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Rodrigo Vescovi**

Contra el latifundio y el alambrado*


Fotografía: Aurelio González


En Uruguay, en América Latina y en el mundo entero, estas consignas son de las más repetidas por los desposeídos de la tierra, y la primera de ellas, incluso por sectores burgueses o por partidos de izquierda que han demostrado defender la perpetuidad del sistema capitalista. A veces, estas proclamas van juntas y otras separadas.


Durante el proceso revolucionario de los años treinta en España, fueron numerosas las batallas por luchar contra el latifundio, pero también contra el minifundio y en general contra la propiedad privada.


En demasiadas ocasiones, se ha obviado el tema y se han realizado, o intentado realizar, reformas agrarias que, buscando un reparto equitativo de tierras, expropiándoselas a los latifundistas y repartiéndolas entre todo aquél que las quisiera trabajar, no acabó con la desigualdad y la pobreza.


Lo que produce injusticia social y miseria es la existencia de la mercancía y la ley del valor. El latifundio es resultado de éstas y, lo único que hace, es agravar las desigualdades.


Por todo esto, uno de los debates programáticos –sobre el qué hacer en plena insurrección proletaria– más interesantes de la historia de la resistencia al capital fue el que se produjo durante la revolución y contrarrevolución en España, 1936–1937: colectivizar los campos y abolir la propiedad privada, realizar cooperativas estatales o dejar la tierra a los propietarios. Debate magistralmente llevado al cine por Ken Loach en Tierra y Libertad (https://www.youtube.com/watch?v=O5veXcPazwQ).


En Uruguay esa discusión no se dio de la misma manera, entre otras cosas porque la lucha no llegó tan lejos: en el sentido que no se echó, de forma masiva, a los grandes propietarios para expropiar sus extensas propiedades, tierras o fábricas. A nivel de objetivos o deseos, luchar (a corto plazo) por la colectivización y contra la propiedad privada ocurrió en círculos de jornaleros rurales muy pequeños. Imperaba el ejemplo ruso o cubano de reforma agraria. Algunas agrupaciones proletarias sí plantearon, claramente, la lucha contra la propiedad o señalaron que conquistar la tierra si bien no era sinónimo de revolución constituía un elemento esencial de ésta, el primer intento serio de encaminarse a ella. Otras veían en la creación de cooperativas la solución a los problemas o, por lo menos, una manera para conquistar reclamos dentro del sistema y una forma de no estar a la espera hasta que éste cambiara. En el debate sobre esta lucha, participaron UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas), MNLT (Movimiento Nacional de Lucha Por la Tierra) y NEAC (Núcleo de Estudio y Acción Cooperativo) que publicó, en el periódico Tierra y Libertad en febrero de 1969, las siguientes conclusiones para la transformación:


«Del medio rural y, por ende, de la sociedad toda, por medio de cooperativas integrales o unidades cooperativas agrarias, donde se vivan concretamente, hoy y aquí. Estas cooperativas tienen que estar estructuradas; en lo organizativo: autogestión con participación activa de todos sus miembros por medio de asambleas periódicas, descentralización de funciones en base a una coordinación general centrada en la fidelidad del objetivo. En lo económico: cada uno aportará de acuerdo a sus capacidades y recibirá de acuerdo a sus necesidades, los bienes de consumo y de producción. Estas unidades a su vez federadas en unidades mayores [...] podrán ser el elemento decisivo del cambio. Es necesario transformar el medio rural, porque es necesario terminar con el latifundio. Es necesario terminar con el minifundio eliminado así los siguientes problemas sociales.


Exaltación de la propiedad privada, que impide al minifundista ver al trabajo, a la tierra y a sus frutos como un bien social.


Escasos beneficios –sólo para subsistir– por la poca productividad a causa del agotamiento de la tierra al no ser posible la rotación de cultivos, imposibilitando las inversiones en fertilizantes y técnicas adecuadas necesarias para lograr una tierra productiva.


Desocupación disfrazada al emplear mano de obra plena a escaso rendimiento. El problema de la transformación rural, es también un problema urbano que trasciende nuestras fronteras. Por lo tanto al encarar la transformación del medio rural encaramos de hecho la sociedad y su estilo de vida. Esta forma de ver el problema deberá estar siempre presente en la idea que guíe la transformación [...]. Esto no se conseguiría con cursos de cooperativismo a cargo de esclarecidos, sino con la acción de grupos militantes activos, orgulloso del trabajo de sus manos, realizando su tarea codo con codo y viviendo los problemas del hombre y del medio que quieren transformar. En síntesis, ser en la acción y desde el primer momento el “hombre nuevo” y revolucionar la vida cotidiana».


El MNLT (Movimiento Nacional de Lucha Por la Tierra), creado en 1970 por jornaleros rurales, obreros y estudiantes a orillas del río Uruguay, participó de todo este debate y matiza el proyecto del NEAC.


