y una técnica esencialmente capitalistas, subsumidas realmente – en cuanto a su forma y contenido – a la reproducción ampliada del capital, la cual es coordinada a partir de los países imperialistas, en el centro del sistema[3].

La preocupación por traer a la luz afirmaciones que parecen obvias tiene su motivo: desmontar las falsas esperanzas de los que ven en la cuarta revolución industrial una “ventana de oportunidad” para la inserción más ventajosa de América Latina dentro del capitalismo global. Actualmente abundan las propuestas que prometen sacar los países de la región del rezago tecnológico hacia el estatus de nuevas Coreas del Sur o nuevas Chinas en la supuesta economía mundial del conocimiento. Se parte del supuesto de que aquí, en las condiciones de un capitalismo periférico y dependiente, es posible un proyecto soberano de desarrollo científico y tecnológico, bastando para tal la voluntad política y una correlación de fuerzas favorable.

¿Pero, y si no? ¿Y si el lugar que esta región del planeta ocupa en el capitalismo contemporáneo no demanda un desarrollo propio en ciencia y tecnología? ¿Y si a las clases dominantes, que son las que controlan los Estados latinoamericanos, no les interesa un desarrollo de este tipo? En general, estas preguntas nunca se hacen, lo que resulta en una cantidad enorme de tinta derramada para la construcción de propuestas que quizás ni siquiera sean exequibles en el contexto del capitalismo dependiente, el único capitalismo posible en América Latina.

La organización mundial de la ciencia y de la tecnología

El punto de partida para cualquier discusión en torno a la C&T es reconocer la existencia de una organización mundial del trabajo científico y tecnológico que concentra en los países centrales las etapas estratégicas, de vanguardia, de la producción del conocimiento y de las tecnologías, mientras las regiones subdesarrolladas o dependientes ocupan el lugar de consumidores de tecnología importada o productores de etapas secundarias. La concentración es brutal, como muestran los informes de la UNESCO y de la Fundación Nacional de Ciencias de los EE.UU[4]. Según los informes, América del Norte, la Unión Europea, China, Japón y Corea del Sur concentraron en 2015 el 82% de los gastos –públicos y privados– mundiales en investigación y desarrollo (I&D). Son cerca de 30 países que controlan casi la totalidad de la producción de la C&T en el mundo. Estados Unidos fue responsable por 26% de estos gastos (US$ 502 mil millones). China, como resultado de un proyecto de potencia mundial que sigue en curso, ha visto crecer su participación en I&D mundial de 9% en 2006 para 21% en 2015, totalizando en ese año un gasto de US$ 410 mil millones. Les siguen Japón, con 9% (US$ 170 mil millones) y Alemania con 8% de los gastos mundiales en I&D (US$ 113 mil millones).

América Latina y el Caribe aparecen en 2015 con apenas 3,5% de los gastos mundiales en I&D. Los países de la región gastaron, juntos, en aquel año US$ 67 mil millones, 13% del presupuesto estadunidense. Hay en estos gastos un claro liderazgo de Brasil, responsable por más de la mitad de ellos en 2014 (56% en la región, 2,3% de los gastos mundiales en 2014), momento en que el gasto en I&D llegó a su auge en el país. Argentina participó, en este mismo año, con 7,3% de los gastos en I&D en la región, 0,27% de los gastos mundiales. México, por su vez, participó con 17% del gasto de la región y 0,61% de los gastos mundiales en I&D. Uruguay aparece con 0,01% de los gastos mundiales en I&D, y 0,35% de los gastos de la región. Aun careciendo, hasta el momento, de datos oficiales para el período 2014-2017, todo indica que la participación de América Latina, sobretodo en países que han profundizados sus políticas neoliberales en los últimos 4 años, ha caído considerablemente, en un contexto de permanente elevación de esos gastos a nivel mundial, que saltaron de US$ 1,1 billón a US$ 1,9 billones entre 2006 y 2015, un incremento de 72%[5].

