Hemisferio Izquierdo (HI): En este número de HI, la izquierda al diván, queremos repensarnos como sujetos políticos. Nos interesa hacer un recorrido por el mundo de las izquierdas y que no se salve nadie de la crítica y la autocrítica. ¿Qué crítica/autocrítica se puede hacer sobre las diferentes tradiciones/espacios de izquierda que existen en Uruguay?
Lucía Naser (LN): Creo que considerando el panorama actual la mayor crítica que podríamos hacernos es que no hemos dedicado suficiente energía a crear posibilidades de articulación entre diferentes izquierdas. La izquierda mainstream del gobierno se dedicó a hacer alianzas que han tratado a diferentes sectores sociales con un igualitarismo injusto, como si bastara negociar para resolver desigualdades estructurales que hace que a la hora de negociar las clases bajas siempre inicien y acaben en desventaja, y se han dedicado sobre todo a satisfacer la demanda de crecimiento o estabilidad económica sin percibir que esa misma estabilidad es la que asegura que las cosas van a seguir indefinidamente como están. La izquierda agrupada bajo el FA y pienso acá más que en las elites gobernantes en sus bases, viene acallando su descontento con el gobierno de tal modo que va a olvidarse (si ya no lo hizo) de los horizontes transformadores y emancipadores que inspiraban sus luchas. Las izquierdas más radicales – que ya viven una distancia profunda respecto al resto del campo político – se replegaron en sus trincheras sintiéndose doblemente distantes ya no solo del sistema político, sino de la izquierda que se adaptó a sus lógicas más jodidas camaleónicamente, rápidamente, demasiado rápidamente y sin intentar, al ocupar el poder, cuestionar sus lógicas de funcionamiento. Me parece que las izquierdas nuevas o jóvenes son las que están moviéndose por pasiones más alegres, quizás con la liviandad que da no hacerse del todo cargo de un pasado traumático: no se sienten herederos de algunas de las heridas que inmovilizan por la vía melancólica o resentida a ciertas generaciones de izquierda, y aunque reconocen el campo de lucha que las antecede, están pensando activa y propositivamente. Me refiero a feminismos, movimientos ambientales, movimientos culturales que también tienen la responsabilidad de no perder de vista que sin articulación entre diferentes actores, su efervescencia va a ser menos potente que con ella.
Esta guerra de posiciones traba mucho las posibilidades de autocrítica porque nadie quiere (o puede) mostrarse vulnerable cuando tiene - real o imaginariamente – un enemigo relojeándole la yugular. El modo en que la autocrítica es una práctica bastante censurada en el mundo político siempre me ha desestimulado bastante; como si la necesidad de obtener logros, generar unidad y juntar ánimos en un panorama claramente desfavorable (incluso con un gobierno por un partido de izquierda es claro que somos contra-hegemonía) hiciera que no exista otra opción que aparecer con opiniones firmes y cerradas y a la defensiva. En ese sentido, si la política pudiera contaminarse un poco del pensamiento artístico, especulativo, filosófico, (auto)crítico creo que le haría muy bien. Y por otra parte está la necesidad poco atendida de pensar en qué sería una ética política de izquierda y cómo estos cambios que tenemos como horizonte utópico necesitan traducirse a los sujetos reales, sus experiencias de vida, sus formas de vida, sus necesidades, sus urgencias, los modos en que está formateado el deseo. Creo que hemos pensado poco en los aspectos subjetivos del poder y que inclusive lxs militantes necesitamos hacer esta autocrítica, no para autoflagelarnos. No puede ser que no encontremos espacios intermedios entre sentirnos lo mejor de este mundo o sentirnos la peor mierda. Necesitamos un poco de terapia. Necesitamos entender qué tecnologías de producción de subjetividad están operando y cuáles podemos crear, necesitamos entender que la disputa por las formas de vida no solo son un asunto de la política “micro”, que es pensada demasiado peyorativamente si tenemos en cuenta lo importante que es. Las formas de vida es el campo de batalla que hoy me parece prioritario y en ese campo la oposición entre micro y macro (entre otras) no aplica. ¿Cómo podemos encontrar un mejor equilibrio entre movimientos sociales y políticos? ¿entre utopismo y realidad? ¿Cómo podemos ser honestos con lo real - como dice Marina Garces – sin volvernos pragmáticos-progresistas, izquierdosos-adaptados, reformistas-conformados? Estoy pensando esto junto - o inspirada por - con un montón de pensadorxs activistas, desde Rivera Cusicanqui, Raquel Gutiérrez, Verónica Gago, Mauricio Lazzarato, Diego Sztulwark, colectivos como Lobo Suelto!, el Comité Invisible, y tantos otrxs que hace tiempo vienen señalando el aspecto molecular del poder, el modo en que el neoliberalismo adopta formas abigarradas y complejas. Necesitamos leer más a esta gente en Uruguay y a las preguntas que están planteando.
