Ilustración: Carlos Latuff
Luego de la aprobación de la reciente reforma laboral en Brasil, ha cambiado de manera significativa las condiciones de lucha y organización de la clase trabajadora organizada. Además de profundizar el proceso de precarización de las condiciones de trabajo (que viene de larga data), la reforma promovió cambios importantes en la misma organización sindical, algo que las iniciativas anteriores no habían logrado tocar. La etapa que viene va exigir una acción sindical distinta de la que hasta entonces predominaba, en un entorno sumamente desfavorable. Es, sin lugar a dudas, un gran reto para el sindicalismo brasileño, si bien eso para nada implica una novedad.
En la historia del sindicalismo brasileño, no fueron pocos los momentos en que la situación pareciera desacreditar la acción organizada de los trabajadores. Basta recordar que en el inicio del siglo pasado las huelgas y protestas no estaban permitidas y el trato que les brindaba el Estado era como “caso de policía”, con las consecuencias obvias que eso implicaba.
Durante la última dictadura militar (1964-1985), los dirigentes sindicales eran despedidos y/o encarcelados y los sindicatos pasaban al control de “interventores” indicados por el gobierno. Resulta que aún bajo estas condiciones extremas, lograron crear fórmulas para organizarse.
La crisis económica que atraviesa Brasil, más allá de sus impactos inmediatos en el proceso de acumulación, profundiza otro movimiento importante para el capitalismo brasileño: el cambio de la base económica nacional hacia una composición más internacionalizada, donde no sólo las empresas estatales, sino también los grandes grupos privados y los recursos naturales (petróleo, minerales, energía, alimentos) son objeto de disputa de grandes capitales extranjeros. Proceso que impone la necesidad de generar un patrón común de relaciones laborales ajustado a dicho modelo.
Lo que se exige para el buen funcionamiento de ese capitalismo mundializado es una fuerza de trabajo atomizada, por piezas, que el patrón pueda contratar y despedir cuando le convenga, que los salarios sean variables de acuerdo a lo producido y que las condiciones de trabajo sean negociables en cada situación. Además, se impulsan distintas formas de contratos individualizados previamente firmados por el trabajador, donde este acepta las condiciones e incluso renuncia a derechos, o se compromete a no demandar a la empresa en la justicia posteriormente.
La reforma laboral de Temer cumple exactamente esa tarea. Esencialmente, lo que hace es cambiar la naturaleza de la legislación laboral, pasando de la protección y tutela del trabajador anteriormente vigente (con todas sus limitaciones, por cierto) en dirección a un modelo que ofrezca garantías jurídicas para que el empresariado pueda ajustar y estimar el costo del trabajo de acuerdo con sus necesidades e intereses(1). En ese escenario, la justicia del trabajo se vuelve un obstáculo. El objetivo es dificultar que el trabajador pueda acceder a ella, por ejemplo, cobrándole los costos procesuales.
Pero el principal obstáculo está en el sindicalismo. No solo el sindicalismo autónomo y de base, sino también el sindicalismo corporativo y amarillo es atacado. En la nueva ley aprobada por Temer, no son pocos los elementos en ese sentido. La negociación individual pasa a ser jerárquicamente más importante que la negociación colectiva e incluso más importante que la ley en variados temas. Un trabajador, por ejemplo, puede ahora negociar un salario y condiciones de trabajo inferiores al contrato colectivo negociado por el sindicato. Que pese la desventaja evidente que acarrea eso, es una táctica que los empresarios pueden utilizar para las nuevas contrataciones: el trabajador será libre para aceptar o no, pero de no aceptar no será contratado.
Además, la misma negociación colectiva en una empresa podrá ser hecha por una comisión de trabajadores independiente del sindicato, excluyendo al mismo de su atribución fundamental: la representación de los trabajadores. Otro punto importante es el fin de la contribución sindical obligatoria(2), siendo que ahora en más el trabajador que desee contribuir a la entidad que lo representa debe entregar una carta al patrón(!) solicitando el descuento.
Se trata de un intento de derrocar a los sindicatos y la organización colectiva de los trabajadores, dificultando su actuación y buscando fragmentar e individualizar las relaciones de trabajo. Este es, sin embargo, el intento de siempre en la lucha de clases. El hecho de que hayan logrado incluir ese ataque en los términos de la ley no significa que van tener éxito. Pero sí cambia las condiciones y las formas bajo las cuales la lucha es efectuada, el cómo y desde donde parte la organización.
El sindicalismo no dejará de existir, pero la estructura sindical actual (su vinculación al Estado y a sectores políticos, el corporativismo, la lejanía que hay muchas veces entre representantes y representados), necesita ser revisada. La receta para ello lo hace la lucha misma, pero en ese esfuerzo es fundamental que el sindicalismo comprenda y refleje (en su estructura organizativa) la nueva morfología del trabajo, para fomentar la solidaridad e igualdad entre los diversos tipos de trabajadores existentes en una empresa o ramas (más o menos especializados, tercerizados, temporales, parciales, intermitentes); así como volver a fomentar la organización democrática en los lugares de trabajo y combatir la negociación individual. También es importante construir, aunque parezca obvio, la unidad entre distintos sectores laborales para una actuación conjunta, para combatir la precarización que les afecta a todos y para que su actuación sea propositiva y no meramente defensiva.
El aumento de la explotación y precarización del trabajo en curso en Brasil, está generalizando descontento en el conjunto de la clase trabajadora. Intentar darle contenido político y organizativo a ese enojo también es una tarea de los sindicatos, desde que estén dispuestos a revisar sus mismas prácticas que coadyuvaron a tal enojo. Volver a ser esa referencia de lucha es el reto, y eso no ocurre de la noche a la mañana. Mucho menos en la coyuntura difícil de ofensiva del capital actual. Ojalá las dificultades sirvan de estímulo a la lucha, vaya el recuero de que el último gran florecimiento del sindicalismo clasista brasileño (el “nuevo sindicalismo” de los 80s) irrumpió de las entrañas mismas de la dictadura militar, resultando fundamental para su derrocamiento y para impulsar la democratización.
*Brasil. Sociólogo. Estudiante de doctorado en Estudios Latinoamericanos (UNAM).
Notas:
1) Para un análisis de la amplitud y principales impactos de la ley aprobada, véase: DIEESE, 2017, https://www.dieese.org.br/outraspublicacoes/2017/reformaTrabalhistaSintese.pdf
2) El impuesto sindical compulsorio implicaba el descuento obligatorio de un día laboral anual de todos los trabajadores, redistribuido entre los sindicatos, federaciones, confederaciones y centrales sindicales. Ese punto siempre ha sido polémico en el seno del sindicalismo, una vez que muchos sectores lo consideran una forma de consolidar una burocracia sindical,