Fotografía: esquina de Montevideo, año 1965 (CdF-IMM).
La bibliografía sobre la llamada “historia reciente” es tan abundante en volumen como variada en sus objetos de estudio, aun cuando tenga mayoritariamente un cariz político-institucional en su abordaje en detrimento de enfoques económicos, sociales o culturales, también presentes, pero con un peso significativamente menor.
Ya sea que se trate de trabajos académicos o periodísticos e incluyendo una rama testimonial también cuantitativamente importante, los aportes sobre este período, que podríamos ubicar entre mediados de los años 60 y mediados de los 80, han intentado explicar las causas que llevaron a la consumación del golpe de Estado en junio de 1973, el creciente autoritarismo de los gobiernos democráticos que precedieron a la oficialización de la toma del poder por parte de los militares, la irrupción del movimiento estudiantil, los grupos parapoliciales, el papel de los sindicatos, el terrorismo de Estado, la prisión política, el exilio y la transición hacia la democracia.
Está bibliografía incluye también estudios sobre la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado, la política propagandística del gobierno cívico-militar o las manifestaciones culturales de resistencia a la dictadura, entre otras.
Igualmente presente está el testimonio de los directamente involucrados (la clase política, la guerrilla, los militares, las organizaciones sociales) y de las víctimas de la prisión política, la tortura y el exilio.
En mayor o menor medida los principales actores del período más traumático de los últimos 100 años de nuestra historia han contado sus verdades.
Es en este escenario y a consecuencia de esta constatación que surge La Mayoría Silenciosa. Autoritarismo, guerrilla y dictadura según la gente común (Ediciones B, 2016), un intento por dar voz a aquella gente que no pasó por el encierro ni por la tortura ni que sufrió una persecución política que la obligara a irse del país.
En otras palabras, gente que siguió con sus rutinas diarias, que continuó estudiando o trabajando en ese “paréntesis de la vida normal, de temporalidad suspendida”[1], que significaron los 11 años de dictadura, pero que comenzó a gestarse al menos un lustro antes.
La Mayoría Silenciosa está compuesto por 27 entrevistas realizadas a personas “comunes”, esto es, que no tuvieron una militancia estudiantil, política o sindical lo suficientemente activa como para ser perseguidos políticamente, sufrir la prisión (aun cuando algunos fueron en algún momento detenidos), la tortura o el exilio.
Aquellos que como señala el sociólogo argentino Sebastián Carrasai en su libro Los años setenta de la gente común, “si bien no fueron protagonistas de la historia, tampoco fueron meros espectadores”[2].
Personas que pese a la profusa bibliografía sobre el período no había sido llamada, salvo poquísimas excepciones, a dar su versión de los hechos.
El libro comienza con el asesinato de Líber Arce en 1968 y finaliza con la asunción de Julio María Sanguinetti como primer presidente democrático post-dictadura, el 1 de marzo de 1985.
Entre estos dos mojones el trabajo recorre algunos hitos del período abordado, como las elecciones de 1971, el enfrentamiento entre la guerrilla y las Fuerzas Conjuntas, el golpe de Estado, la ilusión de la resistencia y la resignación de la costumbre de vivir en dictadura, el plebiscito de 1980 y la transición hacia la democracia, con un hilo conductor establecido por los testimonios.
Para el presente artículo voy a detallar los criterios para la selección de los entrevistados y compartir algunas apreciaciones respecto a los diferentes grupos de personas que compartieron sus experiencias, y cómo a partir de estas se pueden detectar puntos de partida para futuras investigaciones sobre la vida cotidiana del grueso de la población del país durante esos años.
Perfiles
En primer lugar hay un perfil etario. Algunos de los entrevistados eran adolescentes durante los años previos al golpe y fueron en muchos casos testigos y participantes directos de los convulsionados años con que se cerró la década del 60.
Otros rondaban en esa época los 30 años, edad en la que ya habían formado una familia o iban camino a hacerlo, lo que suponía un distanciamiento de esos acontecimientos, pero también de cierta pertenencia a la “juventud” y por lo tanto a la militancia más activa, que pasa a ser vista como una “aventura”.
Así lo cuenta uno de los entrevistados:
“En el 68 me casé con quien sigo todavía casado. Después vinieron casi enseguida los chicos. Estábamos haciendo una familia, no estábamos para muchas aventuras. En aquel momento los que teníamos responsabilidades nos cuidábamos un poco, no queríamos ir presos”.