HI: Parece que actualmente la izquierda uruguaya en sus orgánicas políticas, o bien es la pata subalterna de una alianza policlasista (el Frente Amplio) que empieza a tensionarse con el fin de la bonanza económica de la última década, o bien ocupa un espacio marginal del tablero político (la llamada “izquierda radical”), configurando un escenario nada prometedor. ¿Comparte este diagnóstico? ¿De qué forma se puede destrabar esta situación?
LN: No sé si se puede destrabar. A mi ese diagnóstico me plantea más bien una cierta neutralización de los actores identificados (o identificables) en ese mapa que ustedes plantean (que es un mapa centrado en el sistema político). Es necesario situarse en mapas y es claro que rinde pensar en esos términos para entender relaciones complejas entre actores diferentes, pero también creo importante no olvidar que esos mapas no están fijos, que quizás sus límites y formas pueden cambiar, que a veces las coordenadas que nos servían para orientarnos ya no sirven más, y que tal vez a veces es mejor reconocerse perdidxs.
Creo que la izquierda más potente hoy no se está organizando en partidos o en grupos institucionalizados sino en redes de pensamiento y de afecto, espacios de encuentro y de acontecimiento que no es claro qué son pero dan signos de ser generativos de algo, de formas de accionar que aveces ni aparecen como “políticos” pero que dan cuenta de que se están repensando de forma que ponen entre paréntesis su ubicación en el espectro ideológico o saltaron un poco fuera del sistema político, o nunca estuvieron directamente adentro. Pienso en aquella idea de que quizás la sublevación surja ahí donde no hay consciencia de clase. Pero también pienso en ejemplos como el Mercado de Subsistencia, o colectivos artísticos que buscan desprivatizar sus obras y sus formas de producción, la Garganta Poderosa, o Ni una Menos, o Asamblea Nacional Permanente, espacios como HI, Zur o Entre, la Propia Cartonera, Rebelarte, y seguro podría extender esta lista mucho más porque es una lista en expansión.
Estamos en un momento en que creo necesario desorientarnos para orientarnos porque si no podemos atravesar la desorientación es que no podemos dar ni siquiera cuenta de que estamos en un mundo al que no comprendemos o en todo caso estamos deseando estar en un mundo que no es este que existe y que nos constituye.
Hay muchas experiencias colectivas que deberían ser escuchadas y pensadas como políticas pero son expulsados de ella porque no se condicen con los imaginarios hegemónicos sobre el sujeto político como alguien en control, unitario y coherente, dueño de sí mismo, soberano (y si, no uso x en este caso es porque sus lógicas tienen mucho de masculinas). Anda por ahí la idea de una política en femenino: cómo sería no lo sabemos. Es una investigación en proceso y como en toda investigación hay zonas de saber y espacios de no saber. Lidiar con lo que no sabemos tiene que ser parte del entrenamiento de un activista en el presente en el que todo se transforma a una velocidad de vértigo; casi tan importante como saber argumentar una posición o estar informadxs o tener contactos y redes, o lograr que se apruebe una ley.
