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El Che, ā€œcerebroā€ de la revolución

  • Fernando LizĆ”rraga*
  • 7 oct 2016
  • 12 Min. de lectura

Imagen: Portada de la revista Time, 18 de agosto de 1960.


El 8 de agosto de 1960, la influyente revista norteamericana Time publicó en su portada un retrato de Ernesto Che Guevara. Ser tapa de Time, como es sabido, significaba por aquellos dĆ­as un pasaporte a la fama mundial, una suerte de consagración definitiva como personaje del aƱo y, tal vez, de la historia. A la izquierda del Che –desde la perspectiva del lector– aparecĆ­a un retrato mĆ”s pequeƱo de Nikita Kruschev, lĆ­der de la URSS, y a la derecha, la figura de Mao Tse-Tung. En el Ć”ngulo superior derecho, una volanta decĆ­a: ā€œLa cabeza de playa comunista en Occidenteā€. Y el tĆ­tulo principal, sobre un fondo previsiblemente rojo, expresaba: ā€œLa Cuba del Cheā€. En el interior de la revista, el tĆ­tulo referido al Che era aĆŗn mĆ”s sugestivo: ā€œEl cerebro de Castroā€. Con premeditado simplismo, la revista habĆ­a establecido una división de tareas en la revolución Cubana: Fidel Castro, el lĆ­der, era el corazón; RaĆŗl Castro, jefe del EjĆ©rcito Rebelde, era el puƱo; y el mĆ©dico argentino devenido en guerrillero y, para entonces presidente del Banco Nacional y Ministro de Industrias, era el cerebro. En parte, los editores de Time estaban en lo cierto: el Che, ya en aquellos momentos, se habĆ­a convertido no sólo en un principalĆ­simo dirigente al interior de la revolución sino que era quizĆ” su mĆ”s refinado referente teórico. AsĆ­ lo ha reconocido, por ejemplo, Fernando MartĆ­nez Heredia, al sostener que Cuba fue ā€œel lugar donde se terminó de poner al marxismo en espaƱol. Donde, de verdad, tocó tierra el marxismo en AmĆ©rica Latina. Y en esa etapa histórica, le tocó al Che Guevara un papel de protagonista. Protagonista polĆ­tico junto a Fidel, y protagonista teóricoā€.


Tal vez el protagonismo teórico del Che, tan tempranamente detectado por el siempre agudo ojo del imperio, no haya sido suficientemente estudiado todavĆ­a. Suelen ser mĆ”s populares las biografĆ­as de sus aventuras juveniles, sus fabulosos viajes iniciĆ”ticos, o sus escritos guerrilleros ya sea durante los aƱos en la Sierra Maestra, o en el Congo, o en la selva Boliviana. El guerrillero heroico suele ocultar su faceta decisiva como constructor del socialismo desde la función pĆŗblica, como teórico de la revolución, como creativo economista polĆ­tico, como formidable polemista en busca de un diseƱo institucional para que la revolución, como querĆ­a MariĆ”tegui, no fuese ā€œni calco ni copia, sino creación heroicaā€. El Che con un libro entre las manos es tanto o mĆ”s importante que el Che que empuƱa las armas. O mejor dicho, son uno y el mismo, aunque el primero sea mĆ”s desconocido y suscite menos entusiasmos militantes. Para ir directo al grano: el socialismo es impensable, hoy por hoy, sin los aportes teóricos del Che. Y dichos aportes pueden resumirse, con todo el riesgo que esto implica, en la siguiente idea: la construcción del socialismo requiere, al mismo tiempo, una profunda transformación institucional y un cambio en la subjetividad. No puede haber revolución si cambios en ambos planos.


Esta idea que parece trivial, no lo es en absoluto. El Che se adelantó en varias dĆ©cadas a una de las polĆ©micas intelectuales que aĆŗn siguen vigentes en nuestros dĆ­as. El punto es si una transformación social –incluso una que consista solamente en reformas– puede realizarse cabalmente sólo por medio de reconfiguraciones en las instituciones, esto es, en las principales normas que rigen la vida social. Para algunos, alcanza con un buen diseƱo institucional para obtener, por ejemplo, una sociedad justa e igualitaria. Para otros, no basta con buenas instituciones sin un correspondiente cambio en las actitudes de las personas. Poniendo esto en tĆ©rminos mĆ”s concretos: algunos piensan que la justicia social requiere sólo instituciones justas; otros creen que tambiĆ©n se precisan personas animadas por un sentido de lo justo que sea congruente con las instituciones justas. El Che, sin duda, estĆ” en este Ćŗltimo grupo.