Otro dato importante es el de las patentes, porque muestran que el resultado de la concentración de los gastos en I&D genera el monopolio de sus frutos en los mismos países. El Tratado de Cooperación de Patentes (PCT) registró en 2016 que, juntos, individuos o empresas de EE.UU, Japón, China, Corea del Sur, Alemania y Francia fueron responsables por 80,2% de los pedidos mundiales de patentes. Empresas o individuos de Estados Unidos requirieron el registro de 53.318 patentes de invención; de China, fueron 25.834 pedidos de patentes; empresas e individuos de Japón requirieron 42.653; los de Corea del Sur, 13.148; y de Alemania 17.746; mientras individuos o empresas argentinas, brasileñas y mexicanas requirieron, en este mismo año, 57, 662 y 302 patentes, respectivamente[6].

Pero, más importante son los pedidos de patentes en los sectores estratégicos de la industria 4.0. En el sector de fármacos, en 2015, el PCT acusó el pedido de 4.636 patentes por parte de residentes en EE.UU., 998 de Japón, 852 de China, y solamente 4 de Argentina, 27 de México y 35 de Brasil. Este rezago implica, en el caso brasileño, la importación de 80% de todos los insumos farmacológicos activos utilizados en el país. En el sector de nanotecnología, el PCT acusó el pedido de 232 patentes por parte de residentes en EE.UU., 97 de Japón, 37 de China, ninguno de Argentina, 5 de México y 5 de Brasil. Finalmente, en los sectores de la tecnología de la información (TICs), tan aclamadas como uno de los sectores capaces de dinamizar la economía de los países periféricos, el PCT acusó el pedido de 22.215 patentes por parte de residentes en EE.UU., 16.988 de Japón, 15.818 de China, 6.009 de Corea del Sur y 15 de Argentina, 54 de México y 121 de Brasil.

Además de los datos de concentración, es importante destacar que los liderazgos de aquellos países se construyeron con la participación decisiva de sus Estados nacionales. Si bien el discurso hegemónico de la innovación trata actualmente de glorificar la figura del emprendedor, y que, de hecho, las empresas sean responsables por 65% de los gastos en I&D entre los países desarrollados[7], lo cierto es que sin la participación de los Estados imperialistas, la disputa por la hegemonía económica (para no hablar de la hegemonía militar, totalmente dependiente de los gastos públicos) quedaría imposibilitada[8]. Como muestra Mariana Mazzucato, por ejemplo, en el caso de los EE.UU, sin la iniciativa del Estado, los principales adelantos técnicos de la llamada tercera revolución industrial, y sus empresas símbolo como Microsoft, Intel y Apple, simplemente no existirían[9].

La lectura de los informes enviados semestralmente al presidente de los Estados Unidos por el Consejo de Ciencia y Tecnología de la presidencia son aclaradores en este sentido. En el informe de enero de 2017, nombrado “Garantizando el liderazgo de largo plazo de los EE.UU. en el Sector de Semiconductores”, los consejeros, elegidos entre los principales científicos y CEOs de transnacionales estadunidenses, afirman:

La innovación en semiconductores enfrenta grandes desafíos en Estados Unidos. La innovación en semiconductores está disminuyendo y enfrenta límites tecnológicos fundamentales. (…) En este momento, un movimiento preocupante de China para reconstruir este mercado a su favor (…) amenaza la competitividad de la industria de los EE.UU. y los beneficios que produce. (…) La industria global de semiconductores nunca ha sido un mercado libre: está basada sobre la ciencia, la cual es guiada, en parte substancial, por el gobierno y por la academia (…) y es objeto frecuente de las políticas industriales nacionales.[10]

Ahora bien, más importantes que los datos arriba señalados son las interpretaciones que derivan de ellos. La enorme concentración de la C&T y de sus frutos configura un panorama, en el presente, de la tendencia del capitalismo central en constituir y reactualizar periódicamente la división internacional del trabajo (DIT) a su favor. Lo que aquí llamamos de tecnología no es otra cosa sino contenido técnico de esta DIT, su base material, el esqueleto del autómata global que organiza la producción y distribución mundial del plusvalor.

La razón del control de la tecnología de punta por los países centrales y sus empresas es clara: tales sectores son los nudos estratégicos[11] del capitalismo mundial y su dominio garantiza no solamente la imposición del contenido técnico a los demás sectores de la producción, sino que les da la prerrogativa de la apropiación de ganancias extraordinarias por diversas formas: a) les permite coordinar las cadenas globales de valor, de donde transfieren valor de las etapas situadas en los países periféricos, con trabajo superexplotado, hacia si mismas[12]; b) debido al monopolio que ejercen sobre la tecnología de punta, pueden practicar precios de monopolio y/o exigir el pago de royalties por el uso de la tecnología; c) debido a la mayor productividad en relación a los demás sectores de la economía, trasfieren hacia si parte del plusvalor producido por los sectores menos productivos de la economía mundial[13].

