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Sergio Lessa**

Crítica al practicismo "revolucionario"*


Un período histórico contra-revolucionario tiene varias consecuencias. Una de ellas es que altera la relación entre las categorías más esenciales de la praxis humana, tornándola brutal y deshumanamente conservadora, mismo en un período histórico como el capitalismo contemporáneo, cuya forma de ser es la incesante producción objetiva y ampliada de nuevas posibilidades de sociabilidad.

Sobre este conjunto de cuestiones nos detendremos en el próximo artículo. Aquí nos interesará un aspecto específico de esta problemática: las consecuencias del predominio histórico de la contra-revolución en la relación entre teoría y práctica, en el interior de la praxis política que se propone revolucionaria. Lo que en sí ya es una paradoja, porque en un período contra-revolucionario, hay apenas intenciones revolucionarias, ya que la revolución propiamente dicha no está a la orden del día. Como intención y no como práctica efectiva, es natural que el concepto revolucionario pierda clareza y tenga sus límites camuflados por una práctica que desea, pero no puede llevar adelante la revolución. En este sentido, el término “revolucionario” no tiene como dejar de ser hasta cierto punto ambiguo. Mas allá de eso, esperamos que en este artículo se consiga delinear la claridad necesaria a qué universo nos referimos.

En los días que vivimos hay una concepción teórica común a la mayoría de las personas que se proponen “revolucionarias”: al tratar la relación entre práctica (para seguir siendo imprecisos) “transformadora” y la teoría, la práctica es fetichizada hasta transformarse en la esfera productora y resolutiva de la teoría. Como si los problemas teóricos colocados por la práctica revolucionaria pudiesen ser resueltos en el interior de esa propia práctica sin ningún esfuerzo teórico.

Paradójicamente, este desprecio por la teoría, viene siempre acompañado por la repetitiva reafirmación de su importancia: "sin teoría revolucionaria no hay revolución”, repiten con frecuencia. Más allá de eso, estas mismas personas justifican el abandono de todo esfuerzo teórico con la disculpa de que la cantidad y la urgencia de tareas impiden el estudio.

En pocas palabras, la forma de actuar de los que se proponen “revolucionar la vida” genera una radical separación entre la teoría y la ejecución. En la inmediatez cotidiana de la mayoría de las personas, la reflexión teórica y la práctica son hoy antinómicas.

Con el abandono del esfuerzo teórico, en cada generación los “revolucionarios” son más ignorantes y exhiben una mayor estrechez en la concepción del mundo. Son crecientemente incapaces de aprehender la esencia del proceso histórico, perdiéndose en sus meandros fenoménicos y fugaces. Sin la comprensión del mundo en que actúan, sus prácticas son marcadas por el tacticismo, por la absoluta falta de estrategia.

¿Cómo fue posible que la práctica revolucionaria, otrora portadora de teoría de la mejor calidad, haya involucionado, dando origen a un “practicismo” cuyas potencialidades revolucionarias apenas existen en el deseo de quién las reproduce?

Un poco de historia

Como ocurre con casi todo lo que es decisivo en este siglo, también al tratar esta cuestión tenemos que retroceder a los primeros años de la revolución rusa. Cuando los bolcheviques toman el poder en 1917, nadie imaginaba siquiera la posibilidad de construir el socialismo de forma aislada en la atrasada Rusia.

En pocos años la situación se transformó profundamente. Ya a mediados de los años veinte se agotarían las potencialidades abiertas por la Primera Guerra Mundial y se iniciaría un nuevo ciclo de expansión capitalista. A través de idas y venidas que no podemos examinar aquí, de una lucha interna encarnizada que llevó al patíbulo a los mejores revolucionarios rusos (y de muchos otros países) de comienzos del siglo XX, salió victoriosa la tesis (rigurosamente anti-marxiana) de que sería posible construir el socialismo en un solo país, y más aún, que en la Rusia soviética efectivamente se construía el socialismo.

Con la victoria del estalinismo, la producción teórica predominante entre los marxistas y los partidos comunistas del mundo pasarán a seguir orientaciones de Moscú; orden soviética era sinónimo de socialismo. Todo cuestionamiento de este dogma es denunciado como ideología burguesa. Mismo durante los años más crueles del estalinismo (y hasta después del XX congreso del PCUS, donde se reconoce que las “denuncias burguesas” estaban mucho más próximas a la verdad ) se creó el mito de las “deformaciones” en el socialismo soviético para que pudiese ser defendido como socialismo.

