Ilustración: Laura Becerra
Es jueves 14 de diciembre y para las 19.30 se convocó una ¡Alerta feminista! Pasó muy poco tiempo desde la última vez que los carteles, los parlantes y la gente llegaron a la plaza Cagancha, punto de encuentro y de partida. “Otra vez la noticia desgarradora. Otra vez el nudo en la panza, la asfixia en la garganta y el llanto en los ojos. Otra vez nos roban la vida. Otra vez una mujer.” [1]
“Araceli Umpiérrez, de 53 años, asesinada a puñaladas por su ex pareja Víctor Cruz, que luego se suicida.” [2] Las alertas feministas nombran sus muertas, hacen vivo al grito, nombran los asesinos, escrachan a la indiferencia. Por su dramaturgia y sus características son una mezcla de manifestación de rechazo, denuncia, expresión guerrera y ritual en femenino de duelo colectivo. A unas cuadras de la plaza, media hora antes del inicio, un grupo de mujeres levantan los materiales que luego se utilizarán: carteles con los rostros y los nombres de las mujeres asesinadas este año, cuerdas, bombos, hojas con la proclama, pinturas para la cara, parlantes. La alerta es convocada uno o dos días luego de que sucede el asesinato de una mujer. Este año van 34 en Uruguay, la gran mayoría a manos de sus parejas. La temporalidad de las alertas sigue el ritmo de los asesinatos y al mismo tiempo exige de los participantes abrirse a la interrupción, suspender lo planificado para ese día, salir a la calle en vez de cambiar de canal para ver alguna otra crónica roja no tan sangrienta o quizás menos “familiar”.
Al comienzo de las alertas feministas, mientras la gente se va juntando, suena música, como diciendo: esta lucha también necesita de canciones en voces de mujeres. Mujeres y también algunos hombres se van arrimando, otros pasan curiosos y llegan a dilucidar algo al ver los carteles. Algunas se pintan, otras comentan sobre el poco tiempo que pasó desde la última vez, otros fuman en círculos sentados en el piso. Los asistentes son mayoritariamente jóvenes. Son las 20.30 y el caudal de gente ya es suficiente para cortar una de las sendas de 18 de Julio. Armadas de dos cuerditas, cuatro mujeres se plantan en medio de la avenida para cortarla. La caminata empieza y se acelera a un ritmo casi urgente, que diferencia a las alertas de otras marchas en las que la cadencia del tranco se torna sinónimo de la seriedad de la causa.
“Y otra vez desde el dolor y la rabia, desde la necesidad de estar juntas, de apretar los puños, de construir confianza, de estar alerta.” [3]. Durante la caminata se escuchan canciones: “Y tiemblan y tiemblan y tiemblan los machistas, América Latina va a ser toda feminista”,“Mujer, escucha, únete a la lucha”, o “¡Tocan a una, tocan a todas!”, “¡Pija violadora a la licuadora”, “Se va a acabar, se va a acabar esa costumbre de matar”, “Y ahora que estamos juntas y ahora que sí nos ven... Abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer”, “Ay si te agarro, ay si te agarro. Ay si te agarro violentando, te escracho; autodefensa feminista contra los machos”, “Alerta ¡aleeeeerta, aleeeeerta, alerta!, alerta que caminan mujeres feministas por América Latina. Y tiemblan, y tiemblan, y tiemblan los machistas, que toda Abya Yala va ser feminista”. Algunas de ellas son acompañadas de acciones como acostarse en el piso y levantarse despacio, acelerar el paso o parar de golpe, gritar al unísono, el “¡Uuuuuu!” tribal, o el “Tocan a una...” de una, respondido por el “tocan a todas”.