Esta necesidad de control de la producción estratégica se vuelve una exigencia en los períodos de crisis mundiales, como la que vivimos actualmente. En el contexto de una larga depresión de la economía capitalista mundial[14], esta disputa está marcada por una necesidad impostergable de recuperación de la tasa de ganancia en los países imperialistas. En este sentido, además de las formas directas e indirectas de transferencia de valor de los países periféricos hacia el centro del sistema y del acaparamiento de los recursos naturales globales, lo que está en juego en la cuarta revolución industrial, es la redefinición de la geografía y de las modalidades de la hegemonía económica mundial, alrededor de los nuevos sectores estratégicos de la nano y biotecnología, de la Inteligencia Artificial, de la computación cuántica, de los materiales superconductores, etc.

En el panorama que esbozamos arriba, de disputa hegemónica y mayor concentración en el campo de la C&T, no parece haber nada cercano a una “nueva ventana de oportunidades” para los países dependientes, como quieren algunos analistas. Al contrario, se presenta el reforzamiento de los lazos de la dependencia.

Modernización capitalista y dependencia tecnológica en el siglo XXI

El llamado al “catching up” (despegue) tecnológico de América Latina es una constante entre organismos oficiales como la CEPAL y en gran parte de la literatura sobre innovación. Además de las comparaciones absurdas con países como Corea del Sur y China – cuyas particularidades impiden la reproducción de su progreso tecnológico en otros contextos –, lo que se presupone, en general, y reconociendo el enorme rezago de la región en esta materia, es que la acción estatal puede crear una cultura innovadora e inocularla en el empresariado nacional y en la comunidad científica, creando, así, las tan añoradas sinergias entre Estado, universidad y empresa. Fue este discurso el que articuló las políticas científicas de los gobiernos latinoamericanos en las últimas décadas; y, a pesar de las subvenciones al empresariado, las leyes que permitieron la apropiación del conocimiento creado en las universidades por las empresas privadas, los incentivos públicos al “emprendedurismo”, las inversiones en C&T pública y privada, etc., no ocurrió nada cercano a un cambio de posición de la región en la jerarquía mundial de la ciencia y la tecnología.

Al contrario, lo que se observó fue una especialización regresiva en las economías de la región. Brasil, el país que más invirtió en C&T en las últimas décadas, observó el desmonte de su parque industrial, el aumento de la importación de bienes de consumo y de bienes de capital (máquinas y equipos), el aumento en el pago de royalties y servicios técnicos debido a la utilización de tecnología extranjera, que alcanzó los US$ 20 mil millones en 2015. Y todo eso a pesar del aumento del presupuesto en C&T. Como señalamos más arriba, Brasil llega a la segunda década del siglo XXI como un país irrelevante en el juego mundial de la C&T. En lo que toca a los demás países de la región, la situación es más grave aún. Por estas razones, es lícito afirmar que en las dos décadas del siglo XX América Latina observó una profundización de su dependencia tecnológica.

Tal afirmación no desconoce la existencia de científicos calificados e investigaciones de punta en América Latina, pero en este caso rige el principio de que la suma de las partes (laboratorios e investigadores) no resulta necesariamente en una política científica que responda a las necesidades del país. Más bien, en la ausencia de una estructura científica y tecnológica claramente destinada a superar el subdesarrollo y la dependencia, las iniciativas de punta terminan operando como enclaves articulados con las grandes empresas, laboratorios y universidades extranjeras.

¿Cuáles son las explicaciones para un desempeño tan mediocre de Brasil y del resto de América Latina en materia de C&T? Por un lado, las teorías de la innovación recalcan la ausencia de una cultura innovadora en el empresariado nacional y la excesiva burocracia en las universidades y en Estado; por otro, sectores de la izquierda responsabilizan a la comunidad científica por cooptar la política científica a sus intereses corporativos. Creemos que ambas explicaciones son incapaces de llegar al nudo de la cuestión.

