Ilustración: Pawla Kuczynskiego
La izquierda se va al diván, pero no tanto. Después del ensayo progresista, la realidad, que se insiste en no enfrentar: de alguna manera, se ha perdido la potencia democratizante de los primeros años de este experimento.
Lo que propongo con este texto es fomentar el debate sobre las izquierdas latinoamericanas y sus desafíos para el futuro de una mirada plebeya y bruja, alejándome, pues, del “sentido común erudito” que enfatiza los análisis que sólo suelen abordar la suerte de los gobiernos y las contiendas electorales en que se ven involucrados.
De esta manera, pongo aquí la crisis de las izquierdas como una cuestión epistémica.
Mi tema es el caso brasileño.
Desde ahí, lo que a mí me interesa son las revueltas que explotan como un gran eructo multitudinario de abandono en medio a un discurso propagandístico de progreso y desarrollo [1].
La intención es poner en discusión unos nudos casi interdictos, puntos ciegos que no nos están permitiendo ver líneas de fuga; luego, hacen las izquierdas más débiles y sin condiciones de producir un contrapoder al avance del neoliberalismo y del conservadurismo.
Estos puntos ciegos tienen que ver con temas de transición en la economía, con la crisis de la democracia liberal y con un nuevo ciclo de luchas de mediano alcance que se abrió a comienzos del siglo XXI.
No es raro escuchar, por parte de sectores variados del campo de las izquierdas, respecto a la necesidad de una autocrítica por cambiar los discursos. Igualmente, las fuerzas en este campo se han colgado a un pasado imaginario, apenas parcialmente verdadero, de los grandes hechos que se han producido en sus países.
Por ejemplo, no se toma en consideración el sobrepaso de expectativas comunitario-populares por una vida buena ante las estrategias de desarrollo nacional definidas desde el estado.
Como nos muestra la PNAD de 2014 (una investigación hecha por agencias estatales sobre el nivel de vida de los brasileñxs) los buenos números globales del desarrollo nacional fallan en enseñar la experiencia vivida de las minorías que siguen, no miserables, pero sí empobrecidas.
Los beneficiarios principales del neodesarrollismo brasileño salen a la luz con los casos de corrupción que involucran a empresarios y partidos políticos, hasta las personalidades míticas de la política nacional. Sin embargo, el énfasis en la mala agenda de corrupción nos confunde sobre los retos, además de contribuir a la invisibilidad de las y los excluidos del desarrollo, de las y los victimados del desarrollo como lo conocimos.
Sobre todo, tal disyuntiva ha producido una cierta incomprensión, incluso una falta de interés por parte del gobierno del PT hacia las luchas sociales ampliadas, es decir, que no se ven encerradas institucionalmente.
Estas luchas se han quedado al margen, además de sometidas a frecuentes ataques desde este mismo gobierno, interpretadas como efecto del genio de la derecha sobre la insatisfacción social.
Cuando hablo de una pérdida de potencia por sectores de izquierda, tal vez, un elemento central sea que se les escapa la sensibilidad, otrora presente, para gestionar la tensión creativa entre las fuerzas constituidas y constituyentes.
Esto resulta fatal para las expectativas sobre la democracia representativa neoliberal, a la vez que desde el corte elitista de las derechas en su acercamiento con la política no se anticipa ninguna forma de participación popular [2].
Considerando el caso brasileño, ¿Qué decir sobre la respuesta del gobierno a las inquietudes feministas sobre temas de sexualidad y aborto, a la reivindicación del derecho de vivir del pueblo negro bajo genocidio, a las luchas por educación de los estudiantes, a la oposición a los desplazamientos urbanos por mega eventos o, de modo análogo, rurales, o sea, de comunidades afrodescendientes y/o indígenas cuya territorialidad es abstraída por las mega obras de infraestructura?
Enfocar la superficialidad de los discursos, habitar el pasado, rechazar los problemas: estos son señales de la gravedad de la crisis en que se encuentran las izquierdas. Pues con esto, uno no se mueve. Y es justo esa incapacidad para atreverse a inventar un mundo nuevo contrario al programa neoliberal que califica la depresión actual.
El momento es de profundos cambios en las formas de acumulación del capitalismo neoliberal, los cuales vienen transformando nociones fundamentales como las de trabajo, valor y capital, bien como las de soberanía y nación.
Con ello, lo que quiero decir es que para producir otra economía es insuficiente proponer un esquema de desarrollo inspirado por la memoria modernizante de los años 1950, que pone el industrialismo y el activismo estatal en el centro de las preocupaciones de gobierno, mientras el financiero y los servicios se ponen en las franjas de la acumulación y el neoliberalismo consolida un giro de carácter fundante en la comprensión del estado, sus funciones y procesos.
La presidenta Dilma y su ministro de Economía bien intentaron comandar “con manos de hierro” un industrialismo soviético (rechazado por los industriales mismos). Fallaron, como sabemos.
De todas formas, después del golpe de 2016 tuvo inicio una liturgia de los vientos buenos en los gobiernos petistas, apagando, una vez más, los efectos nefastos de un desarrollo colonialista y parcial.