Que la necesidad de defender la distinción entre izquierda y derecha – ya que la negación de esta categoría le sirve a la derecha y por eso la defienden – no nos haga olvidar que en la realidad esa categoría es compleja, se mueve y se reinventa todo el tiempo. El rol por ejemplo de los trabajadores en las luchas de izquierda ha cambiado mucho porque el precariado entra cada vez con más fuerza a ser protagonista de las relaciones de poder del neoliberalismo. Eso no quiere decir que los movimientos de trabajadores no sirven más, pero ¿cómo dialogan con situaciones donde las estructuras clásicas del trabajo no aparecen más? Estos desafíos los viene encarando gremios como Fuecys por ejemplo, que está todo el tiempo reinventando formas de luchar en una disputa con poderes en movimiento. Por ejemplo, en este momento integro la directiva del gremio de la danza (ADDU) y observo también esa complejidad: el trabajo de los artistas tiene algo de común con el del resto de los trabajadores pero algo también inconmensurablemente diferente en su forma de producir y de reproducirse; en esa cosa que produce y que venimos llamando capital simbólico. Si por ejemplo se crean herramientas como la Ley de Artistas y Oficios Conexos que buscan ecualizar la situación de los artistas a los de otros trabajadorxs pero no da cuenta de las formas en que estos son contratados, o de que el estado tiende a ser el mayor vulnerador de sus derechos laborales (por ejemplo los aportes sociales salen todos del bolsillo del artista que es cada vez más un trabajador zafral, y casi nunca salen del empleador), entonces estamos como desesperados intentando organizarnos hacia objetivos trazados en un mapa que no se condice con la realidad. Y la desesperación, aún cuando tenga buenas intenciones, no puede dar nada muy bueno.
HI: ¿Visualiza un proceso de agotamiento en la actual configuración política en las izquierdas? De la mano de esto, ¿comienzan a haber actores emergentes y nuevos espacios de politización?
LN: Yo creo que hay que empezar a experimentar con verbos como comunicación, experiencia, preguntarnos qué subjetividades se producen y dónde y cómo. Retomar aquello de la necesidad de que los fines dialoguen con los medios. No irnos demasiado rápido a lo nuevo ni tampoco quedarnos queriendo reconstruir lo que ya no. Creo que si algo está agotado son las promesas de la democracia liberal, que por otra parte fue la que logró un consenso entre tantos sectores y la que permitió la “paz” y por eso da miedo cuestionarla. Porque enseguida viene todo lo que no es democracia que ya conocemos. Y da miedo. Nos enseñaron a tener miedo y aprehendimos. Pero si solo nos quedamos en lo que conocemos le damos poco espacio a lo que puede surgir que no conocemos. Sueno utópica o romántica y si, deseo que la izquierda recupere un poco de esos elementos de su personalidad. Se ha vuelto todo demasiado racionalista e instrumental, y se dejan de lado los efectos subjetivos de cierto romanticismo que puede también tener consecuencias materiales. Por ejemplo, el principal problema de la democracia liberal representativa quizás no es que los representantes tienden a volcarse rápidamente hacia la funcionalidad pro sistémica sino la subjetividad política que produce, que es desmovilizadora y que por desmovilizadora es entonces resentida y que por resentida está energéticamente más cerca de la impotencia que de activar las fuerzas sociales que podrían crear las condiciones para una transformación radical y colectiva.
Quizás hay que dejar de desear la unidad de la izquierda y pluridimensionar el campo, habitar la crisis, practicar las preguntas, soltar un poco los dispositivos conocidos. Entender que no hay ya un sujeto de izquierda que podamos recuperar, que nunca existió, solo fue parte de una narrativa que necesitamos en un momento dado. Algunas cosas que emergen y que creo que hay que prestarles atención son: nuevas formas de aparición y manifestación de los cuerpos en el espacio público real y en el virtual, luchas organizadas en torno a aspectos vitales como la sexualidad, el agua, la tierra, derechos básicos, que ponen en el centro de la política a cuestiones mucho más fundamentales que las que la agenda política oficial tiende a reconocer como prioridades.
Creo que los agotamientos tienen que ver con crisis generadas por la subestimación que la izquierda hizo de la transformación cultural; la crisis generada por la subestimación que las elites políticas hicieron de las éticas y las relaciones; la pérdida de contacto del progresismo con bases populares que aunque son carenciadas, están organizándose para rechazar el pensamiento economicista que ha drogado a la izquierda institucionalizada como si la necesidad fuera gritar que no sólo la guita importa (aún cuando el grito venga a veces de quien más la necesitaría); el miedo radical de la izquierda uruguaya al populismo y a su propio pasado que la acecha como un trauma mal procesado que es barrido sistemáticamente abajo de la alfombra; el descuido radical de relaciones sur-sur que en un momento se planteaban como horizonte promisorio en la política latinoamericana. Hoy Uruguay solo piensa en cómo salvarse solo de la catástrofe que azota a sus vecinos y la mala noticia es que no, no nos salvaremos solos.
