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Maria Cantabrana Carassou*

Memoria y desmemoria del Uruguay antifascista en la guerra civil española


Fotografía: Manifestación del sábado 20 de diciembre de 1938 en la Av 18 de Julio de Montevideo (i).

"Aunque soy muy viejo hoy, era un niño en 1938-39, recuerdo algunas cosas en forma muy viva, porque mi madre integraba un comité de ayuda a la República, no recuerdo qué tipo de organización era ni dónde se reunía, aunque por alguna razón lo asocio en mi memoria con una iglesia evangélica del barrio (vivíamos en el Buceo, por Propios y Ramón Anador). Recuerdo que la acompañaba en sus recorridas por los comercios del barrio pidiendo su solidaridad con el pueblo español, en particular útiles escolares para los niños, ropa de abrigo, mantas, y todo eso. Recuerdo que vecinas del barrio tejían prendas de lana. Pero mi papel no era de un simple acompañante, también tuve mi tarea concreta: juntar los papeles de plomo que eran envoltura tanto de los chocolatines (¿se acuerdan los chocolatines con figuritas para coleccionar en álbumes? me parece que eran muy bellas, o al menos así me quedaron en la memoria) papeles de plomo que también protegían las cajillas de cigarrillos, en fin, bombones, y muchos otros productos. Hacíamos, los niños, pelotas con ese plomo, que luego se entregaban en los comités y se enviaba para fabricar balas para los milicianos (Sí, porque los republicanos eran “milicianos”, y no meros soldados). Recuerdo los planos que aparecían en los diarios, creo que El Día era el que se leía en casa, con la descripción de las batallas. Me quedaron grabados nombres, Teruel, el Ebro, el Jarama, la defensa de Madrid. Me acuerdo que un día se llenó el Estadio Centenario con la llegada de un dirigente republicano, Indalecio Prieto se llamaba, y recuerdo la tristeza de mi madre en los días de la retirada.

En fin, hoy, tan lejos en el tiempo, siento que, no como enseñanzas de los libros, sino de una manera muy entrañable, aprendí a querer la solidaridad como uno de los mejores atributos de los pueblos, y me emociona muchísimo escuchar las viejas canciones republicanas".

El 10 de febrero de 2015 Wladimir Turiansky escribía estas palabras en La Columna Uruguaya. Historia de los uruguayos en la guerra civil española, el blog donde damos cuenta de los avances del proyecto de investigación “Los voluntarios uruguayos en la guerra civil española”. Su comentario, con la aparente sencillez de quien escribe unos recuerdos de infancia, resume en pocas líneas el impacto que tuvieron en Uruguay las dramáticas noticias que llegaban desde España a raíz del intento de golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Cada ciudad, cada barrio, cada generación, género y nacionalidad difundió información, activó la discusión política y movilizó toda la ayuda material que estaba a su alcance para defender a esa España asediada por el fascismo, ya fuera en nombre de un gobierno democrático legítimamente constituido que había sido atacado, o de la revolución social sin igual que estaba teniendo lugar en distintos territorios en el momento del golpe. Se calcula que unos 80 uruguayos estuvieron allí ocupando tareas diversas. El proyecto de investigación se propone recuperar y visibilizar las vidas e itinerarios de estos voluntarios, así como del contexto político y social en el que se enmarcan estas idas y venidas. En este artículo trataremos de dar cuenta brevemente de alguno de los aspectos que nos parecen de interés, asumiendo que la inmensidad del material con el que nos enfrentamos apenas nos permitirá unas pinceladas.

La guerra civil española (1936-1939) tuvo un gran impacto en el Río de la Plata. Quizás se deba al hermanamiento entre Uruguay y España por su historia común. Unos lazos que se fueron reforzando con cada oleada migratoria que llegaba a la orilla oriental del río Uruguay desde tiempos coloniales, primero desde las Islas Canarias, más tarde desde Galicia, Asturias, el País Vasco o Cataluña. Un movimiento transatlántico que no fue sólo de personas: con ellas viajaban sus ideologías políticas. Obreros españoles e italianos que, forzados por las circunstancias, emigraron al Río de la Plata donde desarrollaron notablemente una lucha sindical que, hasta la Revolución Rusa, estuvo básicamente vestida con los colores rojos y negros del anarquismo, para más adelante compartir protagonismo con los comunistas.