En nuestra opinión, las explicaciones más fructíferas hay que buscarlas en el funcionamiento del capitalismo dependiente latinoamericano y en sus transformaciones de las últimas décadas. Desde las décadas de 70 y 80 del siglo XX, con la crisis de los proyectos industrializadores en la región, el capitalismo latinoamericano pasó por importantes cambios. La crisis de los años 80’ no sólo enterró el proceso de industrialización y abrió las puertas al neoliberalismo, como también reconfiguró la subordinación de las burguesías latinoamericanas a las imposiciones de las potencias imperialistas, relación que se venía construyendo durante toda la segunda mitad del siglo XX.

La década de los 80’s marca la recuperación de los países centrales de la crisis mundial. Hay abundante literatura sobre los mecanismos que sacaron esos países de la crisis – desregulación financiera, segmentación productiva, ofensiva contra la clase trabajadora mundial etc. –, pero el elemento central para el tema que nos ocupa son las nuevas tecnologías que emergieron en esta década para dar forma al paradigma basado en la microelectrónica y la informática[15], paradigma a partir del cual se organizó una nueva división internacional del trabajo. Esta reorganización de la reproducción del capital a nivel mundial reactualizó la vieja oposición entre países centrales productores de bienes industriales y países dependientes productores de materias primas y alimentos, pero también introdujo la segmentación de la producción industrial a través de las cadenas globales de valor, cuya lógica, reconocida por los especialistas en el tema, es la concentración de las etapas estratégicas de la producción en los países centrales y el desplazamiento de los segmentos no estratégicos y, en general, intensivos en mano de obra, a los países dependientes[16].

Justamente en el momento de crisis y de incapacidad de profundizar su industrialización, cuyo evento paradigmático fue la crisis de la deuda externa, el continente latinoamericano es llamado a reordenar su participación en la división internacional de trabajo. En este contexto, la crisis latinoamericana puso a la burguesía interna en una encrucijada: aceptar un rol aún más subordinado reclamado por las potencias imperialistas en el capitalismo mundial o romper con el imperialismo y proceder a un desarrollo capitalista propio. El camino elegido fue la aceptación de las imposiciones y el abandono del proyecto industrializador latinoamericano. Esta elección de la clase dominante pudo imponerse, además, por la persecución y desarme exitosos, en las décadas anteriores, de las izquierdas que luchaban por construir un proyecto socialista en la región[17]. Así, se allanó el camino para la penetración completa del capital transnacional y del neoliberalismo como sustrato ideológico de la reconfiguración de las economías latinoamericanas en la década de '80.

Con la connivencia de las clases dominantes latinoamericanas, la restructuración del capitalismo central a partir de los ‘80, fundado en el paradigma electroinformático, asignó a América Latina las siguientes funciones: a) productora de etapas inferiores –no estratégicas– de las cadenas productivas globales, fundamentalmente para la exportación; b) productora de alimentos y materias primas estratégicas para la exportación; c) espacio de valorización del capital ficticio, principalmente por medio de la deuda pública. No es difícil concluir que tales funciones significaron, en gran medida, una regresión económica en relación al patrón anterior.

Las razones de la aceptación de las burguesías latinoamericanas a este papel se explican por el mecanismo de funcionamiento del capitalismo en la región: al mantener la reproducción del capital basada en la compresión del mercado interno, sin la elevación sistemática de la productividad del trabajo – es decir, en un capitalismo fundado en la superexplotación de la fuerza de trabajo – no quedó otra alternativa a los países de la región que intentar mantener un equilibrio débil volcándose hacia el mercado mundial, construyendo un patrón de reproducción del capital orientado a cumplir aquellas funciones, un patrón exportador de especialización productiva[18].

Cada país del continente articuló este nuevo patrón de reproducción en función de sus especificidades. En el caso de los países de mayor desarrollo capitalista relativo, como México y Brasil, la transformación del patrón de reproducción se efectuó bajo una reconfiguración del pacto de clases, que tendrá a partir de entonces a la cabeza el capital financiero extranjero y nacional, el gran capital agrario y la gran burguesía industrial monopólica. Aparte del gran capital vinculado al mercado mundial, el gran capital monopólico vinculado al mercado interno –caso de las empresas de telecomunicaciones, alimentos y grandes redes comerciales– también logrará su éxito en este período, a costa del aplastamiento de los sectores medios y pequeños de lo quedaba de una burguesía nacional.