El trayecto va hasta la Plaza de los Treinta y Tres y ahí los cuerpos cobran otra organización, como de acto pero sin acto, como de discurso pero de cuerpos. El colectivo de las alertas ha inventado su ritual y es tan político como coreográfico. Aún en la avenida, entre la explanada del Brou y la plaza, todo un guión de acciones se sucede. Lo primero es la apertura de un círculo, disposición poco frecuente en las marchas, donde tanto el punto hacia el que se avanza como hacia donde se mira propone un frente único. La circularidad es un rasgo femenino presente en las alertas. La danza también. Una vez la marcha convertida en ronda, una cuerda se tiende en el piso delimitando un área central hacia la que todas miramos. Comienza la lectura de los 34 nombres y las formas de muerte de las mujeres asesinadas en lo que va del año: quién la mató, cómo, con qué arma, había denuncias que adelantaban que eso sucedería, mató también a sus hijos, se mató después, mató con su arma de reglamento, mató porque lo había denunciado, la mató aunque lo había denunciado. A cada nombre y muerte una mujer entra al círculo y se tira al piso, poniendo el cuerpo por esa otra que no está. El círculo se llena. Una vez concluida la lista, las mujeres del piso toman la cuerda que hasta entonces sirvió de cinta delimitadora tipo forense (o símbolo de la sujeción) y se van poniendo de pie y convirtiéndola de cadena a lazo que une, mientras repetidamente se recita: “Que el dolor se vuelva rabia, que la rabia se vuelva lucha, y nuestra voz grito”. Las voces se organizan para pronunciar juntas este mantra político de transmutación de la fragilidad en fuerza, y luego para la lectura de la proclama que, a diferencia de un acto tradicional, no es hecha por una vocera sino por todos los participantes al unísono. Aunque participan hombres de la marcha, el protagonismo de este acto es femenino. La voz se vuelve grito.
Tras la lectura empieza el abrazo caracol, otro icono de las alertas: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”; la frase es repetida incansablemente como un eco del pasado que nunca va a parar de sonar. De la mano y de a una se suman mujeres a una danza circular concéntrica que termina apretándose en un centro lleno, donde la proximidad permite apoyarnos en los cuerpos de las otras, sentirnos el olor, el llanto y la voz quebrada en el grito. Con las manos dadas y en alto la frase se repite: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”. El canto explicita la ancestralidad de la opresión a las mujeres, los eufemismos dados para justificar la muerte: desde la Inquisición contra las brujas hasta la denominación “crimen pasional”, la historia está llena de intentos de blanquear el asesinato de mujeres que no acataron las formas y obligaciones del universo patriarcal. “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar.” Este instante dura como máximo un par de minutos pero se siente como un rito de transformación vital-vitalicia, sobre todo si se vive desde adentro. Desde adentro pienso que nunca antes experimenté la comunidad política en femenino. Miro a las compañeras cantando, algunas con los párpados entornados, otras con los ojos bien abiertos, algunas apretando fuerte las manos de las otras, otras llorando; en este círculo sólo somos mujeres. “Todas libres, todas juntas, todas libres, todas juntas”; este canto sucede al anterior y su aceleración agita los puños y despega los pies del piso para dar lugar a un pogo feminista, apretado, abrazado, algo torpe y brusco como es el amor resistiendo al odio. Nos sostenemos y agarramos, nos pasamos las lágrimas de mejilla a mejilla. “Desde ese dolor aquí estamos otra vez, y estaremos mil veces hasta que seamos libres.” [4]
LAS MOVILIZACIONES Y SUS TIEMPOS. Las alertas feministas tienen como característica una temporalidad ceñida a los asesinatos de mujeres. A diferencia del 25 de noviembre o del 8 de marzo, ni su planificación ni su convocatoria pueden ser hechas con antelación. Las alertas apelan a cierta percepción de urgencia, de interrupción, de desvío de los acontecimientos, de que es imposible seguir la vida “normal” mientras mujeres mueren a manos de sus parejas.
En Uruguay la ola feminista viene creciendo. La adhesión multitudinaria al paro y las marchas del pasado 8 de marzo, caldeadas por el fallo de la jueza Pura Book; la potencia de la del 3 de junio convocada por Ni una menos y con la noticia reciente, por entonces, del caso de las niñas muertas quemadas en un incendio en Guatemala, la internacional y festiva del 25 de noviembre por el Día Contra la Violencia hacia las Mujeres, la ¡Alerta Feminista! por Brissa que se organizó de urgencia ese mismo día, son hitos de una serie que, si por un lado es trágica, intolerable y necropolítica, por otro expresa una lucha cuyas apariciones son cada vez más fuertes y frecuentes en el espacio público y privado de nuestras vidas.