Esto produjo un viraje histórico decisivo para el problema que examinamos. Cuando los revolucionarios asumen como tarea defender el país de los soviets como socialista, sus elaboraciones teóricas se resumirán en intentar probar si era socialismo lo que chocantemente no pasaba de ser una nueva forma de explotación del hombre por el hombre. Dejarían de producir ciencia para mistificar la realidad. El desvelamiento de lo real pasará a ser cada vez más difícil y por fin se torna imposible: ¿cómo mantener intacto el dogma y al mismo tiempo hacer ciencia develando lo real?

El marxismo, paso de ser una teoría revolucionaria que dotaba a los hombres de una conciencia superior que se proponía posibilitar que la humanidad conscientemente hiciese su historia, a ser (en pocas décadas) la ideología (en el sentido peyorativo del término) de un Estado opresor de los trabajadores. De ciencia a falsificación de lo real: este es el triste y cruel destino del marxismo del siglo XX.

Al vivir esta tragedia el marxismo dejó de enraizarse en Marx y incorporó nuevas raíces en los “teóricos” del siglo XX: Stalin, Zdanov y su caterva. De marxismo se pasó a marxismo vulgar, siendo castrado de todo su potencial revolucionario. Excepciones a parte, Lenin, Gramsci, Trotsky y Lukács entre pocos otros, cada uno a su manera, pagaran también grandes tributos teóricos, prácticos y personales a esta tragedia.

Vale aclarar que no todos los marxistas se tornaron estalinistas, No solo los trotskistas, también varios sectores de comunistas de izquierda y de anarquistas rechazaron el estalinismo y lo combatieron.

La praxis estalinista y el nuevo militante

A medida que el estalinsimo se fue configurando, tanto los modelos de militancia como sus características se modifican.

Del militante se exigían ahora dos características fundamentales: disciplina (para el estalinismo sinónimo de obediencia) y profunda convicción (que podría ser fácilmente confundida con creencia, carente de toda reflexión crítica) en los mitos que van siendo producidos. Las estructuras partidarias y de la Internacional Comunista se tornan cada vez más burocratizadas y rígidas. El proceso de selección de los militantes tiene como característica la docilidad con la que se adaptan a los nuevos cambios del curso inherente al tacticismo estalinista. Se difunde la concepción de que el militante sería un soldado de la revolución que, tal como un ejército burgués, debe obediencia ciega e inmediata a sus jefes. El tacticismo y la concepción militarista se dan las manos.

Esta concepción era justificada con la idea de que la teoría de la revolución, después de 1917 estaba finalizada. Si Marx y Engels habían conducido la teoría revolucionaria hasta donde pudieron sin conocer la victoria; Lenin después de 1917, cumpliría con el objetivo. Teóricamente se sabía como hacer; Stalin y los dirigentes estalinistas eran los herederos de este conocimiento, por eso era necesaria la obediencia, dedicación y voluntad para que la revolución fuera victoriosa. Todo cuestionamiento a la hora del combate final, era superfluo y perjudicial: obediencia ciega, disciplina férrea, dedicación integral y total.

Se abre así un período que Claudin(1) en un importantísimo libro caracterizó de “parálisis teórica”.

En el momento en que el movimiento revolucionario enfrentaba una situación rigurosamente inédita, jamás examinada teóricamente (la consolidación aislada de un gobierno revolucionario en un país atrasado, semi-feudal y semi-asiático) se afirma la concepción de que no hay más nada que deba ser investigado, habiendo sólo que colocar en práctica el conocimiento ya adquirido por los bolcheviques. Justamente cuando los revolucionarios se confrontaban con una evolución de lo real completamente imprevista, vence la concepción de que todo conocimiento para la revolución ya había sido producido, por lo tanto, la “acción y la disciplina” era todo lo que debería ser exigido del revolucionario.

Para 1930, los viejos militantes, aquellos que habían sido forjados en el período anterior, cuando la iniciativa personal y la capacidad de pensamiento crítico eran características fundamentales, van siendo rápida y sistemáticamente eliminados del movimiento comunista. No solo los dirigentes que no se amoldaron al poder estalinista fueron asesinados, también dirigentes intermedios y militantes de base fueron perseguidos, muertos y expulsados de los diferentes partidos comunistas.