Para los jóvenes, en tanto, y más allá de los distintos grados de involucramiento, los años previos al golpe de Estado se vivieron con una intensidad que pareció abarcar cada aspecto de su vida diaria.
“Recuerdo la sensación personal, íntima, de subirme al ómnibus y llevar [el semanario] Marcha junto a mis libros de facultad, ubicándome de tal manera que se viera. Exhibía Marcha como una escarapela, como diciendo ‘yo soy de estos’. Era un mundo muy cargado de…la cotidianeidad estaba atravesada por lo político, metiendo todo dentro de lo político: el episodio de la guerrilla, el debate parlamentario, el movimiento gremial. Había una sensación de caos. El mundo estaba en ebullición”, cuenta otro.
Las diferencias al interior de los centros educativos entre quienes apoyaban las movilizaciones y quienes “solo querían estudiar”, el impacto de lo que ocurría en otras partes del mundo, la “moda” de la protesta juvenil y el importante quiebre generacional en los hogares, enemistando a muerte a padres e hijos, son otros de los temas que prevalecen en los testimonios sobre esos años.
También hubo una división etaria entre los entrevistados en función de la edad que tenían durante la dictadura.
Aquí hay por un lado personas que eran niños cuando comenzó la dictadura y por otro lado adolescentes que llegaron a 1985 como jóvenes que en algunos casos descubrirían la militancia y la actividad política con las movilizaciones de 1983 y ejercerían por primera vez su derecho al voto al año siguiente.
Respecto al primer grupo, de los testimonios surge claramente la influencia del entorno familiar en la visión que los niños podían tener de la dictadura o de la situación política en general, en la que destaca cierta ingenuidad e incomprensión propia de la edad.
“Uno de mis hijos iba a la escuela y hacían dibujitos. Y una vez hicieron cometas y él en la cometa puso ‘FA’ y la maestra me llamó y me dijo: ‘Decile a tu hijo que no ponga FA en los dibujitos, porque en cualquier momento, él no, pero va a marchar el resto de la familia’. Y para explicarle que no tenía que poner FA en los dibujitos fue algo increíble”, recuerda una entrevistada.
La prohibición de hablar de ciertos temas fuera del ámbito familiar, la quema de discos y de publicaciones consideradas “de izquierda”, también es un recuerdo común para varios de los entrevistados que eran niños cuando se disolvió el Parlamento.
Un entrevistado cuyos padres eran votantes del FA, cuenta:
“En mi casa era, a mí, a mis hermanos: ‘no repitas en la escuela lo que hablamos acá’. Eso es tremendo”.
Como contraparte de esa desconfianza hacia el otro, del temor a expresarse, surgen algunos ejemplos en los que el vínculo con el vecino, anterior al deterioro de la situación política, prevalece por sobre las diferencias ideológicas.
La misma persona que cuando niño no podía repetir en la escuela las conversaciones que escuchaba en su casa, recuerda un operativo de las Fuerzas Conjuntas en su barrio y cómo la buena relación que tenían con su vecino, militar retirado, los salvó de que su casa fuera allanada.
“Mi casa era un dúplex y en la parte de abajo vivía un milico retirado, de apellido Machado, que era el dueño del apartamento, y sabiendo que mi padre era de izquierda, que había literatura de izquierda en mi casa, hizo que no subieran (…) Me acuerdo la tensión en mi casa. Recién cuando se dio que no subieron, nos enteramos. Era una percepción del vecino de otra época”.
Entre aquellos que eran adolescentes cuando el golpe de Estado y fueron testigos del regreso a la democracia con una conciencia más cabal de lo que estaba ocurriendo, el autoritarismo del gobierno cívico-militar tuvo una fuerte impronta en el ámbito educativo al punto de ser un recuerdo recurrente en los testimonios.
Las alusiones a las exigencias en la vestimenta, las sorpresivas destituciones de docentes y la notoria falta de preparación de sus sustitutos se repiten entre buena parte de quienes cursaron el liceo durante la dictadura, donde la referencia a un ambiente “militar” es común a varios de los entrevistados.
“Era bien tipo militar. Tenías que ir con camisa blanca, corbata roja, la pollera a determinada altura. Los varones con el corte militar prácticamente, no podían ir con el pelo que les pasara la nuca. Era la doctrina militar”, recuerda una entrevistada.
Otro de los perfiles que se buscó cubrir fue el geográfico. Para ello se recogieron testimonios de personas de Montevideo y de localidades del interior del país; incluso algunos entrevistados residieron tanto en la capital como en otras ciudades durante el período de tiempo analizado, lo que permitió contar con una perspectiva más amplia de cómo la dictadura afectó a las personas según el espacio geográfico que habitaron.