Además y solo en 2017: el 3 de octubre el senado sancionó por unanimidad el delito de femicidio; el 12 de setiembre se realizó el Encuentro de Feministas Desorganizadas, convocadas por redes sociales; del 3 al 5 de noviembre se hizo el primer Encuentro de Mujeres del Uruguay (EMU); del 23 al 25 de noviembre montevideo fue sede del 14º Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (EFLAC); el 13 de diciembre se aprobó la ley del gobierno sobre violencia de género contra las mujeres; al 19 de diciembre murieron por violencia de género 34 mujeres. Los colectivos feministas también se multiplican: Mujeres en el horno, Coordinadora de Feminismos, Célica Gömez, Minervas, Mizangas, Feministas en Alerta y en las Calles, Paro Internacional de Mujeres, Cotidiano Mujer, MISU, Mujeres de Negro, Ni una menos, La caída de las campanas, Decidoras desobedientas, Feministas antiespecistas.
Sin duda el movimiento feminista crece en Uruguay, aunque no es nuevo ni estrictamente nacional. La lucha feminista por América Latina no es sólo una canción sino una red que crece y se expande, que involucra a perspectivas ideológicas y tácticas diferentes, que consiguió hacer parar y sacar a la calle a millones de mujeres el 8 de marzo pasado; que sale de negro o de violeta; que consiguió hacer un paro masivo con adhesión de los “machirulos” del Pit-Cnt(señalando esas comillas las no menores polémicas que generó en la interna del movimiento); que busca todo el tiempo formas de manifestar, de prevenir, de dar herramientas a otras mujeres en situaciones jodidas.
Las diferencias entre los feminismos no son menores e involucran desde la relación con el sistema político hasta las posturas con relación al punitivismo. Los feminismos que rechazan toda forma de violencia y los que quieren “jugar al ahorcado”, los que planifican acciones y alianzas y los que rechazan toda forma de institucionalización y estabilización de las formas de lucha, los que creen en el lobby político y los que proponen la acción directa, los que buscan “educar” o sensibilizar a los hombres y los que quieren castigarlos, los que entienden que hay que rechazar sí o sí toda forma de violencia y los que creen que estamos inevitablemente atravesadas por ella. Estas tensiones hacen parte del movimiento y su heterogeneidad y plantean al feminismo como un campo que también está en disputa, aunque intentando articular sus diferencias. “Diversas pero no dispersas”, como decía el lema del Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe (Eflac). Evitar la dispersión quizás sea uno de los principales desafíos del feminismo, para que su multiplicidad no disminuya sino que alimente su potencia.
“Alerta antes; antes del primer grito, del primer acoso, antes de que el cerco de violencia y muerte se cierre” [5]. Lo cierto es que no podemos evitar la próxima muerte ni la próxima violencia, pero sí podemos sentir que la vida se intensifica al estar juntas, al gritar que si tocan a una nos lastiman a todas y a todos. No podemos evitar la próxima puñalada ni la próxima alerta, pero podemos percibir que el movimiento crece. Se habla de “marea”, y en vez de puños en alto se alzan manos haciendo olas. El feminismo no es sólo cosa de vaginas: nos metemos de lleno en la disputa por la vida, por los cuerpos. Nuestra violencia es decir no a la tentativa permanente de avasallamiento del poder. Las alertas feministas son hechas para impactar sobre la opinión pública pero sin duda su singularidad está en la capacidad de producir subjetividad militante, empoderamiento y solidaridad femenina, un mundo político donde la territorialidad machista es desplazada por flujos colectivos que aparecen y desaparecen, que encienden fogatas en la calle, que bailan para espantar a la muerte, que inventan sus propias canciones y ritos, que lloran a sus muertas abrazándose, sabiendo que la rabia es autodefensiva y que la búsqueda es de amor.
