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Hemisferio Izquierdo

Editorial: El FA en debate. La mañana siguiente


Dibujo de tapa: Matías Larrama

Con este número de Hemisferio Izquierdo nos proponemos ponerle el cascabel al gato debatiendo el progresismo, y en particular a su versión uruguaya, el Frente Amplio. La necesidad se manifiesta casi que sola. Porque pensar la izquierda en Uruguay, sus problemas y desafíos estratégicos, implica, guste o no, hacerse cargo de la existencia de una síntesis política construida durante más de cuatro décadas y que, desde hace doce años, se volvió partido de gobierno en el marco de la oleada continental progresista.

Y este debate es más imperioso cuando observamos que los actuales términos de la discusión no resultan de los más fértiles. En el campo de las izquierdas es común observar, desde un lado del mostrador, el predominio de adjetivaciones sin más (“entreguistas”, “traidores”, “reformistas”). Mientras, desde el otro, el discurso acaba en una apelación a “décadas ganadas”, logros y contrastes con una de las peores décadas de nuestra historia, los 90s.

Nuestra intención es otra. La reflexión que se pretende de registro estratégico debe trazar una racionalidad basada en el argumento, el anclaje teórico y el análisis de los procesos concretos, viendo más allá de las superficies y los liderazgos o polémicas ocasionales. Se trata de buscar una reflexión potente, lo más lejos posible de la manija o el autobombo.

El Frente Amplio representa posiblemente lo más lejos que pudo llegar el pueblo uruguayo en su lenta y agotadora tarea de construir su herramienta política. Representa también la mejor síntesis para la estabilización del orden político de clase en el Uruguay post-crisis del 2002 y la maquinaría política más adecuada para la gestión del capitalismo uruguayo en época de vacas gordas. Es un cuerpo complejo capaz de articular en sí mismo la mayoría de la militancia sindical y los sectores populares, con una tecnocracia mitad progresista mitad liberal y exponentes de la crema de los propietarios rurales del Uruguay. Nin y Chifflet; Astori y juventudes de comunistas con militancia sindical.

Pero lo contradictorio está en permanente devenir y es esa mutación la que ocupa nuestra atención. El progresismo como animal político sudamericano tiene probablemente su hábitat natural en las zonas cálidas del ciclo de acumulación. Una fuerza que por definición no se propone más que la articulación del conflicto de clases en torno a un “pacto distributivo” de la renta nacional requiere necesariamente un proceso económico en expansión, lo que para nuestras latitudes es básicamente igual a buenos precios de exportación. Tal fue la realidad regional de los últimos diez años.

Con el cambio de ciclo es de esperar un cambio en las presiones de las bases sobre las que descansa la sociedad. La formación histórica prácticamente intacta comienza a presentar su factura. No es extraño esperar un salto cualitativo de esas complejas articulaciones políticas que daban existencia a la propuesta progresista en la región. Hacia dónde mutará es aún una interrogante. Lo más probable es que tal cual ha venido hasta aquí no podrá permanecer. Una fuerza política que se enfrenta con sus propios límites por algún lado los deberá rebasar, so pena de ahogarse en su propia contradicción. Para decirlo claro y sin rodeos, el capitalismo sudamericano, y el uruguayo por tanto, ya no admiten la articulación sostenida de intereses contradictorios: alguien tendrá que pagar el pato. Las definiciones que se tomarán cuando esa disyuntiva cobre nitidez van a quedar marcadas a fuego.

Si las tendencias en marcha se consolidan y en el FA, en un hipotético escenario de mayor necesidad de ajuste, se imponen las corrientes que expresan una alianza estratégica con la burguesía uruguaya y global, entonces es esperable una agudización de un proceso de agotamiento de su capacidad de agregación política con fuertes fisuras por el flanco izquierdo. De avanzar en este sentido y llegar a un punto de crisis, tal situación será un elemento desordenador del tablero político nacional que presenta serios riesgos para los intereses populares. En política no existen los vacíos. La transición de un pueblo que puede abandonar lo que hasta ahora ha sido su herramienta fundamental a la constitución de una de nuevo tipo será de extrema delicadeza y dificultad, sobre todo cuando en el río revuelto de la crisis del ciclo progresista sudamericano vienen pescando las derechas más duras.

He aquí un problema para ayer, el de la mañana siguiente a las crisis del progresismo regional.

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