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Nicolás Marrero*

La Revolución Rusa y los debates de la economía en transición


Los problemas que abre la revolución rusa son de una gran complejidad, vinculada fundamentalmente al carácter universal de las transformaciones sociales que desata. Esta universalidad que los historiadores atribuyeron en su momento a la Revolución Francesa, hace referencia a que no afectó solamente un aspecto de la vida social sino a toda ella y en cada uno de sus intersticios, y que a partir de esto asumió un carácter internacional. La universalidad de la revolución francesa y rusa se manifiesta en que en ellas las masas intervienen abiertamente en el terreno en el que se decide su futuro histórico. La diferencia, sin embargo, consiste en que la primera expresó la necesidad de desarrollar el capitalismo mientras que la rusa fue concretamente universal pues expresó la ambición del ser humano (y no de una clase en particular) por desarrollar una liberación plena.

Esta ambición buscó abrirse paso en un país atrasado caracterizado por un desarrollo desigual y combinado, es decir, la coexistencia de industrias de alta productividad y enorme concentración de masas obreras y relaciones de producción precapitalistas en el campo. Rusia tenía un proletariado numeroso y concentrado, aunque era una ínfima minoría en la población total y convivía con el predominio de la pequeña producción campesina. La Primera Guerra Mundial había provocado una enorme destrucción de fuerzas productivas, la producción de la industria y el campo habían retrocedido dramáticamente. La revolución constituía el primer paso de un proceso revolucionario que debía extenderse por Europa, principalmente hacia Alemania, el país más industrializado. El Partido Bolchevique planteaba la extensión de la revolución, partiendo de la premisa que señalaba que la construcción del socialismo no podría completarse en un país atrasado, abstrayéndose de la economía mundial capitalista. La construcción del socialismo en los marcos nacionales no formaba parte de la política de los bolcheviques, ni de la tradición del marxismo.

Comunismo de guerra, NEP y crisis

En 1918, Lenin caracterizaba que en Rusia existía un ‘mosaico’ de formaciones sociales: patriarcal, en granjas campesinas; pequeña producción de mercancías; capitalismo privado; capitalismo de Estado y socialismo. Para desenvolver las formas socialistas, se debía alcanzar el nivel de los países capitalistas avanzados: desarrollar las formas de la industrialización del capitalismo de Estado, pero con un Estado dirigido por los trabajadores. Eso implicaba el acuerdo con capitalistas para desarrollar grandes inversiones y explotaciones. Sin embargo, la apuesta del imperialismo fue la intervención de catorce fuerzas armadas extranjeras apoyadas en las clases dominantes rusas para quebrar la revolución. La guerra civil que estalló luego de la victoria de los bolcheviques condujo al denominado “Comunismo de guerra”, período en que se expropiaron los principales medios de producción, se eliminó el mercado y la circulación monetaria, se requisaron los excedentes agrícolas y se pagó en especies a los obreros. En este período, la economía colapsó: cayó la producción industrial y de alimentos, avanzó la hiperinflación y, como consecuencia de la guerra civil, los obreros industriales pasaron de tres millones a un millón y medio entre 1919 y 1921.

La victoria del Ejército Rojo en esta guerra (1921) coincidió con una etapa en donde la energía revolucionaria de la clase trabajadora (europea) se replegó sobre sí misma, como resultado de la derrota de los levantamientos populares en los principales países europeos (especialmente Alemania). Una crisis económica y social se extendía por todo Rusia, provocando rebeliones campesinas y huelgas obreras. Como respuesta a esta crisis, el Partido Bolchevique aprueba la denominada Nueva Política Económica (NEP) con el fin aumentar la producción en el agro e industria. Se trataba de una vuelta al mercado, a través de la eliminación de las requisas a los campesinos y su reemplazo por impuestos en especie (en productos). Así, se esperaba que los campesinos tuviesen incentivos para aumentar su producción y generasen un mayor excedente para vender, facilitando el comercio entre campo y ciudad, de forma de aglutinar a las masas campesinas y desarrollar, junto con la industria, las bases económicas y sociales del nuevo régimen.

No exenta de profundos debates y cuestionamientos, la NEP dio sus primeros resultados, impulsando la producción agrícola y la industria (ligera). Sin embargo, el desarrollo de las relaciones sociales capitalistas, potenció sus contradicciones inherentes: al amparo de la NEP se procesó una diferenciación social entre campesinos pobres y acomodados (kulaks). Al mismo tiempo, el desarrollo mercantil -sin planificación y estímulo específico por parte del Estado- generó una desproporción entre la producción agrícola e industrial, de manera que el desarrollo industrial se encontraba retrasado con respecto a la gran recuperación de la agricultura. En 1923, en el XII Congreso el Partido Comunista Ruso, Trotsky en su informe Sobre la Industria planteó que la evolución de los precios relativos entre industria y agricultura, se caracterizaban por un alza ininterrumpida de los precios industriales respectos de los precios agrarios, anunciando una crisis inminente, que se conocería como “la crisis de las tijeras”. En torno a la caracterización de esta crisis y las salidas que de ella se derivan se abrió un debate en el terreno de la política económica entre dos bloques políticos bien diferenciados.

