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Hemisferio Izquierdo

Diálogo con Gabriel Delacoste


Breve diálogo de Hemisferio Izquierdo con el politólogo Gabriel Delacoste

HI- Desde Hemisferio Izquierdo nos proponemos ayudar a tender (¿reconstruir?) al menos dos puentes. El primero entre academia, militancia social y militancia política; el segundo entre las diferentes expresiones de la izquierda uruguaya con intención pos-capitalista. ¿Cómo? Propiciando el intercambio en torno a los “debates estratégicos”, es decir, la problematización en torno a la cuestión del poder y la alternativa histórica. ¿Cómo ves estos debates en la actualidad?

GD: No hay en Uruguay un debate estratégico general sobre las posibilidades de superación del capitalismo. Hay, eso si, varios debates simultáneos en torno a la izquierda, que son relevantes para pensar el tema. Estos debates se presentan la mayoría de las veces articulados en torno a cuatro ejes:

En primer lugar, entre lo viejo y lo nuevo. Resulta notorio que muchas discusiones en el campo de la izquierda uruguaya se organizan en torno a viejas izquierdas y nuevas izquierdas, que a su vez se corren por izquierda entre si, siendo las viejas acusadas de conservadoras y las nuevas de liberales, en ambos casos con algo de razón.

En segundo lugar, entre lo local y lo global. Élites nacionales y globales se disputan la hegemonía sobre lo popular, y esta disputa tiene su traducción en la izquierda. Están quienes se exasperan con como las discusiones “no están al día” y se dedican a importar ideas y prácticas, y quienes se preocupan por la incorporación acrítica de agendas extranjeras. Nuevamente, ambos tienen una parte de la razón.

En tercer lugar, entre tecnocracia y populismo. La complejidad de la administración de las sociedades contemporáneas genera dos tendencias políticas en espejo: por un lado la reivindicación de los conocimientos especializados contra el amateurismo y la demagogia; y por otro la protesta contra prácticas e ideas alejadas de lo comprensible por la mayoría de la gente, y la apelación a otras más amplias.

Por último, entre oficialismo y crítica. La izquierda gobierna o, mejor dicho, un partido en el que hay mucha gente de izquierda controla el poder ejecutivo y la mayoría del legislativo, logrando conquistas relevantes pero limitadas. En este marco, están quienes resaltan los logros de los últimos diez años, valoran (lo que queda de) la unidad de la izquierda y apuestan a ganar disputas internas en la coalición; y quienes piensan que el Frente Amplio tiene un rol contraproducente, y que es mejor construir otras herramientas. Probablemente en este caso también ambas posiciones tengan algo de razón.

Las condiciones para una discusión estratégica se ven obstaculizadas por la naturaleza atomizada del campo cultural: cada vez en más áreas de la academia se privilegian diálogos en jerga con disciplinas globales en lugar de priorizar la relevancia social, mientras buena parte del arte contemporáneo y el pensamiento crítico se dedican a sus búsquedas aislacionistas y la cultura popular se mercantiliza (la prensa, especialmente La Diaria, Brecha y algunos blogs y revistas a veces ofrecen un respiro, alojando debates interesantes que llegan a públicos amplios).

Cuando se habla de economía, el debate se encuentra totalmente tecnocratizado, monopolizado por dos grandes posiciones que podríamos caracterizar como neodesarrollistas con diferentes énfasis: mientras algunos neodesarrollistas apuestan a las cadenas globales de valor otros lo hacen a la integración regional, y mientras unos apuestan a la incorporación de tecnología en el agro otros apuestan a fomentar otros sectores económicos, pero siempre dentro de un consenso, basado en buscar niveles de protección social sobre la base de la inversión privada y la competitividad, por supuesto sin cuestionar al capitalismo ni al poder del capital.

Ocasionalmente, posturas eclécticas de izquierda (que combinan desarrollismo, marxismo, dependentismo y autogestión) intervienen en los debates, pero desde posiciones fuertemente deslegitimadas por el consenso tecnocrático. Pero no solo por esto, también las deslegitima ser eclecticismos asistemáticos que muchas veces repiten fórmulas anticuadas que permiten a los neodesarrollistas ubicar a las críticas de izquierda en el terreno de lo viejo, llamado “sesentismo”. Algo similar le ocurre a quienes en la cultura se oponen a las diferentes formas de despolitización y proponen un pensamiento más politizado y cercano a las luchas sociales. Encontrar maneras (argumentales y estéticas) de colocar al pensamiento anticapitalista en el terreno de lo nuevo es una tarea fundamental.

