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Marisa Ruíz**

La dimensión política del testimonio femenino en la pos dictadura*

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Imagen: Fluvio Capurso

Introducción

La agenda general que enmarca esta investigación es la reconstrucción de las genealogías de las mujeres y sus roles socio-políticos en el Uruguay, desde finales de los años sesenta. Reconstruir la ciudadanía femenina y sus filiaciones en la esfera de lo público, así como sus pertenencias teóricas y políticas, constituye una tarea compleja que se ve obstaculizada además por la fragmentación de las memorias de mujeres, sus rupturas y discontinuidades que afectan la recolección de la información. Esta situación se solapa con el debate sobre las diversas teorías acerca de la ciudadanía femenina (Ciriza, 2008:25-29).


En este trabajo analizamos la creación de ciudadanía femenina a través de testimonios, examinando fragmentos de un corpus que se ha erigido contra el olvido y la injusticia. Entendemos como ciudadanía femenina la posibilidad de construir proyectos identitarios, fragmentarios y no conscientes, que subviertan por un lado la discursividad patriarcal hegemónica y por otro enfrenten la encarnación de esta última en políticas estatales de silencio e indiferencia.


El testimonio surge, dice George Yúdice, cuando no existen estructuras políticas significativas (Forcinito, 2006: 200). En las transiciones democráticas no hubo representación popular porque las salidas se definieron entre las elites políticas y las Fuerzas Armadas (FFAA).En la mayoría de las transiciones se concibió la impunidad como un requisito de la redemocratización. (Méndez, 97:255-282) (Linz and Stepan, 1996)

La impunidad que imperó oficialmente en el Uruguay desde 1986 encontró en los testimonios en general, y en los femeninos en particular, una respuesta ciudadana orientada a des construir la complicidad del silencio creado mediante la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado de diciembre de 1986. (Marchesi, 2013)


El testimonio es un arma contra la impunidad porque crea ciudadanía a través de la memoria, ya que esta no se agota en la esfera individual, la trasciende, elabora a través de ella y se articula con causas colectivas. La propuesta del plebiscito del voto verde[1] puede ser leída en clave de cuña ciudadana que intentó horadar las paredes de la fortaleza de la impunidad. La campaña de la Comisión Nacional Pro-Referéndum (CNPR), dirigida y actuada principalmente por mujeres (Ruiz, 2010), le recordó a la sociedad lo sucedido desde ese presente de la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado.

Los y las testigos de la dictadura uruguaya, que no contaron con una Comisión de Verdad para ser oídos/as buscar una vía para convertirse en ciudadanos/as como ocurrió con los argentinos/as y chilenos/as se expresaron mediante la literatura testimonial para “gestionar un tipo de ciudadanía contraria a la administrada por el Estado (la del olvido como consenso) puesto que proponen la práctica testimonial (jurídica y literaria) como central al ejercicio ciudadano” (Forcinito, 2006: 202-203).


Esta práctica testimonial femenina se hizo visible al público a partir del llamado realizado por Memorias para Armar (2000) y de la publicación de una serie de relatos testimoniales. Entre 2000 y 2005 se divulgaron diversos testimonios, algunos novelados así como trabajos que recogían las voces de las mujeres en la historia reciente[2]. Posteriormente, con la aplicación del artículo 4 de la ley de Caducidad, aumentó el número de las denuncias penales y se creó incluso un observatorio que actualiza esas causas jurídicas[3]. También la prensa comenzó a divulgar testimonios a todos los niveles. Nos encontramos en los últimos años ante un boom testimonial, integrado también por novelas, ensayos, cursos universitarios, que en su mayoría pretende revelar detalles precisos[4] de la represión y romper un silencio originado por el miedo.


El testimonio debe ser considerado como una práctica política en el sentido de edificar una agenda pública sobre el pasado (Vanzetti, 2008: 23-24) pero desde el presente del testimoniante, donde cada alegato encuentre determinados públicos con diferentes reacciones. Esto no incluye solamente A los lectores/as, sino también a las editoriales que los publican o no esos textos, aunque muchos de ellos no llegaron a ver la luz pública por variados motivos.


Este artículo comienza examinando un momento cero de la escritura testimonial femenina después de la dictadura, para luego explicar la transformación de la identidad ciudadana de esas mujeres. Dentro de contextos históricos determinados, los testimonios de las mujeres tienen un itinerario discursivo articulado con determinados momentos políticos, o sea que los testimonios no surgen de la nada, sino que están anclados además de motivos personales en procesos colectivos, que ellos desean influenciar.


Analizaremos también lo que llamamos los “Testimonios fundacionales" que son anteriores al llamamiento de

Memorias para Armar. Estos testimonios aparecieron entre 1985 y 1990.



Las cartas, la liberación mediante la palabra


Consideramos necesario hacer una breve referencia a la correspondencia carcelaria. La cárcel constituyó un territorio primario del testimonio pues las voces de las mujeres se expresaron a través de sus cartas. Sin embargo, aunque encontramos algunas cartas dentro de obras testimoniales más amplias (Taller Vivencias de ex presas políticas, 2002), existen escasas recopilaciones de las mismas (Vives: 1991, Estefanell: 2014).Esas cartas intentan relatar la vida cotidiana de resistencia, sin actos heroicos pero en una permanente tensión que ponía a prueba la re silencia. Si bien las cartas eran una anclaje a la realidad y, junto con las visitas, los momentos en que las personas presas se encontraban con la “concreción” física del afuera, la censura y la autocensura en ambos procesos eran permanentes. Se cortaban las visitas, se censuraban las cartas; aunque imprescindible, la comunicación era muy difícil: “... La situación pues, era ficticia, tan artificial como insostenible. Y sin embargo, había obligación de sostenerla” (Alzugarat, 2007:13).