La “Oposición de izquierda” y el “Bloque oficial”

En este contexto, durante 1923 se conforma la Oposición de Izquierda en torno a la “Plataforma de los 46” (entre cuyos miembros más destacados se encontraban Trotsky y Preobrazhensky) que plantea una serie de propuestas políticas y económicas. Para la Oposición, los problemas económicos están imbricados a los políticos. En el terreno económico los principales nudos problemáticos eran: la desigual distribución de la renta; el vínculo entre la ciudad y el campo (equilibrio entre la industria y agricultura); la relación entre acumulación y consumo; entre el capital destinado a la producción de bienes de capital y el destinado a salarios; la regulación de salarios y, finalmente, la distribución de la renta entre los distintos sectores del campesinado. La resolución de estas cuestiones no admitían salidas a priori o puramente económicas, debían realizarse mediante la intervención de millones de obreros y campesinos, lo que exigía la más plena democracia soviética. Para ese entonces se había comenzado a cristalizar una capa burocrática que había tomado el control del Estado y el Partido bolchevique. “Asistimos a una progresiva división, prácticamente pública en la actualidad, del partido, sometido a un régimen dictatorial, entre la jerarquía del secretariado y el ‘pueblo apacible’, entre los funcionarios y profesionales del partido nombrados y seleccionados desde arriba, y la masa del partido que no participa en su vida de grupo” señalaba la Oposición (Broué, 1973). Como la política no es más que economía concentrada, la salida a la crisis exigía la democratización de los soviets, los sindicatos, las cooperativas y el partido.

La Oposición caracterizaba que el origen de la crisis se encontraba en la incapacidad de la industria para producir valores de uso que satisficieran las necesidades campesinas. Se trataba, por lo tanto, de una crisis de desproporción entre sectores de la economía. Por este motivo,

eran partidarios de concentrar el esfuerzo en canalizar recursos hacia la industria estatal, organizando su desarrollo mediante las técnicas de la planificación, lo que habría de repercutir en una racionalización de la producción, mejoras de productividad y abaratamiento de costos. Para tal objetivo proponían la canalización de recursos agrarios a la industria mediante un sistema de imposición progresiva; también, que se dedicara la mayor parte de los ingresos de exportación, una vez que las necesidades básicas de subsistencia estuvieran cubiertas, a la adquisición de maquinaria y tecnología occidental. Era, por tanto, un planteamiento que ponía el acento en el cambio estructural y el desarrollo a medio y largo plazo (Blas, 1994).

El bloque oficialista -entre quienes se encontraban Bujarin, Stalin, Kámenev y Zinóviev- caracterizaba el origen de la “crisis de las tijeras” en una crisis de sobreproducción: el campesinado no era capaz de adquirir los productos industriales por sus altos precios y escasa renta para consumir. En función de esta caracterización, eran contrarios a transferir recursos hacia la industria, lo que implicaría un recorte en la renta agraria, pues si se les quitaba aún más la posibilidad de consumir, esto no haría más que profundizar la crisis; ponían énfasis en la mejora de la renta agraria y en el abaratamiento de los precios industriales, considerados por ellos ‘auténticos precios de monopolio impuestos por los trusts’.

Según la Oposición, estas propuestas tendían a mejorar la posición de la clase campesina acomodada, los kulak, por lo que se oponían a mejorar y reforzar las condiciones de la clase obrera (principalmente industrial). La tesis del bloque oficial fue finalmente la que se impuso entre 1923-24. Durante 1925-26 la crisis económica no se apaciguaba y debió reconocerse que el problema no radicaba en una sobreproducción industrial, sino en que la industria tenía una bajísima productividad y se encontraba tremendamente atrasada, quedaba de manifiesto una crisis de desproporción entre sectores cuya solución era estructural: la industrialización del país.

El problema central, sin embargo, consistía en la cuestión de dónde sacar los recursos para llevarla adelante. El bloque oficial no pretendía tocar la renta agraria de los kulaks, y rechazaba las propuestas de industrialización de la Oposición. Por tanto se decantaba por una emisión monetaria y crediticia -la cual vio pronto sus críticos límites inflacionarios- para financiar una industrialización “a paso de tortuga”.