La izquierda social ha sido instrumentalizada por la izquierda institucionalizada y eso se está agotando y cuando se termine de agotar no vamos a tener tantas diferencias con los escenarios de, por ejemplo, la política brasilera donde se le pidió al pueblo apoyo “contra la derecha”, se le pidió sacrificio, pero quienes ven los frutos son sistemáticamente las clases gobernantes, empresariales y medias altas. El extractivismo del esfuerzo social de las clases populares también trae catástrofes socioambientales que la izquierda tradicional en Uruguay no está sabiendo vislumbrar. Se sigue tirando de la cuerda como si el miedo a la derecha garantizara un escenario de adhesión incondicional a actores como el FA, que no se dan cuenta que esa adhesión no es tal porque él mismo ya no es “de izquierda”. Yo me formé políticamente como militante del FA y acompañé al partido por mucho tiempo. Pero hace ya mucho tiempo que algo se empezó a romper, hace quizás unos 10 años ya. Lo que emerge es una enorme necesidad de reaccionar. Y reaccionar es quizás habitar la crisis que la izquierda está atravesando en vez de querer negarla con “que no se detenga” y marketing publicitario. Creo que el imaginario internacional sobre Uruguay le ha hecho y le sigue haciendo muy muy mal a la izquierda uruguaya: nos tomamos demasiado en serio las falsas ideas que el exterior tiene de nuestra “pequeña aldea” y eso también es una forma de continuidad de la (auto)colonización. La promesa de que somos mejores y que somos diferentes y únicos es la promesa que viene moviendo a la idiosincracia europeísta uruguaya desde principios del siglo pasado hasta hoy. En ese sentido hay continuidades – y no solo rupturas – que necesitan ser pensadas para afinar nuestras respuestas ante la pregunta ¿qué hacer?
Y las respuestas demandan abandonar algunas de las oposiciones que hemos reproducido o bien ideológicamente o bien en nuestras prácticas. Es hora de dejar de pensar que lo micro es vs macro, o que la vanguardia es el único lugar de lucha política efectiva, o que la imaginación es un verbo a practicar únicamente a la hora de recrearnos o distraernos. No siempre lo que parece efectivo es útil; no siempre lo vivible es lo único posible: la resistencia puede organizarse de formas no tan condicionadas por el poder.
¿Cómo cabe la fluidez de nuestros cuerpos (y deseos, y urgencias) movedizos en la rigidez de los procesos institucionalizados de la democracia liberal? Es decir, si nos ponemos demasiado ansiosas con responder qué empieza nos vamos a perder de las continuidades, de hurgar en las ruinas. El tema es cómo hurgamos sin entregarnos a la tristeza de la derrota. Cómo dar cuenta de que hay algunos dolores colectivos que creímos superados pero hay que retroceder unos casilleros y volver ahí. Como paciente, la izquierda partidaria (y sus círculos más próximos) es un cuerpo que quiere negar sus heridas y seguir para adelante como sea y no. Ni el cuerpo ni los afectos van a resistir. La ansiedad no resuelve los problemas. Sería como decirle a un sujeto traumado por sus padres que cuando vaya a terapia hable de otra cosa, que ya es grande.
En lo que hace a la autocrítica que el arte (campo en el que trabajo) necesita hacerse hay mucho trabajo por hacer. La reconceptualización de la política del arte de la mano de filósofos como Rancière y compañía ha generado un consenso bastante generalizado entre los artistas contemporáneos sobre que el arte es político. Pero distanciándome un poco de la interna del campo y mirando qué relaciones y reverberaciones y capacidad de comunicación está teniendo el arte contemporáneo o la danza contemporánea, me parece que es hora de desidealizar un poco el rol que estamos teniendo. Es decir, no veo que estas representaciones que tenemos lxs artistas sobre nuestro trabajo estén plasmándose en la realidad. Me parece que estamos demasiado entregados a un mercado artístico que nos garantiza poder seguir haciendo lo que hacemos y en un contexto cada vez más neoliberalizado de la cultura, fuimos bajando progresiva y progresistamente nuestras expectativas respecto a la incidencia política de nuestros trabajos. La política cultural del FA es en parte responsable de esto pero la mayor responsabilidad está entre las manos de la comunidad artística, una comunidad que está mucho más dispersa, desorganizada y despolitizada que hace 30 o 20 años en Uruguay. Cada vez soy más escéptica de que estemos logrando una “redistribución de lo sensible”. Me parece que hay una producción de saberes muy potente que el campo del arte contemporáneo está haciendo pero que hay una enorme incapacidad de socializar ese conocimiento, de ponerlo a trabajar en procesos de democratización y transformación social en el sentido expandido de la palabra. La microcomunidad nos está comiendo, la endogamia nos está cegando.