Pero más allá de los vínculos familiares entre las dos orillas del Atlántico y de una similar efervescencia de la lucha obrera, la guerra civil española estalló en un momento en que Uruguay estaba viviendo una dictadura filofascista, la de Gabriel Terra, desde marzo de 1933. En 1936, mientras la oligarquía, el ejército y ciertas facciones del Partido Colorado y Partido Nacional coqueteaban con el fascismo europeo, la mayor parte del pueblo uruguayo, especialmente los estudiantes y los trabajadores, comprendieron que luchar contra el fascismo en España era luchar contra el fascismo y el autoritarismo en Uruguay. La salida gradual de la dictadura de Terra en la figura de su cuñado Alfredo Baldomir en 1938, quien había sido jefe de policía y ministro de defensa durante la dictadura, no supuso un cambio de actitud del gobierno uruguayo hacia los regímenes fascistas europeos. Más bien todo lo contrario, ya que las relaciones diplomáticas se mantuvieron exclusivamente con el gobierno de Burgos del general Franco, al tiempo que se reforzaba la colaboración con la Alemania nazi y la Italia fascista. No fue sino hasta la presidencia de Juan José de Amezaga en 1943 cuando se normalizó la vida democrática en Uruguay y la política exterior basculó completamente hacia los aliados, ya en plena Segunda Guerra Mundial.

Podemos entender entonces cómo la guerra civil española ahondó aún más la brecha entre el gobierno de Terra, responsable de que Uruguay fuera uno de los primeros países en reconocer el Movimiento Nacional de Franco, y el pueblo uruguayo. Así, mientras la dictadura se negaba a reabrir relaciones diplomáticas con la II República Española, pese a que miles de manifestantes se lo pedían a gritos en las calles, el pueblo organizado en decenas de comités de apoyo a la República mandaba en barcos toneladas de alimentos y ropas, tabaco y dinero. Dinero destinado, por ejemplo, a abrir asilos para niños huérfanos (ii). Uruguay y Argentina cuentan entre los países que más volumen de ayuda no militar le dieron a la causa republicana, lo que en el caso del primero es notablemente meritorio si pensamos en su reducida población y en que todo este esfuerzo fue llevado adelante con la oposición manifiesta del gobierno.

El país hervía en muestras de apoyo a la causa republicana; multitudinarias manifestaciones por las avenidas principales de Montevideo, picnics, conciertos, campeonatos de fútbol, recitales de poesía o mítines políticos. Una actividad frenética desarrollada desde una intrincada red de comités de apoyo organizados por barrios, por gremios o por colectivos de inmigrantes, casi siempre estructurados en una sección de hombres, otra de damas y otra juvenil (iii). Un vistazo al periódico España Democrática muestra que hubo semanas en las que cada día se contó con actos pro-republicanos, de forma simultánea, en la mayor parte de los barrios de la capital.

Pero esta movilización generalizada no se produjo solo en Montevideo. Prácticamente en todos los departamentos del Uruguay hubo comités de apoyo, espacios que, para muchas mujeres, supusieron el primer contacto con la militancia política organizada. En otros casos fueron la excusa perfecta para que en muchas localidades hubiera mítines comunistas por primera vez. Todos los partidos de la oposición a Terra (comunistas, socialistas, batllistas y ciertos sectores del Partido Nacional), así como el movimiento anarcosindicalista y el estudiantil de la FEUU, actuaron de forma bastante coordinada no solo en la ayuda a la "España leal", sino también en la propaganda y pedagogía de lo que suponía la amenaza del fascismo y el compromiso con la resistencia. Todos ellos sabían que era en España donde el fascismo estaba actuando por primera vez de forma generalizada, y si allí no se le paraban los pies podría extenderse con terribles consecuencias, tanto en Europa como en Sudamérica. No estaban muy desencaminados en sus apreciaciones. Baste citar el reciente trabajo de Carlos Zubillaga (iv) analizando a los más de trescientos militantes del Partido Nacional que, empezando por su dirigente Luis Alberto de Herrera, estaban afiliados al partido fascista español Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. O los libros que publicó Hugo Fernández Artucio -uno de nuestros protagonistas- nada más volver de la guerra de España, donde da a conocer los nombres, localizaciones y planes subversivos de los nazis que operaban en Uruguay (v).