Las pocas cartas publicadas del inmenso epistolario por ahora perdido manifiestan la necesidad de transmitir un cierto “bienestar”, cuya fuente principal era la presencia de las compañeras y el amor de los propios familiares. Sin embargo, los esfuerzos de transmitir a través de esas palabras sus vidas cotidianas, sus sentimientos y hasta su sentido del humor, nos muestran también que permanecían intactos los ideales por los que estaban presas.

Como ellas eran permanentemente observadas, cabe remitirse a jueces “más imparciales” --los propios militares--para conocer su mirada sobre las presas. Así, en un documento de marzo de 1981 (Informe sobre algunas detenidas elaborado por la dirección del Penal y enviado a la Suprema Corte Militar), se indica que la presa


“G.B.M.de D desde el ingreso al Establecimiento el 21 de julio de 1976, a la fecha ha observado conducta regular: con respecto a su grado de evolución ideológica alcanzado, según informes que obran en poder de esta Dirección se entiende que el mismo es negativo, manteniéndose aferrada a sus ideales revolucionarios, por lo que estima que no está en condiciones de ser reintegrada a la sociedad.” (Rico 2008:312)


Insistentemente vigiladas, acosadas y censuradas, esta primera manifestación testimonial llegaba a través de sus familiares a la sociedad con un mensaje de obstinada permanencia. Pero estos mensajes llegaban a un público compuesto también por vecinos y amigos, y fueron un foco que irradiaba una luz difusa pero potente que mantuvo el recuerdo de aquellos que no estaban allí físicamente pero que sí podían estar presentes en un espacio de sufrimiento y dignidad.



La Bitácora del Final


Retomamos ahora algunas ideas expresadas en otros trabajos (Ruiz-Sanseviero, 2012) sobre las condiciones políticas vigentes a la salida de la dictadura, concretamente a principios de 1985 cuando asume el gobierno electo y se liberan las personas presas políticas.


Se trata de la apropiación de la teoría de los dos demonios en clave democrática. Carlos Demasi muestra que hasta 1985 esa formulación era sostenida en soledad por los dictadores, no obstante lo cual terminó convirtiéndose en la principal “herramienta conceptual para explicar el golpe de Estado” mediante una operación que reformulaba los datos del pasado con la finalidad de reorganizar simbólicamente el futuro. Se liberaba de responsabilidad a las elites políticas y se convertía a la dictadura en un episodio en que lo que realmente importante era la lucha entre tupamaros y militares, donde además por antonomasia se ubicaba a toda la izquierda junto a los tupamaros. Así resultó que cuando la sociedad civil vuelve a ocupar el espacio público, ventilando y removiendo las trazas del cotidiano vivir bajo el terrorismo de Estado, «la cultura del miedo y la percepción de amenaza» dominantes en la dictadura empiezan a reciclarse discursivamente como «el riesgo a repetir la violencia sesentista en el presente y desestabilizar las instituciones políticas». Semejante recreación de la teoría de los dos demonios tuvo gran eficacia simbólica para sustituir la reflexión ciudadana por una «historia oficial producida desde el poder democrático [y] basada en los secretos del Estado terrorista» (Rico, 2004). Su efecto político y cultural más duradero fue la deslegitimación de los reclamos provenientes de quienes eran presentados como los agentes exclusivos de la violencia pasada: los dos demonios. Con un matiz de enormes proyecciones: las demandas de verdad y justicia promovidas por las víctimas del terrorismo de Estado, en principio respaldadas por la izquierda, fueron calificadas como «revanchismo» y contrapuestas al «silencio prudente» de unas Fuerzas Armadas que en verdad callaban porque estaban moralmente descalificadas por sus responsabilidades represivas y políticas.


¿Qué elementos llevaron las mujeres liberadas de las cárceles a partir de 1985 al escenario de la redemocratización, mientras el discurso oficial pugnaba por consolidar a los dos demonios como verdad absoluta e interpretación única de la historia reciente?


La fuente principal para responder a esta pregunta es el testimonio, original y único, de Bitácora del Final, que recoge casi día a día los acontecimientos y vivencias de la cárcel desde noviembre de 1984 y hasta el traslado a la Jefatura de Policía de Montevideo para ser liberadas en marzo de 1985. Está escrita en forma anónima por uno de los últimos grupos de mujeres presas, colectivo en que se encontraban algunas de las antiguas rehenas que todavía no habían sido liberadas.


Las autoras recuerdan que una primera Bitácora «se empezó a escribir en la celda 8 del sector C, cuando el “paro cívico” del 27 de junio de 1984 aproximaba el fin de las cárceles políticas uruguayas» .Esta fue requisada por las autoridades.


Esa referencia denota un colectivo de prisioneras conectado con la sociedad, que en esos momentos está recuperando el espacio público como escenario de la política. La Bitácora aparece como una «crónica ciudadana» —escrita en el interior de la cárcel— que revela la identificación de esas mujeres con la experiencia que en ese momento se desarrolla, plural y diversa, en el espacio público.


