Estoy de vacaciones. Ganadas después de un año de trabajo duro, dando muchos más cursos que el promedio y que lo exigido por los reglamentos. Mi plan era desconectarme, hacer playa y leer literatura de ficción (novelas). Pero llueve y se me dio por abrir mi facebook…
Así que, “balconeando”, veo que en mi muro se repite una noticia hasta el hartazgo: “Contra el ISIS uruguayo y los comunistas de mierda”.
Hermoso título con el cual, en un ejercicio de delicadeza extrema y de profundo rigor profesional, encabezó el diario “El observador” a una crónica mediocre que, a todas luces, es más una “nota de color (como se dice en la jerga editorial) que una noticia en sí misma o mucho menos un análisis periodístico.
Detesto la máxima que sentencia que “todo tiempo pasado fue mejor”. Principalmente por el efecto de la experiencia propia adquirida; ya que cuando uno analiza las sociedades con método y profundidad, termina viendo que en realidad lo mejor del pasado -en cualquier campo- suele ser más una idealización que un dato objetivo de la realidad.
Posiblemente, lo mismo acontece con el periodismo. Así que me concentraré en desgranar algunas penas del periodismo contemporáneo sin ilusionarme con el periodismo de otros tiempo.
El asunto es que, frente a tamaño título, gasté minutos de mi vida,para leer la nota. Por suerte bajo el sonido de la lluvia copiosa de verano.
Al terminarla, observé que en realidad, lo relatado -un asunto vinculado a cierta manifestación del tradicional conflicto uruguayo de ciudad/campo y rural/urbano- tenía la misma estructura narrativa que la cobertura que se le podía haber hecho a un festival de rock en algún balneario del este, al desfile de llamadas, a un clásico de fútbol o la cobertura de las tendencias de moda en las playas top de Maldonado. Es decir, era una nota profundamente sensacionalista.
Y ojo!!! Digo sensacionalista en su sentido estricto; que no es sinónimo obligado de “tendenciosa”. Aunque, ya leyendo entre líneas y considerando la función pragmática y social del lenguaje y la comunicación, esta segunda característica no resulta difícil de observar en el “artículo”.
La nota relata -casi como una mala etnografía- los vaivenes de un grupo (que por lo escrito parece ser más bien un grupo de whatsapp) en torno a la organización de una manifestación de reclamo. Un grupo heterogéneo de personas vinculadas a la producción agropecuaria en sus diferentes fases y estamentos de producción.
De allí que, incluso a pesar del muy infeliz título, la nota refleja la diversidad y contraposición de intereses de los diferentes integrantes de dicho grupo, donde diferentes tipos de objetivos, de estrategias de lucha y de procedencias argumentativas se hacen figura.
Resulta gracioso -y hasta paradójico- que quien escriba la nota que habla de “los comunistas de mierda” termine haciendo foco en estas contraposiciones de intereses; fenómeno sociológico e histórico formulado por uno de los mayores teóricos comunistas: Karl Marx.
Entendiendo la producción del lápiz con los que toman notas los “periodistas”.
El viejo Marx (como a mi cariñosamente me gusta decirle ) le llamaba a eso “contraposición de intereses de clase” (o lucha de clases, a secas) y lo adjudicaba a diferentes elementos derivados del mismo proceso de producción. Básicamente a la interrelación entre los procesos de trabajo, mercantilización y propiedad.
Más o menos, lo formulado por Marx, se puede resumir, muy toscamente la siguiente manera: fabricar algo, cualquier cosa -una bicicleta, un lápiz o un tomate- requiere la participación de -por lo menos- materias primas, medios técnicos y fuerza de trabajo. Participación que además puede pasar por muchas etapas.
Para el caso del lápiz, uno de esos baratitos nomás, extracción de materiales para hacer el grafo, transporte de los mismos a la fábrica, extracción de maderas para rodear dicho grafo y evitar que se nos manchen los dedos, síntesis de productos químicos para hacer las pituras con las que pintar el exterior de la madera de negro y escribir la marca en dorado, además del proceso de montaje del lápiz en sí. Montaje que se hace con la combinación de medios técnicos (fuerzas productivas) y trabajo humano (fuerza de trabajo) en la que llamaremos “fábrica de lápices”.
En todo ese proceso de producción, diferentes agentes y flujos económicos se articulan y compiten. Y todo esto hasta tener el lápiz, precioso, en la fábrica, stockeado, pero lejos del mercado y de su capacidad de uso por los escribientes a mano del mundo.
Allí se abre una segunda fase, la de distribución y comercialización. Para lo que, a los procesos y flujos económicos anteriores se deben sumar actividades tales como fabricación o cajas para embalar los lápices, distribución de los mismos en puntos de ventas, transporte de por medio, etc. Proceso donde estos otros actores tienen como legítima pretención el obtener utilidades económicas derivado de su actividad. Para el caso de las bicicletas, los tomates o los morrones -que a veces salen más que un riñon humano en el mercado negro- estos procesos, aunque con particularidades, también se cumplen.