En este ambiente político y social encontramos el contingente más importante de voluntarios que haya salido de las fronteras uruguayas en su historia contemporánea para luchar en otro país, y además, al otro lado del Atlántico. Dándonos cuenta de la magnitud que tuvo la ayuda del pueblo uruguayo organizado podemos comprender la profunda huella que aquella dejó en la sociedad oriental, tanto entre los militantes ya movilizados de la izquierda, como en aquellos sectores de población sin militancia previa. Al calor de la guerra civil española, unos y otros aglutinaron y movilizaron un amplio espectro de actores y tendencias políticas, algo que estuvo recogido en el relato histórico de las izquierdas uruguayas durante las décadas del 40, 50 y 60.

Pero mientras que en otros países la memoria de las Brigadas Internacionales y los voluntarios internacionales no deja de crecer -es el caso de Gran Bretaña, Estados Unidos o Francia-, en Uruguay su reconocimiento ha quedado casi por completo disipado.

El impacto de la revolución cubana en las luchas sociales y políticas en Uruguay desde la década de los 60, sumado a la ruptura de los lazos sociales que supusieron las últimas dictaduras en el cono sur, seguramente estén entre las causas que expliquen por qué la lucha antifascista de la primera mitad del s. XX ha desaparecido de las genealogías políticas de las luchas actuales en Uruguay. El Che Guevara sustituyó a Durruti en el imaginario colectivo.

Para intentar aportar a la memoria desde la Historia nos inspiramos en Walter Benjamin, y en sus reflexiones sobre la I Guerra Mundial, cuando se abrió una etapa en la que los hechos históricos fueron tan traumáticos y de tal magnitud que sobrepasaron a sus protagonistas, impidiendo que éstos dieran un marco explicativo a sus propias vivencias. Los luchadores volvieron enmudecidos de las trincheras y los campos de batalla. Las exiguas memorias, en sí mismas, no podrían explicar la realidad. Siguiendo esta estela abierta por Benjamin, la filósofa argentina Beatriz Sarlo (vi) aboga por la importancia de la interpretación histórica, ya que tan importante o más que recordar es comprender, aunque para comprender haya que recordar. El aporte de Benjamin en la Filosofía de la historia cobra especial importancia, ya que parte de una reivindicación de la memoria como instancia reconstructiva del pasado. El historiador no "reconstruye" los hechos del pasado, sino que los "recuerda", dándoles así su carácter de pasado presente, respecto del cual hay siempre una deuda impaga. La Historia como memoria de la historia, “mediante un movimiento romántico-mesiánico de la redención del pasado por la memoria, que devolvería al pasado la subjetividad”. La deuda impaga con el pasado es especialmente con los excluidos de la Historia, es la memoria de los olvidados, de los vencidos, de las clases subalternas que, en la mayoría de los casos, no aparecen en los libros de Historia.

En esta línea argumental, para poder pagar la deuda con el pasado, el historiador debe posicionarse políticamente; esto es, al hacer memoria de las luchas pretéritas de los excluidos de la Historia, las actualiza. En este sentido la Historia puede entenderse como un arsenal, como una reserva de recursos con los que comprender, desnaturalizar y enfrentarse a las desigualdades actuales. Es ese precisamente su potencial subversivo, pedagógico y de crítica radical (vii). Enmarcamos la presente investigación en esta línea, la de una Historia que recuerde e interprete vivencias y luchas desplazadas por otros relatos hegemónicos sobre el pasado, y como un aporte desde la investigación a la memoria colectiva de los uruguayos y uruguayas, especialmente a la de las clases populares, obreras y estudiantiles, brindando nuevas herramientas para las luchas actuales.