«La realidad de un país que quería salir de la dictadura, y se sentía capaz de hacerlo, entraba a chorros al penal alentando nuestra resistencia a una política destructiva cada vez más sofisticada. […] el aumento impresionante de la Resistencia dentro del Penal, como el que iba desde hacer agujeros en las mamparas que tapiaban las ventanas […] hasta el tirar las mismas mamparas abajo […] la lucha que engendró arrancarnos el uniforme gris, sacarnos la camisas con el número de presas y andar de civil […] levantar nuestras banderas, sacarlas por las ventanas, y defenderlas.» (Bitácora, 1987)


La crónica cotidiana revela cómo estas mujeres asumen activamente la reconquista de las libertades propias, hasta el extremo de disputar con las autoridades carcelarias las condiciones concretas de la reclusión. No «esperan la libertad» para recuperar dignidades, sino que, al igual que la sociedad de la que se sienten parte, extienden los límites en una radicalización de lo que ha sido la conducta dominante en esa cárcel desde años atrás.


Relatan sucesos ocurridos en las celdas, sectores, recreos, ventanas, visitas y calabozos que van instituyendo una nueva realidad política en la cárcel, que no se diferencia de la experiencia de una sociedad que contemporáneamente iba superando el miedo a la violencia del Estado imperante durante una década.


Ya hemos analizado en otros trabajos la importancia de lo cotidiano en las vidas de las presas políticas (Ruiz-Sanveriero, 2012, Ruiz, 2013) pero resulta útil retomar aquí algunas características que aparecen en las Bitácoras: cuidado mutuo («levantarse y preparar el desayuno para las otras» ... «aligerar la tarea de las que están en el calabozo»); introspección («quedarse en la cama pensando porque hay tanto para pensar»), cuidado de los bienes colectivos ( «organizar la sacada de bienes de la cárcel»); detalles sugestivos («mirar por las ventanas» ... «los vehículos en que son trasladadas las liberadas» ... «los problemas de salud de las compañeras enfermas»); incertidumbres («aprender a caminar diferente, a entablar conversaciones, a tener de nuevo nombre y apellido»); tristeza («el dolor de las muertes y enfermedades al final de la cárcel»); alegría («festejo de los últimos cumpleaños en la cárcel»); resistencia a la represión cotidiana («el prepoteo de las soldados en el recreo, en las visitas, en las tareas» ... «mirar por los agujeros de las ventanas», «las últimas sanciones»); forzar la comunicación («gritar y cantar para los otros sectores y a los calabozos»); gestos solo válidos para ellas mismas («saludar a los aviones que traen desexiliados y sobrevuelan el penal»); atención permanente a las noticias políticas («la Amnistía, la instalación del parlamento, la asunción de Sanguinetti, la legalización de los partidos políticos»); reafirmación de su identidad («cantamos el cielito de los tupamaros y la internacional a las compañeras liberadas»).


Por eso es que los testimonios de esas mujeres, civil, ciudadano, de seres enfrentados a situaciones límites y viviendo el término de su encierro con una fragilidad que no temen mostrar pero de la cual quieren salir, nos muestran dos elementos de la lucha contra la impunidad. Uno es la introducción en el mundo de la política y las luchas por la justicia una constancia de la opresión en las cárceles, más allá de todo discurso de guerra, como ciudadanas que han recibido un castigo que se puede calificar como “ilegal” en el sentido lato de los Derechos Humanos. El otro es que, a través de la Bitácora, las mujeres buscan privilegiar una opción del abordaje de la experiencia carcelaria que privilegia aquellos planos en los que lo recordado provoca proximidad con las posibles vivencias de la sociedad a la cual pertenecen.


El largo fragmento que incluimos a continuación, es el de una memoria que expone de manera excepcional los sentimientos de una personalidad política enlazados sin complejos con las tribulaciones, los conflictos y las esperanzas de la persona que cumple su última sanción mientras se apronta a ser liberada después de doce años de prisión:


«Mi pensamiento va de los grandes temas a la frivolidad con movimientos veloces: este noviembre en el mundo reagan-nicaragua-chile-uruguay-el pelo que se endurece con el jabón-el salario en la conapro-una canción-congreso de FEDEFAM-un deseo… los múltiples adioses que aún debo decir. […] Es importante este calabozo. Y en su actual composición con compañeras del ‘72 y del ‘83. Avancé un trecho importante al recuperar una zona de sentimientos y sensaciones casi olvidadas. Está vinculada a Carlos Alfredo y es parte de una búsqueda de respuesta que intenté varias veces. Fue a raíz de esta “recuperación” que soñé con él y guardé ese buen sentimiento a lo largo del día. Lo llamo sentimiento de intimidad y sé que le corresponde al único hombre con el que conviví. Estoy contenta con esta ganancia de realidad […] Viene la doctora, para que no pierda más peso indica un refuerzo de la dieta. A mí lo que me interesa cambiar la leche por compota para evitar la diarrea. Mi propósito de evitar que este calabozo tan bien elegido produzca estragos físicos consta de varios puntos: 1.º sueño y alimentación; 2.º gimnasia; 3.º cosmética: jabón de coco y anticaspa, pedir vaselina para los intestinos y embadurnarme la cara […] Trato de pensar que tengo 34 años, pero no me dice nada. Hago relaciones, comparaciones, por ejemplo cuando me trajeron a la cárcel tenía 21 años, cuando nació Marcos tenía 24. Pero no avanzo mucho y dejo el tema. […] En Nicaragua estado de alerta. Esto me ocupa buena parte del día todos los días. […] Quiero pensar si Marcos será para mí Mi hijo o Mi sobrino. […] El calabozo es más chico que yo. Tengo 34 años, según dicen, y un volcán que acumula lava […] saldré de [la cárcel] como un tren que sale de un túnel, con ese ruido y velocidad, y esa apertura a la luz […] Voy a pensar un poco en los reencuentros inmediatos. He pensado mucho en el otro, en el gran reencuentro con la calle […] Va a ser dura la pelea. Y sé que entre polémicas furiosas, entre las jornadas extenuantes y las amarguras y los goces de la lucha política voy a encontrar el tiempo para elegir mis vestidos, para compartir mi pasión con un hombre, para comer con mi familia y mis amigos. No tengo dudas… y ya me voy.»(Bitácora, 1987: 90).


