Uruguay es un país que se piensa y concibe a sí mismo como “blanco” y “sin indios”. El discurso oficial y la historiografía nacional validaron la extinción absoluta de los pueblos originarios omitiendo las masacres genocidas perpetradas por el primer gobierno de la república, con el fin de acabar de raíz con el componente “indio” de la sociedad nacional, que se presenta a sí misma como “descendiente de los barcos” o en el mejor de los casos como mestiza, perpetuando así la negación de los pueblos originarios.
El Estado uruguayo se estableció en base al genocidio del Pueblo Charrúa perpetrado por el primer gobierno uruguayo entre 1831 y 1834; genocidio que el Estado aún no ha reconocido oficialmente. Los sobrevivientes de estas masacres fueron trasladados forzosamente y luego separados entre sí, los hijos les fueron arrancados a sus madres y entregados a los hacendados y a las familias pudientes como sirvientes en el marco de un proceso conocido como “el reparto”.
Salsipuedes fue un verdadero genocidio constituyente y, luego de ejecutado, los dispositivos estatales dominados por la élite ocultaron la heterogeneidad de su ciudadanía tras un imaginario homogeneizador, evitando así percibir en toda su significación la riqueza de su diversidad, y en especial los aportes de los pueblos indígenas.
Fue así como los gobernantes de aquel entonces despojaron a nuestros ancestros de sus territorios ancestrales, transformándolos en mano de obra esclava, en el marco de políticas asimilacionistas, negándoles hablar su propia lengua y practicar sus costumbres, cristianizándolos a la fuerza, desprestigiando su forma de vida como “salvaje y promiscua”.
El racismo como expresión de poder colonial es uno de los rasgos propios en la construcción de una cultura hegemónica que necesita oprimir y hacer desaparecer toda diversidad. A través de sus narrativas se apoderaron de la historia de nuestro pueblo y sostienen hasta nuestros días que somos un pueblo “extinto”.
Las consecuencias perduran hasta el presente: enajenación completa de nuestro territorio, dispersión y ruptura de vínculos comunitarios, interrupciones en la trasmisión intergeneracional de los conocimientos, memorias e historia de nuestro pueblo, sentimientos de humillación y vergüenza en relación a los ancestros, la familia y la historia propia, ocultamiento de prácticas culturales ancestrales. En particular el enmascaramiento de nuestra identidad charrúa fue una estrategia a la que recurrieron nuestros ancestros como forma de sobrevivencia y resistencia.
No obstante este escenario hostil, sobrevivió una memoria oral resistente que se fue trasmitiendo de generación en generación de forma subterránea, al interior de los hogares. Las mujeres charrúas fuimos y somos las que guardamos esta memoria. Una de las costumbres que logró sobrevivir a través de esta trasmisión oral es la presentación del niño a la luna. Cada vez que nace una niña o niño las mujeres charrúas lo presentamos a la primera luna llena, para que ésta le dé su protección, le brinde fuerza y energía para que pueda crecer fuerte y sanito. La luna o Guidaí es la que guía nuestros pasos en el correr de toda nuestra vida.
Desde hace más de veinticinco años, colectivos, conformados por personas que nos autorreconocemos como charrúas o “descendientes de charrúas”, llevamos a cabo diversas acciones destinadas a la reconstitución del Pueblo Charrúa y luchamos por nuestra visibilización y derechos como pueblo preexistente, configurando un proceso de reemergencia indígena en el Uruguay. Las mujeres hemos sido protagonistas desde los inicios de nuestro movimiento charrúa.
A principios del año 2005 las mujeres charrúas de ambas orillas del Río Uruguay, mujeres charrúas de Entre Ríos, Argentina y Uruguay conformamos el UMPCHA (Unión de Mujeres del Pueblo Charrúa), con el firme propósito no sólo de continuar siendo las de guardianas de nuestra memoria, sino de ser guardianas de nuestros territorios ancestrales, en el avance de las empresas agroindustriales y extractivistas.
En junio del año 2005 se funda el Consejo de la Nación Charrúa (CONACHA), a partir de la fusión de seis organizaciones, asociaciones y comunidades indígenas existentes en ese momento en nuestro país. En la actualidad las organizaciones y personas que integramos el CONACHA nos reconocemos como charrúas, ejerciendo así nuestro derecho a la identidad, basándonos en nuestra conciencia y voluntad de pertenecer a un pueblo originario, a una nación histórica. Las mujeres charrúas del UMPCHA de este lado de la banda, integramos también el CONACHA.
Las mujeres charrúas hemos atravesado siglos de invisibilización y exclusión tanto en mi país Uruguay como en Argentina y Brasil. Hoy nos estamos levantando y estamos haciendo escuchar nuestra propia voz, juntas estamos trabajando para derribar las narrativas hegemónicas y la representación simbólica de la extinción, con la experiencia de lucha y el respaldo de 600 generaciones para atrás, que hemos caminado por estos territorios.
Nuestra memoria ancestral está dispersa, cada mujer charrúa es portadora de un pedacito de esta memoria, es como un gran rompecabezas que estamos rearmando lentamente entre las mujeres charrúas de Argentina y Uruguay. Por eso a esta memoria colectiva la representamos simbólicamente mediante el quillapí. El quillapí es una expresión de la cultura charrúa. Es una capa de cuero que era confeccionado por las mujeres en forma colectiva.
