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Hemisferio Izquierdo

Entrevista a Lucas Silva*


Hemisferio Izquierdo (HI)- Una de las características más notorias de la coyuntura política latinoamericana es la fuerte relación entre medios masivos de comunicación y ascenso de las derechas, a través de procesos de desestabilización de los gobiernos de izquierda o progresistas (tanto en Venezuela, como en Brasil, Argentina o Ecuador). ¿Cual es la situación de la relación entre medios masas, política y democracia en Uruguay?

Lucas Silva (LS)- En Uruguay me cuesta identificar medios de comunicación con voluntad desestabilizadora. Es evidente que hay intereses y afinidades, pero colocar el acento exclusivamente en eso me resultaría equivocado y, en algún punto, hasta autocomplaciente. En mi opinión, los gobiernos del FA han tenido dos grandes problemas en su relacionamiento con los medios: cierta incomprensión del papel que debería jugar el periodismo (hay excepciones pero son pocas y no se explican desde lo generacional, lamentablemente) y una creciente incapacidad al momento de marcar la agenda política (algo que se agudizó en esta segunda administración de Tabaré Vázquez).

Me animo a decir que estas dificultades han sido, con matices, relativamente comunes en todos los procesos del denominado “ciclo progresista”, con una consecuencia que ya es visible: atribuir todos los males a las “mentiras de los medios hegemónicos” -aquello de “Clarín miente”, por ejemplo- terminó siendo funcional a la estrategia de éstos, que ganaron centralidad en la construcción de la agenda.

Por otra parte, las respuestas supuestamente “contrahegemónicas” impulsadas desde los gobiernos complicaron todavía más el panorama. No lo digo sólo por los posicionamientos editoriales -que merecerían analizarse, pero tal vez en otro momento, menos angustiante- sino por el modelo de negocios que se permitieron, altamente dependiente de la pauta oficial y de los recursos económicos del Estado. Esto último -combinado con el papel de ciertos empresarios “compañeros” que también merecerían una discusión aparte- determinó una especie de profecía autocumplida, ya que estos medios y propuestas editoriales que surgieron durante el “ciclo progresista” visiblemente empiezan a tener dificultades existenciales a partir del cambio de signo político y en algunos casos terminaron cerrando (en Argentina hay varios ejemplos).

De todas las dificultades relatadas, ésta última es la que me resulta más compleja y, en cierta forma, imperdonable. Por un lado, por lo que implica en materia de pérdidas de fuentes de trabajo en un sector que está en crisis, pero sobre todo porque la izquierda social y política -asumiendo la debilidad de manejar ambos términos en un sentido tan amplio- deja de contar con herramientas en los momentos que más las necesita, o sea, cuando se viene el temporal.

¿Cuál es la mejor fórmula para enfrentar este panorama? La verdad es que no está claro y nadie parece tener una respuesta. En nuestro caso, pensamos que el camino de la autogestión, con sus dificultades, sigue siendo la opción más interesante. Y estrechar el vínculo con los lectores, porque partimos de la premisa de que hoy la independencia editorial depende, antes que nada, de la ecuación económica y los modelos de sustentabilidad. En la diaria el 80% de los ingresos proviene de las suscripciones (el otro 20% se divide entre publicidad privada y oficial); mantener ese equilibrio no es sencillo, pero apostamos a lograrlo, porque es la mejor forma de garantizar la continuidad del proyecto, independientemente de los cambios políticos.

Más que jugar un papel de “contrapeso” en la agenda informativa que marcan los grandes medios -algo que muchas veces nos reclaman desde el oficialismo- hemos intentado construir una agenda independiente, acorde a los intereses de nuestros lectores, que son quienes sustentan el proyecto. Creo que en el fondo ésta es una opción política, tal vez menos utilitaria, pero es la que elegimos quienes integramos este colectivo. Y es nuestra opción, que no es poca cosa. Está vinculada a otra convicción: los cambios sociales profundos (entre ellos los pautados por la relación entre medios y democracia) implican construcciones de largo aliento, que no necesariamente están atadas a los ciclos electorales.

HI- ¿Qué valoración hace de la política de medios impulsada por el progresismo en Uruguay y qué líneas de acción se deberían impulsar para transformar la situación actual en un sentido democratizante?

LS- Hubo avances en el sector comunitario y en materia de acceso a la información pública. Fue positiva la aprobación la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, pero el Poder Ejecutivo decidió no reglamentar sus disposiciones hasta que la Suprema Corte de Justicia se pronunciara sobre dichos recursos de inconstitucionalidad, lo cual complicó varios procesos, entre ellos la adjudicación de canales de televisión digital abierta (un artículo de la LSCA establece que los servicios de TV para abonados deben incluir a los canales de televisión abierta, el llamado must carry). En este terreno, y por varias razones, no fue posible democratizar la propiedad de los medios y el negocio de la televisión abierta privada sigue en manos de las mismas tres empresas que actúan en ella desde hace más de medio siglo. En cuanto a qué líneas de acción impulsar, me remito a la respuesta anterior: confío más en la consolidación de proyectos autogestionarios, en la cooperación entre ellos (incluso a nivel regional o internacional) y en el fortalecimiento del vínculo con los lectores que en las políticas públicas que se puedan elaborar en materia de medios.

*Lucas Silva tiene 35 años, nació en Juan Lacaze pero vive en Montevideo. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República y estudió Historia en el Instituto de Profesores de Artigas. Trabaja en la diaria desde marzo de 2006. Allí fue periodista y editor de las secciones Economía y Política, y en febrero de 2014 asumió como director periodístico.

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