Pero ¿quiénes eran aquellos, autoidentificados como antifascistas, que fueron a luchar a España? Para empezar podríamos decir que no formaban ningún grupo homogéneo y que representaban una variedad de proyectos políticos y formas de lucha dispares. Nuestro estudio no pretende la mitificación ni la heroización, sino comprenderlos en su realidad, con sus contradicciones, sus evoluciones biográficas, y sus variadas agendas políticas, que incluso fueron abiertamente enemigas en el solar hispano. Manejamos un listado de unos 80 nombres, la inmensa mayoría hombres jóvenes, uruguayos o nacionalizados uruguayos, según el criterio base marcado en la investigación. Casi 80 historias diferentes, de las que manejamos una información muy desigual. De un tercio solo tenemos el nombre, mientras que en otros casos hemos podido realizar una interpretación bastante completa de sus vidas, de sus ideologías políticas. En la mayoría de los casos les preceden historias militantes activas antes de partir a España, y algunos ya habían probado la mano dura de la dictadura terrista, siendo torturados o encerrados por sus posicionamientos políticos. Estas ideologías, como decíamos, son variadas, pero podemos destacar tres grandes grupos: los comunistas, los anarquistas, y los demócratas antiterristas, una especie de cajón de sastre en donde podemos incluir a algún batllista, socialista, militares demócratas, e, incluso, a un simpatizante del Partido Nacional, como Ramón Tajes.

Para el primero de los grupos contamos con militantes y afines al Partido Comunista de Uruguay (PCU). Desde jóvenes afiliados de base a representantes de la dirección del partido, como Andrés Risso y José Lazarraga, quienes le habían disputado la secretaría general a Eugenio Gómez. Al igual que los antiguos generales romanos, partir a la guerra fue una forma de recuperarse de la victoria de Gómez, y de volver a reunir las fuerzas suficientes para nuevos combates por hacerse con el poder en el PCU. Del grupo de comunistas, muchos de ellos afiliados luego al Partido Comunista de España (PCE) en pleno fragor de los combates, surgió el grueso de los que fueron estrictamente miembros de las Brigadas Internacionales, unos 22 (viii), que suponen algo más de la cuarta parte del total de uruguayos y nacionalizados uruguayos que participó en la guerra. Por el momento hemos podido identificar a la mitad de esos Brigadistas Internacionales uruguayos. Algunos de ellos eran de origen húngaro, irakí o rumano, y la mayor parte de ascendencia española o italiana. Varios de ellos, como José Facal o Felipe Torres, murieron en las más cruentas batallas de la Guerra Civil, como la del Ebro. Sus cuerpos siguen allí, enterrados en alguna trinchera o cráter de bomba, esperando a que algún gobierno democrático decida recuperar sus restos.

Otro gran grupo de voluntarios fue el de los anarquistas, movimiento que en aquellos años era la vanguardia y la opción mayoritaria de la lucha sindical tanto en España como en Uruguay (ix). La mayor parte de ellos fueron llamados desde España por el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo - Federación Anarquista Ibérica (CNT-FAI), del que había una sede en Montevideo. Las tareas encomendadas en la contienda fueron propaganda y comisariado político, principalmente. La coordinación transatlántica que permitió que aquellos, que más que a la Guerra Civil iban a la revolución de España, arribaran a su destino, estaba forjada desde hacía décadas por lazos firmes en la estrategia política y por una alta movilidad de obreros libertarios entre España, Italia, Uruguay y Argentina.