Estamos entonces frente a una ciudadanía que se re- crea después de la experiencia carcelaria, de la cual testimonian imbuidas no por revanchismo ni por deseos de protagonismo, sino pronunciándose por un lado a favor de un Nunca Mas que permea y trasciende sus escritos, y por otro a favor de la vida, que es lo complementario al Nunca Más. Esta Bitácora, publicada en 1987, pasó desapercibida excepto para el escaso grupo que rodeaba a estas personas, numerosas ex presas políticas no tenían idea de su existencia. Tampoco fue debatida ni difundida porque la visión androcéntrica y la teoría de los dos demonios ocupaban los espacios discursivos de la sociedad en ese período.


Los idus de abril de 1989 mostraron que muchos ciudadanos/as tenían miedo o indiferencia frente a la violación de los DH, que no (re)conocían como incumplimiento y atropello a la ciudadanía. En esos momentos la situación de tutela e indiferencia no era registrada como propia porque, entre otras cosas, les había sido escamoteada a través de la doctrina de los dos demonios.



Los testimonios femeninos en el periodo del comienzo legal de la impunidad


Centramos este análisis en dos testimonios que comparecieron después del fracaso del plebiscito por el voto verde, en abril de 1989; a saber, el de Nélida Fontora“Más allá de la ignorancia” (testimonio 1) de 1989, y el de Lilián Celiberti “Mi habitación mi celda”, editado por Lucy Garrido y publicado en 1990.

Agrupamos estos dos primeros testimonios por razones cronológicas y de contenido. Corresponden a mujeres ex detenidas que publican su obra en un presente en el cual el mandato del olvido, no solo por parte del gobierno, del estado y de amplios sectores del espectro político, había triunfado en la gran mayoría de la población. Además, existía una confusión total en muchas personas e instituciones acerca de la posibilidad de realizar justicia, lo que sí fue negado en el plebiscito, y también la de conocer la verdad, asunto que no se plebiscitó y sobre el cual pocas veces se habló.



Chela la cañera


Nélida Fontora participó en el sindicato de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA) y se vinculó al Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros). Oriunda de Bella Unión, vivió allí con su familia, su compañero y su hija hasta que entró en la clandestinidad a fines de los años sesenta. En 1970 se produjo su primera prisión, pero en julio de 1971 se fugó de la cárcel junto con otras 16 compañeras en la llamada operación “Paloma”.

“Milité en UTAA desde muy jovencita, fui la única dirigente cañera mujer votada en una asamblea por tod@s los cros. Vine en todas las marchas menos las dos últimas… Para Montevideo vine por el MLN a fines 1968. Me apresaron 9 de mayo 1970 estoy presa un año y me fugo junto a otras cras el 30 de julio 1971, el 7 de mayo 1972 me vuelven apresar estando 13 años de corrido presa… salí con la amnistía 10 de marzo 1985. Viví siempre en Montevideo donde vive mi hija y mis nietos con el cro de antes de me llevaran presa por última vez. Fui a Bella Unión muchas veces esta mi origen. El libro más que un testimonio mío [era] quería dejar algo de agradecimiento a mis cr@s cañeros a quienes como Lurdes que es mi cuñada y a otras cr@s que nunca los nombran y dar un pequeño relato de lo que viví… Quien me ayudó [fue] el Cura Jean Pierre, francés que vivía en ese momento en Montevideo” (Fontora, comunicación por correo electrónico, mayo de 2015)


El libro editado por la autora, y según nos relató, de escasa tirada, fue distribuido gratuitamente en sindicatos y centros de enseñanza. Está organizado en tres partes, la primera constituye una breve historia de los cañeros, no un relato histórico sino recuerdos y sensaciones que irrumpen en el texto:


“Estos hombres de rostros tallados como esculturas en las piedras por el roce de los brazados de cañas, por el sol, por el hollín, por la falta de alimentos. Sus ojos como grandes luceros alumbrando y pidiendo que le alumbren con la solidaridad de sus hermanos, van brillando en esas grandes extensiones, primero verdes, alta y gallarda, como señoriales mirando desde arriba; luego, cuando se la quema, negra y humilde, para llegar hasta el trapiche. Su boca, en su mayoría sin dientes, silba canciones que parece que llegan desde el infinito, o que van para el mismo. Es algo mágico, que sale de ese agujero negro que dice tan pocas cosas, tan pocas palabras, pero con tanta profundidad. Empecinado, exige el derecho a la vida... Las palabras no son necesarias, ¿Para qué? El medio en que se desarrolla no lo exige. Con sus hermanos de clase se entiende con solo mirarse. Pero además está el empeño del patrón para que se viva más allá de la ignorancia, no vaya a ser que sabiendo leer, se le dé por pedir lo que el derrocha cada día”. (Fontora: 1989:19)


Es interesante esa fuerte descripción de un grupo humano que fue icónico y estuvo emparentado con el surgimiento de varias instancias nacionales, a nivel sindical, político y social. Relata también algunas de las marchas cañeras emblemáticas, nombra a compañeros detenidos desaparecidos, resaltando sus cualidades humanas, emplea un cierto humor en algunas circunstancias y termina diciendo “Hoy se suman a esas ideas lo que quisieron ustedes: que el trabajador tenga derecho a la vida”


La segunda parte, llamada Sendic, es un elogio al dirigente ya fallecido que relata la relación de este con los cañeros y el dolor y los recuerdos que les produjo su muerte. Estas breves páginas se complementan luego con reportajes realizados en 1989 a los trabadores de El Espinillar. Ellos atestiguan las terribles condiciones de vida del momento, proporcionando un tono amargo y pesimista al texto: parece que la historia se ha congelado en la década de los sesenta y que los cañeros vivieran la misma realidad que cuando su lucha empezó.

