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Matías Berger Arambarri*

Por redundante LOUISE se escribe sin A


La siguiente reconstrucción verosímil de un episodio de la vida de Louise Michel puede sintetizar perfectamente lo singular y cinematográfico de su recorrido vital:

Derrotada la Comuna de París y luego de haber pasado veinte meses en prisión, llega deportada en 1873 a Nueva Caledonia, un conjunto de islas tropicales a 1.500 km al este de Australia, junto a un contingente de communards que son eximidos de la pena capital. Allí tomará contacto con la población local y con los también deportados rebeldes argelinos de la revuelta kabila de 1871.

Durante siete años residirá en ese rincón del Pacífico Sur, desarrollará contactos con la población kanaka del lugar, emprenderá proyectos educativos con ellos, impulsará la publicación de periódicos y terminará apoyando un levantamiento nativo contra el dominio francés en 1878. De acuerdo a todas las crónicas consultadas, es allí en donde se vuelve anarquista en compañía de Nathalie Lemel.

Antes de esta experiencia extra europea su recorrido va desde la campiña del Alto Marne a la Comuna de París, que la encuentra mujer de 40 años y será la experiencia revolucionaria catalizadora de su perfil ideológico, indómito e insurrecto. A su regreso a Francia en 1880 y por los siguientes veinticinco años, será constantemente referida como un símbolo del anarquismo francés y se especializará en recorrer el país dando conferencias para difundir el ideal libertario.

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Si bien la “época contemporánea” es parida arbitrariamente en los manuales de historia por la Revolución Francesa, la contemporaneidad de las luchas sociales y políticas del siglo XX y las actuales ven la luz en el espacio de tiempo que ocupa el ciclo vital de Louise (1830-1905).

Es la era del riel: la consolidación y concentración del gran capital coinciden con la Segunda Revolución Industrial y los imperialismos europeos y norteamericano. La ciencia aplicada a la técnica funda el ideal del desarrollo material y el progreso se subordina al orden en el positivismo triunfante. Europa y sus derivados conquistan el mundo, otra vez, difundiendo el capitalismo hacia todas las direcciones, otra vez, y el racialismo se expande cual sombra que presagia algunas de las peores atrocidades del porvenir, otra vez.

Definido el antagonista, en este período se terminan de establecer las coordenadas en las que se ubicarán los debates del movimiento popular. Terminan de llenarse de contenido los conceptos estructurantes del pensamiento crítico y revolucionario. Este pensamiento diversifica sus tendencias, abriendo un arco desde los utópicos a los científicos, pasando por los centralistas y los federalistas, verticalistas contra antiautoritarios, movimientos nacionales e internacionalismo, reformismo, parlamentarismo, sindicalismo, comunalismo.

La lista es necesariamente incompleta y los nombres que la habitan constituyen las referencias de los movimientos políticos revolucionarios del siglo pasado (son contemporáneos Proudhon, Blanqui, Marx, Engels, Bakunin, Malatesta, Nietzsche, Kropotkin, Emma Goldman, Rosa Luxemburgo, Voltarine de Cleyre, entre muchos otros). En esta dinámica de contemporaneidad es que debe inscribirse a Louise Michel, una “muchacha campesina, verdadera muchacha” de provincias, hija natural del hijo de los patrones, criada con una sola posibilidad de trascender la comarca: la oportunidad de la educación. Aferrándose a este ideal es que se hace poeta, educadora y luego en París completa la construcción de la “Virgen Roja”, la petrolera, la defensora de barricadas; la protoanimalista, solidaria y desprendida de lo material de siempre, es asceta y frugal en sus últimos años de vida. Consecuente.

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Lejos del elogio panegírico, estas breves líneas intentan asir la mujer y su época. La doble o triple revolucionaria (por blanquista primero y anarquista después, por mujer siempre y por anticolonial en su hora) que, pliegue tras pliegue, increpa directamente al mundo que le tocó vivir, lo interpela y acusa de inhumano para vivir breve pero eternamente una alternativa comunal y difundir que otro orden era posible.

La mujer hacedora de la historia, que es factor de la creación de un proyecto revolucionario en el que se depositaron las esperanzas de liberación de los pobres de Francia, espejo de los explotados de cualquier parte. Mujer que vivió esa construcción en el lapso de los dos escasos meses que duró la Comuna de París (entre marzo y mayo de 1871), la protagonizó desde el estallido rebelde hasta el diseño y la puesta en práctica de una sociedad insurrecta.