Para observar cómo el Che piensa la combinación entre la transformación estructural y el cambio actitudinal –que llamaremos cambio en ethos social– vale reproducir un fragmento de una entrevista que le hiciera el periodista Jean Daniel, del periódico L’Express, en 1963. Este fragmento bien puede ser considerado como una de las mĆ”s certeras sĆ­ntesis de la concepción de justicia social en el pensamiento del Che. DecĆ­a Guevara:


El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Uno de los objetivos fundamentales del marxismo es hacer desaparecer el interĆ©s, el factor ā€œinterĆ©s individualā€ y provecho, de las ā€œmotivaciones psicológicasā€. Marx se preocupaba tanto de los hechos económicos como de su traducción en la mente. El llamaba a eso un ā€œhecho de concienciaā€. Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un mĆ©todo de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria.


ĀæA quĆ© se refiere el Che al hablar de un ā€œsocialismo económico sin la moral comunistaā€? ĀæPor quĆ© no le interesa? Guevara tiene en mente por lo menos dos cuestiones. Una estrictamente teórica, y otra, por asĆ­ decirlo, prĆ”ctica o coyuntural. El problema teórico tiene que ver con la descripción que Marx realiza sobre la denominada fase inferior del comunismo (o socialismo, segĆŗn Lenin). En la CrĆ­tica del Programa de Gotha (1875), Marx sostiene que, una vez derrotada la burguesĆ­a, el comunismo se irĆ” desarrollando en dos fases. En la primera fase, en referencia a cómo se distribuye el producto social, Marx anticipa que al trabajo individual de cada persona se le harĆ”n descuentos –deducciones– para un fondo comĆŗn y sólo despuĆ©s de esto, cada quien recibirĆ” en función de su productividad. En una sociedad que viene del capitalismo y que lleva estas ā€œmarcas de nacimientoā€, no se pude esperar mucho mĆ”s. La producción se ha socializado, el fondo comĆŗn supone que nadie reclama para sĆ­ todo lo que produce, pero el reparto basado en la contribución individual recompensa a los mĆ”s capacitados, generĆ”ndose asĆ­ ciertas desigualdades de ingresos: los mĆ”s productivos ganan mĆ”s que los menos productivos. Marx explĆ­citamente sostiene que darle mĆ”s a los mĆ”s productivos significa recompensar ā€œprivilegios naturalesā€ –ya que nadie merece estrictamente su capacidad para rendir mĆ”s o menos– y que esto es un defecto del socialismo. En otras palabras: en esta primera fase los trabajadores estĆ”n dispuestos a aportar al fondo comĆŗn, pero al mismo tiempo reclaman pagos diferenciales por su productividad. Este Ćŗltimo rasgo, el ā€œinterĆ©s individualā€ que se expresa en el reclamo de un pago diferenciado segĆŗn la contribución viene de la entraƱa misma del capitalismo. De allĆ­ que en esta primera fase haya socialismo meramente económico, sin la moral comunista.


La cuestión prĆ”ctica o coyuntural a la que alude el Che con esta expresión tiene que ver con el debate que se habĆ­a suscitado entre dos sectores del gobierno cubano sobre el mejor modelo de organización económica. En rigor, el debate comenzó siendo una discusión tĆ©cnica que derivó luego en un impresionante intercambio sobre la transición al socialismo y sobre la concepción del comunismo. Los bandos en pugna podrĆ­an definirse segĆŗn su cercanĆ­a o lejanĆ­a con el modelo soviĆ©tico. Por un lado, el grupo mĆ”s cercano a organizar la economĆ­a segĆŗn las pautas venidas desde MoscĆŗ –en forma de manuales y recetas que irritaban sobremanera a la lĆŗcida y creativa mente del Che–, pretendĆ­a planificar la economĆ­a desde arriba y dejar que las empresas compitieran entre sĆ­, dando impulso a la producción a travĆ©s de incentivos materiales a los trabajadores. El Che, en cambio, tomando distancia del modelo soviĆ©tico, pretendĆ­a implementar una creación gestada con su equipo en el Ministerio de Industrias: el Sistema Presupuestario de Financiamiento. Este modelo implicaba una planificación democrĆ”tica (aunque dirigida desde el centro), la concepción de todas las industrias como una sola gran empresa para neutralizar la competencia entre unidades de producción, y el impulso de la productividad a travĆ©s de una combinación de incentivos materiales y morales. La idea era que estos Ćŗltimos fuesen reemplazando progresivamente a los primeros.