En la tercera parte, Cárcel del Uruguay, la más personal e intima, Fontora cuenta sus experiencias carcelarias y engarza poemas y cartas de compañeras y compañeros muertos/as, entre otros/as, Mabel Araujo, Adolfo Wassen Alaniz .


Nélida, más conocido como Chela, es una cañera y es desde ese lugar que realiza sus relatos. Numerosos autores han señalado que las memorias son fragmentarias, se transforman, se borronean se discontinúan. No son un calco de la realidad sino la reconstrucción de recuerdos: “Hoy no estoy segura de que lo que he escrito sea verdad. Estoy segura que es verídico” (Delbo, 2004). Chela comienza su recuento de la cárcel en los días cercanos a su liberación, marzo de 1985, y rememora su infancia, sus padres y su hija, de la que separó cuando esta tenía cinco años. Por momentos vuelve al presente de 1985 y escucha desde la jefatura de policía, los gritos “Liberar, liberar a los presos por luchar” consigna histórica y política si las hay en nuestro país. Estar en Jefatura en Montevideo proporciona a las presas un gran alivio que surge de hechos significativos del cotidiano: podían besar a sus familiares y abogados, comer las ricas viandas que traían los familiares, conversar, escuchar la radio. Chela se enzarza en una especie de collage en el que desfilan remembranzas de compañeras y compañeros muertos; figuras como la emblemática cañera Lourdes Pintos que murió de difteria a los 23 años siendo madre de 3 niños, y el doloroso recuerdo de la policía intentando reprimir su entierro porque habían colocado encima de féretro la bandera nacional; las fugas de Cabildo;…los familiares de los presos/as cargando los paquetes en una viaje interminable…


Medita sobre los objetos que se llevará de la cárcel, cuando sea liberada, entre ellos una guitarrita regalo de una compañera ya liberada y que las había acompañado en tantas cantarolas y tristezas. En este largo racconto comparece su infancia, dura, implacable con sentimientos de hambre, dolor, vergüenza, su matrimonio en una época de miseria y militancia, los abusos sufridos por los poderosos, y su permanente ansia de enfrentarlos.

En las vísperas de su liberación alberga tiernos recuerdos para su hija que la hizo abuela, para los muertos, para su hermano que estuvo enfermo de tuberculosis y se desmayó en pleno Salto cuando ella, una niña, no sabía qué hacer con él ni cómo ayudarlo. Estas pocas páginas muestran la miseria del interior del país del momento, mejor que muchos estudios y estadísticas. Hay una angustia latente que no cesa ni aún en la alegría del presente de liberación, porque está compuesta por lo que se deja atrás: las compañeras muertas y la crueldad de la separación de todo lo conocido, aunque la gran esperanza sea retomar la vida en el reencuentro con su familia. La última gran pena que este libro relata es la muerte de su pequeña hija de 10 días, nacida con una enfermedad cardiaca congénita un año después de su liberación.


Chela no se presenta como heroína ni como líder. La vieja bandera de UTAA de 1969, que le entregan unos amigos el día de la liberación, en la Plaza Libertad, es llevada por ella y entregada en la sede del gremio en Bella Unión.

“Este hermoso trofeo histórico era mucho para mí, pero además en esos largos años, habían surgido nuevos dirigentes en los cuales consideré que eran los que realmente conocían la problemática actual; los que de una manera u otra se dieron la forma para salir a esta democracia… Yo no soy nada frente a lo que sí lo fue y lo es UTAA… ” (Fontora, 1989:193)


También resalta la solidaridad que encuentran en varias personas: una pareja de compañeros que los invitan a vivir con ellos, los amigos y amigas que los ayudan a comprar una vieja casa en ruinas, otra persona que les presta el dinero para los materiales, cuando ella con su pareja trabajan duramente para reconstruir esa casa.

Chela vivió la jornada del 16 de abril de 1989 experimentando la derrota a carne viva, llorando con los puños y los dientes apretados. En un momento de rabia no reconoce a este pueblo como suyo, aunque termina diciendo:


“Por eso lloré, porque busco a mi pueblo, el que jamás dejará impune a nuestros hermanos desaparecidos, sin saber cuál fue la verdad. El que levanta la cabeza y mira firme a los ojos porque se tiene que saber quiénes son los responsables. No se pueden borrar los valores fundamentales del hombre con una ley, que si bien fue votada por el pueblo, ese pueblo no sabe lo que pasó en cada uno de los cuarteles y en cada una de las cárceles… Seguimos buscando porque nada ha terminado. Todo continúa y se transforma cuando un pueblo se lo propone”. (Fontora, 1989: 208-209)



Los secuestros de Brasil, coletazos del Cóndor


Lilian Celiberti fue maestra y en la actualidad es periodista, escritora y coordinadora de la ONG Virginia Woolf, más conocida como Cotidiano Mujer. Además, es reconocida como dirigente feminista con estrechos vínculos con la sociedad civil nacional e internacional. Celiberti comenzó su vida política como militante gremial de la Asociación de Estudiantes de Magisterio y posteriormente se vinculó a la Federación Anarquista Uruguaya (FAU). Fue detenida y acusada de pertenecer a la Organización Revolucionario 33 Orientales (OPR 33), que era el brazo armado de la FAU en 1971. Estuvo presa hasta 1974 en el Penal de Punta de Rieles. En 1974 viajó a Europa donde residió en Italia.


