A ojos del mundo entero, el hogar domestico se apaga en todas las clases
y en todas las capas de la población y, por supuesto, ninguna medida
artificial podrá reanimar su llama moribunda
Alexandra Kollontay
Crecemos en este mundo de humanos, que deciden matar mujeres. Que van logrando romper un tejido social y cultural, debilitándolo, atravesándolo de muerte.
Sea niña, adolescente, adulta, ya las estadísticas son aterradoras. La palabra genocidio no queda chica, porque no entra en otra definición más brutal. El número de muertas no disminuye, el de desaparecidas menos aún. La complejidad de las sociedades modernas y la proliferación de la cultura y el progreso de la razón positivista, nos van arrastrando a un mundo cada vez más desigual, donde las clases feudales son las que siguen delimitando y cotizando cuerpos. El cuerpo de la mujer es una mercancía que se disputa en la bolsa de un mercado dominado por amos.
Es la obscenidad en la que se mueven los dueños de los cuerpos, que son los mismos que profanan tierras matando, humillando, despojando a las personas de su etnia y comunidad, con la impunidad y el amparo de protección que siempre supieron tener. El cuerpo de la mujer es un territorio que se adoctrina, veja y se conquista, a la vista y complicidad de muchos. El espectáculo del terror, para que otras mujeres entiendan lo que les va a venir, si no siguen las normas del verdugo.
El mercado de los cuerpos, disputados entre narcos, patrones explotadores, ex maridos celosos, novios ofuscados por el engaño, que ante la negativa de mujeres que necesitan romper con las normas y los mandatos, o ante la necesidad de buscar una vía laboral, son engañadas, esclavizadas y asesinadas.
Mucha luz sobre el asunto enceguece, ya que se sigue reproduciendo el poder y la acumulación originaria en el cuerpo de todas sin excepción ni discriminación. Dice Didi- Huberman, "Si tanto en la subexposición como en el espectáculo —dos maneras complementarias de invisibilización— los pueblos contemporáneos se desfiguran, se vuelven borrosos, chocan con la censura o se hunden bajo un mar indiferente y pixelado, sus tácticas de resistencia o su “débil fuerza”, para decirlo con Walter Benjamin, se revelan justamente allí donde sus imágenes, pese a todo, consiguen inquietar o conmover el dispositivo histórico-político que organiza los marcos dominantes de la representación".
Las grandes ciudades nos alejan de problemas que se van dando en las periferias, así como nos exponen a ser cómplices, porque la luchas feministas cambian, son hijas de sus contextos, y la lucha es muy larga para poder lograr romper con esos dispositivos históricos y políticos que organizan y configurar un departir con los pueblos y los pulsos más marginados en cada región. América Latina, de Norte a Sur, sufre aún las secuelas del neocolonialismo, herida que no se cierra y supura sin cesar. Los dueños del mundo nos están desapareciendo. Largas caravanas de madres y padres en Argentina, Honduras, Brasil, Guatemala, Panamá, México, con las fotos de sus hijas desaparecidas, que migraron detrás de un sueño siniestro. Son las anónimas, innombrables, e invisibles, que no tendrán el abrazo ni el amparo de ninguna Matria.
Es un genocidio a goteo, que impone obedecer las normas, sabiendo que salir de ellas es correr un alto riesgo. Un cuerpo muerto o desaparecido delata una red de corrupción con complicidades de muy alto grado y estatuto social. En Argentina, Provincia de Tucumán (2002) una mujer de 23 años salió de su casa y nunca regresó. Su nombre es María de los Ángeles Verón. Su madre, Susana Trimarco, comienza una investigación que la lleva a desbaratar una red de tráfico y trata de mujeres engañanadas por reclutadores que salen a la caza de mujeres muy jóvenes, y de escasos recursos económicos. Como otras provincias del Norte de la Argentina, son cientos de niñas y mujeres adolescentes que desaparecen con el consentimiento de los gobiernos de turno.