Para el sector alineado con MoscĆŗ, encabezado por Carlos Rafael RodrĆ­guez, titular del Instituto Nacional del Reforma Agraria (INRA), no era necesario promover un cambio en la conciencia de los trabajadores. Se trataba, simplemente, de lograr la mayor productividad posible, por vĆ­a de la competencia entre sectores y entre los propios trabajadores, para que asĆ­, casi mecĆ”nicamente, se lograra la abundancia material que finalmente llevarĆ­a a Cuba hacia la fase superior del comunismo. Para decirlo en lenguaje guevariano, el sector liderado por RodrĆ­guez se preocupaba mĆ”s por los ā€œhechos económicosā€ que por los ā€œhechos de concienciaā€. De algĆŗn modo, el sector nucleado en el INRA habĆ­a adoptado la creencia estalinista segĆŗn la cual la abundancia material causarĆ­a automĆ”ticamente un cambio de conciencia o, mĆ”s crudamente aĆŗn, que harĆ­a innecesaria cualquier consideración sobre la justicia distributiva y sobre el ethos social requerido para sostener instituciones socialistas (justas, igualitarias, libres, etc.). Tal como se dicen las modernas teorĆ­as de la justicia social, el comunismo mĆ”s dogmĆ”tico pensó en un futuro de plenitud material que colocarĆ­a a la sociedad mĆ”s allĆ” de la justicia, la virtud y la moral.


El Che, por el contrario, en su profunda herejĆ­a, estaba convencido de que no se podĆ­a combatir al capitalismo con sus ā€œpropios fetichesā€. En medio de aquel debate económico, en una carta a un ciudadano cubano llamado JosĆ© Medero Mestre, en 1964, el Che decĆ­a que si bien el capitalismo, la sociedad del hombre lobo del hombre, habĆ­a sido superada, todavĆ­a quedaban ciertos ā€œimpulsosā€ feroces ā€œdebido a que la palanca del interĆ©s material se constituye en el Ć”rbitro del bienestar individual y de la pequeƱa colectividad (fĆ”bricas, por ejemplo)ā€. Y agregaba: ā€œen esta relación veo la raĆ­z del mal. Vencer al capitalismo con sus propios fetiches […] me luce una empresa difĆ­cilā€. Por eso, su apuesta consistĆ­a en combinar un justo diseƱo institucional –el Sistema Presupuestario de Financiamiento– con un cambio de ethos social, cuya expresión metafórica mĆ”s famosa es el ā€œhombre nuevoā€.


Entonces, ĀæquĆ© quiere decir Guevara cuando afirma que ā€œsi el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un mĆ©todo de repartición, pero deja de ser una moral revolucionariaā€? En primer lugar, significa que si el comunismo se estanca en la primera fase, el socialismo, queda reducido a un simple mĆ©todo de reparto de los bienes de consumo, fuertemente marcado por el pasado capitalista que se resiste a morir. Si la producción se basa en la competencia entre empresas y entre personas, por mĆ”s que se hayan socializado los medios de producción, el resultado distributivo final estĆ” impregnado de aquellos impulsos que son propios del capitalismo. AsĆ­, los fetiches del viejo sistema aĆŗn hacen sentir su influencia decisiva en la dinĆ”mica de la sociedad naciente. Entonces, de lo que se trata es de llegar al comunismo plenamente desarrollado, a la fase superior, de modo tal que Ć©ste sea una ā€œmoral revolucionariaā€. Esta parte del argumento, una vez mĆ”s, alude a un problema teórico y a exigencias de prĆ”cticas de la construcción del socialismo en Cuba.


