Ilustración: "El Patrón". Florencio Molina Campos
Resulta difícil en un contexto tan públicamente difundido, resistirse a la tentación de debatir sobre las mochilas de Blasina y los “pedidos” del agro. Entiendo que Hemisferio Izquierdo armó este espacio de intercambio para levantar la mirada de este episodio concreto, y aprovecharlo para volver a poner en el tapete algunos de los ejes y desafíos que presenta la cuestión agraria en Uruguay. Así que voy a tratar de poner en diálogo algo de lo que se ha ido observando desde la academia, con este escenario actual.
En primer lugar es necesario volver a situar la cuestión de la heterogeneidad del medio rural. Mal favor se le hace al agro resumiendo este escenario a terratenientes vrs. Montevideanos en twitter. Es necesario superar esa polarización a que muchos/as han/hemos contribuido, y acercar miradas que ayuden a hacer tajos en un bloque “del campo” que se ha sentido homogéneamente “despreciado” por la mirada de las ciudades.
En el marco de evidenciar la heterogeneidad un lugar destacado, y un tajo relevante en la propuesta de un solo Uruguay, refiere a la propiedad de la tierra y su uso. En primer término es necesario decir que efectivamente los números muestran que Uruguay es un país con una fuerte concentración de la tierra y que el proceso concentrador ha tenido cara de pequeña producción. El periodo intercensal evidencia que se retiraron entre 2000 y 2011 12.000 explotaciones agropecuarias, y que el 91% de ellas eran de menos de 100 hás. Adicionalmente, en el periodo 2000 – 2016 2.150.000 hás que estaban en manos de personas físicas pasan a otras formas de tenencia, con una marcada expansión de las personas jurídicas, entre ellas las sociedades anónimas. Empresas que es de público conocimiento que son mayormente de capitales extranjeros. Lo cierto es que el debate sobre la concentración y la extranjerización de la tierra ha perdido lugar público, en definitiva ha ganado un modelo que da a la tierra el mismo lugar que a cualquier otro producto. Recuperar ese debate sustantivo, volver a colocarlo como un elemento clave en la política pública y concretamente en la agenda parlamentaria aparecería como coletazo tan deseable como inesperado de este movimiento.
Acá aparece un aspecto relevante para hacer tajos y también para re situar el debate del agro. Uruguay tiene un constatado efecto concentrador y extranjerizador, y resignó un nuevo marco legal para esto. Este tema tuvo su punto álgido en la discusión entre 2008 – 2011, y naufragó en sus intentos legislativos en ese momento. El marco legal sobre el uso y función de la tierra es un tema clave en la definición política del país[1], no puede pensarse en una visión homogénea de quien habita la tierra y del empresariado capitalista de ella. No parece factible estar dando un verdadero debate en torno al agro, sin debatir a su vez las condiciones legales que permiten esta estructura agraria. Si estamos dando esta discusión, pero no estamos discutiendo la estructura agraria ni su acceso principal vía el mercado es imprescindible que todos sepamos que esta es una lucha por ganancias.
Un aspecto vinculado, que estuvo además arriba de la mesa en Durazno, es el del precio de la tierra. La idea de que el incremento del precio de la tierra constituye una ventaja nacional, sólo puede ser cierto para dos sujetos del agro: quienes venden o arriendan y los escritorios rurales. El 23 de enero, una mochila rezaba en Durazno sobre esto. “Se está desvalorizando Uruguay.” sonaba, para decir que para quienes producen la caída del precio de la tierra es una amenaza. Es sustancial que nos preguntemos ¿por quién hablaba? ¿para quién hablaba? ¿y quién lo aplaudía? Me permito suponer que hablaba por los rentistas y escritorios rurales, que hablaba para el gobierno que “desestimula” a los inversionistas internacionales en el agro vía sueldos e impuestos, y que lo aplaudía una masa indeterminada de gente, dentro de ella arrendatarios, colonos y asalariados que se habían dejado llevar por el furor de los símbolos patrios. Este fue un tema contradictorio en Durazno, una mochila se quejaba de la caída de precios y otro orador de la apropiación y estimulo a la inversión. Del lado del público el tajo es necesario e ineludible, sobre el precio de la tierra la contradicción es clara, lo que le sirve a quien vende, no le sirve a quien compra. Pero asimismo, el costo de la tierra como renta se traslada al costo de producción y al precio del producto. Excepto que se sea dueño/a de la tierra o se tenga un escritorio rural, la retórica del Uruguay desvalorizado debe hacer un tajo en el hegemonizado público.
Adicionalmente, los movimientos que han tenido los rubros y dentro de los mismos la forma cómo se prioriza, también es elocuente. En términos de superficie se retrajo la ganadería, la lechería, las producciones intensivas (horti - fruticultura), y se expandieron la producción de arroz, la forestación y la producción agrícola. Cuando hablamos de la ganadería hablamos de un sector donde las explotaciones de hasta 50 hás. son ampliamente la mayoría (43% de las explotaciones de ganadería pura y 31% de las agrícola – ganaderas). En la lechería el 27,7% de las explotaciones comerciales tienen hasta 50 has, y el 76% hasta 200 has, y en la horti fruticultura es aún más alto. Además en el caso de la lechería y las producciones intensivas hablamos de producciones con una alta demanda de mano de obra. En este movimiento de la estructura agraria, estas explotaciones son sustituidas por producciones donde lo dominante es la concentración. En los cereales el 1,2% de las explotaciones tienen hasta 50 hás, la moda (el valor más frecuente) es la superficie de más de 1000 hás (años 2014 – 2015)[2].
