Entrevista a Chris Gilbert, profesor e integrante de Escuela de Cuadros.
Hemisferio Izquierdo: ¿Qué explica el surgimiento y desarrollo de lo que conocemos como “chavismo” o “revolución bolivariana”?
Chris Gilbert (CG): La revolución bolivariana emerge de las necesidades del pueblo, de los problemas que venían de tiempo atrás y requerían de soluciones urgentes (de esta grave situación el Caracazo de 1989 fue uno de tantos otros síntomas). Estas necesidades insatisfechas fueron el motivo y el motor más importante de la revolución. Un libro que acabo de leer, “El Pensamiento Económico de Hugo Chávez” de Alfredo Serrano Mancilla, trata precisamente este tema. El volumen resalta la forma en que Chávez siempre le dio valor al corto plazo y a las necesidades básicas y sentidas del pueblo. El libro es interesante, pero creo que es así pese a su autor: el texto apunta a cosas que Serrano Mancilla deja de explorar o resuelve con ademanes literarios. Al caso viene, por ejemplo, la contradicción entre una revolución que, por un lado, surge de las necesidades básicas de la población y se esfuerza por darles respuesta –Serrano Mancilla tiene razón al defender el “cortoplacismo” chavista: el empeño de Chávez de tratar lo inmediato y no subordinarlo a metas distantes– y, por otro lado, tiene que transitar hacia a una visión más estratégica, hacia metas a largo plazo. El problema del libro es que presenta esta transición como algo ya resuelto por Chávez (quizás revela la actitud predecible de un asesor profesional cuando afirma que “de esta manera el paradigma económico chavista fusiona el hoy con el mañana, el ahora con el cambio de época”); pero la verdad es que esta transición, cómo resolverla y conjugar lo inmediato –que es el motor revolucionario– con el objetivo estratégico, no quedó resuelta por Chávez.
Este no es un problema menor, que además viene de tiempo atrás en el pensamiento socialista. Hace unos 80 años Walter Benjamin apuntó a la forma en la que la izquierda se engaña –asume una perspectiva meramente progresista y abandona la revolución– mirando hacia adelante y construyendo castillos en el aire del futuro. No, más bien el revolucionario debe mirar al pasado, solucionar los problemas del presente y del pasado. Este es el motivo más auténtico, el motor y el impulso verdadero de las revoluciones. Pero, por otro lado (y este aspecto también está en el pensamiento de Benjamin), la revolución es el momento en el que lo político se sobrepone sobre lo histórico y lo económico y –diría yo– lo político encerrando una visión estratégica. Ahora bien, el problema es cómo cuadrar el polo de la visión estratégica con el otro polo, el de lo que se siente y lo que motiva: el ahora y lo inmediato.
HI: ¿Qué elementos explican la actual coyuntura de crisis político-económica?
CG: Creo que la crisis actual tiene su raíz en este problema o contradicción que mencioné antes. Muchos analistas afirman que la crisis empezó en 2012 con el agravamiento de la enfermedad de Chávez y su posterior ausencia, pero la raíz de la crisis, que en términos políticos tiene que ver con la no-solución del problema, viene de mucho antes. Es común resaltar el desajuste entre, por un lado, nuevos patrones de consumo y demanda ampliada de la población –gracias a la nueva distribución de la renta bajo el chavismo– y, por otro, una economía importadora, dependiente, que no puede satisfacer dicha demanda. Efectivamente, este desajuste es una causa importante que conlleva a la inflación y, hoy en día, a la escasez (todo esto mediado, claro está, por el tremendo problema de la presión inflacionaria generada por el excedente en manos de la burguesía importadora). Pero es importante resaltar que esta situación comenzó a tomar forma más temprano y tiene una multiplicidad de aristas, incluyendo un elemento irreductiblemente político. Esencialmente, con una mirada retrospectiva, uno debe hacer frente al problema político no resuelto: cómo cuadrar el impulso inmediato con los objetivos estratégicos.
En este sentido es necesario examinar el esfuerzo fracasado de formar un partido revolucionario. No quiero presentar el partido revolucionario como la solución prefabricada –como si el partido y sus características fueran una fórmula evidente y el fracaso de Chávez y nuestro hubiese sido no aplicarla. No, más bien el partido revolucionario es el nombre de este problema, es el lugar del problema. El partido debe ser el aparato (el conjunto de prácticas) con el que se logra cuadrar lo vivido y lo urgente con lo estratégico. En el legado histórico del socialismo, se vislumbra este problema en la revolución China; en el momento de la revolución cultural Mao planteó que era necesario “bombardear el Estado Mayor del partido”. El partido no estaba cumpliendo su papel. Mao planteó que había que regresar al impulso revolucionario y al ahora, porque el partido se había apartado del ya y del impulso revolucionario. Por mi parte, veo la revolución cultural China como un esfuerzo por hacer frente al mismo acertijo sin lograr solucionarlo. Aunque en nuestro caso el dilema comenzó por el otro polo de la contradicción –el polo estratégico–, efectivamente el problema que estamos enfrentando es el mismo.
