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Hemisferio Izquierdo

La democracia en el pensamiento de las izquierdas en Uruguay: diálogo con Aldo Marchesi*


Hemisferio Izquierdo (HI)- ¿Qué lugar ha ocupado la cuestión de la democracia en las izquierdas uruguayas pre-dictadura?

Aldo Marchesi (AM)- Durante los años sesenta existieron dos posicionamientos que pueden ser leídos como relativamente contradictorios en las izquierdas uruguayas. Por un lado sectores que gradualmente comenzaron a desarrollar una crítica a la democracia liberal y que se expresaron a través de un discurso revolucionario y por otro, sectores que intentaron rescatar ciertos valores de la democracia liberal frente al creciente autoritarismo civil estatal desarrollado desde mediados de los sesentas.

Antes de explicar con mayor profundidad ambos posicionamientos resulta necesario mencionar algunos aspectos contextuales de la región para entender los significados que la democracia liberal adquirió en el contexto de la guerra fría.

Desde fines de los cuarentas se desarrolló un liberalismo de la guerra fría que admitía límites al funcionamiento democrático vinculados al riesgo de la amenaza comunista. El riesgo de la amenaza comunista legitimaba la suspensión de aspectos esenciales del funcionamiento democrático. La amenaza comunista podía ser equiparada a lo que hoy es el terrorismo en la visión de organismos internacionales como la OEA. Experiencias políticas tan diversas como la de Guatemala en 1954, y las de República Dominicana y Brasil en 1964 fueron leídas de esa manera por Estados Unidos y sus aliados que promovieron reacciones autoritarias para derrocar gobiernos elegidos democráticamente. La democracia liberal de la guerra fría defendida por Estados Unidos era una democracia restringida a sus amigos en el contexto de la propia guerra fría.

Por otro lado a mediados de los sesentas, luego del fracaso de los intentos reformistas promovidos en el contexto de la Alianza para el progreso, comenzó a desarrollarse entre ciertas elites tecnocráticas la idea que el único camino para salir de la crisis que enfrentaban las economías latinoamericanas era el desarrollo de regímenes militares con una pretensión modernizadora. Brasil en 1964 se mostró como un ejemplo de dicho camino.

Frente a todo esto Cuba se mostró como una alternativa democrática a la democracia liberal de la guerra fría. El viraje de un discurso democrático liberal a un pensamiento leninista implicó una redefinición de democracia. En la visión de los cubanos lo que se estaba logrando era una democracia más verdadera, con la efectiva participación de los sectores populares a través de diversos mecanismos de democracia directa, pero donde ciertos derechos liberales resultaban suspendidos.

En resumen, en la Latinoamérica de los sesentas aunque la palabra democracia era reclamada por todos los actores políticos como parte de su identidad, la realidad de los regímenes políticos existentes parecía muy alejada a cualquier modelo democrático.

El Uruguay de fines de los cincuentas y principios de los sesentas que fue halagado por Ernesto Guevara en 1961, era una excepción que gradualmente estaba dejando de serlo. Desde la mitad de los cincuentas el país comenzó a enfrentar un estancamiento y luego una crisis económica estructural que duró dos décadas. La progresiva incapacidad de los partidos para resolver la crisis fue interpretada como una crisis política de legitimación de los partidos políticos tradicionales, que incluso para algunos ensayistas expresaba una crisis moral de la sociedad uruguaya, marcada por años de clientelismo y paternalismo estatal.