Las notorias diferencias respecto a cómo se vivió la dictadura en Montevideo en relación a cualquier otra ciudad del interior y la poca información sobre cómo las pequeñas localidades atravesaron los once años de gobierno cívico-militar ameritan una investigación exhaustiva.
En referencia al interior del país en el presente trabajo se puede señalar la hostilidad sufrida por los militantes de izquierda, la relativa ajenidad con la que se vivían los sucesos que se desarrollaban en Montevideo y los beneficios de ser “hijo de” alguien vinculado en mayor o menor medida a las autoridades locales.
Como contraparte a la mencionada distancia respecto a los hechos que acontecían en la capital del país, puede decirse a partir de los testimonios que cuando un acontecimiento tenía como escenario alguna localidad del interior, la dictadura se hacía sentir con una fuerza que impactaba en la totalidad de la población.
Un entrevistado que residió en dos ciudades del interior y también en Montevideo, ejemplifica muy claramente esta situación con las razzias que realizaban las Fuerzas Conjuntas en busca de “sediciosos”.
“Acá en Montevideo hacían una razzia en cualquier lado y se enteraban los que estaban ahí en la vuelta nomás. Pero allá [en el interior] se enteraba el que estaba enfrente y el que estaba en la otra orilla del pueblo, porque era un pueblo. Vos veías un vecino, que habías jugado con el hijo y comías en la casa del vecino, veías que pasaba eso entonces era distinto. Todo el mundo sabía quién era. ‘¿Viste que se llevaron a fulano?’, ¿viste que se llevaron a mengano?’ (…) Y eso fue marcando a la gente, la fue separando. Cada golpe que había, cada detalle, cada vecino que se llevaran, aunque viviera a 40 cuadras, lo sentían todos”.
Finalmente, un tercer perfil de entrevistado fue el político, para tener la visión de personas de izquierda y de derecha. Aquí, como era lógico esperar las vivencias y las opiniones sobre la mayoría de los hitos ya referidos difieren en función de la filiación política de los entrevistados.
No obstante hay algunas zonas grises, en las que priman las coincidencias por sobre la posición política desde la que se habla.
La condena a algunas de las acciones del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros surgen, como era previsible, de aquellos votantes de los entonces partidos tradicionales, pero también de personas que defendían el accionar de la guerrilla.
“Con los secuestros estábamos felices. Con [Dan] Mitrione mismo, cuando lo reventaron decíamos: ‘bien hecho, hijo de puta’”, cuenta una de las entrevistadas.
La misma persona dirá más adelante en referencia al asesinato del peón Pascasio Báez de parte de la organización guerrillera.
“Éramos como protupas pero hasta lo del famoso peón”.
Otro entrevistado, ante este mismo episodio reconoce que “era otra época; hoy lo hubiera condenado mucho más que cuando tenía veinte años”.
Como escribió la historiadora argentina Elizabeth Jelin, “ubicar temporalmente a la memoria significa hacer referencia al ‘espacio de la experiencia’ en el presente. El recuerdo del pasado está incorporado, pero de manera dinámica, ya que las experiencias incorporadas en un momento dado pueden modificarse en períodos posteriores”[3].
También hay cierto consenso entre los entrevistados en que la dictadura trajo “orden” y “seguridad” al país, luego de varios años de convulsión y enfrentamientos.
En este caso, sin embargo, los entrevistados que dicen ser de izquierda relativizan esa seguridad que habría acompañado el golpe de Estado, sin negarla de plano, y la contraponen a la pérdida de la democracia que ese orden supone.
Hubo además en varios casos referencia a la asociación seguridad/militares que suelen tener aún hoy cierto arraigo en los reclamos de la opinión pública.
Una de las entrevistadas, identificada con la izquierda, señala:
“No había quilombo y viste que hay gente que llega a decir: ‘Que vuelvan los militares para que no hayan rapiñas’. Para mí es una tontería. No te cambio la seguridad de que no me roben la cartera porque estén los milicos en el poder, por la falta de democracia. No es canjeable”.
Otra persona, votante de partidos tradicionales, sostiene:
“Nunca entendí por qué la democracia es tan débil que no sepa cuidar el tema seguridad. Que solamente se pueda tener seguridad cuando hay dictadura”.