Para enmarcar la historia de Celiberti referimos brevemente el contexto al que pertenecía y representaba. En la década de los sesenta la FAU abandonó algunas posiciones tradicionales libertarias, según la evolución que sufrió toda la izquierda debido a la Revolución Cubana y a la crisis económica del país, entre otras cosas. Eso se tradujo en la FAU en la creación de una dirigencia más centralizada, la búsqueda de mayor incidencia en el movimiento obrero, y una reflexión política encaminada a buscar un nuevo perfil en las luchas sindicales incluyendo el apoyo a acciones armadas. Como señala Rey Tristán, la estrategia revolucionaria de este grupo desde 1968 se apoyó en una organización de tres patas: una el centro político rector (la propia FAU), la segunda la Resistencia Obrera Estudiantil (ROE), organización de masas que coordinara los esfuerzos en el campo gremial, y finalmente una organización armada para apoyar la lucha de masas y la radicalización de las movilizaciones, papel asignado a la Organización Popular Revolucionaria 33(OPR 33). Rey Tristán, 2005: 231.


La represión desatada desde principios de los años setenta, en especial a partir del golpe de estado de 1973, limitaría la acción de la FAU que desde esta fecha evacuó la mayor parte de sus militantes clandestinos hacia Buenos Aires. En dicha ciudad muchos de sus militantes desaparecieron o fueron asesinados en 1976. (Trias-Rodriguez, 2012)


Los sobrevivientes de la FAU se reunieron en un congreso en Paris y se definieron como marxistas en 1977, aunque ya habían adoptado el nombre de Partido por la Victoria del Pueblo desde 1975. Cabe señalar que ese congreso de 1977 llegó a la conclusión de que una de las principales causas del fracaso de la organización en Argentina había sido el total aislamiento de sus militantes respecto al medio local. Entre las líneas que se deciden en Paris está la de


“asumir como estrategia de lucha el retorno de algunos militantes al Cono Sur intentando viabilizar una política de aproximación y contactos con sectores de la oposición política en el país huésped. El Brasil fue el país escogido, porque en él estaba ocurriendo un proceso de apertura política que permitía vislumbrar posibilidades de actuación hasta el fin de la dictadura” (Dos Reis, 2012:75).


Lilian Celiberti junto con sus dos hijos, Camilo y Paola, y Universindo Rodríguez otro militante del PVP, se radicaron por varios motivos en Porto Alegre, ciudad sureña de Brasil. Su intención política era la de establecer desde Brasil un canal de contacto con compañeros que hubieran permanecido en Uruguay. Además querían implementar con otras personas del PVP que residían en Brasil una campaña de denuncia de las violaciones de Derechos Humanos en Uruguay. En el país norteño había comenzado una cierta apertura, que permitía libertad de prensa, situación más laxa que la del resto del Cono Sur. Celiberti y Rodríguez, junto con Hugo Cores que vivía en San Pablo, se dedicaron a elaborar un dossier con los testimonios de los sobrevivientes de Argentina sobre la debacle de 1976, a los efectos de denunciar los hechos mediante una red internacional de juristas en Europa. Asimismo pensaban elaborar y distribuir prensa partidaria, intentando que la misma llegase a Montevideo.

Además, Celiberti y su familia realizaron una serie de contactos, que después ayudaron a difundir su secuestro, con periodistas de locales entre ellos y el más importante, Luiz Claudio Cunha, jefe de la sucursal de la revista Veja en Rio Grande Do Sul. Pero su estadía en Brasil fue corta, sólo tres meses. En noviembre de 1978, un comando integrado por uruguayos y brasileros raptó a los cuatro y salieron con ellos rumbo a Montevideo. Ya en la frontera con Uruguay, fingiendo una cita con dirigentes del PVP, Celiberti, fue autorizada a realizar una llamada telefónica a Europa en la cual, mediante cierta clave, alertó a sus compañeros del secuestro. Advertidos por estos llegaron periodistas brasileros al domicilio en que se encontraban y, aunque golpeados y detenidos unas horas, fueron liberados y pudieron denunciar la maniobra delictivas los medios de prensa. Celiberti fue llevada a Montevideo, los niños aparecieron unos días después y fueron entregados a los abuelos, se reconoció la prisión de la pareja, y todos se salvaron de correr la suerte de innumerables desparecidos del Cono Sur. Celiberti, 1989, Dos Reis, 2012)

La otra cara de esta historia, la represiva, fue que la organización de estos secuestros estuvo a cargo de la Compañía de Contra informaciones del Departamento del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas uruguayas, a cargo del coronel Calixto de Armas, en momentos en que el comandante en jefe de las FFAA era el Gral. Gregorio Álvarez.


“Zapatos Rotos”, nombre en clave de la operación, tenía como principales objetivos el secuestro del secretario general del PVP Hugo Cores[5], que residía en San Pablo, y eliminar las bases de esa organización en Brasil.

Entre otras cosas, los militares uruguayos continuaron en Brasil la búsqueda de una suma de alrededor de 6 millones de dólares, que pensaban que la organización poseía. (Trias-Rodríguez 2012:238-39. Este comando operaba en tierras brasileras con el apoyo del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra que comandaba el Grupo 16 de Artillería de Campanaha . Desde Uruguay se envió un comando integrado por José Bassani, Eduardo Ramos, Carlos Rossel, Glauco Yanone y Eduardo Ferro, quienes participaron activamente en los secuestros y las torturas que en territorio brasilero sufrieron los uruguayos.