Entre todas estamos “cosiendo” estos retazos de memoria y la estamos volviendo a armar, tratando de que las costuras no se vean o que se vean lo menos posible. Armar el gran quillapí de la memoria es también hilvanar las distintas visiones de esta memoria. Cada uno desde su visión aporta a la unidad del quillapí.
De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística, los resultados del Censo Nacional del 2011 arrojan que un 5 % de la población uruguaya declaró tener ascendencia indígena, lo que equivales a 159.319 personas, de los cuales 87.162 son mujeres; mientras que un 2,4 % se autoidentificó con la ascendencia indígena como su principal ascendencia, aproximadamente 76.000 personas. Los departamentos con mayor cantidad de personas con ascendencia indígena son Tacuarembó con un 8% y Salto con un 6%.
Otro dato importante es que las mujeres con ascendencia indígena somos el 5,3 % del total de la población total femenina registrada en dicho censo.
Si bien Uruguay ha ratificado la Convención para la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, no tiene aún políticas públicas específicas para mujeres indígenas, ni tiene instituciones que tomen en cuenta a la mujer indígena a la hora de diseñar las políticas públicas.
La especial situación de sometimiento e invisibilización de los pueblos indígenas de nuestro país por parte del Estado uruguayo por más de ciento cincuenta años, unida a las diferentes formas de racismo y discriminación a la que fuimos sometidos desde la colonia, ha provocado que la población indígena actual del Uruguay sea una población empobrecida, sin acceso a tierras y con bajo nivel en relación a la educación formal. Esta afirmación la confirman los resultados del Censo Nacional del 2011, cuyas cifras dan cuenta de un correlato entre los departamentos con mayor población indígena y los departamentos con mayor nivel de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), que son los departamentos son Tacuarembó, Salto y Rivera (CONACHA, 2015).
A pesar de los avances del estado uruguayo en clave de derechos humanos, en nuestro país persiste el colonialismo, la discriminación, sexismo, racismo, y exclusión, lo que remarca la invisibilización de las mujeres indígenas, y por ende el ejercicio pleno de nuestros derechos.
A casi 30 años de organización e incidencia de las mujeres Charrúas, no existe en la constitución uruguaya un reconocimiento de la preexistencia y existencia actal de los pueblos indígenas, ni existen políticas públicas específicas hacia las mujeres indígenas. Uruguay no ha ratificado aún el Convenio 169 de la OIT sobre los derechos de los Pueblos Indígenas, que es el único instrumento internacional vinculante en esta materia. Junto con Surinam son los únicos países de Sudamérica que no lo han ratificado.
Aún persisten formas simbólicas de poder sobre la historia de nuestro pueblo, por lo cual se hace imprescindible revisar los mecanismos mediante los cuales se establecen formas de simbolizar y se instituyen narrativas sobre el exterminio charrúa a través de la educación que definen la identidad nacional.
Pero no sólo necesitamos que nos miren por nuestras carencias, sino que también que nos miren por nuestra abundancia. Como lo dice tan claramente la Declaración de Mujeres Indígenas del mundo en Beijing, las mujeres indígenas mantenemos los valores éticos y estéticos, el conocimiento y la filosofía, la espiritualidad que conservan y nutren a la Madre Tierra. Somos guardianas de saberes y conocimientos ancestrales que han hecho que en los lugares donde hemos vivimos por miles y miles de años y que aún no han sido invadidos por las empresas extractivistas, se conserve la biodiversidad. Necesitamos hacernos escuchar, porque no solamente tenemos necesidades, tenemos mucho conocimiento para aportar, conocimientos tradicionales que pueden ayudar a preservar la salud humana y la biodiversidad de nuestros montes, nuestras praderas, nuestras franjas costeras y nuestros bañados.
A lo largo de todos estos años de activismo indígena hemos realizado como mujeres charrúas diversas alianzas con otras redes de mujeres. Como CONACHA formamos parte del Enlace Continental de Mujeres Indígenas – ECMIA, y desde el UMPCHA hemos estado trabajando en el movimiento de mujeres feministas desde hace ya muchos años. Estuvimos participando en CNS, Coordinadora Nacional de Seguimiento de la Plataforma de Beijing y hemos participado desde sus inicios de las marchas de mujeres del 8 de marzo. Recientemente además hemos participado activamente en el Primer Encuentro de Mujeres del Uruguay realizado en Montevideo en octubre de 2017, y en el 14° Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en Montevideo en noviembre pasado.
En estas marchas y eventos tocamos nuestras caracolas y guampas, para convocar a los espíritus de nuestras ancestras guerreras charrúas, para que nos acompañen y nos den la fuerza necesaria para seguir avanzando en la lucha por nuestros derechos.
* Miembro del Consejo de la Nación Charrúa y de la Unión de Mujeres del Pueblo Charrúa. Asesora en Pueblos Indígenas de la Unidad Étnico Racial del Ministerio de Relaciones Exteriores. Miembro del Consejo de Gobierno de la Cátedra Indígena Intercultural de la Universidad Indígena Intercultural. Activista charrúa desde 1989.