Memoria
Fueron varios los entrevistados que manifestaron su satisfacción de que se los convocara para dar su opinión sobre cómo vivieron aquellos años; algunos incluso se presentaron a las entrevistas con anotaciones y reconocieron haber dedicado algunas horas durante los días previos a ejercitar la memoria respecto a sus vivencias.
Sobre cómo recordaban los distintos hechos pueden destacarse algunos puntos interesantes, reveladores de la influencia en la propia memoria de un discurso posterior sobre la ocurrencia de algunos episodios, o la imagen que se tiene de estos.
Es claro este punto en algunos testimonios que hablan de “excesos”, eufemismo utilizado por los militares una vez recuperada la democracia para referirse a las torturas cometidas durante la dictadura.
También está presente, de manera implícita, el discurso de los dos demonios, en el que el golpe de Estado responde a la acción de una guerrilla que, en los hechos, ya había sido militarmente derrotada.
“Creo que los militares vinieron para solucionar el caos. Por un lado estaba la parte económica, la escasez, la inflación muy fuerte, y por otro lado los tupamaros estaban haciendo un golpe, otro golpe, otro golpe. Entonces la gente normal decía: ‘Acá tiene que venir alguien a poner un poco de orden’”.
Es interesante además observar cómo los entrevistados confunden fechas, lugares y episodios.
Si bien en algunos caso se da por una natural imposibilidad de recordar con exactitud algo que ocurrió hace alrededor de 40 años, en otros se refleja cómo la represión y el autoritarismo, la fuerte presencia militar en las calles de la ciudad todavía durante la democracia, llevan a confusión a los entrevistados, que reviven hechos ocurridos antes del golpe de Estado que en su recuerdo tuvieron lugar luego que las Fuerzas Armadas tomaran el poder.
Asimismo, de los testimonios se desprendía sin demasiado trabajo quiénes tenían un recuerdo “elaborado” sobre lo ocurrido en esos años y quienes tenían una memoria más “virgen” y estaban poniendo a funcionar sus recuerdos de una manera estructurada quizás por primera vez.
Víctimas
Cuando se hace mención a las víctimas del terrorismo de Estado se incluyen las personas asesinadas, las desaparecidas, las torturadas y las que se vieron forzadas al exilio. También, aunque en un segundo orden, los familiares de las personas asesinadas y desaparecidas.
Quienes no fueron presos, quienes no sufrieron el salvajismo de la tortura, quienes no se vieron obligados a emigrar, no entran en esa categoría.
Varios de los entrevistados para el libro, sin embargo, parecen reclamar cierto derecho a ser considerados como víctimas, sin pretender ubicarse en una suerte de mismo nivel que el resto y reconociendo que “no les pasó nada”, pero aun así exigiendo algo parecido al reconocimiento por haber soportado 11 años de dictadura y haber tenido que seguir con su vida.
“Para las familias que no tuvimos…que no fuimos torturados psicológicamente…psicológicamente fuimos torturados, porque en definitiva el hecho de la persecución es una tortura, pero no fuimos tan directamente afectados, más o menos sí, la vida siguió igual”, cuenta una entrevistada cuyo padre fue detenido en varias ocasiones.
Algunos, en tanto, se desmarcan de la supuesta condición de “víctimas”, mientras otros reconocen “no haber hecho nada” contra la dictadura, aun cuando se oponían al gobierno cívico-militar.
Todos coinciden, no obstante, en que fueron “marcados” por lo que tuvieron que vivir durante esos años, una marca, una cicatriz que todos aseguran seguir llevando luego de 30 años de recuperada la democracia.
Como sostiene el ya citado escritor y poeta Roberto Appratto:
“Tal vez, en relación con los exiliados y los presos, nuestra situación pueda parecer más calma. No tuvimos que adaptarnos a una sociedad extraña, no tuvimos que aprender otro idioma no nos torturaron ni nos metieron en ninguna celda de castigo. Sin embargo, tuvimos nuestra dosis particular de violencia. Así visto, es impensable que una estructura tan prolongada no produjera efectos sobre nuestra manera de vivir, nuestra manera de pensar, nuestra manera de ser uruguayos[4]”.
Notas
[1] APPRATTO, Roberto; Se hizo de noche, Amuleto, Montevideo, 2007, pp. 33-34.
[2] CARRASAI, Sebastián; Los años setenta de la gente común, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2013, p. 14.
[3] JELIN, Elizabeth; Los trabajos de la memoria, Siglo XXI Editores, Madrid, 2002, p. 13.
[4] APPRATTO, Roberto, Op. Cit., p. 50.