La cuestión teórica remite a la caracterización de la fase superior del comunismo. ĀæCómo serĆ” o habrĆ” de ser el comunismo? Marx y Engels no quisieron dar muchas pistas al respecto, para no parecerse a los pensadores que ellos mismos habĆ­an calificado como socialistas utópicos. AĆŗn hoy estĆ” en disputa –y no pretendemos resolverla ahora– si las parcas anticipaciones que Marx y Engels dejaron plasmadas aquĆ­ y allĆ” eran una mera descripción sobre cómo serĆ­a comunismo futuro o prescripciones sobre cómo deberĆ­a ser el futuro comunista. Lo cierto es que, en la ya mencionada CrĆ­tica del Programa de Gotha, Marx dice que en la fase superior del comunismo, una vez superada la ā€œesclavizanteā€ división entre el trabajo intelectual y el trabajo fĆ­sico, cuando ā€œel trabajo [ya] no es un medio de vida sino la primera necesidad vitalā€, cuando ā€œlas fuerzas productivas se han incrementado con el integral desarrollo del individuoā€, y cuando ā€œtodas las fuentes de la riqueza cooperativa fluyen mĆ”s abundantementeā€, reciĆ©n entonces puede cruzarse en su totalidad ā€œel estrecho horizonte del derecho burguĆ©s y la sociedad inscribir en sus pancartas: de cada quien segĆŗn su habilidad, a cada quien segĆŗn su necesidadā€. El Che leyó perfectamente a Marx. Para que haya comunismo se necesita abundancia (aunque no ilimitada) y tambiĆ©n el desarrollo integral de las personas. ReciĆ©n entonces, en las pancartas proletarias se leerĆ” el mandato de que cada quien aporte segĆŗn su capacidad y reciba segĆŗn su necesidad. Esta famosa frase –que aquĆ­ asumimos como prescripción y no como descripción– fue tomada por Marx del revolucionario francĆ©s Louis Blanc, uno de los principales promotores de la RepĆŗblica Fraternal de 1848 en Francia. Para algunos autores, con quienes coincidimos, se trata del principio distributivo comunista por excelencia y se conoce como Principio de Necesidades.


El Che era consciente como pocos de que el Principio de Necesidades exigĆ­a a la vez una cierta abundancia material y, al mismo tiempo, un enorme esfuerzo en tĆ©rminos de construcción de un ethos igualitario a escala social. Sucede que la distribución comunista segĆŗn las necesidades es tremendamente demandante, ya que rompe radicalmente con la lógica del mĆ©rito y de la recompensa segĆŗn la contribución. En el comunismo plenamente desarrollado, cada persona contribuye con su trabajo, al mĆ”ximo de sus capacidades. Y lo hace asĆ­ porque el trabajo ya no es una carga gravosa sino una ā€œnecesidad vitalā€; se supone, entonces, que en el trabajo no alienado, creativo, cooperativo, etc., cada quien puede hallar su propia recompensa. Paralelamente, cada quien recibe de los fondos sociales sólo lo que necesita para llevar una vida digna, esto es, para satisfacer sus necesidades (no sólo las necesidades bĆ”sicas de supervivencia, sino un amplio abanico de necesidades humanas, sin que esto incluya, por ejemplo, los gustos caros, la preferencias ofensivas, etc.). Se verifica aquĆ­ la extraordinaria situación segĆŗn la cual alguien que contribuye mucho a la producción puede recibir menos que alguien cuya contribución es menor. Si ambos estĆ”n convencidos de la justicia de este esquema, entonces la distribución segĆŗn las necesidades es posible.