Resultaría sencillo decir que la disputa se reduce a dos bloques, uno que alinea nuevo-trasnacional-tecnocracia-oficialismo y otro que agrupa viejo-local-populista-crítica, pero se trataría de una sobresimplificación. En realidad, estas discusiones cortan a varios de los espacios donde discute la izquierda (entre ellos la Universidad, el Frente Amplio, el sindicalismo, las agrupaciones de la “agenda de derechos” y casi todas las publicaciones de izquierda) y generan agrupamientos trasversales difíciles de mapear.

Sin embargo, la actual crisis del progresismo crispa los ánimos, y enfrenta exageradamente posiciones que hasta hace unos meses tenían cierta capacidad de diálogo. Se estereotipan peleas entre políticamente correctos y belleletristas reaccionarios, entre cómplices e infantilistas, entre iluminados y militontos, entre sesentistas y ochentistas, generando pseudodebates que en lugar de dar claridad profundizan el aislamiento de las microcomunidades, impidiendo discutir concretamente que hay que renovar y que hay que conservar, que cosas hay que importar y cuales reivindicar de tradiciones nacionales, cuando el lenguaje técnico es útil y cuando es solamente intimidante, cuando la politización del arte y la ciencia las enriquece y cuando las empobrece, y que cosas se pueden aprender de la experiencia del Frente Amplio, para bien y para mal.

La crisis del progresismo es una oportunidad para dar debates estratégicos de miras más altas, aunque se trata de una oportunidad difícil de aprovechar, ya que la propia crisis genera tensiones que dificultan las condiciones de audibilidad entre quienes deberían estar dando estos debates. Generar espacios que logren poner a discutir a gente que está en diferentes lugares de estos ejes podría ayudar a encontrar nuevos caminos y superar los aislacionismos.

HI- Nuestro diagnóstico es que vivimos una suerte de “orfandad estratégica”, no parece haber grandes ideas-fuerza capaces de orientar la acción política conjunta. ¿Qué opinión te merece esta afirmación?

GD: “Orfandad estratégica” implica que hubo un padre estratégico (o una madre estratégica), y que ese padre murió, y nos dejó solos. Quizás ese padre es el Frente Amplio. Quizás, si vamos más atrás, es el comunismo. Si hacemos una lectura generacional, podemos decir que es la generación ochentista que se obsesionó con mostrarse democrática y moderada mientras facilitaba el ascenso de la hegemonía neoliberal, o que es la generación sesentista trágicamente derrotada por la dictadura.

En cualquier caso, la que proponen es una afirmación razonable, especialmente ahora que en Uruguay la estrategia de centrismo político y neodesarrollismo económico está dando claras señales de agotamiento, y que las otras estrategias de la izquierda latinoamericana (de Cuba a Chile, de Venezuela a Brasil y de Nicaragua a Argentina, ni hablar de México, Paraguay y Colombia) no aportan grandes esperanzas.

El capital tiene un poder tan inmenso sobre el Estado que conquistar el gobierno es siempre una victoria pírrica. La capacidad de los capitalistas locales y globales de fabricar crisis es inmensa, y las experiencias de “giro a la izquierda” en el nivel nacional vienen fracasando sin excepción desde la Francia de Mitterrand.

Al mismo tiempo, el neoliberalismo comanda una hegemonía tan sólida que se hace difícil diferenciar cuando estamos ante ideología neoliberal y cuando ante la realidad. ¿Son bluffs las amenazas de fuga de capitales si se suben los impuestos? ¿Son de menor calidad los artículos académicos que no pasan por la legitimación de los pseudomercados de aribtraje? ¿Son ineficientes las cooperativas y las empresas públicas? ¿Funciona la opinión pública como un mercado?

La discusión sobre el “que hacer” en este contexto es extremadamente compleja y llena de incertidumbres. Si pensamos que el capital puede ser derrotado a escala nacional, tenemos que insistir en las formas de la política convencional (corrigiendo los errores de cada experiencia fracasada). Si pensamos que solo puede derrotarse a escala trasnacional, tenemos que hacer grandes esfuerzos de imaginación y organización para inventar formas nuevas (evitando la tendencia a la elitización y la tecnocratización que tiene la política trasnacional contemporánea). Si pensamos que por el momento no puede ser derrotado, tenemos que elegir si vamos hacia políticas de mitigación de daños (y por lo tanto tienen razón los neodesarrollistas) o de resistencia, por lo menos hasta que cambie la situación.

