Imagen: Uruguay a principios del siglo XX.
Al escribir Memorias de rebeldía. Siete historias de vida (Sapriza, 1989) me motivaba poner a luz el protagonismo de las mujeres en la historia, su participación en la construcción de nuestra sociedad en los diversos planos en los que habían desarrollado sus actividades, ya fuera en la política, en la docencia, la actividad artística o el trabajo fabril. Para este último eje me interesó la historia de vida de Jorgelina Martínez, obrera textil y dirigente sindical, una de las pocas mujeres que logró destacarse más allá de los límites de su sindicato colaborando a la conformación de la central única de trabajadores, la Convención Nacional de Trabajadores en 1966 (CNT) y participando activamente en la vida política partidaria.
A través de ella fui descubriendo, conociendo y entrevistando a un grupo de mujeres importantes activistas sindicales que lideraron huelgas, dirigieron asambleas y ocupaciones de fábricas, fueron fundamentales organizando ollas sindicales y construyendo redes solidarias. Se desempeñaron como secretarias de sus sindicatos y hasta llegaron a ser delegadas obreras en los Consejos de Salarios a partir de 1943. Algunas veces salieron victoriosas en sus luchas y otras fueron derrotadas, pero aprendieron incluso de sus mismos errores.
Esas destacadas mujeres sin embargo eran /son/ casi desconocidas para las nuevas generaciones de trabajadoras/es y sobre todo no reconocidas a la hora de hacer la historia de sus sindicatos. Por eso resultó una buena idea organizar un seminario sobre la historia del Congreso Obrero Textil a través de la memoria (y la presencia) de esas mujeres en un panel que tuvo lugar en el local del Cot hace ya muchos años! (Montevideo, 1989 con el patrocinio de Fesur). Las dirigentes fueron relatando sus experiencias organizativas partiendo de los inicios, desde el primer sindicato que sobrevivió a las duras condiciones de los años 30 y 40 hasta llegar a lo más contemporáneo, pasando por la prueba que significó la dictadura cívico-militar de los 70 y 80 y los años de reconstrucción de la vida sindical en la transición a la democracia. El resultado se publicó en el libro: Hilamos una historia. La memoria sindical desde las mujeres (Montevideo, Grecmu/Ciedur, 1989).
En varias de esas instancias participaron hombres que colaboraron en la reconstrucción de esa memoria sindical desde el sesgo de género. El destacado dirigente sindical y político, Héctor Rodríguez[1] fue uno de ellos. Su actuación fue central para la industria textil y la vida sindical en los años de formación del Congreso Obrero Textil. Publicó más tarde un libro: 30 años de militancia sindical (Montevideo, Cui, 1993). [2]
Al ser entrevistado mencionó una histórica huelga de mujeres en Juan Lacaze a comienzos del siglo XX. Esta pista motivó el deseo de conocer la historia de ese pueblo-fábrica fundado a comienzos de siglo por los empresarios Salvo y Campomar a orillas del Río de la Plata, en el departamento de Colonia. Al inicio de la investigación centramos nuestra atención en la instalación de las empresas textil y papelera y los costos que tuvo para la población trabajadora (local y extranjera recién instaladas allí) adaptarse a una disciplina de trabajo industrial. Consignamos las primeras expresiones de rebeldía frente a los empresarios y las máquinas que culminaron en el estallido de la huelga de 1913. Los resultados de esa primera aproximación fueron publicados en el libro, Los caminos de una ilusión. Huelga de mujeres en Juan Lacaze (Montevideo, Fin de Siglo, 1993).
Así, de la historia de los conflictos mi interés se fue desplazando a la reconstrucción del cotidiano obrero como forma de indagar sobre los procesos de conformación de las identidades obreras, “los imaginarios obreros” que trabajé en base a documentación y sobre todo a testimonios de los propios protagonistas. El abordaje implicaba indagar en la vida obrera dentro de las unidades fabriles y fuera de ellas, en el barrio contiguo a la fábrica. Debía considerar el contexto de transformaciones de la producción y la novedad que implicó la salarización de una masa considerable de personas en las primeras décadas del siglo XX. El énfasis estaba puesto en la experiencia vivida cosa de dar cuenta del proceso de formación de un colectivo que estaba compuesto de fragmentos heterogéneos.
Al redescubrir la historia concreta de los dominados, se valoriza la noción de experiencia vivida de las condiciones reales de existencia. Esa experiencia se realizó en un contexto de expansión de las industrias y de conformación urbana donde los barrios proletarios aparecieron con rostro propio en el paisaje ciudadano, en particular en Montevideo.
El siguiente plan de investigación preveía un estudio de la relación de una fábrica precisa; La Aurora y la relación con los barrios La Teja y Pueblo Victoria. A través de la sistematización de los archivos de la empresa se podía describir con bastante información las condiciones de implantación de la industria así como las condiciones de trabajo y de vida de los /las trabajadoras. Diversas circunstancias no habilitaron la continuación de ese proyecto. Aunque quedó una publicación en Serie Documentos de trabajo de la Facultad de Ciencias Sociales. Unidad Multidisciplinaria: El mundo del trabajo a través de los archivos de empresa. El caso de “La Aurora”, Montevideo 1994.