«Igual que el sindicalismo, el régimen capitalista lo va moldeando [al cooperativismo] y adoptándolo a su forma, llegando así a utilizarlo como una organización más dentro del régimen.


Analizando todo esto y ante la necesidad de hacer y organizarnos para que nada siga como está, los compañeros de distintos lugares del país que se han reunido para esto han sacado algunas conclusiones que vamos a tratar de transmitir.


En primer lugar, para iniciar experiencias cooperativas a nivel del campo se debe partir de la necesidad del trabajo común y en una tierra que sea de todos ya que la propiedad individual de la tierra es uno de los valores del actual régimen con el cual debemos romper. Este trabajo en común lleva también, especialmente a los trabajadores del campo, a vivir en común.


Al mismo tiempo todo lo que consumen estos trabajadores se adquiere en común. Si analizamos por separado cada una de estas actividades vemos que de acuerdo al régimen tenemos una cooperativa de trabajo, otra de vivienda, otra de consumo, pero todas estas unidas llegan a formar una cooperativa integral o comunidad de vida.


En segundo lugar, para que esto pueda llevarse a cabo con una finalidad verdaderamente revolucionaria, hay que lograr la participación activa de todos los compañeros, incluidas sus familias, en las decisiones de los distintos aspectos analizados.


En tercer lugar, en esta forma de vida diaria no puede estar ausente la conciencia de cambio en cada uno de los integrantes y esta necesidad debe ser planteada para encarar cualquiera de los aspectos vistos. Para esto se hace necesario que este grupo esté insertado dentro de un movimiento más global, que no permita que se pierda de vista la finalidad última a que llevan estas experiencias como es el cambio total del actual régimen capitalista, por otro basado en la libertad y en la participación directa o autogestión.


Esto es fundamental: la cooperativa va a ser un arma revolucionaria, en la medida que continuamente cuestione el régimen del cual depende, con la particularidad de que puede ir creando formas de vida de la nueva sociedad».


UTAA fue un pilar clave de la lucha en el medio rural y en la toma de posiciones sobre cómo llevarla a cabo. Esta agrupación tenía un doble discurso. Al ser un sindicato, se presentaba como intermediario entre patronal–gobierno y los trabajadores rurales, y entonces perdía la radicalidad que ganaba en las actividades que iban más allá de la meramente sindical. Pero en repetidas ocasiones, se afirmaba como fracción del proletariado, cuyo proyecto ya no era sólo las demandas económicas sino la transformación radical de la sociedad. Un fragmento de un texto titulado: «UTAA y las Cooperativas» –bajo la consigna: «unos doblan el lomo pa’que los otros doblen los bienes»–, del periódico Tierra y Libertad (febrero de 1969), muestra como esta agrupación se defiende de quienes la califican de reformista; y es, en definitiva, una de las síntesis programáticas más destacadas del movimiento revolucionario en el Uruguay:


«A los que nos acusan de reformistas y de abandonar la lucha de clase por haber levantado la bandera de la expropiación de la tierra, les contestamos que el compañero Sendic, los compañeros cañeros presos y los que están luchando en los más variados frentes, no lo están haciendo por aumento de salarios ni el cobro de algún aguinaldo impago, sino para derrotar a los explotadores y tomar el poder. UTAA, no pierde de vista que las formas cooperativas de trabajo adquieren gran importancia, una vez que el poder del estado se halla en manos de la clase obrera. Mientras esto no ocurra existen problemas de mercados, de falta de herramientas, de créditos, y de asesoramiento técnico. La cooperativa por sí sola no puede llevar adelante la lucha por el cambio de las estructuras. La sociedad de clases no desaparecerá, mientras existan clases, sin utilizar la violencia, sin instaurar una dictadura del proletariado, para aplastar a los burgueses.


A esta conclusión arribamos, porque la lucha entre las dos clases antagónicas, la burguesía y el proletariado, es irreconciliable».



* Capítulo extraído del libro Anarquismo y acción directa. Uruguay, 1968-1973, Ed. Descontrol /Montevideo, 2016 de Rodrigo Véscovi Parrilla (autorizado por el autor)


** Rodrigo Vescovi es historiador y escritor, Doctor en Historia Contemporánea por la Universitat de Barcelona, donde ha impartido cursos sobre el rechazo histórico al capitalismo. Revueltas ignoradas, redes de resistencia y bandidos generosos son algunos de sus seminarios. Colaboró en la película En la puta vida, en el documental Ácratas y escribió la novela Ladrones de la infancia, donde denuncia la domesticación de los más pequeños. También publicó biografías, investigaciones y ensayos en diversas revistas y libros: Donde el faro ilumina, Ecos revolucionarios. En la actualidad, está centrado en la elaboración de guiones para cómics de ficción e históricos, como el que acaba de publicar en España sobre mujeres piratas, cangaçeiros, foragidos del Oeste americano y anarquistas expropiadores y titulado Bandidos generosos.

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