Entonces, como ya se ha dicho, los diferentes actores económicos implicados en este proceso, tienen intereses propios, que no siempre son solidarios con los intereses de los otros actores. A veces incluso, como va a descubrir el viejo Marx, esos intereses son estructuralmente contradictorios. Y ese será posiblemente el mayor descubrimiento del padre de la teoría comunista contemporánea, junto con el fenómeno que llamó de ‘extracción de plusvalía’. Formulaciones brillantes que constituyen las piedras angulares de los que que él llamó “economía política crítica” o “crítica a la economía política”, según el caso.
De vuelta al periodismo.
Obviamente, el periodismo, o la actividad de comunicación, son en si mismas -también- una actividad económica. Al menos en el sentido amplio que Marx le dio al término y otros intelectuales han validado. Es decir, estas actividades no se presentan ajenas a los procesos mercantiles, económicos, etc. Como ninguna actividad humana -y menos una actividad “profesional”- lo está legítimamente.
Y en ese furor, a veces, como en otras actividades económicas, no es raro ver ejercicios depredatorios. Ejercicios que en el caso de actividades profesionales terminan dañando la profesión misma.
En este sentido y volviendo al inicio de este post me pregunto. ¿Es válido, en un clima de tensión, redactar una noticia sobre un conflicto social desde la lente de la “nota de color”?. Y en esto no seré flexible. La nota “Contra el ISIS uruguayo y los comunistas de mierda” carece absolutamente de otro valor periodístico; no va más allá de eso.
Decía que descreo de la frase que dice que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero lo cierto en la actualidad parece difícil encontrar ejercicios periodísticos -y digámoslo sin timideces, periodistas en sí- que traspasen los marcos narrativos y comunicacionales de la nota de color o el “paneleo polémico” heredado del “periodismo de espectáculos”. Es decir, ejercicios comunicacionales o periodísticos que busquen diferentes fuentes -subjetivas, pero también “objetivas”- a la hora de presentar la sobredeterminación de los fenómenos humanos y sociales que informan.
Y vayamos al caso. Nada de la nota contrapone a la voz de los sujetos -¿entrevistados?- diferentes datos estadísticos sobre la mejora o desmejora económica de los diferentes actores que nombra. Nada nos facilita discernir si la suerte económica de los grandes latifundistas es la misma o no que la de los dirigentes de la ARU, o la de los dirigentes de la Federación Rural del Uruguay, o la de los propietarios de los pequeños establecimientos rurales , o la de los colonos, o la de los asalariados rurales en su diferentes estamentos y categorías (capataces, peones, trabajadores zafrales, etc) o la de los transportistas de las mercaderías.
O peor aún, nada se ofrece para poder pensar en qué medida la mejor o peor suerte de unos influye en la mejor o peor suerte de otros.
Yo mismo, como lector y ciudadano, ni por este medio, pero tampoco por otro, tengo datos sobre la situación de dichos actores más allá de sus relatos y sus sensaciones. Es decir, quedo imposibilitado de acceder a fuentes que me habiliten a trascender dichas sensaciones y formar mi propio juicio.
Pero claro, incluso para movilizarse y luchar, producir datos da un trabajo bárbaro. Y si los hubiera, para llenar un poco de papel con tinta o acumular unos cuantos bits en un servidor, comparar estadísticas parece ser un trabajo poco fertil, dado que hoy por hoy la sensación -como la pasta base- pega más y más rápido que la información y las noticias parecen tener menos vida útil que un yogur.
Y en este marco, mi sensación -imposible de fundamentar con los datos que el periodismome brinda, a no ser que yo mismo me tenga que poner a hacer periodismo- es que a “a río revuelto, ganancia de pescadores”; y que la movilización tan convocante que parece venirse va bien encaminada a que los reaccionarios de siempre sean los que ganen la imagen, el discurso social y los dividendos políticos y económicos de tal acto.
Obviamente, sobre la movilización -voluntaria o involuntaria- de sectores sociales que al final no ganarán lo mismo o directamente no se beneficiarán en nada.
Retwit.
Un último punto que me interesa exponer: el retwit.
Parece que el retwit es el acto político, social, argumentativo o “periodístico” mínimo pero fundamental del presente. Acto en el que, salvo que agregue texto propio que contextualice o posicione, quien retwitea comulga -como en las misas- con la versión original publicada.
No es raro ver que comunicadores, periodistas y medios “generen contenido” simplemente retwiteando una nota de otro; o en el mejor de los casos, notificando lo que ya otro notificó. Pero siempre sin análisis y manejo propio de fuentes.
Peor aún… lo mismo se ve en actores políticos devenidos simples comulgantes. Incapaces de agregar valor propio a las noticias.
Me quedo entonces pensando: ¿no será que estamos ante una absoluta inflación comunicacional?. Es decir, ¿no será que tenemos más comunicadores, periodistas y medios de los que parece que de verdad se necesitan?.
Es decir, ¿no será que deberíamos solamente reservar el nombre de periodista y periodismo a aquellos que si crean y ofrecen fuentes y análisis propio y crear la categoría “profesional” de retweeters o “comulgantes” para el resto, tal como hemos hecho para los adolescentes y su neo-actividad de youtubers?
Se hace dificil poder ejercer de ciudadano entre tanta contaminación irracional pero emotiva…
*Articulo publicado en el blog Segunda Saga