El Estado le es servil, a estos grupos asesinos.
Las tasas más altas la tienen 25 países del mundo, 14 de ellos de la región. Guatemala, El Salvador, Brasil y Honduras figuran con uno de los índices más altos del planeta, y en Argentina y México también se reportan cifras alarmantes. México tiene 61 millones 474 mil mujeres con altas tasas de analfabetismo, de trabajo doméstico y niñas desaparecidas.
Tráfico, trata, prostitución infantil, son la vía que los Terratenientes de cuerpos encuentran para las mujeres. Y luego la muerte como descarte, para que ninguna huella quede como evidencia. Madres desesperadas, viviendo con el temor y el dolor que les queda bajo la impunidad en la que vivimos.
En esta lucha, nos encontramos con el abandono a un sector altísimo de los pueblos que van quedando sin amparo y sin ley que los proteja. Las tazas de analfabetismo son altísimas. La educación indígena, en América Latina ha sido olvidada. Las mujeres son madres siendo niñas, madres que repiten sus costumbres y serán víctimas de un sistema que nos le dará contención, sino más bien abandono. Y sigue siendo el mismo sistema que engendra pobreza e inequidad, es el mismo feudalismo que obliga a las mujeres a someterse a trabajos inhumanos para sobrevivir a cualquier precio. La ONU acaba de pedir que en México, Guanajuato, Nuevo León, Sonora, Queretaro y Baja California normalice sus legislaciones conforme a la Ley general de Derechos de las niñas y niños y de los tratados internacionales, a que la edad mínima para casarse sea de 18 años. No solo en México ocurre que las niñas contraen matrimonio a los 13 años, sino en gran parte de las poblaciones más empobrecidas del mundo. Es el blanqueamiento y violación a todos los derechos de una menor. Es mutilar una vida en proyección ante la ley.
El colono encuentra su materia prima y matriz de desarrollo en el colonizado, la ciudad del colonizado es una ciudad agachada, una ciudad de rodillas, una ciudad revolcada en el fango. Es una ciudad de negros, una ciudad de boicots. La mirada que la colonizada lanza sobre la ciudad del colono es una mirada de lujuria, una mirada de deseo. Sueños de posesión, dice Frantz Fanon, y serán esos sueños que nos arrojan al abismo. Es la trampa que nos dispara el sueño Americano, donde cada migrante se inmola en cada huida.
Migrantes, prostitución, mulas, cuerpos vehículos de un sistema criminal y capitalista que está viviendo su punto más argüido y siniestro de toda la historia de la humanidad.
El zapatismo es uno de los que reivindica fehacientemente el lugar y el espacio de la mujer, como originarios y respetando su propio dialecto. Todos los pueblos deberían asumir en cada dialecto sus propias luchas feministas, ya que no es funcional una lucha o una manera de hacer y quebrar estos muros y tumbas que construyeron los Terratenientes de cuerpos, para las mujeres indígenas y las no indígenas.
Hay un lenguaje que habrá que descolonizar y desenterrar. La constitución de las mujeres negras no es la misma que las blancas, es histórico, es un sistema que excluye y discrimina. El desafío es y será reconstruir para construir desde abajo, desde las silenciadas. Estamos enraizadas en el lenguaje, casadas, nuestro ser son palabras, escribió Bell Hooks.
Lenguajes, escribir en el cuerpo, registrarnos, reconocernos, reconciliarnos con los lenguajes que rompen con el discurso dominante. Para recuperarnos a nosotras mismas, como actos de resistencia y combate.
* Argentina. Docente en Artes Plásticas e investigadora de la obra de Pier Paolo Pasolini. Escritora y dibujante. Publicó dos libros, una adaptación de La Tempestad de W. Shakespeare ilustrada, prologada por Atilio Borón, en Cooperativa Editorial Viandante México, y una adaptación de Medea de Eurípides ilustrada. Participa como periodista en Síntesis Nacional y en APU, Argentina, también escribe de forma independiente.