Imagen: Cabeza contemporánea, L. Nicolás Guigou
El pensamiento había muerto. Y así como una luz mortecina en el cielo puede responder a una estrella que ya no existe hace mucho tiempo, el pensamiento, ahora espectro de sí mismo, se paseaba por los diferentes lugares que alguna vez habían sido su albergue y espacio seguro. Los sabios habían huido. Quedaban en sus lugares lobbistas, charlatanes, escribas de cuarta categoría, simuladores de talento, burócratas y politiqueros.
(Gabriel Argüelles. Lo que pasó con nosotros)
El pensamiento contemporáneo, aquel que trata de dar cuenta precisamente de la contemporaneidad, asume varias configuraciones y formas propias en el actual capitalismo comunicacional. En primer lugar, cabe consignar su vocación por el vacío. Pero no se trata de un vacío místico, sino de una suerte de inanidad performática, que intenta disimularse a través de varios desdoblamientos. Estos desdoblamientos, construyen materialidades bajo el signo de la disimulación. La pérdida de reflexividad, la desconexión post-humana, las visiones antiesencialistas heredadas del Siglo XX, han colaborado (y mucho) al consenso silencioso e implícito de que el pensar ni tiene sentido, ni lo produce. La disimulación estriba en la actualidad, en las artes de esconder, de obliterar este vacío. Una de las modalidades más comunes de la citada inanidad performática se expresa social e institucionalmente en una suerte de amor (sin duda tanático) por la administración y la gestión. Criterios que podían ser aplicados al mundo empresarial, se vuelven un lenguaje común en las instituciones que la sociedad había arropado con los valores del conocimiento, la búsqueda de la verdad, el sendo altruismo de la sabiduría. No se le pide al sujeto que piense, sino que administre. Es decir, se le pide que devenga en un objeto controlando a otros objetos. Esta desconexión post-humana, -desconexión afectiva, emocional, cosificación extrema de cualquier subjetividad-, es percibida socialmente en este tecno- mundo, como positiva y valiosa.
En esta dirección, emerge en el espacio de producción de conocimiento, un estilo de evaluación externa e interna en el cual el sujeto ya convertido en objeto productor y productivo de un saber pasible de ser cuantificable numéricamente –se le otorga un número a cada producto, luego los mismos son sumados, como en un almacén-, a lo que se agrega una suerte de GPS planetario para considerar el valor de cambio de la producción del objeto post-humano. Si el producto se ubica espacialmente en los lugares de la tierra donde la pigmentación de la piel es más blanca, o bien el supuesto desarrollo económico y tecnológico es superior (no es baladí esta palabra), los productos son de mayor valor, y por tanto, los restos que quedan del sujeto productor cosificado, también.
Contrapuesta a esta forma de pensamiento evidentemente cosificada, surgen, casi para mantener un equilibrio perverso, las diferentes modalidades de pensamiento crítico. Curiosamente, muy pocas de ellas cuestionan las modalidades de producción de conocimiento, y cuando lo hacen, es para referirse a los manidos estilos pedagógicos reproductivitas, para anunciar una descolonización previsible y rentable en términos de alianzas institucionales internacionales o para dirigirse a un público de convencidos, demostrando en su ausencia de irreverencia, un conformismo muy poco interpelante. Y así, como en algunas mitologías se requiere de un número de justos para que el mundo siga existiendo, del mismo modo, aquellas subjetividades que escapan a estas lógicas perversas, siguen iluminando el mundo. Un homenaje a estas singularidades, en medio de tantos neofascismos emergentes.
* Profesor Titular, Dpto. de Ciencias Humanas y Sociales, Instituto de Comunicación, Facultad de Información y Comunicación, UDELAR.