Celiberti permaneció por segunda vez en Punta Rieles, desde 1979 hasta 1983. En 1990 publicó un libro, editado por Lucy Garrido, que constituye el primer intento de conjugar el género a través de un testimonio de vida. Aunque centrado en el secuestro de Porto Alegre, Celiberti narra también su experiencia en el Penal, incluso cuando estuvo detenida hasta 1974, en ocasión de su primera prisión, lo mismo que una serie de posiciones personales sobre la política, su vida familiar y los compañeros.


Este libro apareció en un momento político del país en que el fracaso del Referéndum del voto verde había producido una gran desazón .Más allá de la dureza de su temática, un tono general de tristeza acompaña casi imperceptiblemente la lectura del libro. Ya desde el principio, en el prólogo Garrido explica las preocupaciones de ambas de encontrar un espacio desde donde se puedan escuchar otras voces, las de las presas, en ese concierto masculino del testimonio en los años ochenta:


“…Sabía también que, de lo vivido por los uruguayos en las cárceles de la dictadura había cientos de testimonios en la prensa y que de ellos, los publicados en forma de libro tenían un denominador común que se sumaba a los otros: eran hombres quienes escribían. Sin embargo, todos habíamos escuchado alguna vez hablar de las presas en el Penal de Punta Rieles, de su resistencia, de su capacidad creativa, de los poemas y el teatro clandestino, de la fuerza y la solidaridad con que enfrentaran la represión. ¿Qué había pasado con ellas? ¿Por qué hablaban tan poco de sí mismas? ¿Otra vez la historia sería contada solamente por los hombres, incluso ahora, que en la lucha por la democracia había nacido en el país un movimiento de mujeres exigiendo participación y reivindicando su protagonismo…?” (Celiberti-Garrido, 1989: 5)


Este relato de un episodio en que los secuestrados se salvaron casi milagrosamente, apareció contemporáneamente a un hecho que simbolizó para muchos el nacimiento “legitimado” de la impunidad, como fue el triunfo del No en el voto verde.


Celiberti no solamente revela sus recuerdos de las violaciones de los derechos humanos en un totum, sino que además en su obra priman virtudes ciudadanas, civiles, y se mantiene ausente el tema de la guerra. La política es recuperada desde el deseo de reconquistar la libertad y denunciar los crímenes, en un intento de cerrar cuentas con un pasado personal doloroso pero dejándolas abiertas para el pasado colectivo impune.

La autora recobra y casi celebra la ambigüedad esencial de una experiencia de resistencia construida a partir de la debilidad de la persona sometida a un poder absoluto. Entrelazado con el relato de aquellos aspectos más “universales” (detención, tortura, ardides para eludir interrogatorios cruciales), Lilián despliega un denso inventario de sus sentimientos en la prisión. Desde el principio propone su narración como la «visión personal de un gran dolor colectivo»; una visión que en ningún momento pretende universalizar. Rechaza la interpretación de la resistencia en la cárcel como una guerra librada por seres superpoderosos: «la batalla es por la dignidad colectiva y la victoria es de quienes resistieron y se organizaron pese a todas las limitaciones, las cobardías y los miedos».


Cuando es liberada no elude las contradicciones de sus sentimientos, porque una parte de ella «quedó en la cárcel». La prisión dejó marcas en su persona y cuando se refiere a la tortura remite a una experiencia de humillación: «la tortura es sordidez, falta de control sobre vos misma […] sos un montón de carne, huesos, mierda y dolor y miedo», cuyo recuerdo «provoca vergüenza e indignación».


Pero además, y como parte sustantiva de su experiencia en la prisión, recupera detalladamente una amplia gama de sentimientos de culpa que la acompañaron y agobiaron: por no «haber hecho un escándalo» al ser detenida, por «no proteger» bien a los hijos, por no «poder» cortarse bien las venas, por «abandonar» a los hijos, por el «soldadito» que fue preso por ayudarla, por la compañera reclutada por ella y caída por «su responsabilidad», por «hacerse» sancionar y no ver al hijo, por «complicarse» la vida con culpas, por «poner todo en juego» con una estratagema política para provocar una campaña internacional por su liberación, por «su falta de heroísmo» para llevar hasta el final la huelga de hambre.


Estas referencias, entre otras muchas, ocupan largos espacios en sus memorias y permiten ubicar las resistencias de esta mujer en un lugar de inconfundible proximidad con la cotidianidad de cualquier integrante de una sociedad oprimida. En su conjunto la narración es una denuncia, una larga denuncia de las vivencias de una militante que quiere recuperar su lugar de ciudadana mujer:


“La rebeldía de entonces nos hizo sobrevivir. Luchar para ser personas --a pesar del condicionamiento-- fue la principal trinchera de la única guerra que se dio en el país desde el golpe: la de la dignidad contra el terror. Y de esa guerra, los únicos vencedores son los miles de hombres y mujeres que desde todas las limitaciones, las cobardías y los miedos, pudieron resistir y organizarse para defender sus ideas socialistas sólo porque aman la vida, porque viven con la esperanza y porque crean.


Esta historia es un fragmento de esas miles, nacida de la necesidad de reivindicar el derecho a la palabra, nacida del hartazgo de una politiquería que cierra las tenazas del poder sobre nuestros sufrimientos… No pretendimos hacer un análisis global. Sólo incursionamos en una búsqueda de identidad colectiva como mujeres.