En esa enorme tragedia que se abate el movimiento comunista encontramos la primera disyunción entre teoría y práctica que caracteriza el practicismo contemporáneo. La práctica política va asumiendo una forma que, repele, desestimula, torna cotidianamente imposible la investigación teórica. Por primera vez en la historia del movimiento revolucionario, teoría y práctica se separan en la cotidianeidad de los militantes.

La dialéctica que Marx concebía como el movimiento propio de lo real, se transforma en “el arte y la manera de siempre caer de pie”. No importa cuales son las incongruencias del tacticismo, la dialéctica se encargará de justificarlas. La dialéctica se resume ahora, como un arte de la argumentación por la cual “el teórico autorizado” extrae de los clásicos (también autorizados) citas que le permiten “demostrar dialécticamente” que lo cuadrado es redondo y que lo blanco es negro.

En este proceso la teoría elaborada por los revolucionarios sufre una involución decisiva.

El voluntarismo

La disyunción entre práctica y teoría y la transformación histórica de los militantes en meros aparatchiks, introducen una modificación decisiva en la práctica revolucionaria. Esta, involuciona para un voluntarismo ciego, que también él, será característico del practicismo de nuestros días.

En el universo estalinista, la justificación del voluntarismo siempre fue un problema, porque la concepción estalinista según cual la historia es el desdoblamiento automático de las leyes objetivas infraestructurales, no cabiendo a los individuos y a la subjetividad cualquier papel histórico decisivo, es incompatible con la postulación de necesidades de acción de los individuos. Si el socialismo es considerado como una consecuencia inevitable del desdoblamiento objetivo de las leyes de desarrollo del capital, sería innecesario la actividad de los revolucionarios para que la historia actúe.

Esta actitud pasiva, consecuente de la concepción del estalinismo, fue denominada por el movimiento comunista como “liquidacionismo”. Uno de los elementos de la compleja reproducción de la burocracia que tomó el poder en la URSS y en los PCs es la presencia, en escala mundial, de un ejército de militantes obedientes, disciplinados y muy activos.

Siendo breves, la idea se plantea de la siguiente forma. Es verdad (dicen ellos), que son las leyes de la historia y no la actividad humana, que hacen el destino humano. Estas mismas leyes garantizan que, en la sociedad capitalista las contradicciones sociales llevan al desarrollo de un movimiento revolucionario, el cual por eso, corresponden a las leyes más profundas de la historia. Luego, el hacer la revolución para el militante es una consecuencia necesaria de la historia y el militante debe cumplir con su destino.

El extremado voluntarismo es justificado, por un lado, con la disculpa de ser consecuencia de las leyes objetivas infraestructurales del desarrollo del capitalismo. Por otro lado, por la creencia del militante en la inevitabilidad de la revolución (sin cual el voluntarismo no resistiría tantas derrotas) y sustentada por la concepción teleológica del estalinismo. La mediación de la concepción de la acción revolucionaria es la expresión de las leyes más profundas de la historia, la tesis según la cual el desarrollo histórico inevitablemente desembocará en el comunismo, es articulada con el extremado voluntarismo peculiar al militante estalinista.

Por esta concepción teórica penetra la ideología estalinista, aquella que será al lado de la ignorancia, su característica práctica más evidente: el extremado voluntarismo. El deseo y la voluntad, la fe en el “destino socialista de la humanidad”, la creencia en la inefabilidad de los altos dirigentes, por encima de todo Stalin, son consideradas cualidades indispensables.

El voluntarismo, concepción teleológica de la historia y la disyunción entre teoría y praxis política son los trazos más importantes de la forma de praxis política desdoblada sobre el estalinismo.

Estas características y sus nuevas formas están presentes hoy en el practicismo "revolucionario".

