Ilustración: Sebastián Santana
Serie: Los Militantes
Grandes analistas, grandes criticones. Se escudan en la queja para no asumir responsabilidad alguna. Hija de la comodidad, la razón escéptica no ordena, no organiza, no se hace fuerza constructiva de nada alternativo al orden existente. Corroe arriba y abajo, le pega por igual a la cultura corrupta de la clase dominante como a las herramientas que costosamente forja nuestra clase para hacerse valer. Solo apunta y dispara desde una falsa superación. Todo es gracia. El escepticismo reniega de la política porque no precisa de ella. Representa un sujeto acomodado que así desea seguir. Bastante confort y no mucha responsabilidad es una combinación perfecta de la que goza un porcentaje bajo de la población, pero de gran peso en la construcción de ideas, de discurso, de sentido común.
Espíritus calificados, degradados con el devenir de la adultez, deciden a consciencia simular ser analfabetos políticos con tal de no reconocer abiertamente su profundo deseo de que los poderosos sigan mandando el devenir de nuestro pueblo. Y es que así la pasan de maravilla. !Cuánto daño hacen los escépticos al interés de las mayorías!. Es preferible un acomodado que defienda a Mieres o a Ope Pasquet, un acomodado que no elige la degradación, sino que se vuelve liberal convencido porque es la ideología que mejor representa sus intereses. Pero no, el escéptico es mas jodido: su juventud rebelde no le permite mostrarse tal cual es. Mantiene entonces la pose de la crítica pero la lleva a todos los planos, fomentando la desesperanza, quitando del horizonte toda posibilidad de sistema alternativo superador. Es un verdadero depresor de la libido política.
Discutidor de boliche, cumpleaños o del corte del laburo, jamas se juega por nada. Preferirá mil veces mantener sus privilegios a renunciar a alguna cosa en nombre de una causa. Envilecido por la rutina y los guiños que el mercado y el consumo le hacen cotidianamente, desconfía de los militantes, desdeña las organizaciones sociales y políticas de izquierda, desestima la importancia del grano de arena que cada uno de nosotros tiene que aportar para construir una sociedad mejor.
Cuando el escéptico aun no saldó íntimamente su opción, se camufla en un falso anarquismo, que nada tiene de social y mucho de individual. Siempre suelto, nada de la trabajosa rutina que conlleva la construcción colectiva. Siempre en la vereda de enfrente, nada de los riesgos que conlleva la construcción de poder popular. No hemos dimensionado el daño que hace esta racionalidad vuelta patología generacional. Será pronto, en el ocaso progresista, donde el parteaguas del ajuste obligará a elegir bandos, que dimensionemos el tamaño del desencanto y el aplacamiento de las fuerzas morales que esta racionalidad infunde en el conjunto de nuestro pueblo.
El escepticismo tiene muchos rostros y muchas voces, está adentro llamando a tirar la toalla. Siempre resurge en los tiempos buenos porque responde directamente al interés del acomodo. Mientras se sorfea la ola, parece inocuo. Cuando se retira la marea y asoma la arena, la desacumulación ideológica y organizativa llega con su rostro a pedirnos cuentas. La complicidad con esta cultura infame, en el chiste, en la superficialidad, en el pensamiento parcial, en la ausencia de propuesta, en la vagancia, es un enemigo de cuidado. El criticonismo es un camino tentador para acumular simpatía, pero nada nuevo surge de la pedrada sin proyecto colectivo capaz de re-edificar las ruinas.