Además de las conocidas consecuencias del neoliberalismo en América Latina, queremos señalar que el nuevo patrón significó un reforzamiento de la dependencia tecnológica con la intensificación de la subordinación a los sectores estratégicos de la producción mundial. La apertura de las economías de la región a los flujos internacionales de capital rompió los encadenamientos productivos manufactureros, como los de la industria de autopartes. También eliminó la capacidad de lograr una política industrial soberana, de definir y proteger sectores estratégicos. De esta manera, y puesto que en la etapa actual de la economía mundial la política industrial tiene que ser, a su vez, una política de ciencia y tecnología, la nueva posición de América Latina en la división internacional del trabajo canceló las posibilidades de un desarrollo científico y tecnológico autónomo en los marcos del capitalismo dependiente, no solamente por la presión de los países centrales, y mucho menos por la falta de visión de nuestras burguesías, sino porque la posición de América Latina en la economía mundial contemporánea es funcional al pacto de clases vigente. En otras palabras, a la gran burguesía latinoamericana no le interesa romper con su lugar en la DIT porque se beneficia de ella.

Los grandes perjudicados en este panorama son las mayorías de la región: los trabajadores de la ciudad, llevados al desempleo estructural o a un régimen de trabajo más intenso y en condiciones precarias; los trabajadores del campo y las comunidades originarias, golpeados por las políticas de libre comercio y por la expansión de la frontera agrícola de exportación y de los mega proyectos mineros y energéticos; la burguesía media y pequeña, debilitada por la apertura externa y por la quiebra de los encadenamientos productivos existentes durante el patrón de reproducción anterior; la juventud pobre, que al no tener ninguna perspectiva de ascenso social por medio del estudio, ingresa tempranamente a la informalidad o a actividades ilegales; pero también la juventud universitaria, principalmente los egresados de carreras científicas y tecnológicas (matemáticas, biología, física, química e ingenierías) que, frente a la perspectiva de pasar toda la vida manejando procesos científicos secundarios (muchas veces importados) en condiciones de trabajo precarizadas, optan por abandonar su país como única alternativa de tener una carrera profesional exitosa (la denominada “fuga de cerebros”).

Más allá de la política científica

Lo que intentamos mostrar brevemente en este ensayo es que el rezago de los países latinoamericanos en materia de Ciencia y Tecnología tiene un carácter estructural cuyo fundamento es la dependencia y la superexplotación de la fuerza de trabajo -las marcas del desarrollo capitalista en América Latina. La dependencia tecnológica es una de las caras de la dependencia y demuestra la incapacidad de la región en definir su futuro en el ámbito científico, tecnológico y productivo. Esta conclusión es claramente visible en el momento actual, momento de ofensiva de las clases dominantes de la región sobre los trabajadores y sobre lo que quedó del Estado latinoamericano, pero también vale para las experiencias de los llamados gobiernos progresistas que, a pesar del aumento en los presupuestos en C&T – casos de Brasil y Argentina – ampliaron la dependencia tecnológica de la región. Nuevas universidades públicas fueron creadas, aumentaron las inversiones públicas en C&T, hubo proyectos importantes de innovación como en el caso del submarino nuclear en Brasil, el número de artículos científicos producidos aumentó de forma consistente, etc. Todo eso es cierto, pero no hubo nada parecido a un proyecto nacional de ciencia y tecnología que buscase romper los lazos de la dependencia.

La expansión cuantitativa de las universidades y de la producción científica fortalecieron un modelo de universidad ajeno a las necesidades nacionales, una universidad cuyos criterios de éxito en ciencia se miden por las revistas científicas de los países centrales, las que definen los temas prioritarios, los métodos y los criterios de evaluación. En este esquema se ubica la mayoría de los científicos latinoamericanos, que creen estar contribuyendo al progreso de una ciencia universal que nunca existió, en una actitud ya denunciada en los años 60 por Óscar Varsavsky en su libro Ciencia, Política y Cientificismo. Desde el punto de vista general, es decir, de la reproducción social como un todo, es absurdo pensar que iniciativas aisladas o un simple aumento del presupuesto puedan romper con el mecanismo establecido para la producción mundial de C&T. Más bien lo alimentan.