El feminismo lucha inherentemente en múltiples planos a la vez: no puede elegir entre la micropolítica o la macropolítica. Ni las movilizaciones ni la toma de conciencia ni la articulación colectiva ni las leyes pueden evitar el próximo asesinato (¿o sí?). Sin embargo son imprescindibles, y juntas promueven transformaciones que impactan en las formas de vivir, de amar, de hacer política, de coger, de salir a la calle, de pensar nuestras diferencias y nuestros horizontes en común. Las Alertas son una coreografía de movilización que anima a despertarse a un tipo de política que hace cosas que aún no sabemos.
“Alerta para estar, para cuidar a la que se cae, para abrazar a la que no está pudiendo. Alertas para saber que juntas somos fuertes” [6]. No todos festejan esta fortaleza; el feminismo es visto como peligroso por quienes adhieren al sistema actual de desigualdades y/o se incomodan con la exposición de sus privilegios. Pero no hay privilegio sin sometimiento y es por eso que el feminismo tiene también una contrarrevolución enfrente. Muestra de ello es el ataque constante desde el frente de los (y las) “incorrectos”, o la presencia de infiltrados policiales en las últimas dos alertas montevideanas, o la represión sufrida en Argentina y Brasil por manifestaciones feministas durante este año. Las dos últimas alertas tuvieron una particularidad. En la del jueves 7/12 - por el asesinato de Alison Patricia Pachon Toranza de 20 años por parte de su pareja apodado "kiqui" en el barrio Tres ombúes de Montevideo y solo dos días después de la realizada en nombre de María Noel Bourdín Díaz, de 30 años, asesinada por su ex pareja Miguel Maldonado, en la ciudad de Dolores. - unas algunas de las manifestantes declaran haber visto una mujer que portaba un arma y retrataba permanentemente a lxs manifestantes con su celular, acercándose también de tanto en tanto a un auto blanco que acompañaba a la marcha. El 14 nuevamente una mujer rubia, alta y de pelo corto se hizo presente sin dejar por un instante de filmar y fotografiar a las asistentes a menudo fingiendo sacarse selfies o cantar canciones que visiblemente no conocía. No es raro si consideramos que recientemente se conocieron listas de activistas fichados por redes de espionaje secreto del propio estado uruguayo.
“Salimos a la calle porque sabemos que no son hechos aislados, porque sabemos que esta violencia es estructural y nos violenta todos los días” [7]. Nombrar a los muertos, nombrar las luchas, escrachar al poder. En un momento en que el continente vive una afrenta neoliberal, autoritaria, represiva que muestra que nos atraviesan luchas en algún punto semejantes, el feminismo emerge como una lucha trasnacional e interclasista, en la que sin embargo son las mujeres pobres las más oprimidas por un capitalismo en alianza con el patriarcado.
La articulación internacional es clave para la construcción de feminismos latinoamericanos que dialoguen con otras luchas que actualmente atraviesan el continente, dándonos cuenta de que nuestra desintegración ha sido aprovechada por un poder neoliberal dispuesto al extractivismo más salvaje de nuestras vidas. Ante esto la relación entre el feminismo uruguayo y el argentino y el brasileño resulta clave. Ni Una Menos es uno de los focos de irradiación de este intento de internacionalización, y desde dicha organización ya se han comenzado a pensar acciones para los meses que vienen.
