Imagen: BLU
Los militantes viven el síndrome del exiliado que retornó a su tierra. Íntimamente no son ya de ningún sitio: ni su casa, su barrio, su gente son lo que eran, ni el paradero foráneo lo fue jamás. Así, los militantes ni pueden ya vivir como la mayoría de su pueblo, las más de las veces resignado a aceptar las cartas marcadas que le fueron repartidas; ni puede mucho menos, vivir como si nada el lugar contradictorio del goce ante tanta tristeza compartida.
Adentro las mayorías, afuera los relatores y criticones, en el exilio eterno los que buscan recrear el mundo con los demás sin comer de la mano de las costumbres del enemigo, enseñadas machaconamente en los salones del mercado, en los paraninfos de la población sobrante y en las aulas virtuales de la imbecilidad mediática.
Ni de adentro ni de afuera, ni masa, ni superhombre: el militante está hasta las manos metido en los problemas y las organizaciones del pueblo, pero conserva el pesado privilegio de poder asomar la cabeza y mirar fuera, conserva la voluntad consciente orientadora de sus fuerzas morales y prácticas: no se entrega jamás a la desidia travestida de consenso ni mucho menos a la corrupción parasitaria enunciada como verdadero sentir popular.
El militante deja de sufrir el exilio cuando su voluntad transformadora es transparentada sin tapujos, cuando es capaz de expresar a los cuatro vientos su móvil heroico, su causa, su deseo íntimo de emparejar el goce y el sufrir.
El militante es distinto, claramente no más: distinto. Nacido de las entrañas de su pueblo, se hace patriota a fuerza de empatía y no de bandera. Es la valentía de reconocerse distinto lo que garantiza que su fuerza, puesta como una más en el ruedo de la lucha de intereses dentro de las filas del pueblo, triunfe o sea derrotada, pero se mantenga como fuerza viva y genuina, siempre pujante, incansable…
Tal vez sea el exilio el sitio más cercano a la trascendencia. Pues es esa incomodidad de no calzar ya en ningún lado más que en la frontera planetaria, la que garantiza la elevación de miras y el imprescindible aterrizaje forzoso de vuelta al rinconcito donde diariamente deberá librar las batallas que solo libra un guerrero acorralado por la Historia: amplia desventaja numérica y terreno bajo, siempre justo abajo...