Hoy, más que nunca, es el pacto de clases en vigor, con la hegemonía del capital financiero, del capital transnacional y del capital monopólico nacional, la razón que impide el desarrollo tecnológico y científico de los países dependientes latinoamericanos. Todas las advertencias para aprovechar las oportunidades de la cuarta revolución industrial son quimeras, frente a un pacto de clases de esta naturaleza, pues a la clase dominante latinoamericana no le interesa crear una estructura de C&T soberana, esfuerzo que implicaría afrontar a sus propios intereses.

Una política de C&T que tuviera como guía superar la dependencia tecnológica tendría, por ejemplo, que cambiar la política de comercio exterior, protegiendo los sectores estratégicos nacionales incipientes; revisar el pago de la deuda pública para encauzar esos recursos a universidades e institutos de investigación; limitar las remesas de ganancias de las transnacionales, así como limitar su operación en el territorio nacional; invertir en la calificación de la fuerza de trabajo y elevar su remuneración considerablemente, buscando crear un mercado interno fuerte. Queda claro que el actual pacto de clases no apunta hacia este camino. Lo máximo que se puede conseguir en el escenario actual es crear pequeñas islas de innovación –como algunas empresas de software, algunos pequeños laboratorios de biotecnología– que no poseen ninguna capacidad de dinamizar el sistema científico y tecnológico y que, en gran parte de los casos, son absorbidas por las transnacionales luego que demuestran la capacidad de inserción en el mercado.

Por lo tanto, el camino para la superación de la dependencia tecnológica es el camino de la superación del capitalismo dependiente mismo, el único capitalismo posible en esta parte del mundo. Frente a burguesías que se apoyan y acumulan en función de la miseria de las mayorías, solamente estas últimas pueden abogar por una soberanía política, económica y tecnológica en el continente, soberanía que necesariamente apuntará hacia un horizonte anticapitalista. No se trata de un cambio de gestión estatal, ni mucho menos de valores empresariales, sino de un cambio en las clases que ejercen el poder en estos países. Así, desde un punto de vista de política científica, la posibilidad de un proyecto soberano, vinculado a las necesidades de la mayoría de la población sólo será exequible si camina juntamente a procesos de transformaciones estructurales de la sociedad en todos los ámbitos de la vida social. Este tema, tan claro para la generación del pensamiento latinoamericano en C&T de los años 60 y 70, actualmente es, en gran medida, desconsiderada o tratada como utópica. Pero es la única factible.

Obviamente, una ciencia rebelde no deberá tener como meta realizar el catching up tecnológico, sino adecuar la producción de conocimientos a las necesidades de los pueblos, pensar en otros estilos tecnológicos[19]. Está claro que América Latina tendrá que construir capacidades propias en sectores de punta de la tecnología, como en maquinaria industrial y de transporte, en la informática y computación, en el sector energético, biotecnológico, etc. No nos faltan capacidades para tal. Pero, al mismo tiempo, esta adecuación sociotécnica tendrá que establecer un cambio de prioridades en la producción de dichas tecnologías y de otras que no tendrá que ver con los intereses de las clases dominantes de nuestros países y de los países imperialistas – estos últimos que, con sus fundaciones, becas, revistas científicas y programas de intercambio han direccionado desde siempre la investigación en América Latina – sino que con las necesidades más urgentes de la población en términos de salud, educación, vivienda, transporte, cultura, producción de alimentos, conservación del medio ambiente, etc.

En este camino, la ciencia moderna también deberá dialogar con los conocimientos de los pueblos originarios y las clases populares del continente, cuyo acervo tecnológico nos podrá brindar soluciones muy eficaces desde el punto de vista de la reproducción de la vida en estas latitudes. Tal cambio de perspectiva pasa, de la misma manera, por un cambio de paradigma en la producción de las ciencias, en que, junto al laboratorio, deben figurar la experiencia y la participación del pueblo en el proyecto y en la ejecución de las alternativas políticas, económicas y tecnológicas.

Ya es hora de abandonar las ilusiones sobre la capacidad redentora de la política científica en América Latina.

* Diógenes Moura Breda es economista por la Universidade Federal de Santa Catarina (UFSC) y maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente estudia el doctorado en Desarrollo Económico en la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP).