Desde el Estado las respuestas al crecimiento de la movilización sindical frente a la crisis fueron el incremento de la represión y el control policial. Entre 1960 y 1963 ciertos sectores del gobierno del Partido Nacional así como de la oposición colorada, emprendieron una campaña anticomunista especialmente enfocada en la amenaza que la revolución cubana representaba. Dicha campaña procuró sin éxito la proscripción del Partido Comunista, la reglamentación de la actividad sindical y la ruptura de relaciones con la Unión Soviética y Cuba. Entre 1962 y 1963 apareció una oleada de ataques de grupos de extrema derecha (algunos de ellos violentos) que desarrollaron atentados contra militantes políticos, sociales, exiliados y judíos. En 1963 se propusieron medidas prontas de seguridad para detener la huelga de los trabajadores estatales de la electricidad (UTE). Durante 1965 las presiones ejercidas por sectores conservadores se expresaron en abril y octubre en los decretos de medidas prontas de seguridad que habilitaron el encarcelamiento de cientos de activistas sindicales y en algunos casos el desarrollo de prácticas de tortura sistemática nuevas en el contexto uruguayo. El golpe de los militares brasileros en marzo de 1964 agregó un componente regional al incremento autoritario alentado desde sectores conservadores uruguayos.

Ese es el contexto regional y local que habilitó una gradual radicalización de ciertos sectores de la izquierda uruguaya que se fueron inclinando hacia una visión que cuestionaba qué tan democrática era la democracia uruguaya. El encuentro de diversos militantes en el llamado "Coordinador" (la organización que antecedió a la creación del MLN-T) donde participaban socialistas, anarquistas, ex comunistas y otros grupos menores, es un ejemplo del malestar con la democracia liberal que se expresaba en importantes sectores de la izquierda. La experiencia de movilización social de los cañeros de Bella Unión será usada por estos militantes como un ejemplo que evidenciaba que los derechos liberales y sociales de la democracia uruguaya no llegaban a todos, que había otro Uruguay que estaba muy lejano del país modelo defendido por las elites políticas. Por otro lado, la lectura de las sucesivas medidas prontas de seguridad, las medidas de persecución contra la izquierda y los sindicatos y los rumores de golpe de estado a partir de lo ocurrido en Brasil los llevó a predecir un futuro negativo para la democracia uruguaya. En su visión frente al avance de la movilización social e incluso electoral las respuestas de las elites tradicionales en alianza con Estados Unidos culminarían en un régimen autoritario. Dicha lectura del proceso político local irá distanciando a estos sectores de los valores democráticos liberales que serán vistos como una farsa para mantener un orden de cosas que poco tenía que ver con el gobierno del pueblo.

Simultáneamente a este proceso también otros sectores de la izquierda y el movimiento social comenzaron a preocuparse con la amenaza autoritaria que asomaba desde Brasil. El Congreso del Pueblo de 1965 advertía que: "el pueblo enfrenta una sistemática represión tendiente a reprimir los derechos individuales, sociales y sindicales". Además de soluciones para la crisis económica el congreso se planteó como objetivo detener cualquier amenaza de golpe antipopular.

Estas reacciones políticas y sociales frente al creciente autoritarismo estatal continuaron frente al incremento autoritario del pachequismo. Fue en la crítica a las medidas prontas de seguridad, las torturas, los excesos policiales, las proscripciones y prohibiciones en las que diversos políticos de centro izquierda e izquierda, varios de los cuales venían de los partidos tradicionales, se terminaron encontrando para concretar la creación del Frente Amplio. Fue en ese contexto fuertemente polarizado y confuso de comienzos de los setentas donde el liderazgo de Seregni y la mayoría de los sectores políticos del FA apostaron a una revalorización democrática liberal como camino de solución a la crisis y reconciliación entre los uruguayos. Además de ser una respuesta al autoritarismo civil, el FA se creó en un momento donde la novedad del gobierno de la Unidad Popular en Chile proponía conciliar lo mejor de los dos mundos de la guerra fría: Democracia Liberal y socialismo.