El campo artístico es hoy en día, como lo predijo Lygia Clark, un “ingeniero de los placeres del futuro, actividad que en nada afecta el equilibrio de las estructuras sociales” [1]. Sin embargo, seguimos sosteniendo discursivamente y sin fisuras que lo que hacemos es relevante y subversivo. Y quizás podría serlo, pero creo que es hora de cuestionar ese discurso que a esta altura está automatizado. En este sentido hace tiempo pienso (y lo he trabajado conmigo misma, con colegas, en forma de talleres, en trabajos académicos, en el sindicato, etc) que el artista necesita (necesitamos) terapia, sobre todo para poder sincerarse consigo mismo sobre esta distancia entre lo que decimos de nuestro arte y lo que nuestras creaciones efectivamente hacen. Mucho tiempo fue necesario legitimar la importancia de lo que hacemos y lo sigue siendo, pero esa afirmación tiene que dialogar con un contexto que ha cambiado mucho en los últimos 10-15 años. Esa relevancia necesita ser actualizada para mantenerse viva, sino solo se vuelve una autopropaganda. La posibilidad de parar de defender al arte en su especificidad política y pensar si está sucediendo algo disruptivo o transformador es algo que me parece urgente. Creo que lo mismo necesitan hacer los militantes de izquierda. Y los académicos de izquierda. Y es un poco lo que estamos intentando hacer en Entre, es decir, generar espacios de diálogo donde poder hablar analíticamente pero también integrando los planos afectivos, personales, los sensoriales, integrando las contradicciones que nos atraviesan. Decir que somos sujetxs contradictorios es mucho más fácil que hablar en concreto de en qué consisten esas disyunciones, porque ahí es donde una se tiene que vulnerabilizar, remangar la camisa del orgullo y darle compartir con otros eso que apenas aceptamos para nosotras mismas. Darle nombre a estas contradicciones es esencial para empezar a tratarnos. Escribiendo un texto en colectivo sobre lo que empieza y lo que termina (el tema de una revista que sacaremos a fin de año) con lxs amigues de Entre llegamos al término “sujeto escindido en lucha adentro” para hablar de cómo nos sentimos. La lucha adentro no es ni hedonista ni individualista: es un espacio fundamental donde se juegan batallas muy importantes que si no visualizamos pronto nos remitimos a ser solamente sujetxs escindidos. De ahí esta necesidad de terapia, casi de grupo de rehabilitación, o confesionario pero sin gran hermano. Atender estos problemas del sujeto de izquierda no es contrario a pensar a este sujeto siendo-en-común con otrxs. Entonces: ¡todxs al diván!
De lo que soy más descreída – o al menos no he encontrado pistas de cómo hacerlo – es de las posibilidades de un proceso terapéutico para los gobernantes y para quienes están en espacios de poder. Su propio rol les impide cuestionar su rol. Es importante decirles (aprovechando que en muchos casos se trata de amigues, de excolegas o compañerxs de militancia) que no nos traten como materia de persuasión, que no somos material convencible sino sus cómplices. Necesitamos terapia y complicidad. Eso.
