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¿A quién carajo le importa si Dios existe...? Si tener fe te hace feliz, bien por vos, entonces ¡Dios existe! Lo que funciona, lo que sirve, es cierto… Nacen a principios del 900’ por el norte de América los pragmáticos disputando la noción de verdad, guerreando contra comesantos de todos los credos y contra adoradores de la objetividad científica. Da la impresión de que no puede objetarse su causa: unir una nación de inmigrantes y credos múltiples. Llevando “un campo de verdad” al fuero íntimo, en tanto rindiera, quitaban de la mesa el centro de la disputa ideológico-cultural de su tiempo.
La derecha, en su elogio al pragmatismo, hace su intentona de lavado ideológico a escala de la baja política oriental, desfilosofada, burra. Para la derecha siempre hay cosas obvias, cosas en las que todos estamos de acuerdo “sin importar los colores partidarios”. Intentando borrar del mapa los intereses de clases encontradas, como otrora entre credos, el pragmatismo de nuestro tiempo elogia al que esta para el win-win, al que dice aquello que no incomoda, aquel cuya abstracción llega como techo al plazo de una rendición de cuentas.
El pragmatismo de ayer y de hoy neutraliza las ideologías fuertes en aras de una presunta ideología común y transversal: la del progreso de la nación con rostro de billete. Nace entonces un atributo que debe tener todo buen candidato: ser pragmático. Desconfía cualquier viejo sabio de los candidatos reconocidos por su pragmatismo y aprende a driblear la burda clasificación entre los que desean “unir” y los peleones.
No es lo mismo practicidad que pragmatismo, pero en el sentido común popular rinde asemejarlos. Ni ser volado es igual a portar teoría, pero lloverán dardos sobre aquel que levante la mirada a la historia y al porvenir. Neutralidad ideológica no es capacidad ejecutiva y ser realista no debería equivaler a ser obsecuente, pero ambos atributos van asociados al elogio del pragmatismo. Los oídos alerta cuando escuchen elogiar al candidato: seguro sentirán el ruido de fondo de la licuadora haciendo añicos la pulpa de los frutos de lo mejor de nuestros pensadores.
Glu, glu’ ahh! Sano y embellecedor como licuado de olvido. Salu’