En conversación con Verónica Gago vocera del movimiento destacaba algunos ejes que está teniendo esta planificación. En primer lugar sobre el 8 de marzo de 2018 se maneja un “concepto del paro como proceso; se va tejiendo el paro a partir de acciones en distintas escalas, en distintos lugares, con organizaciones, muy diversas. La idea de pensar el paro con esta temporalidad supone correrse del paro como acontecimiento aislado y espectacular. Esto pone la pregunta de cómo se conectan modalidades de organización y de visibilización que tienen una fase más callejera y más masiva, con una dinámica organizativa que es más cotidiana y que tiene otra economía de visibilidad”. Sobre la internacionalización del movimiento Gago comentaba que en el presente “se está organizando y ampliando la red internacional y actualizando a partir de las coyunturas concretas en que los distintos países están luchando o protestando u organizándose. En el caso de Argentina, pero hemos constatado que no solo acá, la cuestión del ajuste, la crisis y el papel que están teniendo las finanzas en ese ajuste y en esa crisis es un tema que intentaremos profundizar. Nos interesa vincular la cuestión financiera con el precio de los alimentos y de los medicamentos y cómo estas cuestiones afectan de manera especial a las economías populares, en particular al modo en que esas economías tienen como protagonistas a las mujeres”. Otro de los ejes fuertes en torno a los que se están construyendo articulaciones tiene que ver con “la conflictividad que se organiza alrededor de lo que se viene llamando cuerpo-territorio y eso incluye conflictos sobre la cuestión de neoextractivismo y conflicto de tierras, la cuestión del aborto que es una problemática aún muy presente para toda américa latina, hasta las nueva formas de violencia que organizan estos conflictos por el cuerpo territorial”.
El deseo y la necesidad de luchar es enorme y se mueve como el gas: se mete en todos lados, traspasa los cerramientos y junta a los cuerpos, mueve plazas y contingentes, llega a la casa de quien nunca se pensó feminista ni oprimida, llega a los whatsapps y a las camas, es invisible pero igual pega, y fuerte. Somos los hijos de todas las luchas que nunca pudieron quebrar. Somos hijas de una historia de luchas y de un presente de sublevación y revuelta en América Latina. Por un momento imagino que contamos hasta 34 como en las marchas por los 43 normalistas desaparecidos en Iguala; me imagino en el congreso de Rio de Janeiro, donde hace poco grité y lloré con mujeres por la legalización del aborto y por el cuerpo de las mujeres pobres, y en cómo llegó la policía a intentar dispersar con gases pero tuvo que replegarse al ser enfrentada (verbalmente) por mujeres (algunas acompañadas de sus hijos); pienso en las mujeres indígenas de Bolivia o Ecuador con su ancestralidad revolucionaria corriendo en las calles y en las venas, en las mujeres palestinas y kurdas, en la lista de femicidios de este año en Paraguay y cómo al leerla aparece un macabro parecido de los casos entre sí y con los uruguayos, me recuerdo con la garganta ahogada por una angustia que al principio no me dejaba ni cantar pero que se ha ido volviendo fuerza en la sucesión de alertas, al ver que no estoy sola y que ellas tampoco lo están. La capacidad de cuidado que siempre está para otros la estamos disponiendo también para nosotras mismas. La solidaridad también. “Sororidad” es la palabra que viene a revertir demasiados siglos de vivir en función de un mundo organizado por y para los hombres. Estamos alertas y en las calles, estamos aquí y ahora, estamos para transformar. El amor nos guía y la rabia es la manifestación de su instinto de supervivencia. Vivas y juntas nos queremos. Dicen que el feminismo es violento: nuestra violencia es existir.
* Versión expandida de una nota publicada originalmente en el semanario Brecha (22/12/2017). Aquí lo reproducimos con permiso de la autora y del semanario.
** Lucía Naser es investigadora, creadora, bailarina en el área de danza contemporánea y performance. Licenciada en Sociología por UdeLaR, Master en Artes Escénicas por PPGAC- UFBA, Doctora en la Universidad de Michigan. Colaboradora en la diaria e integrante del colectivo Entre http://entre.uy/
Notas:
1) Consigna repartida y leída en la alerta feminista del 14 de diciembre en la plaza Cagancha, con motivo del asesinato de Araceli Umpiérrez.
2) Facebook de la Coordinadora de Feminismos Uy.
3) Consigna repartida y leída el 14 de diciembre en la plaza Cagancha.
4) Ídem.
5) Ídem.
6) Ídem.
7) Facebook de la Coordinadora de Feminismos Uy.