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Pablo Messina*

Daniel Viglietti y la macroeconomía neoclásica


Ilustración: Nelson Romero

El paso del tiempo, el ineludible accionar de la biología, nos ha hecho recordar que incluso las mejores personas, las más entrañables, las casi imprescindibles han de volver todas a su "antigua raíz mineral". Es así que vamos contando las pérdidas y viéndolas sucederse una tras otra, con angustia, resignación y miedo de no poder estar a la altura de las circunstancias.

Escribí por ahí que "no es la muerte de Viglietti que me pone triste, ni siquiera "los horrores del poder" que "son tantos, tantos y tantos" sino la gran incertidumbre de no saber si vendrán otras canciones chuecas, si habrá Danieles, Danielas o cómo sea que se vayan a llamar los y las que le canten con la misma ternura y compromiso a las causas populares. En fin, supongo que es la angustia de época que con cada pérdida se nos revienta en la cara".

Pero lo cierto, es que la muerte de Daniel Viglietti no es igual a las otras pérdidas a las que hacía mención. A su calidad indudable como artista y su compromiso inagotable como "intelectual orgánico" debe sumarse, además, esa política de cercanías que tuvo para con todas y cada una de las luchas contra cualquier injusticia que emergiera por ahí. La lista es interminable e innecesaria, pero por si acaso: luchas estudiantiles, sindicales, de derechos humanos, por los bienes comunes, lo tuvieron siempre en la primera línea. Quienes hemos sido partícipes de algunas sabemos que él estuvo prácticamente en todas.

Por eso, Viglietti no era un cantor popular más para los poderosos. Era un verdadera molestia, un ejemplo a no seguir, una piedra en el zapato de quienes reniegan de la maravilla del sueño colectivo. Es por eso que quiero contar una pequeña anécdota que me tocó presenciar siendo estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas.

En aquel entonces, cuando los cursos se estructuraban en años y no semestres, quiénes optábamos por la Licenciatura en Economía en segundo año teníamos "Economía II", que era básicamente un curso de "macro" y un bastión vernáculo de la derecha: Ariel Davrieux e Isaac Alfie daban el grueso de las clases teóricas a las que me tocó asistir.

Para quiénes no lo conocen, Davrieux fue 15 años Director de la OPP, de 1985 a 1990 y de 1995 hasta el 2005. El año pasado fue premiado por la Academia Nacional de Economía. En la celebración, puede observarse en primera plana a Pedro (sin apellido) y a Julio María Sanguinetti, entre otros. Asimismo, Alfie, su ex-alumno, colega y compañero de cátedra (y del Partido Colorado) se refirió hacia su persona como el "lugarteniente" de Samuelson y Friedman en la enseñanza de Economía en Uruguay. Sin dudas, constituyen una derecha consciente de si misma.

Pero antes de ser premiado, allá por el 2002, me tocó ser uno de sus tantísimos estudiantes de Economía II. Las clases eran en el Cine Metro -Ciencias Económicas era, y sigue siendo a pesar de las mejoras, el lugar con mayor hacinamiento dentro de la Udelar- donde varios cientos de estudiantes madrugábamos para escuchar a Alfie y Davrieux Era el mundo del revés. Allí, dos de los personeros de la crisis económica que vivíamos en aquel entonces, nos daban cátedra de cómo funcionaba y cómo debe gestionarse la economía de un determinado país. Es que en el Uruguay de aquellos días asistíamos a una confiscación de derechos, recursos y oportunidades a la clase trabajadora como pocas veces. El salario real cayó más de un 20%, la desocupación creció a niveles impronunciables, el gasto público social descendió más de 22% entre 2001 y 2004 y la masa salarial, como porcentaje del PBI, tuvo un repliegue sustantivo. Pero más allá de los datos, estaban las caras de desolación en la calle y en el bondi, los amigos y familiares que se iban del país, la siempre difícil tarea de llegar a fin de mes, que se había vuelto sencillamente imposible.

Entonces, en ese cine devenido Facultad de Ciencias Económicas, en plena crisis, los modelitos macroeconómicos con más o menos sentido se nos paseaban delante de los ojos. Deambulando entre Keynes y Friedman (muy poco Kalecki porque era "zurdo"), el IS-LM y el Mundell-Fleming, Dornbusch y Lucas y tantos otros que he ido desaprendiendo de a poco, es que tiene lugar esta historia.

El tiempo borronea los recuerdos pero creo que Davrieux estaba explicándonos uno de los tantos modelos macroeconómicos para economías abiertas. Seguramente fuera una versión aggiornada del viejo "laissez faire-laissez passer". En todo caso, no importa. Sino era eso, nos estaría explicando porque el aumento de salarios genera inflación, o alguna otra tristeza a la que ya estamos acostumbradísimos. Y allí, como de la nada, cortó la clase y empezó con uno de sus tantos discursos. Si mal no recuerdo, porque el contexto ayuda, estaba sentado en alguna de las filas de adelante un compañero de pelo largo y barba, que solía asistir con mate y termo. Para colmo de males para Davrieux, el termo estaba adornado con un pegotín con la cara de Raúl Sendic que decía: "Habrá patria para todos o para naides", rememorando aquella vieja frase de Aparicio Saravia.

No sé si fue un exabrupto repentino o un acto de desesperación o todo junto, pero lo cierto es que ese día Davrieux cortó la exposición de golpe. Yo estaba en el fondo evitando contaminarme pero sospecho que deslizó una mirada temerosa al termo, y dijo: "Y mientras algunos dicen que hay que "desalambrar"... (y generó una pausa, como quién detiene un discurso para tomarse un mate y después prosigue)... en la época de Latorre la productividad de la tierra creció...". Acto seguido, comenzó a reproducir de memoria datos sobre rendimiento productivo por hectáreas desde fines del S.XIX hasta entrado el S.XX.

En aquel momento pensé para mis adentros: "este viejo facho salió con cualquiera, nada que ver" . Pero ahora, 15 años después, me doy cuenta que tiene todo que ver. Davrieux, en una sóla frase, denostó las luchas por la tierra, a Daniel Viglietti, al termo y el mate, a Raúl Sendic y, por si fuera poco, defendió una dictadura. Pero lo más importante que aprendí fue que "desalambrar" está en la antítesis de todo lo que nos enseñaban en Facultad y que una canción comprometida tiene más fuerza que el más sofisticado de los modelos macroeconómicos. Por eso, se precisan más cantores y cantoras, y menos macroeconomistas para amanecer.

 

*Pablo Messina. Profesor de Economía e integrante de la cooperativa COMUNA.

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