Imagen: Cabeza contemporánea I, L. Nicolás Guigou.
Sea a la izquierda, al centro o a la derecha, la clase media es reconocible en su atributo esencial de insatisfacción permanente. La clase media –vernácula o global- vive su diurnidad atravesada por la fantasía de ir a más. En su vigilia soleada se imagina llegando al paraíso burgués con plenos derechos, sorteando las trampas de la hipercorrección y la vulgaridad que les son tan propias, casi una segunda naturaleza.
Por las noches, su temor a la caída vuelve una y otra vez. No se trata precisamente de una ensoñación mística, sino del terror nocturno, del definitivo horror del descenso hacia ese infierno oscuro en el que habita el proletariado y otros seres innombrables.
En esa tensión, en esa inseguridad intermitente, la clase media expresa su aburrida y esperable cosmología social. Defensora acérrima de la autonomía (de la cual carece), de la libertad de pensamiento (que desconoce), de la emancipación (aunque está llena de cobardías y meandros), su valor supremo es ante todo y por todo, la seguridad.
Su seguridad y la seguridad familiar de los suyos. Los dramas que puedan surgir más allá de estos límites no importan en demasía. Cargada de deseos de exterminio para aquellos diferentes – la clase media no es el terreno de la mismidad, es la mismidad propiamente dicha- ha sabido apoyar a todos los fascismos existentes con vehemencia y convicción. Su espíritu liberal se aquieta o desaparece apenas su situación social se coloca mínimamente en riesgo o bien el mandamás de turno es capaz de ofrecerle algunos denarios extras.
Odian a los pobres, principalmente. Si bien en la clase media suelen predominar los preclaros sentimientos de genuflexión, envidia y lisonjeo hacia los dominantes y poderosos, algunos ejemplares de la misma pueden presentar pulsiones hacia un mundo más equilibrado y pleno. Cuando la clase media llena de tedio y sentimiento de culpa permite que surjan en su seno algunos pujos revolucionarios y demandantes, su papel de justiciero no reconoce límites en su radicalidad. Tal vez una de las figuras más graciosas (y patéticas) que emanan de este sector social, tenga que ver con el amalgamiento entre las evidentes, notorias y oportunistas estrategias de ascenso social y la defensa de alguna causa noble y superior. Todo lo que se pueda escribir sobre el fenómeno de la vida inauténtica palidece frente a esta conjugación frecuente y malévola.
Por último, diremos que la clase media es responsable del flagelo de la mesocracia.
Esta forma de regulación y producción de la mediocridad social, hace que el ambiguo y descarado principio de realidad de la clase media pase a ser la realidad misma.
Llena de cobardía y certidumbre, la mesocracia en su proyecto de racionalización homogeneizadora, lleva a diferentes sociedades al borde de la locura. Que países en los cuales la mesocracia logra ser hegemónica se pueblen de suicidas y trastornos mentales, indica el daño que atrae el universo de la mismidad y la normalidad clasemediera.
Cuidémonos de ella.
*Profesor Titular, Dpto. de Ciencias Humanas y Sociales, IC, FIC, UDELAR.