Conclusión

El fenómeno del practicismo es tan extenso en lo que comprende y abarca un período tan largo en el tiempo, que parece indicar que en su base está una alteración significativa entre aquello que Lukács llama de "período de consecuencias” de una objetivación y la constitución de la próxima ideación. En los momentos en que predomina la contra-revolución (como los que vivimos), la praxis social, incapaz de superar los límites inmediatos de lo real, termina por ser también, incapaz de producir en larga escala previas ideaciones que sean portadoras de potencialidades de lo nuevo objetivamente presentes en la realidad. Incapaz de engendrar más allá de las miserias cotidianas, la concepción del mundo que el hombre es capaz de producir en estos momentos históricos es superada por el fatalismo, por el misticismo y por el conformismo. Si esto fuera verdad, el practicismo “revolucionario” sería entonces la manifestación, en la esfera de la praxis revolucionaria, de esta transformación de donde en la relación entre “el período de consecuencias” y la constitución de las previas ideaciones.

El estalinismo (mediación histórica tan decisiva para la transformación histórica de revolucionarios en practicistas), es uno de los aspectos decisivos en la constitución de ideas contra-revolucionarias en que vivimos. El fue una de las mediaciones históricas que propiciaron victorias decisivas al capitalismo, porque entre otras cosas, desarmó teóricamente al movimiento revolucionario.

Por eso, el practicismo "revolucionario" no tiene la menor posibilidad de transformarse por sí solo en una práctica efectivamente revolucionaria. La concepción del mundo que le es inherente posee trazos místicos, teleológicos y fatalistas que se aproximan mucho más a las formas religiosas de la conciencia que a una reflexión científica de lo real. Cercado por la miseria civilizatoria de la contra-revolución, el individuo que desea revolucionar la vida se percibe enmarañado en un círculo vicioso: su praxis obnubila la reflexión teórica y “sin teoría no hay revolución”. Preso en este “círculo de hierro” de la fetichizada racionalidad del mundo burgués, el individuo típico se transforma en un nuevo tipo de místico (mantiene la militancia porque cree en la revolución, aunque no sepa explicarla) o en un ex militante que se deja seducir por el individualismo vigente.

En suma el practicismo “revolucionario” es la forma práctica “transformadora” después de los años de la contra-revolución y el estalinismo. Se caracteriza en el plano teórico por dividir de forma mecánica y absoluta la teoría de la práctica, de tal forma que el hacer cotidiano es encarado como única esfera que es al mismo tiempo productora y resolutoria de la teoría.

Con el abandono de la teoría el tacticismo y el reformismo es consecuencia y característica de los practicistas. La crítica científica del mundo burgués es sustituida por una crítica que se restringe a la esfera fenoménica más superficial, pudiendo construir apenas propuestas tímidas de reformas parciales del capitalismo.

En el plano práctico, el practicismo se caracteriza por la hiper actividad ciega de los militantes. Un voluntarismo extremado se articula con la incapacidad de analizar teóricamente tanto la actuación revolucionaria con respecto a la realidad en la que ella ocurre, llevando al militante a correr atrás de hechos, en una dinámica en donde estudiar significa perder tiempo. Como la lucha de masas no se hace más de forma directa (es esta una de las características del momento en que vivimos), sino que a través de la mediación del burocratizado aparato sindical y partidario. La lucha por espacios en el interior de estos aparatos substituye la militancia de los revolucionarios junto a las masas. La predominancia práctica de la lucha mediada por los aparatos burocráticos termina también, por burocratizar y estrechar la visión de los militantes.

Superar al menos parcialmente este cuadro (ya que una completa superación depende de un cambio en el carácter contra-revolucionario del período histórico que atravesamos), es la condición imprescindible para que la teoría revolucionaria pueda reproducirse con la claridad mínima e indispensable para su supervivencia. En esta superación parcial la importancia de la decisión individual no podría ser exagerada. Si los revolucionarios pasaran a producir más y mejor teoría, tal vez sobrevivamos como una corriente teórica significativa en este final de siglo. Pero, si continuamos reproduciendo como lo hemos hecho por décadas la actual generación de practicistas, será solamente un eslabón más en el trágico proceso de degeneración del marxismo en este siglo.

* El siguiente artículo es un resumen de "Critica al practicismo revolucionario" escrito en 1995 por el autor. Traducción al español Hemisferio Izquierdo. Artículo completo en http://sergiolessa.com.br/uploads/7/1/3/3/71338853/praticismo_1995.pdf

** Graduado en Filosofía en la Universidad Estadual de Paraíba, profesor asociado de la Universidad Federal de Alagoas.

Notas

(1) Claudin, F. La crisis del movimiento comunista.

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