Entonces, así como veíamos que existe una distribución marcadamente desigual de la tierra, y que la pequeña producción es la que se ha retraído. En forma consistente las producciones de tipo familiar, y los rubros donde predomina un peso mayor del trabajo sobre el capital se han ido retrayendo. Para estos sectores, que mayormente proveen al mercado interno, un incremento del dólar no sólo no sería positivo sino que sería lapidario ya que compran insumos en dólares y venden productos en pesos. Una vez más, detrás de la bandera de Uruguay aparece un tajo, una contradicción económica muy importante, lo que le sirve al grande no le sirve a buena parte de los chicos[3].
Un último tajo que entiendo imprescindible hacer en el homogéneo “campo” se vincula con la situación de los asalariados rurales. La mochila del salario, esa que Blasina “paga feliz” pero igual le pesa, deja al desnudo como ninguna otra la contradicción de clase que cruza este movimiento. Lo que asusta al empresariado es una consolidación del salario en la relación sobre el producto. Y el debate es visceralmente ideológico y político, quien cree que la fuente del valor es el trabajo no puede entender cómo hay un cuestionamiento a cuánto sale aquello que produjo, pero quien cree que la fuente del valor es la inversión o el capital y la tierra ve el trabajo como un costo más y le pesa, le pesa como le pesa la mochila a Blasina. Este tajo es muy grande, son capitalistas contra asalariados, son los Lenon contra los Lenin[4].
La pregunta académica y política que cabe hacerse es cómo figuras con fuertes contradicciones económicas se encuentran juntas en este fenómeno. Y esta pregunta importa porque primero sí, sí habían asalariados/as y productores familiares en el movimiento, y segundo porque es muy difícil cambiar el modelo fisiócrata de que el que vale es el que tiene la tierra, si quienes habitan el medio rural no hacen carne en esta crítica.
Hay ríos de tinta sobre la capacidad de las clases poseedoras de convencer a los otros grupos sociales de que sus intereses son los de todos, eso que Gramsci llamó “hegemonía”, la capacidad de unos de hacer que sus intereses de clase se presenten como los que representan a todo el Uruguay. Y la hegemonía se construye así, con retóricas patriotas, con eventos entretenidos, con marcas y logos, construyendo un nosotros y un los otros. Hegemonización a la que además las personas de la ciudad aportamos mucho, desde el #agropalooza hasta #elcampopide le hicimos el juego a la dilución de la contradicción de clase en la funcional oposición campo – ciudad. Y las retóricas importan, porque tejer discursos para construir la hegemonía es el arte de disputar el apoyo popular, y personalmente entiendo que no puede quedar dudas de que un proyecto de izquierda crítica y decolonial tiene que tener el apoyo de las bases populares del campo.
Para cerrar, además de insistir en la imperiosa necesidad de legislar sobre la tierra, quisiera agregar que creo que acá cabe una profunda crítica para la academia, las organizaciones, los sindicatos, los técnicos y técnicas en el medio rural. Siento que hemos fracasado rotundamente en interpretar e interpelar la hegemonización de un discurso del campo contra la ciudad. Permitimos hoy, y en el 99, y en el 2002, que los discursos vuelvan uno a quien produce con quien le intermedia la venta, a quien trabaja con la patronal, con el escritorio, con el consignatario y hasta con el de la avioneta que le fumiga por arriba de la casa y la escuela. Disputar esta hegemonía nos va a requerir dejar los hashtag y agarrar las botas.
* Versión escrita de la ponencia realizada en la actividad La vuelta a la cuestión agraria ¿Qué proyecto para qué campo?, organizada por Hemisferio Izquierdo el viernes 2 de febrero de 2018.
** Socióloga, docente del Departamento de Ciencias Sociales, CENUR Litoral Norte - Udelar
[1] Podríamos pensar que no es cierto, que no se ha dejado de lado la concentración de la tierra. Decir por ejemplo que en los últimos años se recuperó el agonizante instituto de colonización y compró tierras como sólo en su etapa fundacional, y es cierto. Pero el modelo legitimado, el modelo político de Uruguay, es “una monedita al socialismo”. Un Instituto desconcetrador pero que juega con las reglas del mercado. El instituto compra tierra a precio del mercado y la arrienda para colonizar a menor precio. Así se erige es un absurdo económico y sobretodo es tremendamente difícil de sostener discursivamente cuando se contrapone el precio de un campo del INC y sus beneficiarios, contra la construcción de una escuela y sus beneficiarios. Tímido e irresuelto el Estado quiere ganarle al mercado pero con las reglas del mercado, y como dijo Audre Lorde “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. La respuesta es legislativa el INC no puede ganarle la batalla al mercado en sus propias reglas.
[2] Todos datos de DIEA – MGAP.
[3] Pero además se atisba un debate de una naturaleza diferente, ¿cuál mercado priorizar? ¿cómo concebimos política e ideológicamente el mercado interno y en consecuencia la soberanía alimentaria del país?
[4] En su discurso Blasina se autodefinió como “rebelde de Lenon, no de Lenin”.