HI- ¿Algunas certezas para poner sobre la mesa?

GD: La principal certeza que tengo es que superar el capitalismo, aunque parezca imposible, es necesario. El capital muestra cada vez más claramente que si se le permite organizar al mundo según sus intereses nos lleva a un camino de destrucción medioambiental irreversible, de sustitución de todos los vínculos sociales por lógicas de mercado, de subordinación de la democracia a los intereses de una clase, de crecimiento de gigantescos cantegriles en todas las ciudadaes del mundo. Si no logramos torcer esta trayectoria, nos movemos hacia una distopía neoliberal en la que cada vez más vidas humanas van a ser cada vez más indignas, precarias, heterónomas y carentes de sentido, en un mundo envenenado, alienado y feo, con pequeñas islas de diseño minimalista, tecnología asombrosa y snobismo cínico.

Pensar en la superación del capitalismo puede parecer utópico e ingenuo, pero a esta altura, más utópico e ingenuo es pensar que haciendo pequeñas reformas sin atacar al poder del capital va a ser posible un avance de los intereses populares en el largo plazo.

HI- A riesgo de caer en la futurología, ¿qué escenario te parece más probable que tendremos de aquí a cinco o seis años y qué tendencias se afirman?

GD: En Uruguay, el sistema político parece extraordinariamente estable. Hace más de diez años que tenemos un Frente Amplio que cosecha apoyos de más o menos la mitad de la población y es liderado por Vázquez, Astori y Mujica; un Partido Nacional que representa a más o menos un tercio de la gente y es disputado por Larrañaga y la familia Lacalle; un pequeño y ultradrechista Partido Colorado y algunas expresiones minúsculas de extremo centro y de izquierda extrafrenteamplista.

Es fácil acostumbrarse a las cosas, y a menudo pensamos que lo que ocurre hace mucho tiempo va a seguir indefinidamente así. Pero en este caso, esto es sencillamente imposible.

La amplitud del apoyo al Frente Amplio luego de su victoria de 2004 se basa en la capacidad de su gobierno de servir como mediador político entre los intereses del capital nacional y trasnacional y los de trabajadores organizados y desorganizados, permitiendo pactos distributivos que mejoran la situación de buena parte de la población sin atacar los intereses capitalistas. Estos pactos necesitan de crecimiento económico sostenido. En una situación como la actual, en la que el crecimiento no está garantizado, es de esperar que ese pacto se tense, cosa que ya estamos viendo en el crecimiento de la izquierda extrafrenteamplista y de tendencias cada vez más explícitamente empresistas entre los tecnócratas oficialistas. Van a ser tiempos especialmente difíciles para los sindicalistas que defienden al gobierno y los frenteamplistas que quieren girar a la izquierda (me incluyo por ahora en este último grupo).

En cuanto al sistema político, es de esperar que entremos en una fase de desorganización y reconfiguración. Sería extraño que el mujiquismo y el astorismo continúen incambiados como principales bloques del Frente Amplio ante el inminente retiro de sus líderes, más aún si el frente perdiera las elecciones de 2019. La derecha, mientras tanto, se encuentra en un período de renovación y ebullición: el emprendedurismo y el evangelismo ganan protagonismo ideológico, mientras asciende el liderazgo de empresarios demagogos y el extremo centro comienza a construir un espacio que atrae a dirigentes derechistas cansados de perder y a frenteamplistas oportunistas que no quieren participar de futuras derrotas.

Vamos hacia situaciones muy confusas, y es probable que las cosas sigan empeorando por un tiempo antes de mejorar. Va a ser necesario un gran esfuerzo analítico para entender las oportunidades y los riesgos que se presenten.

A nivel más general, el suicidio de la socialdemocracia europea, la derrota del giro a la izquierda de América Latina y la debilidad de los países que eran vistos como candidatos a ser potencias en el (ahora frustrado) mundo multipolar abre un período en el que hay menos margen para el optimismo, pero también menos ilusiones que nos impidan ver los problemas causados por el poder del capital y la hegemonía neoliberal en su real magnitud.

En este contexto, el pensamiento socialista parece estar resurgiendo lentamente, aprendiendo de las experiencias fallidas del comunismo y la socialdemocracia del siglo XX, y a relacionarse con el ambientalismo, el feminismo y el decolonialismo, que serán necesariamente sus compañeros en las peleas que vienen.

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