Al mismo tiempo, si avanzamos al presente, es cierto que la nueva derecha brasileña atropella la sociedad con un conjunto de ajustes estructurales aún peores que las directivas económicas de antes: una reforma laboral (que está aprobada), además de cambios en las leyes de pensiones y fiscal (que todavía se negocian). Así, pues, ¿debemos contentarnos con las migajas?
Aunque lo que nos está imponiendo el gobierno ilegítimo sea terrible, causa asombro que las izquierdas no propongan una mirada alternativa con enfoque en la población que ya vive la precariedad de la nueva composición del trabajo y no se identifica subjetivamente con la figura del operario de fábrica. Crece en las periferias la figura del emprendedor. ¿Qué hacer con esto?
¡En estas dos primeras décadas del siglo XXI, hemos pasado por cambios avasalladores! Hay que tomarlos en serio. Irónicamente, nos encontramos en un contexto de crisis de la gubernamentalidad neoliberal, inaugurada en el 2008. Y esto determina una dinámica social de muchas violencias que tiene como objetivo establecer socialmente las prácticas neoliberales. Sin embargo, trágicamente, las izquierdas no alcanzan a aprovechar la situación.
¡No es tiempo para olvidarse de los problemas! Hay que ocuparse de ellos si queremos producir futuro. En específico, el problema del futuro enmarca la debilidad de las izquierdas en que no logra alejarse de los regímenes de verdad producidos desde una lógica de la economización (no apenas mercantilización) de todas las esferas de la vida.
La idea de economización suele ser relevante aquí. Con el concepto quiero decir que se introduce en todas las áreas de la vida un tipo de racionalidad particularmente útil a configuraciones contemporáneas de acumulación, luego, de la explotación, en el capitalismo. Ya no hay un vacío revolucionario entre las subjetividades y el trabajo o la racionalidad utilitaria, emprendedora, inversionista. Todo funciona a servicio del capital.
En la comparación con la noción de "mercantilización de la vida", la "economía" como un orden normativo de la razón es irreductible al acto de poner precios a los bienes, afectos y comunes; no trata solamente de crear nuevos nichos de mercado; tampoco se refiere a la privatización de lo público. La economización es un proceso mucho más profundo, y, por eso, capaz de una violencia aún más brutal, ya que tiene como fin la psicología, la estructura cognitiva, los cuerpos.
Al paso que la mercantilización tenga su espacio en este mundo donde vivimos, el nuevo ciclo de acumulación neoliberal tiene la vida misma como su objeto y ya no cuenta estrictamente con la normativa de los organismos internacionales para imponerse.
Así es que, con Raquel Gutiérrez, quero decir que los retos de la izquierda, incluyendo la brasileña, pasan por recuperar una voz propia y construir una especie de autonomía interdependiente.
Para la autora, tener voz propia implica una práctica cotidiana autoreflexiva de colectividad más o menos auto regulada que acomoda, organiza y gestiona las diferencias desde espacios comunes, comprometiéndose con el sostenimiento de la interdependencia de las relaciones [3].
Esto, no se lo puede hacer ni desde el estado, ni desde el mercado.
Lo que hemos visto en Brasil en el “Junio de 2013”, un nuevo ciclo de luchas locales bien conectado a lo global, es un acontecimiento lleno de consecuencias, lo cual sugiere una ruptura subjetiva y una inflexión generacional.
Para algunos analistas, esta es la primera generación digna del nombre desde la de los ochenta. En su manera de actuar, esta generación provoca a pensar sobre la propuesta de una autonomía interdependiente, tal cual mencionaba arriba. Desde una desconfianza visceral de los actores constituidos, una nueva cultura política está presente en sus repertorios de lucha.
Con una política insumisa, plástica, corporal se han protegido de la cooptación por los que se dedican a las disputas electorales de las instituciones y creen en un sujeto político ya muerto.
Estxs son jóvenes libres en las costumbres y demandantes de una política de la diferencia. Ahí se ubica la imaginación contraneoliberal sedienta de acción, que es positiva, propositiva, nómada, cambiante, abierta y distribuida, que produce alianzas antes que fronteras, opera en los bordes, la marginalidad, los encuentros y, con ello, crea modos de vida como (r)existencias capaces de cambiar la vida que, a su vez, es el objeto neoliberal.
Igual esto no viene sin desafíos. Pero sí me parece útil aprender con esta experiencia, estudiarla, incentivarla, más que atacarla.
Seguimos con el mal sabor de los gases que regurgitamos.
*Tatiana Oliveira es investigadora postdoctoral en Relaciones Internacionales, activista feminista y miembro de la redColetivA “Tempo Livre” (Tiempo Libre), grupo de discusión sobre el neoliberalismo, la nueva composición del trabajo y la pereza imposible.
Notas
[1] La idea de un “eructo de abandono” vino en una charla con Lori Regattieri, activista feminista, indomable, brasileña, que trabaja temas relacionados con las máquinas de guerra tecnosociales.
[2] Dos investigaciones recientes se lo demuestran: https://goo.gl/JpgUZg; https://goo.gl/9C83Sk.
[3] Me refiero a una entrevista de Gutiérrez a Verónica Gago para el periódico Página 12. Leer aquí: https://goo.gl/zy6Q3r.