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Héctor Altamirano*

Educación, democracia e impunidad


Imagen: "Memoria" (Natalia Comesaña)

La idea que subyace a buena parte de las políticas y las propuestas educativas de la última década (especialmente desde el gobierno encabezado por Mujica), juega con la siguiente idea: los docentes se deben hacer responsables de los resultados en los centros educativos. Otra idea que atraviesa políticas y propuestas es que la responsabilidad del docente no termina en el salón de clase, en definitiva es el responsable de todo lo que sucede en el centro educativo y sus alrededores. Parece que en la misma línea de pensamiento está la idea de apoyar a los estudiantes, seguirlos en sus biografías estudiantiles (sic)(1).

El problema de la responsabilidad es muy serio. ¿Cuán responsables son los docentes de lo que le sucede a los estudiantes y lo que sucede en los centros educativos?, ¿cómo puede ser responsable el docente de lo que pasa en la sociedad?

Si analizamos las diversas propuestas y el discurso que las sustentan, podemos ver que en el fondo lo que se esconde es la preocupación de “mejorar los resultados” (recordemos la promesa electoral del actual Presidente de la República).

Todos podemos estar de acuerdo en que los resultados mejoren. Pero ¿a qué costo?, ¿qué vamos a hacer como sociedad para lograrlo?, ¿los resultados equivalen a un acto administrativo de aprobar sin más a los estudiantes?, ¿si hacemos esto qué formación propondríamos a los sectores populares que son los que concurren masivamente a la Educación Pública?

Como plantea Giroux es la Educación Pública la que presenta a los sectores populares ideas complejas, teorías, autores, que de otra manera nunca conocerían. Y de esta forma se les impediría esta posibilidad, pues lo importante hoy es el sentirse bien y el entretenimiento. Sentenciar a la mayoría de la población a una educación meramente instrumental o basada en lo lúdico es una posición netamente política, pues una formación amplia (en la educación formal y en otros ámbitos sociales) brinda elementos indispensables para construir proyectos emancipatorios. Y en este marco permanente de disputa es que tenemos que pensar lo que sucede en el sistema educativo.

Muchos estudios sobre educación –la mayoría- se contentan con describir lo que pasa en la “realidad” educativa, plantean la brecha que existe entre la enseñanza que reciben y lo que los jóvenes pretenden o aspiran. Ninguno de estos estudios cuestiona ni intenta cambiar la “realidad” pues consideran que los científicos e intelectuales son neutrales (éstos son intelectuales desapasionados al decir de Gramsci).

Los estudiantes que concurren a los liceos públicos especialmente de Primer Ciclo (la separación entre Primer Ciclo y Segundo Ciclo es una daga clavada por la Reforma impulsada hace 20 años por Julio María Sangüinetti y Germán Rama; hoy ya nadie se imagina un liceo público integrado por ambos ciclos, al menos en Montevideo): ¿qué esperan de los estudios que están realizando los jóvenes?, ¿cómo es visto por ellos?, ¿qué ideas tienen sobre lo que la enseñanza les brindará?

En este punto deberíamos ser cuidadosos: algo a tener presente es lo que dicen explícitamente los estudiantes por formar parte de la sociedad en la que viven. Podemos conjeturar que en algunos temas tienen visiones distintas al resto. Pero no es incoherente pensar que en otros muchos aspectos creen, piensen, deseen, anhelen, valoren como la mayoría. Recordemos que en la sociedad hay ideas hegemónicas y que éstas representan a los sectores dominantes, pero el resto de la sociedad se las apropia como si fueran suyas.

Entonces vale la pregunta ¿qué es lo valorado socialmente por este sistema en el que vivimos?, ¿qué valores, creencias, ideas, hegemonizan las sociedad a través de los medios de comunicación?, ¿cómo influye esta amplificación en la manera de entender y actuar en el mundo –tanto para los jóvenes como para los adultos-?

Así como vemos que los jóvenes tienen una relación cuasi natural (nativos digitales los llaman algunos) con los dispositivos digitales, también tienen una relación muy estrecha (como toda la sociedad) con los medios de comunicación y sus valores. En definitiva la sociedad está permeada por el bombardeo diario y sistemático de los grandes medios de comunicación (aquí ingresan radios, redes sociales, canales de televisión –abiertos y de cable-).