En sus memorias recuerda el momento en que en la calle, en las colinas de Montmarte, las mujeres otra vez empujaban la historia y la hacían parir una revolución más:

“Bajé la colina, con mi carabina bajo la capa, gritando ‘¡Traición!’. Pensábamos morir por la libertad. Nos sentíamos como si nuestros pies no tocaran el suelo. Muertos nosotros, París se habría levantado. De pronto vi a mi madre cerca mío y sentí una angustia espantosa; inquieta, había acudido, y todas las mujeres se hallaban ahí. Interponiéndose entre nosotros y el ejército, las mujeres se arrojaban sobre los cañones y las ametralladoras, los soldados permanecían inmóviles. La revolución estaba hecha”.

Una vez instalado el gobierno popular de la Comuna, con su acción cotidiana reclama que se cumplan las esperanzas de liberación del capital en sus manifestaciones cotidianas, por ejemplo en el trabajo:

“La Unión de Mujeres exige a la Comisión de Trabajo y Comercio de la Comuna, organizar y repartir nuevamente el trabajo de la mujer en París y encomendar al comité central el armamento militar. Sin embargo, ya que este trabajo no alcanza para la masa de trabajadoras, el comité central exige además otorgar a las Asociaciones Productivas la suma de dinero necesaria para reactivar las fábricas y talleres que los burgueses dejaron y que abarcan ocupaciones esencialmente llevadas a cabo por mujeres”.

El desafío que planteó la Comuna de París atacando al corazón de uno de los pilares del capitalismo europeo de la época, la viabilidad del proyecto y las expectativas de imitación y recreación que se fueron sumando por toda Francia primero y fuera de fronteras del territorio galo después fue proporcional al baño de sangre con que fue castigada tal osadía.

Entre los miles de muertos de la represión que sobrevino a partir de la “semana sangrienta” (del 21 al 28 de mayo de 1871) se encontraba su pareja en ese momento, el blanquista Théophile Ferré quien finalmente será ejecutado el 28 de noviembre de ese año. Ante el mismo tribunal, Louise no aceptó los cargos que se le imputaban ni se defendió. Por el contrario y desafiando la justicia de la represión asesina acusó:

“Pertenezco enteramente a la Revolución Social. Declaro aceptar la responsabilidad de mis actos. Hay que excluirme de la sociedad y se les dice a ustedes que lo hagan. Ya que, según parece, todo corazón que late por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, ¡exijo mi parte! Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de la Comisión de las Gracias”.

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Louise Michel, puro espíritu de lucha. Todas las vocales en su nombre, excepto la A. Esa letra paridora de un nuevo mundo donde haya tantos mundos como los posibles. Esa mujer fue consciente de las luchas que emprendía:

“La primera cosa que debemos cambiar es las relaciones entre los sexos. . . Yo admito que el hombre, también, sufre en esta sociedad maldita, pero ninguna tristeza puede compararse con la de la mujer. En la calle ella es la mercancía. En los conventos, en donde se oculta como en una tumba, la ignorancia la ata, y las reglas ascienden en su máquina como engranajes y pulverizan su corazón y su cerebro. En el mundo se dobla bajo la mortificación. En su casa, sus cargas la aplastan. Y los hombres quieren mantenerla así. Ellos no quieren que ella usurpe su función o sus títulos.”

Y encaramada sobre la ola de la Comuna de 1871, parada en las asambleas permanentes o vestida con el uniforme de la Guardia Nacional, al lado de la población cada vez más consciente de su propia fuerza puede rozar la profecía:

“El viejo mundo debería temer el día en que aquellas mujeres finalmente decidan que han tenido bastante. Aquellas mujeres no flaquearán. La fuerza se refugia en ellas. Tened cuidado de ellas. . . Tened cuidado de las mujeres cuando se cansen de todo lo que las rodea y se levanten contra el viejo mundo. En aquel día un nuevo mundo comenzará.”

* Matías Berger Arambarri es Profesor de Historia en liceos públicos de la ciudad de Salto (Uruguay), así como docente de la Universidad de la República.

Bibliografía

Droz, Jacques. “Historia del general del socialismo”. Ed. de Bolsillo. 1976.

Leighton, Marian. “Anarcofeminismo y Louise Michel”. Ed. La Congregación.

Michel, Louise. “La Comuna de París”

Michel, Louise. “El Mundo Nuevo”

Michel, Louise. “Memorias”

Woodcock, George. “El Anarquismo. Historia de las ideas y del movimiento libertario”. Ed. Ariel. 1979.

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