El incremento y la concentración del número de trabajadores y su localización en determinadas zonas de la ciudad donde se emplazaron las fabricas habilitaron un “sentimiento de pertenencia” a una clase. En Montevideo la localización territorial de las industrias estuvo sujeta a diferentes factores: la legislación normativa existente, la presencia de servicios, energía y transporte, el costo de la tierra, la disponibilidad de mano de obra, entre otros. Así se llegó a una cierta “especialización” por barrios. En El Cerro, o villa del Cerro se localizaron los frigoríficos (antes los saladeros), La teja-Pueblo Victoria fue uno de los escenarios industriales y las fábricas que allí se instalaron modelaron la vida barrial, demandando trabajadores en su zona de influencia y otorgando un perfil característico al barrio con sus grandes galpones y chimeneas. Se implantaron fábricas textiles también en el barrio de la Unión y Maroñas. (Alvarez Lenzi et aliie 1986; 29)
El crecimiento en número de establecimientos industriales que se produce en el quinquenio 1921-1926 es un salto notable: se registran 2.096 establecimientos fabriles con un personal de 12.553 obreros frente a la las cifras anotadas del quinquenio anterior en el que figuraban 583 establecimientos con 5.417 obrero/as, según los datos que aporta la Oficina Nacional del Trabajo en su informe sobre el Salario real publicado en 1927. [3]
También se producen cambios en la composición del personal obrero si se desagrega por edad y sexo, se observa una disminución del trabajo infantil e incorporación cada vez mayor de mujeres en las industrias fabriles. Cuenta también la imposición de una organización “científica” del trabajo que debe haber suscitado estrategias de resistencia por parte de las/os trabajadoras/os.
En algunas zonas de la ciudad se delimitó un espacio que podríamos denominar como “proletario” aunque no encontramos la rígida separación entre dos mundos consignados por Hobsbawn (1987) para la Inglaterra de fin de del siglo XIX.
“…las nuevas clases trabajadoras urbanas e industriales vivían en un mundo que social y a veces topográficamente se hallaba separado del mundo de las clases media y alta, Las “dos naciones” como las llamó Benjamín Disraeli en el decenio de 1840 eran marcadamente distintas y escaseaban los contactos humanos entre ellas. Pasar de la vida de una clase a la otra, incluso dentro de la misma ciudad de mediano tamaño, era internarse en un país diferente y desconocido” (Hobsbawn, 1987, p. 217).
Fabriqueras
De acuerdo a los datos de la Oficina Nacional del Trabajo en 1920 las dos empresas que ocupaban mayor cantidad de mano de obra femenina eran la frigorífica con 1.207 mujeres y la de hilados y tejidos con 821, las dos superan en número ampliamente a las fábricas de cigarros y fósforos, tradicionales empleadores de mano de obra infantil y femenina. La industria textil adquirió un gran desarrollo en las décadas siguientes, en particular en el período en el que se desarrollaba la 2da. Guerra Mundial. Se instalaron fábricas de hilados, tejedurías, producción de medias. En el Cerro además de los frigoríficos existían dos tejedurías, una de ellas pertenecía a Sanz, la Textil Lana Uruguaya. En la teja se encontraba La Aurora de José Martínez Reina Y en la Unión y la Curva de Maroñas se instalaron la ILDU y la fabrica PHUASA. Hilandería de algodón, la Slowak de hilados de medias finas.
“Con trece años recién cumplidos entré en la fábrica” relata en un libro de memorias, María Julia Alcoba[4]. Las grandes ilusiones que tenía de ser grande y trabajar como sus hermanas se diluyeron ya el primer día: “El ruido de los telares es ensordecedor. El calor, el vapor, el olor a lana mojada de la tintorería y el de aceite de máquina completan el insano respirar de cada día, te invade los pulmones e impregna tu ropa. Se te va a la mierda todo el romanticismo” (Alcoba,J. 2014, 28).
Las condiciones de trabajo eran pésimas, los baños, una letrina. Como estaban a la orilla de la costa, cuando había temporal el agua de la bahía entraba por los caños y estos se inundaban; la fábrica tomaba a las aprendizas y las despedían antes de las cien jornadas, al poco tiempo las volvían a contratar y así evitaban los gastos de ponerlas en planillas. Ni hablar de cumplir el convenio salarial, ni pagar horas extras.
María Julia Alcoba nació en el Cerro de Montevideo en 1936, entró a trabajar a los 13 años en la fábrica textil de Pedro Sanz. En el relato de su vida de “fabriquera” da gran importancia a su infancia proletaria en la villa del Cerro. Cuenta como su padre construyó la casilla de madera en la que vivían y que estaba muy cerca del local de la poderosa Federación de Obreros de la carne. Recuerda el vecindario conformado por armenios, rusos, yugoeslavos todos trabajadores de los frigoríficos de la zona u obreros del puerto como su padre que militaba activamente en el sindicato portuario. Su madre de origen campesino era lavandera, con escasa instrucción pero gran sentido práctico; sus hermanas mayores ya eran obreras en las fábricas de la localidad y María Julia intentó imitar apenas egresó de la escuela. Su primer trabajo fue como empleada doméstica y cuando recibió el primer salario se le ocurrió pagar el gasto de la familia anotado en la libreta del almacén (una especie de tarjeta de crédito que habilitaba el almacenero del barrio).