 

Notas

[1] Pinto, Álvaro Vieira (2005). O conceito de tecnologia. 2ª ed.. Rio de Janeiro: Contraponto.

[2] El término cuarta revolución industrial o industria 4.0 ganó visibilidad en 2016, durante la 46ª Reunión Anual del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Las ideas generales de la interpretación dominante sobre el tema están en el livro The Fourth Industrial Revolution de Klaus Schwab, fundador e ejecutivo do Foro Económico Mundial.

[3] Sobre los conceptos de subsunción formal y real, véase: Marx, Karl (1990). El Capital. Libro I, capítulo VI, inédito: resultados del proceso inmediato de producción. México: Siglo Veintiuno Editores.

[4] Véase: NSF, Nacional Science Foundation. Science and Engineering Indicators 2018 y UNESCO (2016). Science Report: towards 2030.

[5] Los datos arriba ocultan diferencias cualitativas importantes en la composición de los gastos en I&D de cada país. Es decir, además del abismo que existe en términos de presupuesto entre los países centrales y América Latina, la región dedica un porcentaje mucho menor a sectores como ingeniería, ciencias médicas y ciencias naturales en comparación con los países centrales.

[6] WIPO, Word Intelectual Property Organization. World Intelectual Property Indicators. Suiza, 2017

[7] OCDE. OECD Science, Technology and Industry Scoreboard 2017. Washington: OECD Press.

[8] Ceceña, Ana Esther; Barreda, Andrés (1995). “La producción estratégica como sustento de la hegemonía mundial. Aproximación metodológica”. En: Producción estratégica y hegemonía mundial. México: Siglo Veintiuno Editores.

[9] Mazzucato, Mariana (2015). The entrepreneurial state: debunking public vs. private sector myths. Londres: Anthem Press.

[10] PCAST, President’s Council of Advisors on Science and Technology. Report to the President: Ensuring Long-Term U.S. Leadership in Semiconductors. White House, 2017.

[11] Ceceña, Ana Esther; Barreda, Andrés (1995), op. cit.

[12] Para una interpretación marxista de las cadenas globales de valor y, en particular, para la explicación del mecanismo de transferencia de valor a partir de la superexplotación de la fuerza de trabajo, véase: Smith, John (2016). Imperialism in the Twenty-First Century: Globalization, Super-Exploitation, and Capitalism’s Final Crisis. New York: Monthly Review Press, NYU Press.

[13] El análisis de cada uno de esos mecanismos, algunos evidentes, otros invisibles a la economía política burguesa, exigiría un largo desarrollo. Para los objetivos de este ensayo, basta con establecer la relación entre el esfuerzo de Estados y empresas por el dominio de los sectores estratégicos de la producción capitalista contemporánea y las ganancias extraordinarias resultantes de dicha competencia.

[14] Roberts, Michael(2016). The Long Depression. How It Happened, Why It Happened, and What Happens Next. Chicago: Haymarket Books.

[15] Ceceña, Ana Esther; Palma, Leticia y Amador, Edgar (1995). “La electroinformática: núcleo y vanguardia del desarrollo de las fuerzas productivas”. En: Producción estratégica y hegemonía mundial. México: Siglo Veintiuno Editores.

[16] Marini, Ruy Mauro (2000). “Proceso y tendencias de la globalización capitalista” En: La teoría social latinoamericana. Tomo IV: Cuestiones contemporáneas. México: Ediciones El Caballito.

[17] “Las políticas contrainsurgentes aplicadas en América Latina entre las décadas de 1960 y 1980 fueron mucho más que medidas para hacer frente a la emergencia de brotes guerrilleros o de movimientos y gobiernos populares. Eran políticas de disciplinamiento y control social que alentaban la construcción de nuevas modalidades de reproducción del capital y de un nuevo Estado neoligárquico, botín de unos cuantos grupos económicos poderosos”. Osorio, Jaime (2009). Explotación redoblada y actualidad de la revolución. México: Itaca, UAM-X, p. 195.

[18] Osorio, Jaime (2004). Crítica de la economía vulgar: reproducción del capital y dependencia, 1ª ed. México: Universidad Autónoma de Zacatecas, M. Á. Porrúa, p. 101.

[19] Varsavsky, Oscar (2013). Estilos tecnológicos : propuestas para la selección de tecnologias bajo racionalidad socialista. Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2013

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