¿Pensar en quebrar esta hegemonía no ayudaría a la educación a encontrar un rumbo en este momento?, ¿los gobernantes están dispuestos a jugar en este campo o seguirán la inercia del sistema?

Como dijimos antes, los medios, sus valores e ideas permean a toda la sociedad y por lo tanto los distintos sujetos que conforman las instituciones educativas no escapan a ese proceso. ¿Los docentes pensamos en esto a la hora de ingresar al salón de clase? Para salir de la encrucijada en que nos encontramos, ¿no deberíamos pensar a fondo este problema? Claro que estos cambios no se realizarán solamente desde el aula, ni desde los centros educativos, pero la educación (y los sujetos que en ella nos movemos) debe tomar un protagonismo marcado si pretende cambiar algo.

Los cambios en la Educación necesitan entender de otra manera la democracia. Hoy es necesario construir una democracia para la liberación, la cual implicaría que las personas abandonemos nuestro rol pasivo que nos convierte en objetos y comencemos a construirnos en sujetos en todos los ámbitos de la sociedad.

En dichas democracias los seres humanos podrán desarrollar plenamente sus potencialidades, donde el otro no será visto como un enemigo o un competidor al que se debe eliminar y ya no será natural la arbitrariedad de cualquier “autoridad” o gobernante(2).

Un primer paso para navegar en un nuevo rumbo (específicamente en la Educación Pública), sería derogar todas las circulares y resoluciones que permanecen vigentes aún de la última dictadura en toda la ANEP (dos Circulares que continúan vigentes en Enseñanza Secundaria -sin ningún cambio desde 1979- son nada más ni nada menos que las que rigen el rol de los Directores, Sub Directores y Profesores Adscriptos)(3). Esto sería una batalla ganada en contra de la impunidad. Al menos una.

La impunidad –no nos olvidemos- continúa alojada en muchos organismos estatales y así se traslada a la vida cotidiana de éstas y de las personas que por ellas transitan. Para vencer a la impunidad será necesario romper con el legado más nefasto que nos ha dejado el período genocida y posgenocida (incluidos los tres gobiernos del FA): la naturalización de un “sentido común” que afirma que tomar una posición contestataria o discrepante frente a cualquier autoridad es peligroso o sospechoso (y si es organizadamente y en colectivo pero aún). De esta manera se incentiva la desidia, el conformismo, la resignación y ser muertos en vida, tanto en los centros de enseñanza como en la sociedad en su conjunto.

Los planteos realizados en este texto pueden parecer menores, pero si analizamos la cotidianidad de las instituciones (incluidas las prácticas docentes) podremos percibir que en la Educación Pública (y en toda la sociedad), hace falta entender de otra manera la democracia. Pues la impunidad y las consecuencias del genocidio dictatorial siguen instaladas en el sistema. Es nuestra la tarea de cambiar esta realidad. Estamos a tiempo.

(1) En marzo de este año apareció un nuevo documento denominado: Propuesta para un sistema de protección de trayectorias educativas. La preocupación sigue girando en torno a los resultados y en cómo hará el sistema educativo para mejorarlos.

(2) Parece pertinente la siguiente cita: “¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes o, por el contrario, se desean crear las condiciones bajo las cuales desaparezcan la necesidad de la existencia de esa división?” (Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Vol. 1).

(3) Para profundizar en este tema puede consultarse el Informe de la Comisión de Reglamentación Vigente en la XXXIV Asamblea Técnico Docente Nacional Ordinaria, mayo 2014. Allí se analizan circulares y resoluciones vigentes que tienen su origen en el período pachequista, continuaron vigentes durante la dictadura y que en posdictadura se le realizaron cambios menores y siguen vigentes hoy.

* Docente de Historia (IPA). Cursa Maestría en Ciencias Humanas, Opción Estudios Latinoamericanos, en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Integra el Grupo de Estudios en Políticas y Prácticas Educativas. Es integrante de la Asociación de Docentes de Enseñanza Secundaria de Montevideo.

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