Como ella cuenta, consiguió trabajo en la fábrica textil de Sanz pero apenas empezó a trabajar allí, con otros compañeros tan jóvenes como ella, iniciaron una huelga “loca”. Enfrentarse a la patronal sin haber consolidado una mínima organización sindical al interior de la empresa. En medio de esas gestiones tuvieron que entrevistarse con el mismo Sanz en sus oficinas de la Ciudad Vieja. Para María Julia esa salida sin su madre, del barrio al centro, fue todo un acontecimiento. Cuando se enfrentaron al patrón se desarrolló una escena /casi brechtiana/ digna del teatro de Bertold Brecht/ en la que ellos se presentaron como “la comisión interna” de la fábrica lo que Pedro Sanz rechazó de cuajo y a los gritos. Casanas el compañero de la delegación obrera con más años: 18, - le respondió también a los gritos: “Lo que pasa que usted es un viejo negrero” y ahí se terminó la negociación. El patrón sacó un revólver del cajón del escritorio y amenazándolos los echó a la calle. Salieron en estampida y cuando se recuperaron del susto, de las risas y la atropellada, los 8 chiquilines que integraban la delegación decidieron ocupar la fábrica “sin más ni más”.
Pero el patrón mandó desalojar, los compañeros de la Unión Obrera Textil brindaron apoyo y aconsejaron labrar un acta, la Guardia Republicana rodeó la fábrica.
“Cuando salimos, muy emocionados, algunos pensando que se avecinaban días muy duros, estaba todo el barrio rodeando la fábrica: los de los frigoríficos, los padres o hermanos de las obreras textiles y los vecinos. La policía solo hizo acto de presencia. Aprendía lo que es la solidaridad, la falta de experiencia y también lo que es estallar cuando no se aguanta más el manoseo patronal” (Alcoba, J. 2014, 37).
Al otro día el patrón cerró la fábrica, lock out patronal. Por supuesto perdió el trabajo, pero un tiempo después encontró un puesto en la textil Sadil donde permanecería más de 20 años. Estaba tan orgullosa por haber conseguido un trabajo que en su primer día, apenas terminado el turno, se fue directamente al local de la Unión Obrera Textil en la calle Fraternidad del barrio Conciliación. Llevaba puesto el overol de la fábrica debajo del abrigo gris de paño como si fuera su señal de identidad! También apunta “dejas de sentir el mal olor, tu memoria lo registra todo y pasas a ser una pieza más de aquel gigantesco engranaje sin darte cuenta. Los movimientos de los dedos se sincronizan con los tiempos de la máquina, te sentís un alargue de ella misma” (Alcoba, J. 2014, 29).
La vida de una trabajadora es sacrificada. Sadil se encontraba en la Unión, así que para ir desde el Cerro tenía que levantarse a las 4 de la mañana, tomar el ómnibus 210 para llegar al turno de las 6. Dice que todas iban durmiendo así que antes de la parada el guarda gritaba: Sadil!! Y las que trabajaban allí se despertaban bajando; o: La Ildu!! y allá iban las que correspondían a ese destino.
El recorrido de ese ómnibus, 210 unía las fabricas distribuidas desde el Cerro hasta la curva de Maroñas relacionando las diferentes zonas fabriles de Montevideo. Aunque ya no existe esa línea y tampoco esos establecimientos industriales, resulta atractivo recuperar ese pasado a través de las historias y relatos de las propias trabajadoras.
[1] Existe un texto de su autoría: 30 años de militancia (CUI, 1993), y publicaciones anteriores como, Nuestros Sindicatos (Enciclopedia uruguaya (No. 1969) y sus columnas semanales en el Semanario Marcha. Sobre su vida Fernández Huidobro publicó: El Tejedor. Montevideo, TAE, 1996
[2] En página 264 en el apartado “Las compañeras” menciona un alto número de mujeres (consignando las fábricas en las que trabajaban) que participaron en las luchas obreras del período que abarca su relato, “Breve o prolongada, la actuación de cada una de esas compañeras jugó su papel positivo para construir la organización sindical que logró sobrevivir a presiones y represiones”.
[3] Aunque discutidas las cifras del Censo de 1908 que contabilizó 3.491 establecimientos industriales con 45.947 ocupados y las del Censo Industrial de 1930 donde figuran 7.403 establecimientos tipificados como industriales y 94.411 personas ocupadas en ellas (Jacob,1984;25) permiten constatar ese crecimiento.
[4]María Julia Alcoba Las mujeres ¿Dónde estaban? Relatos. Ed. Primero de mayo. –Universidad de la República. Montevideo 2014.