Si el partido era lo que estructuraba la identidad de los comunistas uruguayos que fueron a combatir a España, los anarquistas giraban en torno a las organizaciones estudiantiles, sindicales y propagandísticas. Ejemplo de todo ello fueron la Federación Estudiantes Universitarios (FEUU), la Unión Sindical Uruguaya (USU), la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU) y la revista Esfuerzo. En la redacción de ésta trabajaron la mayor parte de los anarquistas uruguayos que fueron a España (Pedro Tufró, Virgilio Bottero, José B. Gomensoro, Federico G. Ruffinelli y Roberto Cotelo), junto a destacadas figuras libertarias como Luce Fabbri o Carlos María Fosalba.

Las ideas de “ayudar a la República y luchar contra el fascismo” que se barajaban en el ambiente político uruguayo, tuvieron que ir perfilándose al llegar a España, y así decantarse por alguno de los diferentes proyectos políticos que competían entre sí en el bando Republicano. No obstante entre los anarquistas no existía ninguna indefinición o ambigüedad antes de partir. Eran muy conscientes que iban a formar parte de la revolución española, aquella por la que miles de hectáreas de cultivos y cientos de fábricas habían sido colectivizadas en diversas zonas de España. La tensión entre los comunistas, por un lado, y los anarquistas y trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) por otro, alentada desde Moscú, y llevada a la práctica por un PCE responsable en última instancia de la creciente profesionalización de las milicias populares y su asimilación en el Ejército Popular de la República, fue en aumento. Un punto de inflexión fueron los hechos de mayo de 1937: una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Uno de los voluntarios de nuestro proyecto, el elegante y joven anarquista Pedro Tufró, murió como consecuencia de esta escalada de violencia en la retaguardia.

Un tercer gran y heterogéneo grupo, continuando esta clasificación fundamentada en los horizontes políticos de los voluntarios, lo constituye el integrado por militantes demócratas antiterristas, tanto militares como civiles. Alguno de ellos, como el mencionado Hugo Fernández Artucio, socialista, también formó parte de las Brigadas Internacionales. Hubo varios militares uruguayos que tuvieron papeles destacados como oficiales en el Ejército Popular de la República, caso de los capitanes Ernesto Bauer y Juan José López Silveira, quien acabó siendo militante comunista, o en La Gloriosa, la aviación republicana, como Luis Tuya, que murió en combate aéreo, y cuyas habilidades en el aire eran reconocidas incluso por sus enemigos. Otros, como el reportero de guerra Alberto Etchepare, combatieron al fascismo contando historias y entrevistando a personalidades del bando republicano. No obstante no le hubiera importado en lo más mínimo sustituir la pluma por el fusil.

Habría que destacar que varios de los voluntarios ya se encontraban en España antes de que estallara la guerra. En algunos casos se trata de hijos de emigrantes españoles que tras los intentos por establecerse en Uruguay para llevar una vida más digna, tuvieron que volver a su país de origen igual de empobrecidos que cuando salieron. Varias de estas historias de vida, como la del anarquista Sol Ladra, hijo de unos gallegos que al volver a España se establecieron en Cantabria con unas cuantas vacas, nos muestran una cruda realidad que contrasta vivamente con el mito hispano de “hacer las américas”, encarnado en la figura del indiano, y en sus opulentas mansiones de estilo colonial, destacadas entre las humildes casas de sus aldeas de origen.

Muchas de estas historias de vida vuelven a tener un punto en común en la experiencia concentracionaria, especialmente marcada por los campos de concentración de las playas mediterráneas de Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien, y por los barracones de Gurs, en el sur de Francia. Algunos, como el comunista y brigadista internacional Román López Silveira, no sobrevivieron a los rigores de dormir sobre la arena húmeda, desnutridos y agotados por los combates. Otros pasaron a campos de concentración nazis. Istvan Balogh sobrevivió a Mauthausen, pero Antolín Martínez Delfino murió en ese infierno en 1941. La mayor parte del grupo de Gurs, los pertenecientes al barracón Islote J o “barracón de los uruguayos”, lograron volver gracias, nuevamente, a la incesante labor de los comités de apoyo. Tras el regreso de la mayoría de los uruguayos en campos de concentración franceses los comités de apoyo se disolvieron o se reconvirtieron en comités de apoyo al bando aliado en la Segunda Guerra Mundial.