Creo que la esencia de la crisis que estamos viviendo se oculta tras la frase mistificada y positivista de Rafael Correa “cambio de época”. El término oculta el problema, lo tapa; da por sentado lo que es, en efecto, sólo una posibilidad. Se asume entonces que el cambio de época es un hecho consumado, algo que ya se logró. No, más bien el problema es qué puede constituir un cambio de época; o sea el comienzo de una nueva serie, una ruptura revolucionaria con el pasado que constituya el comienzo de nuevos tiempos. Si me permites una comparación aparentemente ajena (pero en verdad no tanto), diría que la historia del cristianismo está atravesada por este problema: mantener el horizonte de un nuevo tiempo para el que no tenemos una fórmula o un libreto –es más bien una apertura y una promesa a partir de un evento que excede toda legalidad existente–. Pero aunque como los cristianos no tenemos una visión completa de la “parusía”(1) porvenir o del “fin de los tiempos”, la revolución debe apuntar siempre a una nueva manera de hacer las cosas o a un nuevo camino.
HI: ¿Cuáles deberían ser las orientaciones estratégicas en el momento actual?
CG: Más que abogar por una estrategia u otra, creo que el encargo ahora es pensar en las condiciones para asumir cualquier estrategia. El problema es, de nuevo, cómo conjugar el presente y el pasado con el proyecto futuro. Yo diría que este problema es equivalente al de cómo hacer la política estratégica de una forma democrática, o de cómo llevar a cabo la democracia de una forma estratégica. No es fácil.
Walter Benjamin cuenta una historia que viene del antropólogo Bachofen en la que los ciudadanos de Megara después de abolir la realeza vivieron tiempos turbulentos. Por lo tanto, fueron al oráculo délfico y preguntaron qué hacer. El oráculo dijo que es necesario apoyarse en la mayoría. Acto seguido, los ciudadanos de Megara sacrificaron una garza para los muertos en su prytaneum, una suerte de consulta. ¿Por qué? ¡Porque la mayoría está muerta! Ahora, hoy en día, aunque no diríamos que los muertos deben incluirse en el registro electoral, es un hecho que la democracia tiene que ver con dialogar con lo pretérito y con lo que existe. Así, cuando la democracia toca la economía (“la democracia económica”), ésta debe responder a la distribución injusta que viene del pasado (resultado de la “acumulacíon originaria”). Por esta razón la democracia carga un elemento irreduciblemente “populista”. En cambio, tomando ahora la otra mitad de lo que se puede llamar democracia estratégica, la política también se orienta al futuro, a lo que se proyecta estratégicamente: es la praxis orientada a dar resultados. Por lo tanto, la democracia estratégica debe conjugar el pasado y lo ya existente (el momento democrático o populista, si se quiere) con el futuro que se proyecta estratégicamente.
Podemos vincular lo anterior con un concepto mistificado de Serrano Mancilla, “la dialéctica situacional”, que es, según su argumento, un rasgo del pensamiento de Chávez. Para este autor, la dialéctica situacional es algo que media entre el enredo de la situación presente y la respuesta en términos de un proyecto estratégico. Pero el error de Serrano Mancilla es pensar que esto puede ocurrir en la cabeza de una persona (“el pensamiento económico de Hugo Chávez”). No, más bien debe darse en el conjunto del movimiento por no decir en la sociedad. ¿Cómo concebir una dialéctica situacional en el movimiento bolivariano? Tendría que concretarse con prácticas organizativas de carácter popular.
Hay una cuestión importante que se dio en el desarrollo de Chávez, a quien, como es bien conocido, se le dio un golpe de Estado en 2002. Pero ese no fue un evento fechado, más bien perduró: esencialmente la actitud de tumbar el gobierno se mantuvo y hay más de un grano de verdad en el constante grito de “golpismo” que vino de las filas del chavismo. Entonces el problema es cómo trabajar en una condición de permanente excepcionalidad. Esta condición de excepcionalidad refuta la idea idílica del chavismo promovida por algunos que afirman que el eje central de la revolución bolivariana es el Estado de derecho. No, más bien el problema del chavismo es cómo convertir la excepcionalidad del enemigo en una excepcionalidad a nuestro servicio y al del socialismo: “el verdadero Estado de excepción” del que habla Benjamin. Este dilema no está resuelto, no se resolvió en Cuba (el bloqueo y el asedio imperialista contra la isla son otra forma de excepcionalidad), ni aquí en Venezuela.
Chris Gilbert es profesor de ciencia política en la Universidad Bolivariana de Venezuela e integrante del programa de formación política Escuela de Cuadros (www.youtube.com/user/escuelacuadros)