Estas dos caras de las izquierdas: la que impulsaba caminos revolucionarios y la que intentaban revalorizar los derechos liberales, se encontraron en el Frente Amplio. Aunque conscientes de su contradicción trabajaron conjuntamente en un contexto de profunda incertidumbre política donde las estrategias de todos los actores tuvieron cierto nivel de ambigüedad. Los tupamaros apostaron a una estrategia revolucionaria pero por momentos se adecuaron a la estrategia del FA. De hecho el MLN-T apoyó la creación del FA, tuvo contactos cercanos con varios de sus fundadores, hizo una tregua electoral, proveyó información para denuncias parlamentarias y judiciales, etc. Por otro lado se podría decir que aquellos que apostaban al mantenimiento de una institucionalidad democrática como el Partido Comunista o el General Seregni, apostaron a la salida militar en febrero de 1973 como un camino para resolver la crisis política de un presidente sobre el que habían denuncias de fraude en las elecciones y que en el año 1972 había desarrollado una política represiva de inusitado alcance en la historia de Uruguay.

HI- ¿Qué cambios al respecto pueden observarse en las izquierdas post-dictadura?

AM- Las consecuencias de la represión dictatorial tuvieron un impacto importante en la manera que los militantes de izquierda analizaron aspectos vinculados con la violencia estatal. Vania Markarian ha mostrado como la lucha por la defensa de los derechos humanos llevó a que los militantes uruguayos fueran adquiriendo gradualmente una nueva visión acerca del valor de ciertos derechos liberales clásicos en detrimento del lenguaje revolucionario de los sesentas. Esto trajo aparejado una revalorización de la democracia liberal por parte de varios de aquellos que inspirados en la experiencia cubana habían abandonado la dimensión liberal de la democracia.

Asimismo comenzaron a surgir otros asuntos vinculados con la tensión entre democracia y autoritarismo. En el contexto de la primavera democrática de los ochentas, donde la democracia y los derechos humanos fueron palabras asociadas a las demandas de los movimientos sociales y donde el autoritarismo dictatorial era el antónimo contra el cual se construían las nuevas ideas políticas, comenzaron a emerger críticas a diversas facetas autoritarias de la propia izquierda. El vanguardismo de los militantes frente a los movimientos sociales, el machismo, las estructuras gerontes de la izquierda fueron asuntos que se empezaron a hablar dentro de las organizaciones políticas de la izquierda y en los movimientos sociales durante ese período. Esta revalorización democrática no implicó abandonar la reflexión acerca de la posibilidad de articular diversas formas de democracia liberal con el socialismo.

Los ochentas fueron un momento muy fermental en las posibilidades de radicalizar las nociones vinculadas a la democracia liberal. En este sentido se puede decir que la izquierda a la salida de la dictadura comenzó a proponer una nueva visión de la democracia que tendrá implicancias en el presente. La idea de la democracia participativa que reivindica el involucramiento de actores sociales y locales en los procesos de decisión surgió al calor de los movimientos sociales de esa década. Lo mismo se puede decir acerca de las críticas a la supuesta igualdad legal del liberalismo que ocultaba las diferentes formas de discriminación existente (género, edad, raza) en la política cotidiana.

Sin embargo, a principios de los noventas esa voluntad de asumir críticamente la democracia liberal y buscar ampliarla con otras dimensiones emancipadoras pareció ceder a una mera aceptación acrítica. La democracia liberal pasó a ser la única forma de democracia: la democracia sin adjetivos, sin historia, una esencia indiscutible. Dos asuntos tuvieron que ver con esta claudicación. La caída del muro de Berlín terminó de confirmar que las democracias que tenían otros adjetivos no solo tenían muy poco de liberales, sino también de populares ya que las mayorías en Europa oriental no se identificaban con dichos regímenes que habían devenido en estructuras autoritarias y/o totalitarias. Por otra parte la derrota plebiscitaria en torno a la ley de caducidad, además de cerrar la posibilidad de verdad y justica, terminó consolidando una narrativa sobre los sesentas donde una democracia idílica había entrado en crisis por la responsabilidad de la izquierda y el movimiento social. La izquierda no tuvo la suficiente energía para dar la lucha sobre aquel pasado y eso tuvo consecuencias sobre las maneras de concebir la democracia del presente.

* Doctor en Historia (New York University), Profesor de la Universidad de la República, director del Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos (CEIU). Autor de numerosos trabajos sobre la historia reciente de Uruguay y el Cono Sur.

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