Para eso explorar otros formatos de comunicación es vital. Ayer mismo tuve una experiencia maravillosa, casi reveladora. Fue en el cierre de un festival de danza contemporánea (Panorama) en Río de Janeiro, Brasil, país donde se vive un momento de claro avance de la derecha, de claro retroceso de los derechos, de una guerra mediática de desprestigio a las luchas sociales y a los derechos conquistados, de un incremento del poder de las vertientes más reaccionarias que se esconden bajo el nombre de religión e incluso de “liberalismo”. Fue la mejor performance que vi en mucho tiempo: se llamaba “Culto” (del grupo Brecha). En un domingo donde veníamos de pasar por un sinfín de iglesias caseras y oficiales llenas de gente en un país hecho mierda, un dúo subió al escenario de “Circo Voador” y apropiándose del formato de misa empezó a predicar la fe de la teoría crítica: amen! Más amor y más crítica. De a poco la misa iba incorporando fieles conversos que contaban sus historias. Lo que estaba siendo adorado era nada menos que derechos humanos, que derechos básicos sobre nuestros cuerpos. Lo que estaba siendo anunciado era el eterno retorno de la diferencia. Esto fue hecho sin distancia irónica; apropiándose seriamente del formato espectacular de sermón evangélico o pastor Jiménez. Salí de ahí pensando que tenemos que reinventar las formas de convencer a la gente de que nuestras ideas son importantes. No podemos sentarnos a odiar a la gente que no piensa como nosotros. Si la izquierda tiene que subirse a un escenario a hablar con los fascistas e intentar convencerlxs pues vamos para ahí, hagámoslo. Quizás no sabemos cómo hacerlo, quizás estamos llenxs de prejuicios y es hora de deconstruirlos. Quizás, además de la necesidad de diseminación ideológica la lucha tiene que adoptar otras formas menos discursivas, más combativas. Quizás necesitemos ponerle el cuerpo. ¿Cómo y dónde poner el cuerpo cuando el neoliberalismo nos inculca permanentemente la lógica de privatización de nuestra existencia?
En los momentos de crisis y desbordes el arte se funde con la política. En países vecinos esto ya se está viendo: de uno y otro lado ya empezó la guerra. ¿Cómo podemos adelantarnos a la llegada de la catástrofe a Uruguay y al mismo tiempo apoyar a las izquierdas que resisten los procesos regionales que están sucediendo? ¿Cómo pensamos juntxs y en movimiento? Es hora de dejar se esperar que el sistema político resuelva porque ya vimos que no. Necesitamos el encuentro y articulación entre subjetividades, cuerpos, formas de goce, formas de resistencia, sujetos en lucha. Necesitamos recuperar la experiencia de movernos juntxs porque esa experiencia política es vital para enfrentar este presente. La palabra experiencia es clave. La forma en que se encuentran los votos en una urna no tiene nada que ver con lo que produce la fenomenología de la movilización en colectivo. En este punto la política se parece bastante a la danza, uno puede bailar sola la misma partitura que cuando es bailada con otrxs genera una experiencia totalmente diferente. Creo que lo que emerge va a tener que tener más en cuenta las experiencias políticas de los sujetos reales que van a vivir y llevar adelante transformaciones profundas. No una idea (moralista) abstracta de esos “sujetos de izquierda” sino un contacto real con la vida de personas desfavorecidas por el orden actual de las relaciones de poder. Las respuestas probablemente no van a venir de de los políticos ni de los intelectuales.
Nuestra responsabilidad en este momento es más que hablar, escuchar y para escuchar otras voces que no sean siempre las mismas tenemos que exponernos, dislocarnos, salir de nuestro lugar de confort. La aceptación de esta incomodidad es una condición necesaria para que acompañemos lo que sea que está emergiendo.
* Investigadora, creadora, bailarina en el área de danza contemporánea y performance. Licenciada en Sociología por Udelar, Master en Artes Escénicas por PPGAC- UFBA, Doctora en la Universidad de Michigan. Colaboradora en la diaria e integrante del colectivo Entre http://entre.uy/
Notas
1. La cita completa dice: "No próprio tempo em que o artista é cada vez mais digerido por esta sociedade em dissolução, resta-lhe, na proporção de seus meios, tentar inocular uma nova forma de viver. No próprio momento em que ele digere o objeto, o artista é digerido pela sociedade que já encontrou para ele um título e uma ocupação burocrática. E ele será engenheiro dos lazeres do futuro, atividade que em nada afeta o equilíbrio das estruturas sociais. Isso quer dizer: ele fica muito respeitado, eventualmente bem-pago, sendo incorporado dentro do establishment”. Lygia Clark