AquĆ­ entra el juego la tesis guevariana del hombre nuevo. En su versión mĆ”s extensa y detallada, la noción del hombre nuevo aparece en el famoso artĆ­culo ā€œEl Socialismo y el Hombre en Cubaā€, publicado en periódico uruguayo Marcha, el 12 de marzo de 1965. Se trata de una obra fundamental, tanto que Fernando MartĆ­nez Heredia sostiene que este artĆ­culo ā€œes el Manifiesto Comunista del Che, donde Ć©l expresa su madurez y su reto; el documento mĆ”s ambicioso producido en AmĆ©ricaā€. Desde la perspectiva que nos dan los recientes debates en la teorĆ­a polĆ­tica contemporĆ”nea, la noción de hombre nuevo puede ser vista sin sus resonancias de ingenierĆ­a social o de mero deseo utópico en busca de una transformación radical en la naturaleza humana. Quien propone el hombre nuevo, el Che, es el mismo que le respondió a uno de sus colaboradores durante una discusión en el Ministerio de Industrias: ā€œĀæquiĆ©n te ha dicho que la Revolución se hace con Ć”ngeles? [Si asĆ­ fuese] no serĆ­a necesaria la Revoluciónā€. En otras palabras, el hombre nuevo es un ā€œarquetipoā€, una meta, pero no un modelo estandarizado que debe ser producido en serie a travĆ©s de dispositivos coercitivos. En todo caso, este proyecto consiste en crear un ethos revolucionario, un conjunto de sentimientos y actitudes congruentes con las instituciones socialistas y comunistas. En tal sentido, el Che sostiene: ā€œpara construir el comunismo, simultĆ”neamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allĆ­ que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Ese instrumento debe ser de Ć­ndole moral fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estĆ­mulo material, sobre todo de naturaleza socialā€. AquĆ­ se aprecia, sin lugar a dudas, que la construcción del comunismo supone el cambio institucional –la base material– y la transformación en el ethos social, expresado en la figura del hombre nuevo. Este sujeto no es ni un santo, ni un hĆ©roe completamente desinteresado; es simplemente –y nada menos que– una persona suficientemente justa y comprometida con los principios, valores e instituciones socialistas.


En El Socialismo y el Hombre en Cuba, Guevara insiste en que los estĆ­mulos materiales –propiciados por el sector pro soviĆ©tico– no producirĆ”n por sĆ­ solos el cambio cultural que se requiere para la construcción del socialismo y el comunismo. Por eso advierte que si no se atiende al ā€œfactor subjetivoā€, para usar un lenguaje algo en desuso, el resultado puede ser el estancamiento del impulso revolucionario. En sus palabras: ā€œpersiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancĆ­a como cĆ©lula económica, la rentabilidad, el interĆ©s material individual como palanca, etcĆ©tera) se puede llegar a un callejón sin salidaā€. Peor aĆŗn, en 1966, desde Praga, en un escrito premonitorio, el Che observa que por haber seguido aferrada a los fetiches del mercado la URSS estĆ” ā€œregresando al capitalismoā€.


En tĆ©rminos del filósofo socialista canadiense G. A. Cohen, puede decirse que el Che creĆ­a en una sociedad ā€œconstitutivamente justaā€, es decir, una sociedad igualitaria en la cual las instituciones y las personas expresan y sostienen, al mismo tiempo, el ideal de la igualdad (dadas ciertas condiciones materiales suficientes, aunque no de hiperabundancia). Para los sacerdotes el marxismo de manual llegado desde la URSS, la posición del Che era claramente herĆ©tica. Y ya se sabe, las sectas temen mĆ”s a los herejes que a los ateos. Veinte aƱos despuĆ©s de que el Che fuera asesinado en La Higuera, dos de sus adversarios en el debate económico reconocieron que el sistema guevariano era el mĆ”s genuinamente marxista. Carlos Rafael RodrĆ­guez admitió finalmente que el proyecto del Che estaba ā€œmĆ”s cerca de lo que tiene que ser la sociedad del futuroā€, mientras que Marcelo FernĆ”ndez Font afirmó que era necesario ā€œaceptar que desde el punto de vista conceptual, el Sistema Presupuestario propugnado por el Che [era] mĆ”s progresista, se [acercaba] mĆ”s al porvenir, a lo que debe ser la sociedad futuraā€. Dice Borges que los justos son aquellos que prefieren que los otros tengan razón. El Che era un hombre justo; y la astucia de la historia terminó dĆ”ndole la razón.


*Investigador del IPEHCS-Conicet y profesor de Teorƭa Polƭtica en la Universidad Nacional del Comahue, Argentina. Autor de El Marxismo y la justicia social: la idea de igualdad en Ernesto Che Guevara (2011) y Marxistas y liberales: la justicia, la igualdad y la fraternidad en la teorƭa polƭtica contemporƔnea (2016).

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