En la localidad de Santiago Vázquez, un bello paraje de las afueras de Montevideo sobre el arroyo Santa Lucía, se colocó en el 2009, a instancias de la Intendencia de Montevideo, una placa para homenajear a los voluntarios uruguayos en la guerra civil española. Las obras del parque en donde se encuentra la placa comenzaron justo en 1933, a la par que la dictadura de Gabriel Terra. No fue hasta el 7 de noviembre de 1943 cuando se inauguró, enmarcado en la transición hacia la democracia de la presidencia de Alfredo Baldomir, con el significativo nombre de Parque Segunda República Española. En este hecho se escenificaba una nueva lucha por la memoria, situando a Uruguay, de forma simbólica, en el conjunto de países que apoyaban a los aliados y que condenaban los regímenes fascistas, incluido el franquista. La última dictadura cívico-militar lo declaró Monumento Histórico Nacional, para, paradójicamente, destruirlo poco después, cortándolo en dos con el nuevo trazado de la Ruta 1. El recuerdo del Uruguay prorrepublicano, antifascista y revolucionario quedaba así material y simbólicamente apartado.

El listado de la placa de Santiago Vázquez fue para nosotros el punto de partida de este proyecto. Nos preguntábamos qué historias estaban detrás de aquellos nombres, si el listado estaba completo, y por qué no se aludía a aquellas luchas en los relatos actuales de la izquierda uruguaya. Los resultados de la investigación se van actualizando periódicamente en el blog, con posts sobre temas transversales y fichas personalizadas para cada uno de los voluntarios. Entrevistas a familiares y amigos de los voluntarios, revisión bibliográfica, buceo en hemerotecas y trabajo en archivos son los mimbres que vamos anudando. En breve publicaremos una monografía de síntesis del proyecto, que esperamos sirva para actualizar en el debate público la lucha de los antifascistas uruguayos que fueron a la guerra civil española .

(*) Historiadora

(**) Arqueólogo

(***) Antropólogo Social

Referencias

i En el periódico España Democrática se la denomina “Mitin femenino pro-España”, y tenía el objetivo de pedirle al gobierno uruguayo que rompiera el bloqueo a España. Se calcula que fueron más de 10.000 mujeres y niños. Fotografía obtenida de: VVAA. 1999. Voluntarios de la libertad. Las Brigadas Internacionales. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Consejería de Educación y Cultura y Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales.

ii Zubillaga, C. 2013. Niños de la guerra. Solidaridad uruguaya con la República española. 1936-1939. Montevideo, Linardi y Risso.

iii Porrini, R. 2013. El movimiento sindical y la izquierda uruguaya ante la guerra civil / revolución española. PIT-CNT, Instituto Cuesta Duarte. Disponible en: http://www.cuestaduarte.org.uy/portal/; Porrini, R. 2014. Una retaguardia caliente. Uruguay y la guerra civil. Partido por la Victoria del Pueblo. Disponible en: http://www.pvp.org.uy/uruguayenlaguerracivil.htm.

iv Zubillaga, C. 2015. Una historia silenciada. Presencia y acción del falangismo en Uruguay (1936-1955). Montevideo, Cruz del Sur y Linardi & Risso.

v Fernández Artucio, H. 1940. Nazis en el Uruguay. Montevideo, Talleres Gráficos Sur.

vi Benjamin, W. 1970. "El narrador. Consideraciones sobre la obra de Niñolai Leskov", en Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. Caracas, Monte Ávila; Sarlo, B. 2012. Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Buenos Aires, Siglo XXI.

vii Chesnaux, J. 1981. ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la Historia y de los historiadores. Madrid, Siglo XXI.

viii Castells, A. 1974. Las Brigadas Internacionales de la guerra de España. Barcelona, Ariel.

ix Muñoz, P. 2015. Cultura Obrera en el Interior del Uruguay (Salto, Paysandú y Rocha 1918-1925). Montevideo, Lupita Ediciones.

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