Ilustración: Fede Murro
Aunque declarada muerta, impotente y sumisa por pensadores de todo tipo y color, ella resiste. Los agoreros del fin del trabajo no pudieron con ella, tampoco los apologistas del neoliberalismo que ni bien caído el muro se apresuraron a celebrar el fin de la lucha de clases.
Pero ella sigue en pie, igual de terca que hace tres siglos, cuando la expropiación de tierras comunes y el exterminio y apropiación del cuerpo de las mujeres convirtieron a los campesinos en vendedores de fuerza de trabajo. Es cierto que fragmentada y con varios cascotazos en el lomo, pero no por ello doblegada. Signada por la desesperanza y la dispersión, seducida por la conciliación y el "hacé la tuya", sabe que no está destinada a ser furgón de cola y que aún está a tiempo de tomar las riendas de la historia.
En honor a esa trayectoria y a ese desafío, nos convoca debatir la clase obrera, la única que precisa nombrarse y nombrar al enemigo, porque en ese gesto se le va la vida. No por rememorar épicas y teorías del pasado, sino porque la propia coyuntura la vuelve a poner en el centro: ¿quién, sino ella, está pagando los platos rotos de la crisis en el mundo y la región?
Y Uruguay, en ese contexto, no escapa a las tendencias internacionales. Quince años de crecimiento económico impulsado por el boom de precios de las exportaciones, lograron sostener una política de crecimiento salarial sin erosionar el ingreso de los empresarios. Pero esa cabalgata al “ritmo de la renta” implica también reconocer que cuando la bonanza acaba, se vienen los ajustes. Y ajustar quiere decir que el capital necesita avanzar sobre el trabajo. Parafraseando a Luis Bértola, el Uruguay funciona a “vela y remo”. Cuando hay “viento de cola” -alza de precios- se despliegan las “velas” que permiten políticas redistributivas y de conciliación de clases, pero cuando el viento amaina, hay que sacar los “remos” de la explotación del trabajo. Le podrán llamar atraso cambiario, falta de competitividad, mejora del clima de negocios o como quieran, pero vienen por el salario como variable de ajuste.
Las señales son claras y, aunque existan ciegos vocacionales, para muestra están los “autoconvocados”. Incapacitados estructuralmente para meterse con la renta del suelo, los pequeños y medianos capitales del agro vienen siendo punta de lanza de los propietarios. El programa del achique prendió rápidamente en el conjunto de las patronales, normalmente enfrentadas por minucias. Cuando las papas queman y hay que ir por ajustes estructurales, prima la unidad (de clase). Ya no hay problemas entre importadores y exportadores por el tipo de cambio, o entre ganaderos y frigoríficos por el precio de la hacienda. Un solo Uruguay, una sola clase dominante. No es casual, ya en 2013 varias cámaras empresariales lanzaron una campaña conjunta poniendo sobre la mesa un programa de ajuste, para luego en 2016 conformar la Confederación Empresarial. Todas las patronales golpeando juntas exigiendo recorte de salarios y achique del Estado.
Para buena parte del elenco político, la salida de este atolladero pasa por mantener el crecimiento económico. Mantener el chorro que hacía posible el aplazamiento de las contradicciones que hoy comienzan a aflorar. ¿Cómo hacerlo? Generando condiciones beneficiosas para la entrada de capital extranjero que dinamice la inversión. Claro que el capital extranjero viene motivado fundamentalmente por una cosa: las ventajas del país en recursos naturales. El modelo lleva por tanto implícita la trampa de la primarización económica y de la perpetuación de las brechas tecnológicas, productivas y de poder con los grandes centros económicos, además de evidentes impactos ambientales.
Más asimetrías tecnológicas porque cada vez hay menos posibilidades para un desarrollo propio. Más dependencia económica, en tanto la apertura irrestricta a la inversión externa impide planificar qué sectores incentivar por sobre otros. Y más subordinación política porque para atraer inversión el Estado renuncia a parte de su soberanía mediante tratados internacionales como los de protección de inversiones.
El panorama regional también presiona en este sentido. Brasil y Argentina están procesado un ajuste sobre las condiciones de vida de los trabajadores para hacer más atractiva la inversión extranjera. ¿Cuánta vida le queda al pueblo asalariado uruguayo? Por más buena voluntad que se ponga, las reglas del mercado se imponen. Si los países de la región se abaratan, se transforman en competidores por la inversión. Y cuando se tiene un modelo de desarrollo basado en la inversión extranjera, las posibilidades de sostener el crecimiento económico sin confiscar salarios se empieza a volver remota. Son las reglas del juego que se eligió jugar.
Pero los dados no están echados. Como clase estamos convocados a construir un programa que ofrezca una salida que no nos ajuste a nosotros. El movimiento sindical ha planteado la necesidad de avanzar sobre una diversificación de la matriz productiva. Sin embargo, para ganar autonomía e impulsar soberanamente estas transformaciones es fundamental controlar los excedentes generados en la propia economía. El problema es que con las actuales reglas de juego las decisiones productivas quedan en manos de los mismos que atentan contra el desarrollo propuesto. Esta es la verdadera cara de la tan defendida libertad de mercado en un país periférico.
Por eso es impensable la transformación del aparato productivo sin la transformación en la matriz de relaciones de producción. Esto es, sin avanzar en el control de los excedentes generados por la economía nacional y la planificación de su reinversión. Y avanzar en este sentido exige fortalecer el poder político de clase, ganando posiciones en un terreno donde la democracia liberal-republicana se muestra impotente.
El tiempo histórico exige recuperar protagonismo, porque solo se resiste avanzando, y solo se avanza reinventando. Lo que no se mueve se muere. Nuestra clase no es la misma que hace medio siglo víctima de una descomposición capitalista que la fragmenta y atomiza. Por eso precisamos articular lo mejor de las tradiciones de lucha y resistencia de la clase organizada en lo sindical, con las nuevas manifestaciones de una clase que, precisa y explora otros canales organizativos como muestran el feminismo y las luchas socio-ambientales. Porque para defender derechos hay que afectar privilegios, y para eso hay que pasar a la ofensiva.