El hecho de que ambas[6] pertenezcamos a diferentes partidos dentro de la izquierda fue una de las experiencias más enriquecedoras y más enigmáticas. Tal vez la militancia feminista nos haya abierto una perspectiva más amplia del quehacer político, identificando campos de unidad profunda, en la lucha contra la dominación patriarcal”. (Celiberti-Garrido: 7)



Palabras finales


Estas páginas pretenden constituir un itinerario testimonial femenino a través de relatos. Las mujeres que nos acompañaron tienen en común su lugar de enunciación: mujeres ex presas que ocupan un espacio doblemente subalterno. Sus narraciones no están desarraigadas de un contexto histórico concreto y de una matriz social; tampoco de una actividad política que las precede y de la que no reniegan.

Durante y después de la dictadura las mujeres buscaron, primero, reconquistar la democracia y, después, extender sus derechos específicos a través de la participación. Sus luchas por la participación política se vincularon a las destinadas a que los perpetradores de la dictadura fueran juzgados. En Uruguay coexistieron los movimientos de DDHH con fuerte actividad y dirigencia femenina, junto a grupos de mujeres que buscaban participación. En el primer caso estos movimientos transformaron las demandas privadas vinculadas a sus familiares en demanda pública y política por el retorno a la democracia. La democracia fue el puente en el que confluyeron ambos movimientos. Esa democracia reconquistada se hizo y se rehízo en permanente cambio e incorporando nuevos sujetos y derechos.


Elizabeth Jelin señala que las acciones propias de la ciudadanía son las que tienden a mantener e incrementar los derechos, en el marco de una democracia en transformación permanente. En el caso de los derechos de las mujeres, estos derechos fueron acompañados por pronunciamientos contra la discriminación y a través de las negociaciones. Por un lado luchaban por la ampliación de sus derechos, pero también asumían los compromisos ciudadanos.


Los testimonios analizados son otra cara del compromiso ciudadano: la construcción de la perspectiva de género se torna cultural cuando los testimonios abren un repertorio de imágenes íntimas, afectivas y familiares que son comunes al imaginario colectivo de una sociedad.


Las cartas de las ex presas portan un mensaje, como decíamos más arriba. El de una obstinada permanencia, de atestiguar una sobrevivencia con determinado tipo de entereza convertida en un testimonio viviente de la represión y el dolor. Si bien podemos considerarlas, juntos a todos y todas las personas presas, recordatorios vivientes de la situación de horror y privación de libertad, esas cartas iban más allá de sus destinatarios y aseguraban resistencia y esperanza en la medida en que se no fueran olvidados/as por el colectivo social.


En las Bitácoras, las compañeras se identifican con las luchas del “afuera”’ durante el 84 y el 85, conocen y comparten las movilizaciones y en ese “adentro” tan complejo recuperan cada vez más la dignidad, poniendo sus propios y particulares límites: vestirse de particular, saludar desde las ventanas a las visitas, enfrentarse a las órdenes arbitrarias… Y también se expresan a través de vivencias rescatadas que son las de la sociedad que afuera las estaba esperando.


Tanto Lilian como Chela provenían de una medio de militancia dura, eran cuadros de sus partido, testigos de un proceso en que al igual que el resto de América Latina, las mujeres se subsumían en las mentalidades masculinas y acallaban o ignoraban sus reivindicaciones especificas. Esto cambia a través de la experiencia.


Sus memorias aparecen en un momento oscuro de nuestra historia, donde a través de un plebiscito se probó hasta donde, por un lado el miedo y por otro lado la teoría de los dos demonios habían sido asimilados por la ciudadanía. Aunque conteniendo este tema, ambas lo trascienden, una mostrando la miseria y el sufrimiento de los cañeros en 1989, denunciando una historia congelada donde nada había cambiado desde la década de los 60, y la otra atestiguando sobre un plan internacional que castigaba, asesinaba y raptaba niños, cuando ni siquiera se conocía el Plan Cóndor por su nombre.


Sus experiencias carcelarias son semejantes en un aspecto destacado, la presencia de las otras como un coro griego de apoyo y dolor, el recuerdo de las muertas y muertos, el dolor de las separaciones pero sobre todo la esperanza del reencuentro y el momento de la verdad.

Y mirando desde el presente de esta historia inacabada, esperemos que sigan surgiendo testimonios, que se procesen más denuncias judiciales, que se estudien detalladamente tantas historias inconclusas para poder comenzar a cerrar toda esta pesada y asfixiante herencia del miedo y la impunidad.



* Ponencia presentada en el Congreso de Ciencia Política en Facultad de Ciencias Sociales, Montevideo, 2015

* * Historiadora feminista y activista de derechos humanos


Notas:

[1] Llamamos el plebiscito del voto verde, al que se efectuó en abril de 1989. El voto rosado se realizó en octubre de 2010.Ambos proponian dejar sin efecto la ley de Caducidad.

[2] Por ejemplo, Los ovillos de la memoria, de la desmemoria al desolvido, oblivion, la espera

[3] El Observatorio Luiz Ibarburu, gestionado por varias ONG’s

[4] Un ejemplo fue de Alberto Silva: Julio Abreu sobreviviente del vuelo cero, que relata con abundantes detalles la suerte de los 5 fusilados de Soca.

[5] Hugo Cores fue un importante dirigente del Partido por la Victoria del Pueblo, tuvo una larga trayectoria en la izquierda uruguaya también como dirigente sindical. Falleció en diciembre de 2006.

[6] Se refiera a Lucy Garrido, la editora de su testimonio.

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