En 1927, la Oposición (que en ese entonces había sumado a Zinóviev y Kámenev, conformando la Oposición Unificada) planteó en su plataforma un plan de conjunto que señalaba cuáles eran los medios para la industrialización, entre cuyos elementos centrales se destacaba la redistribución de la renta nacional, usando apropiadamente el presupuesto estatal para gravar más al kulak (y asignar recursos para la industria); la disminución de los precios de consumo obreros y campesinos, ampliando la producción de artículos de bienes de consumo, rebajando los costos y disminuyendo el aparato burocrático; el manejo del crédito, con el fin de redireccionar los ahorros del país y garantizar el monopolio del comercio exterior. Además, señalaba un curso de acción para la transformación socialista de la propiedad de la tierra y sus formas de producción.

La industrialización y colectivización forzosa

En 1927 una nueva crisis se hizo presente y las hojas de la “tijera” de los precios industriales y agrícolas comenzaron a abrirse. El crecimiento a “paso de tortuga” de la industria no lograba satisfacer la demanda de los campesinos acomodados. En estas circunstancias, los kulaks realizaron una enorme huelga de entregas de alimentos. La dirección del Partido Comunista Ruso (ya monopolizada por Stalin) entró en pánico y viró su política de forma radical. Se abandonó bruscamente el incentivo a la acumulación del campesinado y la lenta industrialización. Las propuestas de la Oposición de Izquierda de industrialización eran ahora aplicadas, y en este viraje se desplazó al sector “pro kulak” de la dirección (Bujarin, Rykov, Tomsky).

Se adoptó, entonces, una política de industrialización acelerada con tasas de crecimiento del 20 al 30 por ciento (la propuesta de la Oposición, rechazada por alocada, implicaba un incremento de entre el 15 y 18 por ciento); junto con ella, se decidió acabar con el kulak como clase, colectivizando en forma forzosa la propiedad agraria -se pasó de un 3,9 por ciento de granjas colectivas, en 1929, a un 93 por ciento, en 1937 (Mandel, 1969:21).

En 1929, se estableció la dirección unipersonal de las empresas y se comenzó a estructurar una legislación laboral represiva y opresiva, que incluyó el desarrollo del trabajo forzado a gran escala: once millones de trabajadores esclavos se movilizarían hasta principios del 50 (Rieznik, 1996). En el marco de la colectivización, los campesinos sacrificaron ganado masivamente, siendo reprimidos por el gobierno, con deportaciones en masa y un saldo de centenares de miles de muertos. En este contexto, se refuerza la concepción estalinista del “socialismo en un solo país” bajo la orientación de autarquía y autosuficiencia, que prescinde del mercado mundial (y su influencia mediante la ley del valor).

La industrialización, realizada de este modo, se oponía a las propuestas de la Oposición. El sector “estalinista”, controlando finalmente el aparato del partido y del Estado, acaba adoptado una premisa de la oposición, la industrialización, pero de un modo deformado y en las peores condiciones imaginables: la masiva destrucción de fuerzas productivas que se produjo en la agricultura y la agudización del aislamiento económico internacional.

Vigencia

Los problemas de la transición al socialismo que planteó el debate y la lucha política en la década del ‘20 no tienen sólo un valor histórico. Aquellos debates se adelantaron a las controversias de los ‘60 acerca del desarrollo económico en los países llamados dependientes, acerca de los métodos de acumulación para pasar de economías agrarias a a economías industriales, entre otros problemas de tipo económicos que arrojaron conclusiones políticas: resultó innegable que la expropiación de la burguesía y la planificación de la economía logró resultados asombrosos. La eliminación de la anarquía del mercado (al menos en los marcos nacionales) y su reemplazo por la asignación planificada de los recursos, permitió un crecimiento de las fuerzas productivas (en términos cuantitativos y cualitativos), en el mismo momento que el capitalismo vivía su peor crisis. Un país atrasado y agrario, llegó a ser la segunda potencia industrial del mundo. Sin embargo, la gestión burocrática de la economía y la opresión reinante condenaría al país a un callejón sin salida.

El centenario de la Revolución Rusa no es ocasión para una simple efeméride que debiera “recordarse”, sino para estudiar un proceso que todavía es necesario retomar en las luchas actuales de la clase trabajadora. La revolución está vigente porque los trabajadores del mundo entero aún hoy no mejoraron su condición, es decir no se emanciparon de la explotación capitalista. Por otro lado, los mismos factores que determinaron el estallido de la revolución están presentes en la actualidad: crisis capitalista, guerra, superexplotación. En definitiva, la barbarie social, que plantea el desafío de desarrollar la planificación racional del metabolismo productivo bajo control y gestión de los productores, es decir, de los trabajadores. Un acuciante problema de reorganización práctica de las relaciones sociales, económicas y políticas.

Bibliografía

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